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"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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El triunfo de Dios, a-diós a las armas. Por Xavier Pikaza

 

Judíos y musulmanes (y en especial los no creyentes) siguen en guerra sobre Palestina. Pues bien, tengo el convencimiento de que, al emplear medios violentos para defenderse y/o triunfar, esos judíos y musulmanes dejan de ser creyentes, al menos desde el punto de vida de un cristianismo radical, que aquí quiero defender.
Miradas en perspectiva cristiana, las religiones no deben actuar directamente con medios económico-políticos, convirtiéndose en estados, sino inspirar el surgimiento y despliegue de formas super-estatales (afectivas, humanitarias, gratuitas y gozosas) de comunicación personal y social, al servicio de todos (por encima de las mismas religiones particulares). Si fueran religiosos en sentido radical, judíos y musulmanes deberían alzarse en contra de la guerra. Si fueran cristianos, los cristianos de Palestina y del mundo deberíamos dejar todas las formas opresión para ponernos al servicio de los demás, de los que son distintos a nosotros, buscando instituciones adecuadas para ello.


De esa forma, la religión debe superar, los modelos actuales de estados, naciones y clases, no para negar la identidad y cultura de los pueblos, sino para impedir el dominio de unos, la exclusión de otros y la violencia de todos. Si quieren ser fieles a su origen y sentido, las religiones deben promover medios personales y sociales de cooperación igualitaria, sin apoderarse de los mecanismos del estado ni volverse sistema. Más de una vez, ellas han sido propensas a ofrecer e imponer sus discursos, como si tuvieran solución a todos los problemas y derecho a la obediencia y sumisión de sus creyentes. Más de una vez, ellas se han apoderado de los medios de violencia de Estado, promoviendo incluso la violencia, como ha pasado en el Cristianismo, como pasa quizá en Palestina. Pues bien, en contra de eso, ellas deben realizar un profundo ejercicio de renuncia creadora. Apliquemos estos principios a Palestina:

Los judíos deben renunciar a la expresión política de su nacionalismo religioso, para ser lo que fueron: testigos de la 'diferencia' de Dios y fermento de esperanza y transformación mesiánica de la humanidad. Si un día pusieran su potencial utópico-mesiánico al servicio de la reconciliación de todos, empezando en Palestina, si se hicieran germen de diálogo y encuentro (en especial con cristianos y musulmanes), contribuirían poderosamente a la pacificación del mundo. Para ello deben abandonar su victimismo (hacerse mártires, aunque lo hayan sido y lo sean), volviéndose solidarios de todos. Para ello deben abandonar su proyecto militar en Palestina (como religión)


Los musulmanes han de superar todo fanatismo e imposición social y familiar, no para volverse occidentales o esclavos del sistema, sino para crear, desde sus raíces religiosas, espacios hondos de comunicación a partir de su experiencia inmediata, casi física, de la Soberanía de Dios. El Islam no puede convertirse en un Estado más, ni puede imponer "el sometimiento de Dios" (que es experiencia de radical libertad) en forma militar. Un Islam auténtico debería ir a la raíz del mensaje de Muhammad, antes del establecimiento del Estado sagrado en Medina, para conquistar así la Meca.

Pero aquí no queremos hablar de lo que deben hacer los otros, judíos y/o musulmanes, sino de lo que deberíamos hacer nosotros, los cristianos. Los cristianos, que saben que Dios se ha encarnado en Jesús, deberían hacer que su Iglesia fuera fermento de comunicación gratuita, para todos. Por eso deben superar su historia de imposición y sus vinculaciones con los estados de occidente (o de oriente), rechazando los aspectos de capitalismo victorioso que han tomado en el fondo como propios. Sólo allí donde la iglesia de Jesús deje de buscar su triunfo propio (el de su institución) podrá hablar de la victoria de Dios que es la vida de todos los hombres.

Jesús no ha buscado la ventaja y victoria de su grupo sino el Reino universal, de manera que su 'triunfo' se opone a toda victoria militar y a todo triunfalismo particular: ha sido un perdedor y ha vencido perdiendo, condenado y crucificado por fidelidad al Reino. Sólo allí donde sus seguidores superan el deseo de imposición y la iglesia mengua para que se extienda el Reino puede hablarse de verdad cristiana. Ciertamente, la iglesia ha mantenido el mensaje de la Cruz, aplicándolo a los fieles. Pero, en cuanto institución y jerarquía, ha buscado muchas veces su triunfo y poder sobre el mundo. Sólo cuando ella aprenda a morir y muera por el bien de los otros (por el Islam y judaísmo), será testigo de Jesús, fermento de Reino, invirtiendo su actitud de dominio, su tendencia a perseguir a los distintos (herejes), su cruzada contra impíos o musulmanes, para expresar la verdad de la pascua del crucificado. Respondiendo a la gracia universal del evangelio, ella ha de abrir un lugar para todos (judíos y árabes, chinos e hindúes, africanos y europeos), no su lugar como iglesia, no su silla de poder, sino el lugar y asiento de los otros.
En ese sentido ha de entenderse la palabra clave de Jesús, cuando habla del amor a los enemigos. La iglesia debe pedir a Dios que bendiga a los "enemigos": que enriquezca a los distintos, que ofrezca vida a todos. Así debe actuar. Sólo dando lo que tiene a los demás y renunciando al triunfo propio, puede ofrecer su comunión a todos. Por eso decimos que no es portadora de ninguna ideología o concepción del mundo y de la historia, al servicio de sí misma, como si fuera superior, pues su verdad consiste en buscar la verdad de los demás y su superioridad está en querer que los otros sean superiores, de manera que su misma institución desaparezca al servicio del Reino. Una iglesia que triunfa en el mundo, en forma mundana, no es iglesia. Por eso decimos que el triunfo de Dios significa a-dios a las armas. 


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Última modificación: 30 de July de 2010