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A los pobres los tendrán siempre…La frase de Jesús orientada a desenmascarar la hipocresía de Judas ante la ternura de la mujer que había derramado perfume sobre su cabeza, preparándolo con su afecto para la etapa final de la sepultura, tiene resonancia de profecía, previendo una realidad de todos los tiempos y todos los sistemas. Frente a esa realidad, la conducta de Jesús fue compartir la pobreza y luchar contra ella y contra los elementos que la producen o la mantienen. El “bienaventurados los pobres” es la utopía del reino que empuja a construirlo en la esperanza. Jesús, naciendo pobre acepta la opción por los pobres y, muriendo mártir del sistema, la completa. Entre medio, como un paréntesis entre ese principio y final, es un pobre niño en un pueblo pequeño. Cuando va creciendo el menosprecio de sus parientes lo margina. Con la convocatoria de su primo Juan se identifica con los pecadores. Cuando adquiere ciudadanía comienza a predicar entre los pobres y les anuncia la llegada del reino. Frente a cada carencia, enfermedad, exclusión o pecado ofrece generosamente su ayuda, su curación, la integración, el perdón. Denuncia a los causantes de la pobreza y el desamparo, el Imperio y la Ley, a través de sus representantes. Desde las bienaventuranzas recupera los derechos de todos los excluidos. Descubre las posibilidades de cada uno para relacionarse y contribuir a la felicidad de los demás. Alienta la rebeldía de los oprimidos. Se hace insoportable a los poderosos y acaba siendo su víctima. Esta opción por los pobres, completa, es su legado a la comunidad de sus seguidores, que adquiere su máximo signo en la expresión despedida de lavar los pies a los discípulos. Hay varios modos de acompañar esto que la iglesia ha bautizado como “opción por los pobres”. Hay quienes lo hacen soportando lo que no pueden cambiar pero solidarizándose con otros para sostenerse firmes. Hay quienes voluntariamente se ofrecen para vivir con los pobres a fin de comprender y compartir sus sufrimientos. Otros constituyen grupos de ayuda para remediar necesidades que encuentran a su alrededor. Muchos depositan siempre una limosna en las manos que se extienden para pedirla. Hay quienes practican la consigna de saludar amablemente a los desarrapados, malolientes, maleducados, irrespetuosos o agresivos. Menos son lo que se animan a investigar, constatar y denunciar los agentes sociales que causan la pobreza. Menos los que se atreven a luchar y organizar a los pobres para defender sus derechos. Menos aun los que reconociendo que han ingresado en el campo de los perseguidos por practicar la justicia permanecen firmes en su lugar. Y algunos que llegan a morir defendiendo este ideal primero del reino predicado por Jesús. Angelelli transitó el camino completo, sin detenerse en ninguna etapa. Porque con especial sentido común, intuía que detenerse, era caer en alguno de los peligros de complicidad con la pobreza y descuido de los pobres. Simple y compartiendo con los simples, pobre y dispuesto a ayudar a superar dificultades materiales e íntimas, amable y bonachón para hacer sentir bien a los que lo rodeaban, visitador de los pobres como amigo y como igual, descubridor de los manejos de los poderosos para mantener sujetos a los menos dotados, organizador de movimientos solidarios para reivindicar los derechos fundamentales, denunciante sin frenos de las injusticias sociales y violaciones de los derechos humanos. Conocedor de las oleadas de indignación que levantaban sus denuncias, y perseverando en ellas sin dar un paso atrás. Estuvo definitivamente con los pobres y contra la pobreza. Y los ricos obsesionados por sus ambiciones compraron con riquezas a los representantes de todos los poderes y lo sacaron del medio. Esa es la historia y el martirio (testimonio de sangre) de Enrique Angelelli de cuyo asesinato se cumplen treinta y tres años el Martes 4 de Agosto. |
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