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Aliados o cómplicesEn nuestra actual situación, a pesar de no existir (creemos) los tradicionales “fraudes” gracias a un perfeccionamiento de los controles de todo tipo, se puede hablar sin embargo de un “fraude fantasmal y ambulante” que son las encuestas y los medios de información siempre más o menos financiados (no digo comprados) directa o indirectamente por los candidatos y su entorno. Fraude, porque da la posibilidad sólo a los que disponen de mucho dinero, de manejar la maquinaria de la publicidad. Ese clima de anuncios, acusaciones y promesas, resulta tan espeso que es casi imposible liberarse para pensar por sí mismo. Habría que enceguecer frente a la gigantografía con rostros sonrientes y seductores con leyendas cuidadosamente estudiadas por los expertos en opinión pública y en imagen. Habría que ensordecer frente a la machacona insistencia de los medios orales que te persiguen a todas partes y no desperdician la oportunidad de colarse en tu subconsciente para dejarte el resabio de una propuesta que nunca habría aceptado tu conciencia. Habría que hacer un retiro espiritual de cinco días al menos, con veda política para razonar con sentido crítico y para decidir por encima de intereses egoístas, para bien de la nación. Pero estos “habría” suenan a imposibles. Y vamos al cuarto oscuro totalmente oscurecidos o al menos en penumbras por dentro. Y allí hipotecamos el futuro, integrándonos o la mayoría de los que resultarán vencedores o a la minoría de los que quedarán en el camino con el consuelo de ser oposición, hasta la próxima. Después, andando el tiempo, los resultados de la acción y decisiones de los gobernantes o partidos elegidos, nos dirán si estuvimos acertados o equivocados. Si con el voto nos convertimos en aliados para el crecimiento del país o en cómplices de su desmoronamiento. Es la responsabilidad de ese hecho, que debiera ser fiesta de la democracia, pero que para muchos el domingo resultó un suplicio por la falta de organización y la imprevisión que se tradujeron en colas interminables al sol, en gente que no pudo votar, y luego en la inaceptable lentitud e improlijidad en la información del escrutinio. Esto al menos habrá que corregir para el futuro. Sólo la transparencia puede desarmar el fraude. La opinión personal siempre será respetada, si no de hecho, al menos de derecho. Nadie podrá castigarme por mi voto cómplice. Ni me premiarán por mi acierto al votar lo mejor. Pero, en el fondo, esta opción, periódicamente repetida como expresión democrática, nos responsabiliza poniéndonos de lado de los amigos o de los traidores. Los términos parecen exagerados pero, si voluntariamente votamos por lo peor, somos colaboradores necesarios en la corrupción de los elegidos. Y por lo tanto, reos de un castigo serio. Pero…¿para qué insistir en esto, si la libertad de opinar es un derecho que nos ampara? Creo, sin embargo, que es necesario plantearse esta visión para recuperar la valoración del voto que es fundamento de nuestras democracias. En las naciones donde no es obligatorio, un gran porcentaje se desentiende por pereza, por decepción, o también por temor a quedar entre los cómplices. Por eso es necesario purificarse antes de tomar la decisión de por quien o por quienes. Purificarse, para ser lo más objetivo posible por encima de la tradiciones partidarias que obligan como la camiseta del hincha, o la sed de venganza con los que gobernaron antes, o los inconvenientes que cada uno ha debido soportar en sus interese personales, o las alienaciones y temores creados por distintas confesiones religiosas que nunca están ausentes en los alrededores del poder, o las simpatías personales que se espera que rindan beneficios individuales. Purificarse para que al menos, si el futuro nos hace cómplices de lo que nunca hubiéramos querido, lo tengamos presente para la próxima oportunidad, y así podamos sostener la mirada de nuestros hijos cuando nos digan, como expresión del juicio callado de la historia: “Uds. son los que nos han dejado así este país!” |
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