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"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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¿Quién le teme a Leonardo Boff?

Pedro Gómez García

Este buen hombre no es más que un modesto teólogo brasileño, conocido por sus escritos en la línea del concilio Vaticano II y de la teología, la ética y la ecología de la liberación. Hace unos años sufrió la inquisición de la congregación romana para la Doctrina de la Fe, a pesar de lo cual su fe sigue intacta, como declara, lo mismo que su testimonio cristiano y su acción comprometida con los pobres de este mundo. Su palabra es pausada y cálida, puede resultar dura cuando denuncia las injusticias (es un rasgo propio del lenguaje de los profetas), pero es tierna, da alientos y esperanza cuando anuncia lo que significa el evangelio en las situaciones críticas de nuestro planeta, marcado por la pobreza de las mayorías, el desempleo de tantos, la degradación de la naturaleza.

Pues bien, el teólogo Boff ha pasado unos días por la ciudad de Granada, con motivo de la lección que debía pronunciar, el 25 de mayo, en un curso organizado por el Centro Mediterráneo, de la Universidad de Granada. La audiencia de público fue inusual para estos temas y para estos tiempos. Estaban presentes todos los cristianos «progres» de los alrededores, clérigos, religiosas y seglares, muchos de ellos nostálgicos de la renovación eclesial que está por llegar. Al día siguiente, en la abarrotada aula magna de la Facultad de Filosofía y Letras, se le grabó a Boff una larga entrevista, dentro de la serie «El intelectual y su memoria», en un acto presidido con muestras de reconocimiento y amistad por el Rector de la Universidad de Granada. Dos días más tarde, el diario local granadino, Ideal, publicó una entrevista, en un estilo periodístico e incisivo que el entrevistador y el entrevistado acertaron a utilizar como correspondía. Porque, claro está, un periódico no tiene por qué ser un tratado de teología dogmática.

Estos sucintos hechos, tan absolutamente normales, han ocasionado una desmedida escandalera desde las páginas de Fiesta, publicación de las diócesis de Granada y Guadix-Baza, que llegaba a los kioscos al final de la semana, titulando en primera página «Indignación en la Iglesia de Granada por las declaraciones de Leonardo Boff a 'Ideal'». En el interior, un artículo, firmado por Antonio Cañizares, obispo de Granada, toca a rebato «A todos los diocesanos de Granada: sobre Leonardo Boff». Tiene todo el derecho a hacer uso de su libertad de expresión, sobre todo con respecto a los católicos granadinos, como ordinario del lugar. Pero es igual de evidente que los demás, la prensa, la universidad, los cristianos de base también somos libres para opinar. Por nuestra parte, sostenemos en público que este episcopal texto ha desenfocado las cosas y cree ver graves peligros y enemigos de la fe donde no los hay. ¡Tranquilícese vuecencia! No tenga miedo. Es la celebración de Pentecostés y la fuerza del Espíritu Santo se nos da a todos, también a usted.

El enfoque de conjunto nos parece equivocado y además incurre en una argumentación contradictoria. La equivocación radica, primero, en postular que ha habido un insulto grave a la Iglesia; y segundo, en presentar los actos con Boff y sus palabras como «un ataque cruel e injusto a la Iglesia» llevado a cabo desde fuera, por «opiniones de los que no creen, o de los que son enemigos de ella». En cuanto a la contradicción, se indicará más adelante. Procedamos a replicar por pasos.

Para empezar, es sabido desde la antigüedad, y lo recordó el concilio, que la Iglesia somos todos los cristianos, todo el pueblo de Dios. De donde se sigue que esa interpretación que confunde Iglesia con Jerarquía eclesiástica, reduciendo aquélla a ésta, constituye un error teológico, sólo disculpable en gente iletrada, pero impugnable como contrario a la enseñanza conciliar de la Iglesia. Sin embargo, ¿no es éste el significado reaccionario que se recalca en el texto de marras? Allí, de modo confuso, la Iglesia se reduce a la Jerarquía, y luego, al Papa. Semejante mal entendida «fidelidad al Papa», por muchos teologúmenos rancios y latiguillos que se aduzcan, podría no pasar de ser una forma de papismo exacerbado o acaso simple papanatismo. En la entrevista de Boff no hay ningún insulto a Juan Pablo II. Hacer una crítica no es lo mismo que insultar. Por ejemplo, en un contexto democrático, el criticar las actuaciones del Presidente del gobierno no significa insultarlo; es una práctica muy normal y corriente. En la terminología cristiana tradicional, eso se llama corrección fraterna y, cuando se refiere a actos públicos, está justificado hacerla públicamente. Así que no se ven por ningún lado las «frases tremendas e insultantes» dichas por ese «pobre hombre», como es episcopalmente tildado el teólogo Boff, sino opiniones lealmente expuestas, algunas discutibles, pero que sin duda suscribirían hoy la mayoría de los católicos bien informados.

A fuerza de honestos, apoyamos al prelado cuando reivindica el derecho a la libertad religiosa. Apoyamos este derecho con todo vigor «como elemento básico de una sociedad en libertad», como su excelencia dice. Más aún, lo apoyamos también en el seno de la Iglesia católica, con el sano propósito de que entre nosotros haya al menos la misma libertad que hay en la sociedad civil. Este principio de libertad religiosa fue proclamado por el Vaticano II y rige para la conciencia de cada católico y para la institución eclesial. Y por ello reclamamos en la Iglesia y entre las Iglesias la comunión en el pluralismo, la unidad en la diversidad, sin vasallaje feudal alguno. Este pluralismo es el que de hecho existe y va siendo hora ya de que sea reconocido y acogido oficialmente. De lo contrario, el empecinamiento de ciertos jerarcas acabará convirtiendo a la Iglesia como institución social en una megasecta, encastillada en sus paranoias, vuelta de espaldas a las necesidades humanas a las que dan respuesta el evangelio y los mejores momentos de la historia del cristianismo.

En consecuencia, no hay ni pizca de insulto, ni vulneración, ni maltrato, ni denigración, ni agresión al Papa, ni a la Santa Sede, ni a la enseñanza de la Iglesia, ni al pueblo fiel, ni a los católicos, ni a la comunidad diocesana... como el señor arzobispo denuncia con celo digno de mejor causa. ¡Si éramos nosotros! Éramos cientos de católicos de la iglesia diocesana, y de ellos muchos muy significados en la ciudad durante años y decenios, los que estábamos allí escuchando al teólogo hermano, encantados de oírlo y reavivando la fe y la comunión con la Iglesia universal. El mismo texto de su excelencia reverendísima, aunque lo lamente, atestigua que asistieron a escuchar a Boff «en un nutrido número, sobre todo hombres y mujeres 'de Iglesia' -personas consagradas, jóvenes en formación para el sacerdocio o la vida religiosa, estudiantes de teología, laicos 'comprometidos'-». Pero, ¡si va a resultar que sólo faltaba el señor obispo, para que todo hubiera sido perfecto!

En cambio, en estos tiempos descritos por él como calamitosos, de prueba y persecución, cual dolorido padre y pastor efectúa un «apremiante llamamiento a la reflexión y a la comunión» a quienes «se sienten verdaderamente Iglesia», previniéndolos contra los criterios y opiniones de los que no creen, o de los que son enemigos de ella, o no la aman de verdad. Aquí está la flagrante contradicción: Nos llama a prevenirnos contra nosotros mismos. Pues nos sentimos verdaderamente Iglesia, y lo reivindicamos: Somos Iglesia, junto con religiosos y religiosas, sacerdotes y seminaristas, curas secularizados, movimientos apostólicos, comunidades de base y laicos católicos de a pie, que estuvimos escuchando a Leonardo Boff y compartiendo la fe cristiana. Pero, al mismo tiempo, se nos identifica tendenciosamente como no creyentes, enemigos y desafectos, que atentan contra la Iglesia de Jesucristo (¡la nuestra!) y su primado el Santo Padre (¡el nuestro!).

Señor, señor arzobispo, que su mitra no se convierta en apagavelas de la inteligencia: Que no es que fuéramos buenos vasallos si hubiera buen señor, sino que todos somos radicalmente iguales por el bautismo y el Espíritu recibido. Que hasta los laicos somos ya maduritos en la fe. En esta iglesia y en esta sociedad, no se remedia ya nada invocando «adhesión filial e inquebrantable», sino admitiendo y organizando la corresponsabilidad, aceptando el pluralismo como forma de la unidad, intuyendo y respetando la presencia divina en cada ser humano, en esta humanidad sufriente y esperanzada de la que somos parte. Por tanto, señor obispo, tranquilícese, que nadie persigue a «la Iglesia». Que no ocurra al revés tampoco.

Y que, como su escrito concluye, el Señor nos perdone y nos dé la gracia de la conversión. A todos. Nuestro pecado ha sido sólo venial: Hemos acogido al hermano Leonardo, que venía de América latina, de Brasil, al teólogo cuyos libros nos han iluminado y alentado a lo largo de tantos años en nuestra militancia cristiana y social, al defensor de los pobres y excluidos que nos interpela, al espíritu franciscano qua clama a favor de la naturaleza acosada por la voracidad insensible de nuestra civilización industrial. Fuimos y lo escuchamos. Y alentó nuestra esperanza. La pena es que tantos sermones dominicales no den ánimos de la misma manera. También allí acudirían creyentes comprometidos y hasta agnósticos, quizá en nutrido número.

Diario Ideal (Granada), 5 junio 2001


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Última modificación: 30 de July de 2010