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Una condena oculta y mentiras piadosas. Por Washington Uranga

La Iglesia le prohibió al biblista Ariel Alvarez publicar, enseñar y usar los medios por supuestos errores doctrinarios. Antes el cardenal Bertone le exigió que se retractara diciendo que era por iniciativa propia y no porque se lo impusieron y al obispo Polti que asumiera la responsabilidad de la sanción desligando al Vaticano. Los colegas del teólogo se lavan las manos.

El 4 de agosto pasado el obispo de Santiago del Estero, Francisco Polti, hombre del Opus Dei, le prohibió al teólogo y biblista Ariel Alvarez Valdés “hacer nuevas publicaciones o disponer la reedición de publicaciones anteriores”. El cura tampoco podrá enseñar “disciplinas teológicas en cualquier nivel de docencia, incluyendo cursos cortos, conferencias y toda otra actividad análoga”. Se le impide además “participar en la organización y uso de medios de comunicación social, incluyendo Internet, ya sea a través de escritos, grabaciones, filmaciones y cualquier otro tipo de soporte”. Sin embargo, según Polti “el presbítero doctor Ariel Alvarez Valdés no ha sido afectado por condena alguna”, sino que, dado que sus afirmaciones causan “perplejidad” y no son “compatibles con la enseñanza del magisterio auténtico de la Iglesia”, se lo ha “exhortado” para que “revise su actitud en espíritu de humildad, obediencia y comunión, para el bien de toda la Iglesia, y de un mayor y fructuoso servicio ministerial”.

Al tomar tal determinación Polti cumplió con el encargo emanado de Roma, y en concreto del cardenal Tarcisio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, que le mandó callar al cura. Con lógica de obediencia debida el obispo asumió la decisión “en ejercicio de la responsabilidad propia de su oficio”, liberando al Vaticano y a Bertone de toda responsabilidad, tal como se lo ordenaron.

En síntesis. Alvarez Valdés no puede publicar, ni enseñar, ni hablar por los medios de comunicación. Pero para Polti esto no es una “condena” sino una “exhortación”. El obispo dice también que en esto nada tiene que ver el cardenal Bertone, como si desconociera una carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio), fechada en el Vaticano el 12 de junio de 2002 (oficio 61/98-15187) y que lleva la firma del propio Bertone (ver facsímil) en la que se precisa que “esta Congregación ha juzgado insatisfactoria” la respuesta dada por Alvarez Valdés al pedido de retractación que se le solicitó.

¿Quién es Ariel Alvarez Valdés?

Es un sacerdote católico, teólogo y biblista reconocido internacionalmente. Nació en Santa Fe y vive en Santiago del Estero, donde hasta agosto pasado se desempeñaba como docente en la Universidad Católica y en el Seminario diocesano. Es licenciado en teología bíblica por la Facultad Bíblica Franciscana de Jerusalén, título que logró con la distinción Summa cum Laude. Es doctor en teología bíblica por la Universidad Pontificia de Salamanca (España) y como parte de sus estudios ha realizado viajes académicos por Egipto, Jordania, Turquía, Grecia y la península del Sinaí. Es miembro de la Asociación Bíblica Italiana, de la Asociación Bíblica Española y de la Sociedad Argentina de Teología. Su principal tarea ha sido la divulgación popular de la investigación científica de la Biblia, labor que realizó a través de gran cantidad de libros, revistas y artículos. Entre sus publicaciones más conocidas se cuentan ¿Qué sabemos de la Biblia? (cinco volúmenes) y Enigmas de la Biblia (ocho volúmenes) a las que se agregan otros títulos como Lo que la Biblia no cuenta y ¿La Biblia dice siempre la verdad?. Los trabajos del biblista santiagueño fueron traducidos al italiano, inglés, francés, alemán, flamenco, ruso, ucraniano, rumano y portugués.

¿Qué le cuestiona el Vaticano?

Que sus escritos contienen “afirmaciones erróneas o ambiguas” que no son compatibles con “la enseñanza del magisterio auténtico de la Iglesia” (ver “Las afirmaciones...”). Pero quizá tanto o más que lo anterior, a Roma y a Bertone les molesta que Alvarez Valdés “traspasa indebidamente (su exégesis) del plano de la discusión científica al de la divulgación”. Pareciera que por encima del supuesto error lo que les resulta más molesto es que esto se haga en lenguaje popular y accesible para un público amplio. En 1999 la Congregación para la Doctrina de la Fe había ordenado que todos los textos de Alvarez Valdés fueran analizados por un perito. La conclusión del experto fue, entre otras consideraciones, que los trabajos del biblista “prestan un gran servicio a los católicos poco formados” y que “la notable acogida que han tenido sus escritos en los agentes de pastoral indica un reconocimiento de su servicio a la Iglesia en esta tarea de amplia divulgación”. A Bertone no le gustó el informe y lo tildó de “incongruente” por decir que en el trabajo de Alvarez Valdés hay “afirmaciones problemáticas”, pero que “no son gravemente contrarias a la fe católica”.

Las observaciones y críticas del Vaticano hacia Alvarez Valdés se iniciaron en 1995 a partir de una denuncia realizada por el sacerdote jesuita uruguayo Horacio Bojorje a raíz de un artículo titulado “¿El diablo y el demonio son lo mismo?”. El biblista sostuvo en ese texto que los endemoniados del Evangelio eran, en muchos casos, enfermos con patologías desconocidas en aquella época. Desde entonces las autoridades eclesiásticas comenzaron a exigirle retractaciones públicas y a imponer censura previa a sus publicaciones. En 1999, Tarcisio Bertone, entonces secretario de la Congregación para la Doctrina de la Fe que presidía el cardenal José Ratzinger (hoy Benedicto XVI), demandó que se hicieran nuevas ediciones de los libros de Alvarez Valdés, incluyendo allí las correcciones por supuestos errores, pero además que el cura se retractara públicamente. El texto de la retractación debía ir antes al Vaticano para su aprobación.

¿Qué creer, qué pensar y cómo decirlo?

En diciembre del 2001 y ante la insistencia de Roma, el entonces obispo de Santiago del Estero, Juan Carlos Maccarone, decidió sacar a Alvarez Valdés del ojo de la tormenta y enviarlo a Salamanca a cursar su doctorado. No sirvió. En carta del 12 de junio del 2002 Bertone rechazó el borrador de retractación por considerarlo “insatisfactorio” y el 22 de octubre del año siguiente el cura recibió un nuevo documento en el que se le dice que debe afirmar según la ortodoxia doctrinal. Después de varias idas y vueltas, en el 2006 finalmente el Vaticano se dio por satisfecho con el borrador de las retractaciones, pero antes de que se publicara, en el 2007, el obispo Polti le hizo saber que se había incorporado un nuevo censor para los textos y les agregó dos nuevas retractaciones a las ocho ya conocidas. Sin embargo el 3 de abril del 2008 apareció una nueva sorpresa para Alvarez Valdés. En una carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fechada ese día en el Vaticano, firmada por el arzobispo Angelo Amato y dirigida al obispo Polti, se adicionó un nuevo “texto para ser añadido al elenco de retractaciones” y se precisó que “el autor no debe hacer ninguna referencia a esta Congregación en la publicación de las retractaciones”. Por entonces Alvarez Valdés había aceptado retractarse a condición de incluir una mención expresa de que actuaba de tal manera por pedido explícito de la autoridad eclesiástica.

El 28 de abril del 2008 el obispo Polti le escribió a Alvarez Valdés para transmitirle todas y cada una de las instrucciones que recibió de Roma, incluyendo “la prohibición de ulteriores nuevas publicaciones de tus escritos, hasta que conste tu maduración teológica y que efectivamente seas alejado de la docencia”. Si bien en esa carta Polti admite que se sujeta a lo que el Vaticano le indica, en su comunicación pública el obispo exculpa a Bertone y asume él mismo la responsabilidad de las sanciones, sosteniendo además que el cura “no ha sido afectado por condena alguna”.

Que no panda el cúnico

Podía al menos esperar Alvarez Valdés que sus colegas de la Sociedad Argentina de Teología (SAT) salieran en su defensa, considerando también que una censura a cualquiera de sus miembros podría, en definitiva, terminar afectando la labor científica de los teólogos y los biblistas. Tampoco esto ocurrió. El 1º de setiembre pasado el presidente de la SAT, el sacerdote Víctor Manuel Fernández, recientemente designado decano de la Facultad de Teología de la Universidad Católica Argentina (UCA), dirigió una carta a los socios de la entidad en la que insiste, a pesar de las pruebas, en que en el caso de Alvarez Valdés “no hubo intervención de la Santa Sede que de algún modo nos afecte a todos en nuestra reflexión y libre investigación”. Algo así como: “quédense tranquilos, muchachos... no hay nada de qué preocuparse”. Porque, sigue diciendo, “hay sólo una sanción disciplinaria del obispo”. Luego, en un texto de apenas cuarenta líneas, recuerda que la obra de Alvarez Valdés fue sometida a revisión y agrega, de manera inexacta, que “sólo se le pidió que se retractara acerca de un tema relativo a los exorcismos”.

Aunque no defendió a Alvarez Valdés, el presidente de la SAT tranquilizó a la tropa entendiendo que las consideraciones sobre el caso “nos ayudan, una vez más, a precisar bien el alcance de las sanciones, para no dar a entender que cualquier sanción afecta el libre desarrollo de nuestra investigación teológica o exegética en temas que continúan abiertos al debate”. Todo bien. Nada por lo que alarmarse. Mientras tanto, Ariel Alvarez Valdés seguirá sancionado por causar “perplejidad”, no podrá escribir o enseñar hasta tanto no acepte retractarse diciendo además que lo hace por propia voluntad y no a pedido del Vaticano.

Fuente Página 12


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Última modificación: 30 de July de 2010