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"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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CUARTO DOMINGO DE CUARESMA. Por Victor Acha

II Crónicas 36, 14-16. 19-23; Efesios 2, 4-10; Juan 3, 14-21

El estilo simbólico y figurativo del cuarto evangelio presenta a partir del diálogo con Nicodemo, estas afirmaciones de Jesús:

El Hijo levantado en la cruz es signo de vida para el que crea en El, que no vino a juzgar sino a salvar al que opta por El, que ha entrado al mundo como luz.

Dice el texto que “el que no cree ya está condenado porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios”

Esto significa que la salvación o la condenación no la decreta Dios, sino que la gesta cada persona en el proceso de su vida con sus propias opciones. Cada uno tiene todo el espacio de su existencia y cuenta con su albedrío para descubrir los caminos que le llevan a su propia realización, a su integración armónica en la sociedad, a su protagonismo para obrar en la verdad y la justicia fundadas en el amor, ya que en esto consiste la salvación.

¿Pero qué significa “creer en el nombre del Hijo único de Dios”?. No se trata del acto de fe explícito a partir del conocimiento cierto de la persona de Jesús. El “nombre” del Hijo abarca todo lo que Jesucristo ha revelado con sus palabras y acciones; es la totalidad de su propuesta de vida. Esa propuesta, no está vedada a quien no lo conozca explícitamente. Toda persona es “capaz de Dios” y desde su recta conciencia tiene acceso a los mismos valores que Cristo ha revelado explícitamente. El que vive conforme a estos valores “cree” en el Hijo único de Dios.

El texto también afirma este núcleo de la fe cristiana: en Cristo Dios ha manifestado su designio de salvación para toda la humanidad. El Dios de la vida quiere devolver la vida que se pierde por el pecado y elige el camino de la entrega generosa del Hijo hasta la muerte en la Cruz. La humanidad que ha aprendido a pecar sin Dios, a veces no atina a encontrar con El los caminos de liberación.

A veces confunde los caminos y por eso muchos han intentado hacer un manojo con los males o con lo que juzgan como tales y eliminarlos: los genocidios, los odios raciales, la xenofobia, las cárceles, los sistemas totalitarios, las purgas masivas. Son intentos fallidos de destrucción de lo que se juzga un mal o que de hecho lo es. La oscuridad no se puede eliminar con tinieblas.

El Hijo no vino a condenar sino a salvar. Por tanto no es condenando al que sufre ya la condena de su pecado, o al que es víctima del pecado de otros que le han arrinconado en la miseria y la marginación, como se han de eliminar los males de la humanidad. En la cruz del que vino a salvar y no a condenar, se han crucificado todas las obras de las tinieblas.

La invitación es “optar por la luz”. Solo el arduo camino de gestación de espacios luminosos con obras de reconstrucción, de redención, de compromiso con la vida, darán lugar a esa vida nueva prometida por el redentor y ansiada por todos.

La confusión de Babel es una imagen de los desencuentros y rupturas de cualquier lugar y tiempo de la historia. Pero Jesús resucitado ha enviado su Espíritu para que desde el primer Pentecostés se vaya gestando también en la historia el reencuentro de los enemistados, la recomposición de todas las rupturas y enfrentamientos, la superación de todas las guerras y violencias que destruyen.

La luz que ha venido al mundo en Jesucristo, lucha para disipar esas tinieblas que dominan y someten voluntades, personas y pueblos. Por eso quien adhiere al contenido del Evangelio de Jesús opta por la luz y es un testigo frente a las tinieblas de maldad y de muerte. Hay que reiterarlo es preciso gestar espacios de luz que abran una brecha cada vez mayor en medio de las tinieblas de la historia.

Jesús levantado en la cruz es el testimonio del no de Dios al pecado en todas sus formas y es su si a todas las expresiones de vida de que somos capaces los seres humanos. En esa cruz está la condena al pecado y la salvación de los pecadores que acepten la liberación optando por la luz.

Con la luz que ha traído el Señor, estamos llamados a escribir una historia de encuentros y coincidencias, de pactos y acuerdos para el bien común, de saneamiento de las miserias que someten y dominan a tantos hombres y mujeres de ayer y de hoy.
 


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Última modificación: 30 de July de 2010