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Despenalizaciones
Conocida mi postura acerca de la despenalización del aborto, un amigo me hacía una pregunta que casi contenía la respuesta con un argumento irrefutable ¿despenalizar el delito? Y, en verdad que, a primera vista no se puede responder afirmativamente. Pero lo podemos pensar. No soy jurista y pienso que se podrá objetar mi razonamiento. Pretendo hacerlo desde el enfoque ético solamente. ¿Cuál es el sentido de la pena impuesta a un delincuente? En el razonamiento tradicional, quien infringe una ley debe compensar a la sociedad a la que ha agredido en su organización relacional. También se aduce que una trasgresión debe ser castigada con proyección ejemplar. Finalmente hay quienes piensan que ninguna pena puede prescindir del objetivo de disminuir los delitos atendiendo a las causas próximas y remotas que los motivan, y de intentar la regeneración del delincuente para integrarlo a la sociedad. Las penas por eso no pueden ser administradas arbitrariamente. Hay límites para imponer castigos, para obtener confesiones, para categorizar los lugares de prisión, para declarar culpables a las personas, para respetar derechos humanos fundamentales. De otro modo la penalización se parecería mucho a una legitimación de la venganza, que supera hasta la vieja consigna del “ojo por ojo y diente por diente”. Un elemento que no se tiene en cuenta habitualmente es que las penas legisladas o amenazadas presentan en sí mismas una variable posibilidad de ser evitadas, de acuerdo a las personas que cometan los delitos. Esto produce un efecto colateral que es la clandestinización. En relación con las posibilidades naturales o dependiendo de las circunstancias sociales concretas el aumento de ese clima marginal puede ser incontrolable. Y entonces se producen dos fenómenos. El delito se sigue cometiendo y crece constantemente sin que se brinde la posibilidad de analizarlo, descubrir y remediar sus causas. Entonces no hay compensación a la sociedad, no hay castigo, no hay proyección ejemplar, no hay posibilidad de remediar las causas profundas. Hay solamente la satisfacción de quedarse tranquilos con la calificación de delito que puede llegar a resultar infamante, y la asignación de penas que quedan en los libros o en el aire. Eso nos está sucediendo con el aborto y con la drogadicción. El número de abortos crece indefinidamente. Cuando no hay acceso a la medicina de primera, los métodos caseros producen muertes adicionales.. La clandestinidad produce que no se pueda adoctrinar, discutir, ni proponer soluciones a quienes no desean el fruto concebido. Impide también la educación previa en los métodos anticonceptivos eficaces. Y produce la tragedia de un crecimiento constante de muertes. El consumo de drogas crece también de modo incontrolado. En este asunto hay una especie de sobreabundancia de pretendidas muestras de la eficacia de la represión, traducida en secuestros constantes de droga en cantidades enormes, que después nadie sabe a dónde termina ni quién la recicla. La persecución de los narcotraficantes, que indudablemente constituyen una mafia, no da resultados. La calidad de la droga de precios accesibles es pésima y produce daños irreparables. La falta de control en el expendio y el apresuramiento del adicto, con todas las precauciones de lo clandestino, convierten el tráfico de las pequeñas dosis, en una aventura seductora para mentes juveniles. Un argumento final. La represión, la vigilancia, las leyes intimidatorias en el caso de los abortos y el consumo de drogas, no han dado resultados positivos. Casi diríamos, todo lo contrario. ¿Por qué no estudiar en serio la despenalización? No en el sentido de que solamente desaparezcan las penas, sino en el afán de producir todo un armado interdisciplinario que establezca controles, educación consciente y práctica responsable para que, al menos, cuando la trasgresión se produzca sea por libre decisión y no con una presión mafiosa. José Guillermo Mariani (pbro) |
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