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DISCRIMINACIONES
Se puede hablar de actitudes discriminantes por parte de las personas y por parte de la sociedad. En ambos casos esas actitudes delatan falta de madurez. La persona insegura necesita disminuir a otros para agrandarse y sentirse bien. La sociedad insegura se enferma de paranoia y vive asumiendo actitudes agresivas de defensa contra diversos grupos y sectores. La actitud de los vecinos de un barrio cordobés rechazando y logrando que se levantara un plan de viviendas para erradicar villas de emergencia, que ocuparían un baldío cercano, ha puesto sobre el tapete una discriminación que no sale a la luz con demasiada frecuencia. La que personal y socialmente vivimos frente a los “villeros”. Se trata en primer lugar de una discriminación social, imposible de remediar sin intervención del Estado. Discriminados por la imposibilidad de acceso a la educación, a la salud, al trabajo digno, a la capacitación laboral, a la vivienda y al alimento. Discriminados con el supuesto, de que todos tienen inclinación a la delincuencia para solucionar sus necesidades. Porque cuando se trata de investigar robos, la Policía allana sus casas y se apodera de aparatos electrónicos y otros objetos cuyas facturas de compra no pueden mostrar. Porque los medios de publicidad muestran con lujo de detalles cuando realmente se ha descubierto a un delincuente villero. Porque cuando hay que buscar votos se los obsequia y se los mima de palabra y bolsón para olvidarlos luego o dejarlos en manos de los punteros políticos. Porque cuando se les ofrecen viviendas no se tienen en cuenta las amistades, las costumbres, las escuelas, los centros de salud y su personal los vínculos creados en la zona, y simplemente se los instala e un “país” extraño, al que ahora se denomina “ciudad”. Esta realidad origina otras que empujan a la discriminación. Entre ellas el miedo a su proximidad como amenaza a la seguridad de los bienes, las vidas y las familias. Había en los argumentos esgrimidos por los vecinos del barrio cordobés algunas señas de discriminaciones personales. Alguien dijo la barbaridad “preferiría un basural a la presencia de esos vecinos” Otro un poco más delicado afirmó “disminuyen el valor de nuestras propiedades” Pero el argumento del miedo es muy fuerte y real. Ha sido sin embargo orientado equivocadamente enfocándolo hacia los villeros. Cierto es además que otras circunstancias deben ser evaluadas por los responsables de realizar las erradicaciones. No basta la razón de satisfacer las exigencias de los créditos internacionales. No basta trasladar una villa a casas iguales y mejores. Antes debería cuidarse suministrar elementos necesarios para la salud, puestos de trabajo, integración comunitaria en el lugar de habitación y asentamiento. Y nunca debiera pretenderse el imposible de que una comunidad de varios centenares de familias con diferencias de hábitos, nivel económico, capacitación laboral y otra cantidad de detalles, pueda ser integrada fácilmente a otra que ha construido sus propios vínculos y ha luchado comunitariamente para cada uno de sus logros. Finalmente, si resulta utópico acabar con los motivos sociales para discriminar, al menos debiéramos tener conciencia de que personalmente no sólo hacemos mal a otros, sino que resultamos nosotros mismos perjudicados cuando conscientemente discriminamos. José Guillermo Mariani (pbro) |
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