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El mayor acierto
La fuerza es la razón de las bestias. No sé quién es el autor de la frase. Yo la escuché por primera vez de labios del presidente Perón, en Junio de 1955 después del bombardeo de Plaza de Mayo por aviones de la Marina. La noche anterior, entre el 15 y el 16 de junio un allanamiento de la policía federal a la casa parroquial de Villa María, se había iniciado con una golpiza y culatazos que me proporcionó el uniformado que había saltado la reja y me exigía, pistola en mano, que sacara la llave para permitir la entrada del grupo a revisar la casa. Mi error o mi delito fue pedirle que me mostrara la orden de allanamiento. “Esta es la orden”-me respondió- asestándome el primer golpe y prosiguiendo luego hasta desvanecerme. La frase que parece tan concluyente siempre, tiene valor para quienes suponen que “las bestias” son los otros. Porque cuando ellos la usan, la fuerza y la violencia quedan justificadas como elementos para defender la justicia. De todos modos, lo cierto es que, justificado o no en algunos casos, el uso de la fuerza como expresión, como represión, disimulada o descarada, como último recurso para buscar justicia o como medida indispensable para defenderse o defender valores, siempre acarrea inconvenientes muy graves que lesionan la dignidad humana. En el conflicto del Gobierno con los productores del agro-exportador y ante la incertidumbre de los límites del desabastecimiento, se levantaron voces que creían llegado el momento de que se recurriera a la fuerza para cortar los piquetes que interrumpían las rutas y se apropiaban del derecho de paralizar la nación ufanándose por ello. Ejemplos de decisiones parecidas no están demasiado lejos. La represión policial para los saqueos a los Supermercados no pudo detener en el 89 la caída del presidente Alfonsín, que había logrado superar los levantamientos “carapintadas” en el 87. La de los cacerolazos del diciembre 2001 apresuró la huída por helicóptero de Fernando De la Rúa. La del puente Pueyrredón en junio del 2002, hizo tambalear el gobierno de Duhalde. En la presente crisis que ciertamente tuvo características de “levantamiento” imitando los cacerolazos y los saqueos de ese pasado demasiado reciente para olvidarlo, la sabia consigna de “no reprimir” estuvo muy clara desde el comienzo. Y se cumplió. Tanto, que una expresión de matonismo como la del piquetero y funcionario D´Elía, se aisló de inmediato, como actitud absolutamente personal. A mi juicio y, en medio de errores previos que señalan los que conocen la cuestión, esta actitud de no reprimir constituyó el mayor de los aciertos de la presente gestión, que no por eso perdió la firmeza en el mantenimiento de lo que responde a su proyecto de país y las medidas fundamentales conducentes a realizarlo. Y junto a esto, como para reforzar la razonabilidad del enfrentamiento y ahuyentar el fantasma de la violencia que siempre deja secuelas y cicatrices, la presidenta ha brindado una lección de información cuidadosa y profunda sobre todos los elementos que se manejan en la presente crisis. Aunque es admirable la eficiencia en recoger y sintetizar los datos que hacen al problema, cosa que admiró a los presidentes de las cuatro instituciones agrarias en la última reunión con ella, hay que reconocer que eso no puede darse sin una “obstinación de corazón” femenino, que no pone reparos en sacrificar tiempos, salud, descanso y muchas otras cosas exigidas para llegar a un conocimiento claro y profundo de tan complejos asuntos. Las cosas parecen encaminadas ya, con ese gran acierto político de no caer en el uso de la fuerza, por el camino del diálogo que deje a salvo, sin embargo, un proyecto de país al que no se ha renunciado a pesar de todas las presiones. Habrá que pulir todavía muchas cosas, sobre todo la dificultad de ceder un poco, cuando de ha adquirido conciencia de lo eficaz del uso de la fuerza. Esperamos que triunfe lo que resulte para bien de todos. José Guillermo Mariani (pbro) |
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