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Un poder oscuro
Porque se mueve en la noche. En la de las intenciones malévolas, en la de los
negocios turbios, en la de toda ausencia de principios humanos de convivencia,
en el dominio de la muerte, en el brillo del dinero que deja sin luz todos los
valores.
¿Existe ese poder? Indudablemente, sí. Y no es de un solo hombre, de un grupo,
de un momento. Es una cadena complicada y establecida entre dominios e intereses
de diversa índole que fabrican alianzas y trenzas para mantenerse, y anulan los
reparos de cualquier clase en la elección de medios para conseguir sus
objetivos.
Pero yo quiero referirme expresamente a uno de esos grupos que es además “de la
noche” porque es responsable de esas horas en que una juventud seducida por la
oferta de comunicación, de música, de baile y despreocupación divertida, es
aprovechada para el consumo de alcohol y estupefacientes que circulan
clandestinamente (otro elemento de seducción para la rebeldía juvenil) y se
convierten en antesala de accidentes de tránsito con muertes y secuelas que
marcan trágicamente y para siempre a cientos de hogares.
Las leyes procuran evitar estos abusos. Tienen números concretos y disposiciones
conocidas y esgrimidas por todos. 24.788 y 23.737. Pero los que deben exigir su
cumplimiento son tentados por importantes sumas para “hacer la vista gorda”. Y
se va tejiendo una red con urdimbre cada vez más estrecha que no permite
escaparse ni a los que la fabrican ni a sus víctimas. Y cuando la sociedad
empieza a tomar conciencia, porque se hacen inaguantables las lágrimas, los
reclamos y el dolor de los padres, la primera reacción es acusarlos a ellos,
declararlos culpables del desenfreno de los hijos porque no han sabido poner
límites. Y esto tranquiliza en un primer momento la conciencia social. Pero los
números crecen y las muertes se multiplican y llegamos a puestos destacados en
el ranking mundial. Y la culpa se proyecta entonces a las leyes y a las
autoridades que no las hacen cumplir. Y los reclamos se orientan en esa
dirección. Y menudean las denuncias de muchas personas cuerdas y respetables
respe que valientemente insisten en que se trata de un mal para todos. Y
diversas asociaciones de padres se van formando para hacer eficaces esos
reclamos que a la vez son gritos de dolor. Y entonces los verdaderos culpables
se sienten tocados. No es que revisen su conciencia. Ya la tienen acostumbrada a
descargarse cuando colocan sus bolsillos llenos en el otro platillo de la
balanza. Pero reaccionan en defensa de sus intereses que han aumentado de manera
prodigiosa y los ha convertido en “dueños de la noche” y de los chicos, a
quienes en muchos casos han logrado poner de su parte. Pero no basta. Cuando las
autoridades se han decidido a llenar su misión de hacer cumplir las leyes e
imponer a los delincuentes las sanciones correspondientes, aparecen las
intimidaciones. Primero a los responsables más cercanos, luego a los de arriba y
continuando su furia llegan a los jueces que no han logrado poner de su parte
untándoles las manos. Ha sucedido la noche del Sábado 7 cuando cinco balazos
traspasaron la puerta de entrada del domicilio de la Sra. Viviana Zalazar,
funcionaria municipal encargada de la inspección y clausura de boliches
violadores de las reglas fundamentales a que deben atenerse. No les interesa, a
muchos de sus dueños, que estemos perdiendo otra generación de jóvenes como
sucedió con la represión militar. Para ellos, lo importante es mantener el
negocio. Y están decididos a lograrlo de cualquier modo.
Ya nadie puede mirar con indiferencia ese poder oscuro y trágico que nos roba
vidas juveniles. Al margen de mezquindades políticas, hay que solidarizarse con
quienes se arriesgan a hacer cumplir las leyes. Eso sí está poniendo en juego la
seguridad de todos en el presente y para el futuro, con la apariencia festiva de
las luces, la música, la clandestinidad, la droga y el alcohol.
José Guillermo Mariani (pbro)
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