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Entretelones
Las afirmaciones de Guillermo Marcó vocero del Cardenal Bergoglio desataron nuevamente las iras del presidente. Después de la duda expresada por Monseñor Martínez de Posadas acerca de los avales que el presidente podría mostrar de su resistencia a la dictadura, y la enumeración de quienes en la Iglesia denunciaron valientemente las violaciones de los derechos humamos, (olvidando a Mons. Devoto en Goya y exaltando a Mons. Kemerer quien, al menos públicamente, no tuvo declaraciones importantes en este sentido), esto de que lo tilden como presidente de la discordia en lugar de unión entre los argentinos, no podía producir otro efecto que una de las reacciones acostumbradas del santacruceño. Creo que ambas acusaciones han dado en “donde más le aprieta el zapato” al presidente. Porque realmente viene siendo agente de discordia. Desalojó a Mons. Basseoto tras su invectiva contra el Ministro de salud, descubriendo todo su oscuro pasado, a pesar del apoyo oficial que le brindaron el episcopado y el Vaticano. Solicitó y logró la inconstitucionalidad del Decreto que anulaba la posibilidad de que tribunales internacionales juzgaran a los genocidas internos y de las leyes de punto final y obediencia debida. Propició la anulación del indulto decretado por Menem al que la iglesia oficial había adherido en su momento. Permite y alienta los juicios en contra de los violadores de los derechos humanos durante la Dictadura creando divisiones tan manifiestas como la de la marcha y contramarcha en Plaza de Mayo del 5 de octubre enfrentando derecha militarista con izquierda de la memoria. Favorece una legislación en la reforma educativa que declare obligatoria la educación sexual en las Escuelas, en contra del parecer de tantos católicos de ley que consideran que con esto se da un golpe mortal a la familia. Y si la cosa no para, se viene el juicio de Von Wernich que irritará a muchos miembros de la Iglesia que se pondrán en campaña para impedir el juicio oral y público. ¿Qué más hace falta para que la calificación de presidente de las discordias y desuniones esté justificada? Y el presidente la acepta, pero como un título honroso. Como una liberación de toda complicidad aunque esta se llame “amnistía general” dispara sin embargo la advertencia de que el diablo mete la cola tanto en los pantalones de los civiles como en las sotanas eclesiásticas. Y esto parece una ofensa muy grave. Pero, viéndolo objetivamente, no se trata de una novedad ni de una revelación, claro que tampoco es un lenguaje diplomático para referirse a una institución sagrada. Pero es que el cruce de acusaciones muchas veces saca a relucir las verdades más crudas sin reparar en costos. Y todo esto ¿por qué? Porque un obispo argentino, el de Misiones, Mons. Joaquín Piña, decide oponerse frontalmente al proyecto de reforma constitucional propiciado por el actual gobernador que pugna por establecer la posibilidad de reelección indefinida. Los argumentos del partido de la dignidad nacional cuyo candidato es el Obispo Piña y diez sacerdotes más son atendibles, sobre todo si su juicio sobre la corrupción moral y administrativa del gobernador Rovira se asientan en hechos reales. Es decir por un motivo puntual. Porque sobre el reclamo de que hay que dejar lugar para tantos ciudadanos valiosos que pueden ocupar puestos directivos, hay que pensar que, aunque se llegara a establecer la posibilidad de reelecciones indefinidas, la voluntad popular y el desgaste natural establecerían finalmente los límites racionales. No habría entonces tantos motivos de enfrentamiento. De otro modo la postura eclesiástica debió ser la misma en oportunidades como la reforma constitucional de Angeloz en Córdoba y la de Menem con el Pacto de Olivos, que no recibieron objeciones, Llama por otra parte, la atención, la pronta solidaridad con Piña expresada por buena parte de los Obispos, en su mayoría conservadores, y el detalle del nombramiento del sucesor Marcelo Martorell que recae sobre quien en este momento no goza de las simpatías de la plana mayor de Córdoba, y en lo ideológico se coloca claramente en la línea conservadora, además de sus innegables vinculaciones con el caso Yabrán como ecónomo de la Arquidiócesis regida entonces por Primatesta. Pareciera entonces que, sin ser demasiado malicioso, se podía pensar que toda la tensión desatada a propósito de la cuestión reeleccionaria indefinida tiene otro fondo. Que los hilos se mueven en otro plano. Una oposición que vaya creando obstáculos para una reelección de un gobierno o una tendencia política que se está atreviendo a ignorar las exigencias e intereses eclesiásticos. Una disputa de poder. Del que la Iglesia, con tantos factores de descrédito necesita volver a posesionarse. P. Guillermo Mariani |
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