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Estado débil, empresas fuertesParece simplista pero, en cierto modo, estas dos frases diagnostican una situación real. La globalización económica produjo casi inmediatamente un debilitamiento de los estados que quedaron sujetos o se sometieron gustosa e ingenua o interesadamente a sus exigencias. Nuestra experiencia menemista con el gran conductor de la economía, entronizado nuevamente por De la Rúa, Domingo Cavallo, es aleccionadora. En teoría y práctica sujeto a la ideología de la globalización económica, y convertido en el principal protagonista durante esos gobiernos como agente representativo de los grandes capitales y empresas multinacionales, produjo exacta e impunemente lo que esos intereses reclamaban. Nuestros países, a pesar de ciertas épocas de prosperidad y crecimiento, no dejan de ser países emergentes. Los condicionamientos de todo orden en el contexto internacional los mantienen aherrojados en un límite de acción y proyección, que es considerado como un techo que no pueden y no deben sobrepasar. Frente a esta realidad, ante la vulnerabilidad de la industria nacional, el empleo, la explotación de las riquezas naturales, la exploración del subsuelo, seguridad de la banca…etc. Para defenderse de la voracidad empresaria, es indispensable un dique que no puede situarse en otro espacio que el del estado. Un estado fuerte es el único recurso para defenderse de las agresiones internas y externas. Ya tenemos una experiencia medida pero positiva, en las resoluciones tomadas durante el gobierno kirchnerista frente a los organismos internacionales que supuestamente, de acuerdo a la oposición agorera, nos iba a dejar abandonados en el espacio, lejos de todos los beneficios del primer mundo. Hay un acuerdo que se está manifestando entre los economistas sin prejuicios opositores, de que esas medidas que nos aislaron, constituyen hoy nuestra esperanza de quedar también aislados, al menos relativamente, de la gran crisis recesiva que se avecina. Pero estamos o nos han inclinado astutamente, en posición habitual de desacreditar al estado. Nos adherimos a cualquier clase de denuncias o dudas. A una valija, a los rumores del dinero que los Kirchner tienen en el exterior, al costo de los viajes o los trajes de la presidenta, a la ilegitimidad de su título profesional, a los exabruptos del presidente Chávez que comprometen también a nuestro gobierno que comparte con él la ambición de un MERCOSUR poderoso… Es mucho más aceptado estar en oposición encarnizada que ser medianamente oficialista. Y esto es sabiamente utilizado por las grandes empresas que se restriegan las manos mientras nosotros señalamos la corrupción de los gobernantes y las dejamos tranquilas devorando todo lo que vamos dejando a su alcance. Sin pensar que tengamos que cerrar los ojos a los errores de conducción, creo que tenemos que mantenerlos muy abiertos orientándolos hacia las grandes empresas que acumulan dividendos como resultado del incumplimiento de condiciones legales y contractuales y sobre todo en la explotación de los trabajadores a quienes han seducido previamente con propuestas laborales. Hacia las que no tienen reparo en robarnos no sólo las tierras sino la salud propia y de nuestros hijos con la contaminación ambiental. También en esto creo que es necesario reparar no sólo en los daños ecológicos, sino también la injusticia esclavizante a que están sometidos los empleados de los grandes monopolios, por ejemplo de los hipermercados, cuyos trabajadores quedan silenciosos, por el temor a ser despedidos en cualquier momento y son sometidos por eso a una cantidad de abusos. El proceder presidencial viene encarando eficaz y prudentemente los problemas más urgentes. Creo que no hay que mezquinar la aprobación, porque la fortaleza y firmeza de las decisiones que se van adoptando dependen en un gran porcentaje del apoyo popular con que el estado esté fortalecido. José G. Mariani (pbro) |
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