La Cripta Virtual: Un espacio para hablar Sin Tapujos

"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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Hijos y madres

 

¡No se la pensaron nunca! Los generales con uniformes galardonados, porte marcial y rostros impasibles considerándose libertadores de la patria frente a las apetencias del comunismo internacional y lanzándose como si fueran dioses a purificar la sociedad, se olvidaron de que estaban asesinando a hijos con madres y a padres con hijos. Y por eso no atinaron a pensar en el juicio de la historia, a la que juzgaron livianamente como inclinándose siempre del lado de los vencedores. Por eso no escatimaron esfuerzos ni calificaron medios. Ni desaparición de inocentes, ni torturas, ni fusilamientos descarados, ni apropiación de bebés, ni mentiras publicitadas como dogmas, ni apoyo en una iglesia, aliada del poder represor y alienada de la visión de Jesús. Lo usaron todo y hundieron al país. Pretenden monumentos porque están convencidos de que prestaron un servicio incomparablemente valioso. Pero resulta que esa historia en cuyo juicio laudatorio se asentaron, estaba repleta de corazones. De corazones de madres que nunca dejan de serlo y por eso no hay distancias ni ausencias que puedan aquietarlos. De corazones de hijos, que aún ignorando muchas veces su origen, no dejan de bombear la  misma sangre que les trasmitió el cordón umbilical.

Y el golpetear de esos corazones se hizo sentir. Con la fuerza de los bombos en las manifestaciones callejeras y en los escraches, y con la potencia de la razón y las exigencias frente a la justicia, tan remisa y acomodadita a las “normas de tránsito” de cada gobierno de turno.

Viví con emoción, casi al margen de la euforia juvenil, la marcha del Lunes 24. Porque en la presencia juvenil extremadamente superior a la de nosotros los mayores, sentía latir la sangre nueva, pero desde corazones viejos. La de los hijos sintiéndose asociados a sus padres. La de las madres, padres y abuelos experimentando la energía de las vidas que engendraron.

El número es importante. Las consignas cantadas y gritadas también lo son. Quince mil, la cantidad disminuida por los medios, treinta mil el número exagerado quizás por  los organizadores, pero simbólicamente importante para borrar con gritos de justicia las voces calladas de otros treinta mil aplastados por la represión.

No puedo sustraerme del entusiasmo y la emoción multitudinaria de los amontonados en las calles y los curiosos de las veredas. Sé que brotan de muchas partes las objeciones supuestamente  imparciales y diplomáticas sobre que no hay que olvidar los crímenes de la guerrilla, que hubo atrocidades de ambos bandos.  Objeciones que explican muchas ausencias. Se trata de gente que olvida que la provocación inicial que prendió en una generación juvenil cansada de mentiras, fue la injusticia cada vez más descarada en el aprovechamiento de los menos dotados, países y personas. Lo que la Iglesia de Pablo VI calificó como “pueblos pobres y pobres de los pueblos” y denunciando el aumento sin pausa de  “diferencias irritantes”. Ése es el contexto. La violencia ya había comenzado cruel y despiadada antes de estallar los conflictos armados con las organizaciones revolucionarias. Incluso se estaba preparando en escuelas de alto perfeccionamiento (como sucede en la actual Colombia) la resistencia represiva más sofisticada. Y los ideales de cambio por una sociedad más humana, que fácilmente seducen las mentes virginales de los jóvenes, avanzaron hasta pretender la eficacia. Y las fieras dejaron sus guaridas y sus  jaulas y los devoraron sin piedad. No se trata de dos bandos. Se trata del poder convencido de que los únicos interese son los que  defienden sus detentores. Del poder opuesto al pueblo. El 24 sentí que en el ritmo de las murgas y las incansables acrobacias juveniles volvían a estar conmigo los muchachos y chicas con quienes nos animamos a soñar y comprometernos con una realidad más humana, dándole sentido y proyección a nuestras vidas. No están y eso duele mucho. Pero siguen estando en los de hoy, en los que no pueden dejar de estar, hijos y madres. Y eso renueva la esperanza y el optimismo.

José Guillermo Mariani


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Última modificación: 30 de July de 2010