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Inseguridad
No vamos a hablar de inseguridad social. Es un tema muy discutido que ha provocado constantes reclamos y también intentos de soluciones. Siguen, sin embargo, multiplicándose los asaltos, los arrebatos, la violación de todas las prevenciones de seguridad, en los espacios abiertos y en los countries, de día y de noche, en la vía pública y en los departamentos de propiedad horizontal, en las mansiones y en las casas de clase media, en los supermercados y en los quioscos. Una opinión muy respetable sostiene que una situación social de exclusión de los tentadores beneficios aportados por el consumismo de los que muy pocos pueden gozar, y la imposibilidad de acceso a bienes fundamentales como salud, empleo y educación, constituyen las verdaderas y profundas causas de tanta inseguridad. Pero no es éste el tema de mi reflexión. Se trata de una inseguridad que podríamos llamar “generacional” que está visualizándose como creciente y tremendamente peligrosa. La inseguridad que afecta a los jóvenes. Inseguridad personal provocada por múltiples causas que se convierte en multitudinaria y por eso “generacional” y adopta modos y modas de remediarse que parecen escapar todo control. La búsqueda febril de “estar con” en los espectáculos propagandizados por los medios, en los que una multitud se mueve al compás de un mismo ritmo y prorrumpe en las mismas exclamaciones y se deslumbra con el espectáculo de relámpagos de luces y colores concluyendo en un clima de excitación individual, al margen de toda comunicación hasta con los más próximos, es un indicio masivo y muy notable de esa inseguridad de los solos. El alarde de muchos conductores de motocicletas que zigzaguean entre los automóviles con absoluta desaprensión, como si nunca un roce imprevisto pudiera causarles la muerte. El desafío de jóvenes que conscientes de que se acaba la vigencia del semáforo, no apuran la marcha como si fueran los otros quienes deben cuidarlos. Las borracheras que los aíslan del mundo y las drogas que los hacen entrar en un clima de alienación feliz. Todos estos son los indicios de esa enfermedad, la inseguridad interior, el bajón de la autoestima, la necesidad de que los otros se escandalicen y alarmen con su proceder para sentirse importantes. Ya nos estamos impresionando por esa moda británica de colocarse en las vías de los trenes, entre los durmientes, aguardando el paso veloz y estremecido de las máquinas de hierro, o colocarse de pie en medio de los rieles desafiando al tren para saltar en el último segundo. Todo esto filmado cuidadosamente para subirlo a Internet y suscitar el espanto y la admiración que los halaga y los hace sentir importantes. Siempre la inseguridad natural de los adolescentes(los que adolecen) tuvo expresiones parecidas pero relativamente inofensivas. Para muchos de nosotros afeitarnos los primeros vellos de la cara o dar las primeras secas a los cigarrillos de papá, significó sentirnos grandes e ir abandonando “la edad del pavo”. Pero la expresiones de hoy son alarmantes por el peligro que importan para la conservación de la vida y la normalidad, y porque con esos desafíos artificiales se evitan los verdaderos desafíos cotidianos exigidos por la realización personal y comunitaria. Como sociedad tenemos que compenetrarnos de este problema. Tienen que abrirse para los jóvenes los espacios de las responsabilidades y el trabajo. No sólo para los genios sino para los menos dotados aunque no se trate de discapacitados. Tenemos que volver a creer en ellos para que crean en sí mismos como luchadores en un mundo difícil pero sintiéndose con fuerzas suficientes para vencer las dificultades y conquistar la felicidad individual, de la pareja, del hogar, de la realización profesional y laboral, de la autoestima que hace que no sea necesario ni despreciar a los demás ni suscitar admiración por “niñerías” peligrosas e inútiles. Pbro.José Guillermo Mariani |
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