La Cripta Virtual: Un espacio para hablar Sin Tapujos

"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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LA IGLESIA QUE YO QUIERO. Por Guillermo González

“La Iglesia que yo quiero no tiene campanarios. Las palomas se encargan de avisar a la gente. Le dicen “¡Buenos días, la vida sigue viva! ¡Vamos a celebrarlo con un poco de vino!”

José Luis Cortés

Quizás los españoles puedan conseguir los libros de este autor. En España vive. Es un excelente dibujante, sociólogo, teólogo y sacerdote. Dijo que se fue a trabajar a unas “chabolas” porque leyó que Dios tiene debilidad por los pobres. “A ver si me toca algo”... expresó con su buen humor y su sencillez de siempre. Editó sus libros en Editorial “Paulinas” o “San Pablo” (no recuerdo exactamente), que son algo parecido pero no la misma cosa como empresa. Realmente valen la pena.

Les recuerdo algunos títulos: “Un Señor como Dios manda”, “Francisco, el buenagente”, “Teresa, la de Jesús” y unos cuatro o cinco más.

Recomendaciones aparte, el texto que transcribí arriba refleja plenamente una manera de sentir la Iglesia que es la que siempre tuve y con la que todavía sueño.

Me refiero a una comunidad en la cual “lo que salte a la vista”, aquello que la diferencie de cualquier otro grupo humano, no sea el “verticalismo” sino la “fraternidad servicial”.

Un espacio definido por las palabras

“hermano”,

“hospitalidad”,

“sencillez”,

“hondura”,

“compartir”,

“encuentro”,

“celebración”,

“apertura al Misterio” (que es regalo y no conquista muscular del hombre),

“oración”,

“alabanza”,

“canto” (y, por qué no, también “danza”, como danzaba David)

“alegría” (no la de los ingenuos que se tapan los ojos, sino la que surge de la Fe adulta, esa que aprendió a no derrumbarse ante las dificultades porque mira la realidad desde la Pascua del Cristo que derrotó a la muerte) ,

“estrecharse las manos”,

“compromiso con la vida” (toda vida, la humana y la del cosmos, porque viene de las manos amorosas del Padre),

“militancia por la justicia”,

“capacidad de conmoverse y la consiguiente PRÁCTICA a favor de los que más necesitan”.

Y, por supuesto, un espacio así debe ser un ámbito en el que se respire el aire puro de la “LIBERTAD”.

Hay que ser justos y reconocer que QUEDAN espacios así. Por lo menos en América Latina. Pero no es menos cierto que lo que pre-domina (y el guión no fue un error dactilográfico sino que tiene una intención) en nuestras Iglesias se parece bastante poco a lo que acabo de enunciar.

La condena a Tamayo (más allá de sus aciertos o desaciertos teológicos) desnuda una Iglesia que no puede curarse aún de su AUTORITARISMO. Es una Iglesia en la que predominan “otras palabras”:

“jerarquía”,

“obediencia”,

“sumisión” (que implica siempre un “sometedor”, aunque ya sabemos que hay "sumisos vocacionales": en Argentina les llamamos “chupamedias”),

“distancia entre pueblo y servidores” (la palabra “MINISTRO” en latín significa SERVIDOR, etimología que nuestros conservadores -¡tan latinistas ellos!- inexplicablemente han olvidado y hay que ayudarlos a salir de tan dañina “amnesia”),

“ritualismo” (la Iglesia reducida a “un mostrador en el que se despachan sacramentos” sin una sólida evangelización y catequesis previa),

“distancia”,

“indiferencia” (pienso en esas parroquias enormes en las que uno es “un número perdido en la multitud” y nadie es “alguien” para los demás),

“pilatismo social” (la actitud de “lavarse las manos” frente a los problemas que vive el pueblo, sus dolores y luchas cotidianas),

“compromiso con el poder” (y la consiguiente lejanía respecto a los humildes),

“facilidad para condenar” (y dificultades para comprender y generar unidad en la verdad y en el amor),

“amenaza” (si no piensas como decimos que hay que pensar –ES DECIR, SI PIENSAS- serás excomulgado),

“miedo” (sí padre..., cómo no padre..., ¿está bien así padre? Si no, lo cambio...),

“legalismo” (el Código de Derecho Canónico como si fuera Palabra Revelada y ANTEPUESTO a ella),

“burocracia” (el arte de complicar lo que puede ser muy sencillo; papeles para todo; todo agendado y prolijito, menos la conciencia),

“ostentación” (esos templos “principescos”, esas vestiduras fastuosas para “marcar distancias”; en una localidad de Córdoba hay una Catedral que se enorgullece de un portahostias –se llama “custodia”- hecha con CUATRO KILOS DE ORO MACIZO. Yo tendría vergüenza y no “orgullo” por esa traición al espíritu evangélico),

“discriminación de la mujer” (son más de la mitad de la humanidad y de la Iglesia, pero en ella las mujeres NO EXISTEN: no tienen voz ni voto y, por supuesto, están EXCLUIDAS DEL MINISTERIO),

“paternalismo” (por lo tanto, una relación vertical, aunque travestida de afecto; nada que ver con la “FRATERNIDAD” que enseñó y practicó Jesús),

Etcétera, etcétera, etcétera.

No caeré en la exageración de afirmar que en la mayoría de las Iglesias se verifican estas características, ni mucho menos todas juntas. Pero el pre-dominio de estos conceptos, y no de los que están en la primera parte, explica que un ámbito humano así se caracterice por su FALTA DE LIBERTAD.

Y esto es muy grave. Porque si algo caracterizó a Jesús de Nazaret fue su ENORME, INAUDITA e IMPERDONABLE LIBERTAD. Un teólogo llegó a decir que Jesús es matado porque los hombres de su tiempo NO PUDIERON SOPORTAR TANTA LIBERTAD JUNTA. (Recomiendo Christian Ducquoc: “JESÚS, HOMBRE LIBRE”, entre otros autores recomendables).

Vuelvo a una idea que bosquejé en otra oportunidad. Pablo ha dicho que la Iglesia es el “CUERPO de Cristo”. Ahora bien, para entender esto que dijo Pablo, hay que haber comprendido primero QUÉ ES EL CUERPO. Entonces, no queda otro camino que desempolvar la Antropología Filosófica, de tanta ayuda a la hora de pensar el cristianismo.

El cuerpo es muchas cosas, pero sobre todo dos muy concretas:

1. El cuerpo ME HACE VISIBLE a los demás. Gracias a él, mis prójimos me ven y me reconocen.

2. Me permite intervenir en la realidad para transformarla. Esta característica del cuerpo fundamenta todo el mundo del TRABAJO.

En resumen: el cuerpo visibiliza la persona y le permite transformar la realidad.

Pero apliquemos esto a la Eclesiología y seamos francos.

¿Qué vemos cuando contemplamos las comunidades eclesiales con sus jerarquías, su boato, sus cánones y su ritualismo? ¿Vemos a Jesús de Nazareth, a aquél que dijo “yo estoy entre ustedes como el que sirve”?

¿Vemos a Él, o vemos una estructura mundana más, solo que ridículamente anacrónica y enferma de mundanidad? (Propiedad primera del Cuerpo).

¿La vemos involucrada en los problemas de su pueblo, empujando utopías y denunciando injusticias, transformando la “ciudad de los hombres” en la “ciudad de Dios” (San Agustín)? (Propiedad segunda del Cuerpo).

Si ustedes ven eso, yo tendré que ir al oculista urgente...

Pero si yo no estoy tan bizco y las comunidades presentan muy poco de lo antedicho, hay que sacar con honestidad las consecuencias y llegar “hasta el hueso” en las conclusiones:

Si estas Iglesias NO VISIBILIZAN AL CRISTO DEL EVANGELIO, no son EL CUERPO DE CRISTO.

Si estas Iglesias NO SON LOS BRAZOS MEDIANTE LOS CUALES EL CRISTO TRANSFORMA LA REALIDAD EN DIRECCIÓN A LA JUSTICIA Y LA COMUNIÓN, NO SON EL CUERPO DE CRISTO.

Y, sin miedo (esto significa “parresía” en griego), vayamos más al fondo:

SI NO SON EL CUERPO DE CRISTO, NO SON IGLESIA. Por lo menos en el sentido en que Pablo piensa la comunidad eclesial.

¡Y me parece que nadie osará negarle a Pablo autoridad para decir qué es y qué no es la Iglesia!

Por eso son antieclesiales las condenas a los teólogos, las amenazas a los que se atreven a pensar con su cabeza y todos los “eructos autoritarios que todavía sueltan algunos “jerarcas”.

La libertad no se regala. Nunca la regalaron los poderosos de este mundo. A la libertad hay que conquistarla con paciente afán, con empecinada lucha cotidiana. La historia, maestra de la vida, está abarrotada de ejemplos en este sentido.

Por eso esta Página que se llama “Parresía”.

Porque no le vamos a pedir permiso a nadie para pensar ni nos vamos callar.

Y porque, en definitiva, no reconocemos otra definición de “autoridad” que la que dio el Papa Pablo VI en su momento: La autoridad no es un privilegio ni un poder mundano más. Es una “PRIMACÍA EN EL AMOR Y EN EL SEVICIO”.

Por si alguien se siente escandalizado al leer estas reflexiones, termino recordándole una frase que utilizamos al explicar el nacimiento de la Iglesia primitiva (Original o Fundacional, sería mejor llamarla) desde el seno del judaísmo en el siglo primero:

“QUERIDA, YO NO ME VOY. TÚ ERES LA QUE SE QUEDA”...


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Última modificación: 30 de July de 2010