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La Reforma del Vaticano. Lo que la Iglesia puede aprender de otras instituciones. Por Thomas J. Reese*

Con demasiada frecuencia, cuando alguien propone la reforma de las estructuras de la iglesia, el reformador es atacado por tomar prestado de la esfera política secular, como si esto fuera necesariamente algo malo. Pero a través de la historia, el Vaticano a menudo ha imitado la organización de las instituciones políticas seculares. Hoy el gobierno de la iglesia está más centralizado que en cualquier otro momento de su historia. Para hacer que la iglesia sea más colegiada, el Vaticano debería volver a adoptar prácticas del mundo político secular.

Cuando San Pedro llegó a Roma, no nombró cardenales inmediatamente ni estableció las oficinas que vemos hoy en el Vaticano. Sólo tenía un secretario para que lo ayudara con su correspondencia. En los primeros siglos, el obispo de Roma tenía ayudantes como los de cualquier otro obispo: sacerdotes para las casas-iglesias, diáconos para la asistencia caritativa y la catequesis, y notarios o secretarios para la correspondencia y el mantenimiento de archivos.

 

Ya en el siglo IV, los notarios eran una constante en el papado, como lo fueron en la corte imperial. Como ayudantes directos del Papa, estos hombres escribían cartas y mantenían registros de la correspondencia y otros documentos oficiales. Tomaron minutas durante el Concilio de Letrán del año 649 y prepararon sus actas. Debido a su formación y experiencia, a veces eran enviados por los papas en misiones diplomáticas o a concilios ecuménicos en el Este.

 

En el siglo XIII la cancillería apostólica era ya una oficina importante, y el canciller era el principal asesor y asistente del papa, así como lo hacían para los monarcas europeos. Antes de convertirse en Papa, Juan XXII (1316-1344) había sido canciller del rey francés, y utilizó sus conocimientos en la organización de la cancillería francesa para manejar los asuntos papales. La cancillería fue posteriormente eclipsada por el datario apostólico y luego por la oficina del sello privado y, por último, por el secretario de Estado. Todos estos tenían sus paralelos en la sociedad secular.

 

Asimismo, el colegio de cardenales evolucionó a partir de un grupo de los principales sacerdotes y diáconos de Roma hasta convertirse en una corte papal que asesoró y eligió papas. Los cardenales a menudo se compararon a sí mismos con el antiguo Senado Romano. Con el paso del tiempo y el aumento de trabajo papal, la práctica de consultar al colegio de cardenales en el consistorio se volvió común. Al principio, el colegio se reunió mensualmente, pero a principios del siglo XIII se reunía tres veces a la semana—los lunes, miércoles y viernes. En muchos aspectos, el papa y los cardenales funcionaron como una corte, de forma similar a las cortes reales de Europa durante la Edad Media; pero el hecho que los cardenales elegían al Papa dio al colegio de cardenales una clase de poder de la cual no gozaba la nobleza en la mayoría de las naciones. Más tarde, el papel de los cardenales fue severamente restringido por papas cada vez más poderosos, de igual modo que el poder de los nobles se vio reducido después del surgimiento de los monarcas "absolutos".

 

Por lo tanto, la estructura de la curia romana ha cambiado a través del tiempo, y con frecuencia los papas han tomado prestado o han adaptado prácticas del gobierno secular. Es razonable entonces concluir que cambiar la organización del Vaticano en el día de hoy a través de la adopción de prácticas del mundo político contemporáneo estaría en consonancia con la larga tradición de la iglesia.

 

Papado centralizado

 

El papado contemporáneo reina sobre la iglesia con poderes que serían la envidia de cualquier monarca absoluto: el papa tiene autoridad suprema legislativa, ejecutiva y judicial con pocos controles sobre su poder. Este poder es especialmente evidente en el nombramiento de obispos.

En los primeros siglos de la iglesia, el obispo local fue elegido por y desde el pueblo. Idealmente, el pueblo se reunía en la Catedral, donde, después de orar juntos, se seleccionaba un hombre santo y de talento para conducirlos. En la práctica, a menudo había enfrentamientos (algunas veces violentos) entre las facciones que apoyaban a diferentes candidatos, dividiendo la comunidad. Los fieles no siempre hablaban con una sola voz.

 

Con el paso del tiempo, el proceso de selección evolucionó para incluir no sólo al pueblo, sino también al clero local y a los obispos provinciales en un sistema de controles y equilibrios. El Papa León I (440-461) describió el ideal diciendo que nadie podía ser obispo a menos que fuese elegido por el clero, aceptado por su pueblo, y consagrado por los obispos de su provincia. El clero conocía a los candidatos mejor que el pueblo y tenía menos probabilidades de resolver sus controversias mediante el recurso a la violencia. Sin embargo, como líder de la comunidad, el obispo tenía que ser aceptable para el pueblo. El clero, por lo tanto, presentaría un candidato a la gente, que normalmente indicaría su aprobación por vítores. En el caso de recibir abucheos, el clero tenía que volver a intentarlo. Para ser un obispo, el candidato tenía que ser consagrado por los obispos de su provincia, bajo la dirección del arzobispo metropolitano. Si era inaceptable debido a herejía, inmoralidad o alguna otra falla, los obispos podían negarse a ordenarlo.

 

El problema con este proceso democrático era que podía ser eludido por poderosos nobles y reyes que no tenían ningún respeto por la democracia. Podían simplemente imponer su voluntad sobre la iglesia a través de la fuerza o amenazas de violencia. Como Fulbert de Chartres escribió en 1016, "¿Cómo se puede hablar de elección cuando el príncipe impone una persona, de modo que ni el clero ni el pueblo, por no hablar de los obispos, pueden contemplar otros candidatos?" El nombramiento de obispos por los reyes y nobles llevó a la corrupción del episcopado cuando los bastardos reales y los favoritos políticos eran elegidos para el puesto.

 

Los reformadores papales desde Gregorio VII en adelante, vieron como parte de su rol, luchar contra la influencia política en la selección de los obispos. Pero también debe recordarse que nobles y reyes a veces fueron reformadores de la iglesia. Fue el emperador alemán Enrique III que, en el siglo XI, depuso a tres "papas" para empezar una larga línea de papas reformistas. Y fue otro rey alemán, el emperador Segismundo, quien fue capaz de poner fin al Gran Cisma Occidental.

 

Todo esto cambió en el siglo XIX, cuando las revoluciones eliminaron la mayor parte de los reyes católicos en Europa. En lugar de devolver la selección de los obispos a la iglesia local, los papas la hicieron su propia prerrogativa. Como era de esperar, esto condujo a la designación de obispos que fueran leales a Roma y apoyarían su preeminencia en la iglesia.

Pero el nombramiento de obispos no es el único ejemplo de la consolidación del poder del papado. En los primeros siglos de la iglesia, consejos regionales o nacionales de obispos ayudaban a definir la doctrina, coordinar la política de la iglesia, e incluso proporcionaron un foro para juzgar a los obispos. El obispo de Roma actuaba como un tribunal de apelación cuando había desacuerdo entre los obispos y los consejos. Las conferencias episcopales nacionales son las verdaderas sucesoras de estos consejos, pero el Vaticano se niega a darles la misma independencia para actuar que tenían los consejos de antaño. Del mismo modo, en un tiempo los concilios ecuménicos tenían una mayor independencia; según algunos teólogos, los concilios hasta tenían la autoridad para impugnar papas.

 

La centralización del poder en el Vaticano fue a menudo una respuesta legítima a la injerencia política de los reyes y nobles en la vida de la iglesia local. Los papas podían hacer frente a los reyes mejor de lo que podía hacerlo la iglesia local. Pero ahora que son pocos los reyes o los nobles que están en condiciones de meterse con la iglesia, se podría argumentar que esa centralización ya no es necesaria y que es, de hecho, contraproducente.

 

Posibles reformas

 

Si la historia muestra que la iglesia siempre ha tomado ideas y estructuras de la sociedad civil, entonces surge la pregunta: ¿Cuáles son algunas de las mejores prácticas en la sociedad civil que pueden ayudar a la iglesia de hoy? En los últimos dos siglos, la sociedad civil ha aprendido que el buen gobierno exige: la eliminación de una nobleza poderosa, la adhesión al principio de subordinación, y la creación de un sistema de controles y equilibrios. Voy a proponer seis reformas que creo reflejan las prácticas que han probado ser exitosas en la sociedad civil.

 

1. Hacer del Vaticano una burocracia, no una corte. La mayoría de los países han encontrado que una corte real integrada por un rey y su nobleza no es una buena manera de gobernar. El Vaticano sigue siendo tanto una corte como una burocracia, refiriéndose a los cardenales como los “príncipes de la iglesia” y obispos que actúan como nobles. Yo recomendaría en cambio que ningún funcionario del Vaticano sea nombrado obispo o cardenal. Uno de los problemas con los nobles y los obispos es que es difícil despedirlos, incluso cuando son incompetentes o cuando hay un cambio en las administraciones. Esta reforma también haría recordar a la burocracia del Vaticano que es un sirviente del papa y del colegio de obispos y no una parte del magisterio.

 

2. Fortalecer los cuerpos legislativos de la iglesia. Al mismo tiempo que el rol de la nobleza en el gobierno fue declinando en la sociedad civil, el papel de las legislaturas independientes fue cada vez mayor. Ninguna filosofía política moderna aconsejaría que la estrategia dependa únicamente de la sabiduría de un ejecutivo. Hay un reconocimiento universal de que el sínodo de obispos creado por Pablo VI no ha podido estar a la altura de las expectativas. Yo recomendaría que ningún miembro de la burocracia del Vaticano sea miembro del sínodo de los obispos: podrían asistir al sínodo como expertos y asistentes, pero no como miembros con derecho a voto. Todos los miembros del sínodo deben ser elegidos por las conferencias episcopales; ninguno debe ser nombrado. El sínodo también debería reunirse periódicamente – por ejemplo, una vez cada cinco años – y, por supuesto, necesitaría de comités para preparar las agendas y documentos entre las reuniones. También debería haber un concilio ecuménico al menos una vez cada generación.

 

3. Convertir las congregaciones en comités sinodales elegidos. Las congregaciones y consejos del Vaticano son comités de cardenales y obispos nombrados por el Papa. Cada una es responsable de un área dentro de la iglesia, como la liturgia, el ecumenismo, la evangelización, y el derecho canónico. Los cardenales del Vaticano son los miembros más influyentes de estos comités. El presidente de cada comité (llamado “prefecto” para una congregación y “presidente” para un consejo) es también el jefe de una oficina del mismo nombre. Estas oficinas asesoran al Papa y aplican las políticas de la iglesia.

Una función importante de cualquier cuerpo legislativo es la supervisión de la burocracia. En consecuencia los miembros de las congregaciones y de los consejos del Vaticano deben ser elegidos por los sínodos o por conferencias episcopales; de esa manera podrían actuar como órganos para la formulación de políticas y la supervisión de la burocracia del Vaticano. Los burócratas del Vaticano tampoco deben ser miembros de las congregaciones, aunque podrían asistir a las reuniones en calidad de expertos y asesores.

 

4. Crear un poder judicial independiente. Uno de los elementos más importantes en un gobierno que opera bajo el imperio de la ley es un poder judicial independiente. Permitir que el poder ejecutivo acuse, enjuicie, juzgue, y condene a un acusado es hoy considerado una violación del debido proceso. El tratamiento de los teólogos acusados de disidencia por la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) es uno de los escándalos de la iglesia. Este escándalo seguirá siendo enorme mientras la CDF continúe actuando como policía, fiscal, juez y jurado. Un jurado independiente, tal vez formado por obispos retirados, podría corregir el problema.

 

5. Elegir los obispos. El nombramiento de los obispos por el papa es una innovación moderna que emula un modelo corporativo en el que el Papa actúa como Director Ejecutivo y los obispos como los administradores de las sucursales. Mientras el modelo corporativo está muy centralizado, los modelos políticos exitosos nos enseñan que los líderes locales deben ser elegidos por los ciudadanos locales. Hoy en día podría ser posible, y conveniente, volver al sistema aprobado por el Papa León I, de manera que cada obispo sea elegido por el clero local, aceptado por el pueblo de su diócesis, y consagrado por los obispos de su provincia.

 

6. Fortalecer las conferencias episcopales haciéndolas consejos. No todo puede o debe ser decidido por un gobierno centralizado. La enseñanza social católica habla de la importancia de la subsidiariedad en las estructuras y en las políticas: lo que se puede hacer a nivel local debe hacerse a nivel local. En tiempos antiguos, los consejos locales y regionales de los obispos desempeñaban un papel importante en la determinación de la enseñanza y disciplina de la iglesia. Las conferencias episcopales deben convertirse en consejos episcopales. Necesitan recuperar un rol independiente en el establecimiento de la política de la iglesia. No debe existir la necesidad de que cada decisión y documento sea revisado y ratificado por el Vaticano. Se debe confiar en que los obispos saben qué es lo mejor para la iglesia local.

 

Estas seis reformas no traerán el reino de Dios. Ninguna estructura de gobierno es perfecta, y cada reforma tiene efectos secundarios negativos. Sin embargo, estas reformas ayudarán a la iglesia a seguir los principios de la colegialidad y la subsidiariedad. Vale la pena observar que la mayor parte de estas reformas significaría un retorno a prácticas y estructuras anteriores de la iglesia. Por supuesto, la reforma espiritual y la conversión son finalmente más importantes que la reforma estructural, pero eso no significa que la reforma estructural carece de importancia.
 

¿Cuáles son las posibilidades de que esas reformas tengan lugar en realidad? Como científico social, tengo que decir que están probablemente cerca de cero. La iglesia es ahora dirigida por un grupo de hombres que se autoperpetúa y que sabe que esa reforma disminuiría su poder. También es contrario a su teología de la iglesia. Pero, como católico cristiano, todavía debo tener esperanza.


Una versión más larga de este ensayo se publicará en Catholics and Politics (editada por Kristen Heyer, Miguel Genovese, y Mark J. Rozell, Georgetown University Press).


*Thomas J. Reese, SJ, ex editor de la revista America, es profesor senior en el Woodstock Theological Center de la Universidad de Georgetown.  Autor de Inside the Vatican. The Politics and Organization of the Catholic Church.

Fuente: Commonweal Magazine

Traduccion Joss Heywood


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Última modificación: 30 de July de 2010