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La vida que no crece, muere
El aliento infundido por Juan XXIII y el Concilio Vaticano II al catolicismo mundial, consistió en una actualización que se descubría necesaria para la Iglesia que iba quedando como furgón de cola en el proceso histórico de la humanidad. Este renacer de la Iglesia abrió las puertas al mundo, despertó expectativas crecientes en todos los círculos del saber, del arte, de la política, de las relaciones humanas, de las organizaciones internacionales, de los trabajadores por la justicia y la paz. Hoy las puertas se están cerrando. Un nacimiento no se puede concentrar en el hecho de comenzar la vida. La vida tiene que crecer. La mortalidad infantil siempre es una tragedia. Pero siempre hay interesados en impedir el crecimiento buscando la satisfacción en esa detención del camino hacia la socialización, la madurez, la integración en el mundo, el rendimiento personal y la felicidad. Se da en el orden personal y en el social. La Iglesia de 2006 está viviendo este proceso. Con la idea, que se vuelve prejuicio mágico, de que si se conserva lo viejo esto dará frutos porque el Espíritu Santo sacará de dondequiera que sea la fecundidad, se está viviendo el proceso claramente restaurador y de retroceso. Indicios muy claros son dos pronunciamientos vaticanos de los últimos días. El primero, la confirmación por parte del Card. chileno Medina Estévez, de que está marchando el motu propio (decreto personal) con que el Papa restablecerá la Misa de S.Pío V, en latín y de espaldas al pueblo, como una contribución a la unidad eclesial. Este cardenal Jorge Arturo Medina Estévez que da la noticia, es miembro de la Comisión “Ecclesia Dei” fundada por Juan Pablo II en 1998, con el intento de negociar la recuperación del lefevrismo que ya contaba con cuatro obispos ordenados por el cismático. Junto al colombiano Castrillón Hoyos, medina forma desde hace tiempo la dupla cómplice del Card. Ratzinger para establecer en el orden litúrgico y pastoral la misma estrictez que él estableció como Prefecto de la Congregación de la Doctrina de la fe. Detrás se mueven siempre los manejos y los intereses del Opus Dei. El segundo pronunciamiento llama, a pedido del Papa, a la realización de un ayuno eclesial de Adviento en solidaridad con las víctimas de los sacerdotes pedófilos. Se trata, en primer lugar, de un pedido de perdón tardío e ineficaz. Nada puede compensar los daños psíquicos inferidos a las víctimas de los abusos, y de las humillaciones cuando se atrevieron a denunciarlos. Se trata asimismo, sin mencionarlo, de un reconocimiento de que los culpables no son tanto los mismos corruptores sino la estructura eclesiástica. Ése es el motivo por el que se hace pedir perdón a toda la Iglesia. Y aun reconociéndolo, se mantiene únicamente la política represiva en seminarios y clero para pescar y excluir a los posibles pedófilos. Pero no se da un paso para remediar la falla estructural de una tradición disciplinaria que intenta desviar un instinto de su orientación natural, de manera absolutamente autoritaria. Estacionada o retrocediendo, esta Iglesia no puede celebrar un nuevo nacimiento, una navidad. Sin continuar el crecimiento que fue el verdadero milagro del Vaticano II irá recorriendo el camino triste de los tesoros enterrados para nada y para nadie. José G. Mariani (pbro) |
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