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Maniobra divergente
La inesperada convocatoria de Benedicto XVI a los presidentes de todos los Dicasterios o Congregaciones romanas, para tratar un asunto importante, el del celibato eclesiástico, creó expectativas en los medios de prensa. A los primeros que me consultaron, cuando la noticia recién aparecía, les expresé que no había nada que esperar, que todo se resolvería en nuevas medidas ordenadas a acabar con todos los reclamos a favor el celibato voluntario y a reprimir cualquier iniciativa en contrario. Y es que había algún peligro de que la multitud y universalidad de solicitudes de los curas casados pudiera influir en algunos personajes del Vaticano y era necesario poner las cosas en su punto. ¡Nada de concesiones! ¿Por qué es tan pesimista, padre?- me preguntaban algunos. Respondo: En el pliego de preguntas secretas que se hacen a personas escogidas, cuando se requieren datos sobre candidatos para obispos, figuran varias como éstas: “si se ha enterado de que el candidato ha opinado alguna vez en favor de la abolición del celibato o de la ordenación de mujeres en la Iglesia católica” “Si conoce que se haya pronunciado por el uso de métodos anticonceptivos” “Si ha sostenido opiniones contrarias al magisterio de la Iglesia”. . .Se trata de condiciones indispensables para calificar a un candidato. Si esto es necesario para nombrar un Obispo, cuando se trata de presidentes de Dicasterios, directamente nombrados por el papa, ancianos y con garantía de sumisión perfecta al monarca, ¿qué se podía esperar? Nada más que lo que pasó. Se hizo una revisión de todos los reclamos de sacerdotes casados, de todas las solicitudes y de la situación especial del obispo Milingo, que ocupó las tres horas de la reunión y luego se dictó el proceder que había de regir en adelante sin ninguna posibilidad de revisión.
Las noticias periodísticas hablaban de un debate. Benedicto XVI no debate. Ordena y dicta reglas precisas para que sus órdenes se cumplan. La exigencia de formación humana y cristiana más esmerada para los seminaristas y los ya ordenados, de que hablan las declaraciones, se va a traducir seguramente, en medidas de mayor vigilancia y represión, volviendo atrás de todos los adelantos que se habían dado hasta ahora, con el recurso a ayudas psicológicas, intentos de formación en libertad en contacto con la realidad y atendiendo a los cambios culturales y sociales.
El Papa necesitaba dar a toda la Iglesia una imagen sólida de su liderazgo absoluto en el Vaticano. Necesitaba acallar las voces de protesta llegadas de todas partes. Necesitaba mostrar que era capaz de dialogar con veinte ancianos elegidos por él para compartir el poder, con sus mismos criterios, adscriptos en su mayoría al Opus Dei y así tomar decisiones drásticas e inmutables. El Papa está seguro, ya lo afirmó con el comentario sobre su elección, de que su juicio es el del Espíritu Santo y por tanto, infalible e inapelable. Si por un imposible, alguno de los veinte presidentes de Dicasterios (que equivalen a ministerios)se hubiera atrevido a expresar una duda o una sugerencia de medidas más prudentes, inmediatamente hubiera sido marginado.
Se ha cerrado otra vez una puerta, con un portazo. Para que el corral se siga estrechando. Quizás con la táctica política de llegar a oponer al fervor islámico que está conquistando a buena parte de Europa y el mundo, un neo-fanatismo católico. José Guillermo Mariani (pbro)
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