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"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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Miedo al sepulcro lleno

 

La noticia del encuentro del sepulcro de Jesús en una cueva de Jerusalén, convertida en argumento de una película del realizador James Cameron, está conmoviendo a la prensa mundial. ¿Continuará esta difusión marquetinera de la noticia o el Vaticano optará, con una política que se está insinuando en los últimos tiempos, por no darle ninguna importancia calificándola como una agresión de los agnósticos y una campaña de descrédito contra la Iglesia? Cualquier cosa que suceda, vale la pena hacer algunas advertencias. 

¿Por qué tanto miedo en ciertos círculos católicos a estas investigaciones científicas o a las fantasías originadas en ellas, como la película “El cuerpo” o el “Còdigo Da Vinci”?

En primer lugar porque, desde las más altas autoridades hasta los fieles sumisos, se padece una especie de paranoia, de manía persecutoria que ha condenado de antemano cualquier resultado científico que pueda exigir la transformación o reformulación de postulados dogmáticos tradicionales. Entre los cuales se cuenta, lógicamente, la resurrección de Jesús como hecho histórico. Esta situación de inseguridad provoca una actitud temerosa que no se da tiempo  para examinar el peso o liviandad de los argumentos exhibidos. Sucede en este caso. Los detalles de la cueva, que se descubrió hacia el año 1990, conteniendo una cantidad de urnas funerarias con inscripciones, no resultan suficientes para ninguna afirmación segura sobre la identidad de los enterrados en este panteón familiar y mucho menos para las interpretaciones que la película puede hacer sobre las relaciones entre ellos.

 

En segundo lugar, hay que tener en cuenta que aun teniendo por históricos con el sentido que hoy damos a esa calificación, los escritos evangélicos, el único argumento de que disponemos es el del sepulcro vacío. Y la sospecha por parte de la Magdalena y los soldados romanos de que el cuerpo había sido robado. Y esto es muy poco para afirmar la resurrección.

Porque se trata de una verdad de fe. Lo cual no quiere decir que sea impuesta por nadie ni contraria a la razón y a las verdades científicas, sino fundada en el convencimiento y aceptación del Dios de Jesucristo.

Sólo con una fe muy fuerte en el Dios de la vida y en sus promesas, podemos sostener esa propuesta de resurrección (que no es reencarnación) para Cristo y para nosotros, superando una cantidad de interrogantes, objeciones y dificultades. No creemos porque lo hayan experimentado los discípulos y nos hayan contagiado su experiencia. Esto sería tener fe en ellos y no en Dios que es único objeto de la fe. No creemos porque haya desaparecido el cuerpo, porque aun apareciendo el cadáver con todos sus huesos, para nosotros la resurrección no consiste en un rearmado del esqueleto y posterior revestimiento con carne, sino una recuperación del yo, de la persona con su capacidad esencialmente humana de comunicación. Así se pueden explicar las manifestaciones del Jesús resucitado a los discípulos calificadas como “apariciones”, pero que también lo señalan como irreconocible y hasta desconcietan por la falta, bastante notable, de coincidencias entre los relatos.

 

Dejemos que la ciencia marche. Muchas cosas hemos aprendido dándole importancia a sus conclusiones. Mantener los mitos, las ingenuidades, las tradiciones con que, a través del tiempo y respondiendo a diversos intereses eclesiásticos se ha ido revistiendo la propuesta cristiana, no ayuda sino dificulta la fe. El “no teman” repetido tantas veces por Jesús guiando a los discípulos, tiene que ser tenido en cuenta una vez más, para madurar y purificar la fe.

José Guillermo Mariani (pbro) 


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Última modificación: 30 de July de 2010