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REFLEXIONES CUARESMA 2009 – CICLO B – MIERCOLES DE CENIZAS. Por Victor Acha
Joel 2, 12-18; II Corintios 5, 20-6,2; Mateo 6, 1-6. 16-18
La Cuaresma como parte de la experiencia cristiana se ha propuesto siempre como
un tiempo de austeridad. Un tiempo de reflexión para intentar un cambio de
actitudes; un tiempo llamado “penitencial”, al cual han estado incorporadas las
prácticas de la abstinencia y el ayuno, la oración y la caridad y todo en vista
a la conversión.
Por otra parte, pareciera que una de las características de nuestro tiempo es
vivir al día, ignorando el pasado y sin importar demasiado el futuro.
Ciertamente esto tiene matices según las edades de las personas, sus historias
personales, etc., pero se hace marcadamente notable en los más jóvenes, aunque
todos estemos igualmente sumergidos en esta particularidad de nuestro tiempo,
donde además parece acentuarse la violencia y la intolerancia, el descontrol y
la corrupción. Y todo esto en el marco de una realidad más que preocupante
porque nos abarca y envuelve una crisis económica mundial, concomitante con una
crisis social aun más profunda. Estas y otras características de la realidad
actual, reclaman en el fondo un replanteo ético.
En nuestros días ¿Qué sentido tiene la propuesta cristiana de Cuaresma? ¿Qué
pueden aportar las viejas tradiciones al desarrollo de actitudes nuevas para
enfrentar las situaciones sociales, políticas, económicas en las que nos movemos
hoy?
¿La experiencia de la Cuaresma, podrá ayudarnos para una toma de conciencia del
tiempo que vivimos, de los pecados de la sociedad de hoy, de las limitaciones,
pero también de las posibilidades de este momento de la historia? ¿Será posible
revertir el derroche en austeridad, las evasiones alienantes en responsabilidad
perseverante y los individualismos feroces en solidaridad comprometida?
Les dijo Jesús “no se pone el vino nuevo en vasijas viejas, porque las vasijas
se rompen, el vino se derrama y las vasijas se pierden” (Mateo 9, 17). La
pregunta es entonces ¿cómo dar formas nuevas a las viejas prácticas cuaresmales
para que sigan siendo expresión de actitudes y acciones coherentes con el
Evangelio que las sustenta y por lo tanto respuesta a las urgencias de hombres y
mujeres de este tiempo?
Hay que convenir que a semejanza de lo que sucedía en tiempos de Jesús, también
hoy las prácticas cuaresmales de ayuno, oración y limosna, para la mayoría de
los cristianos han quedado como costumbres tradicionales de las cuales en la
mayoría de los casos, no se conoce su sentido más profundo.
¿Hay que abolir estas prácticas? ¿hay que reinstalarlas a cualquier costo? ¿es
posible darles contenido nuevo? ¿qué pueden aportar a una construcción social
más humana y más justa? Desde estos cuestionamientos, veamos algunas reflexiones
en el inicio de la Cuaresma.
Oración, ayuno y limosna, han sido tanto en el judaísmo como en otras
religiones, algunas de las formas de plasmar en gestos y actitudes los valores
de humildad, esperanza y amor y siempre con el profundo sentido religioso de
vinculación gratificante con Dios.
Nuestras consideraciones se orientan a comprobar que es posible resignificar en
nuestros días las antiguas experiencias de oración, ayuno y limosna.
En Israel la oración siempre se sitúa en la historia, ya sea a partir de lo que
ha sucedido, de lo que sucede o de lo que se espera que acontezca para que se
concrete la salvación de Dios. En constante referencia al Padre, Jesús ora y
fundamentalmente enseña a orar. Su oración está siempre vinculada a los suyos, a
su misión y a su Pasión – Resurrección.
Tanto en Israel como en Jesús y sus discípulos, la oración es nexo entre las
realidades humanas e históricas y con Dios. Al orar se reconoce la dimensión
trascendente de la vida y se reafirma la esperanza del creyente, que ora porque
sabe que todo límite se puede superar, que toda adversidad se puede transformar,
que el mañana siempre puede ser venturoso y feliz.
La oración, que ha sido practicada en todos los grupos humanos desde la más
remota antigüedad y con las más variadas formas, en la práctica cristiana
general de los últimos siglos, ha caído en un pozo casi irrescatable al haberse
convertido en un gesto repetitivo de fórmulas estereotipadas, que el creyente se
empeña en reproducir sin conciencia de lo que dice y con el inútil intento de
alcanzar por el trueque los favores de Dios. Digamos para ser justos, que junto
a esto que es práctica generalizada, han seguido existiendo testigos de una
auténtica oración cristiana.
La oración como experiencia de reconocimiento de la propia finitud y la de los
demás, ante la grandeza amorosa del Dios de la fe, ha de seguir siendo una
propuesta cristiana posible también en nuestro tiempo. Particularmente hoy puede
ser expresión de la confianza del creyente en el Dios que ama y por el cual se
sabe amado y ser igualmente un testimonio de esperanza en un mundo que parece
cada día más cerrado a lo trascendente y encapsulado en el presente, en lo
inmediato, en el exitismo, en vivir el hoy sin historia y sin futuro.
Si la experiencia de oración se practica como gesto comunitario, esto ayudará al
grupo creyente a sentir el mutuo respaldo, el calor del hermano en la oración
confiada ante las dificultades comunes, el entusiasmo que se contagia y da
fortaleza a cada uno para no sentirse abatido.
De este modo la oración personal y la súplica comunitaria no serán un refugio
intimista sino una experiencia que alienta al compromiso y que se sostiene en
el. Oración y acción conforman un único gesto creativo y esperanzador.
No se entenderá el sentido del ayuno y la penitencia, sin descubrir qué
significa la humildad. Esta es la actitud opuesta a la vanidad y la soberbia. Es
el reconocimiento de uno mismo en su exacta dimensión de capacidad y carencia,
de grandeza y de miseria, de posibilidades y límites. Lejos de ser una actitud
que nos empobrece, degrada o denigra, la humildad nos permite situarnos en el
lugar exacto que cada uno tiene en medio de los demás y todos ante Dios. Es
sabernos hermanos y criaturas a la vez. Por eso la humildad facilita y alienta
la experiencia de la comunión y la construcción de la comunidad.
Ayuno y penitencia, expresiones de humildad, son entonces gestos éticos y
estéticos que permiten expresar físicamente, corporalmente, plásticamente el
reconocimiento de los propios límites y posibilidades. Permiten experimentar
nuestra contingencia a través del sacrificio que conllevan y nuestras
posibilidades expresadas en la resistencia ante la carencia y la necesidad que
estos gestos imponen. Ayuno y penitencia también contienen un claro sentido
social y constituyen a la vez una fuerte experiencia religiosa.
Como hemos insinuado el ayuno y la penitencia, como gestos fraternales y
religiosos, nos impulsan a reconocernos parte de una humanidad donde muchos son
marginados, padecen sufrimientos y limitaciones, no encuentran los caminos de su
propia realización.
Experimentar la necesidad y el reclamo de nuestros instintos más elementales,
privarnos de lo que tenemos y podemos porque hay otros que lo necesitan, todo
esto nos ayuda a resituar nuestras apetencias muchas de ellas legítimas, pero
nunca absolutamente lícitas si yo las poseo pero no estoy dispuesto a
compartirlas con quien no las tiene.
Reconocer mi propia contingencia, me abre a saberme también necesitado del otro
y fortalece mis vínculos con Dios y lejos de apartarme de Él, mis carencias y
las de mi prójimo han de abrirme a su propuesta liberadora, que es impulso para
alentarnos a la lucha ante las dificultades personales y las injusticias
sociales.
El reconocernos en nuestras limitaciones nos ha de alentar a buscar en otros la
compensación de nuestras necesidades y el constatar lo que somos y podemos nos
abrirá a la entrega generosa de nuestros recursos. Ambas actitudes han de ser la
base del encuentro creativo para las realizaciones sociales que nuestro tiempo
demanda. La lucha por el bien común solo es posible con manos unidas y corazones
solidarios y ambas cosas solo se adquieren desde la austeridad, la sobriedad y
el compromiso responsable.
La limosna es gesto de bondad del hombre para con su prójimo a semejanza de la
bondad de Dios para con todos…por eso el desprendimiento de lo propio en bien
del hermano, tiene un profundo sentido social que lleva implícito un claro
contenido religioso “Ya conocen la generosidad de Jesucristo que siendo rico se
hizo pobre por nosotros a fin de enriquecernos con su pobreza” (II Corintios
8,9). Solo el que no se enclaustra en un individualismo egoísta sabe que no
puede ser plenamente feliz en medio de la infelicidad de sus prójimos.
La limosna tantas veces entendida como una dádiva filantrópica, o como dar de lo
que me sobra al que nada tiene, es originariamente un acto de justicia con el
necesitado y es en Israel una propuesta social por la cual todos están obligados
a acudir periódicamente en auxilio de los que menos tienen y pueden.
Esto sigue siendo hoy una posibilidad. Desterrando toda dádiva o mezquino
desprendimiento de lo que me sobra, el gesto puede ser hoy expresado como
búsqueda y construcción de espacios sociales de participación donde todos puedan
ser protagonistas y artesanos del crecimiento de todos; como concreción de redes
solidarias que generan servicios comunitarios; como aliento a la inserción en
grupos y actividades para la defensa del derecho a la tierra, para la toma de
conciencia y la generación de acciones ambientalistas, para la unión de
esfuerzos en la superación de las discriminaciones de todo tipo.
Todo esto será un modo de renuncia a la comodidad individualista y una entrega
del tiempo y capacidades propios para el servicio comunitario. Un eficaz
ejercicio de la justicia fundada en el mandamiento de amor que hemos recibido.
Por todo esto podemos decir que es posible practicar en nuestro tiempo la
propuesta cuaresmal de la oración, el ayuno y la limosna. Tal como propone Jesús
no han de ser ocasión de soberbia y vanagloria, sino oportunidad para el
crecimiento personal y el encuentro amoroso con el Dios de la vida y el amor.
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