|
|
Mil rosarios, veinte mil gritosLa invocación a una mujer, Ave María. Y el reclamo de miles de mujeres. ¿Qué relación? ¿Dónde se origina la provocación? No intento determinar quién provocó a quién en la marcha del pasado domingo que clausuraba los talleres del XXII encuentro de mujeres. En una sociedad democrática tanto las 20.000 mujeres venidas de todas partes como las mil rezadoras cordobesas, tienen derecho a un espacio. Sería demasiado esperar que se escucharan para entrar en diálogo. El dogmatismo de la iglesia católica y la sumisión agresiva de sus seguidores lo imposibilitan en principio. Y también en principio la presentación de una mujer, María, como ideal de todas las mujeres, no por su libertad de espíritu, no por su coraje maternal, no por su valiente militancia en la revolución de Jesús de Nazaret, no por su atrevido desafío de las costumbres ancestrales de su tiempo y su raza, no por su maternidad siquiera, sino por su virginidad, constituye una provocación. Una provocación que en la cultura occidental y cristiana ha prolongado la descalificación de la mujer propia de las religiones patriarcales. Porque es clara la marginación que se produjo para la mujer común, la que no es virgen, la que cumple con su vocación, la que trasmite la vida no como un juego sino como una responsabilidad racional y aceptada. Todo esto, vocación exclusiva pero de segundo orden la apartó no sólo de la vida pública en la sociedad, sino también en la Iglesia con una resistencia absoluta a que ocupe cargos decisorios y con toda clase de halagos para que sirva obedientemente a los ministros sagrados. Hay que partir de esas raíces para entender el carácter agresivo y multitudinario de las manifestaciones de mujeres que, finalmente, en nuestra realidad se han mostrado las más constantes y aguerridas en el sostenimiento de causas nobles, con la contrapartida de que como sucedió habitualmente en la historia de los pueblos, “la rebelión de los esclavos” trajo muchos problemas a los dominadores. Creo que es justo hacer notar la aceptación, por parte de los integrantes de la contra-marcha católica, de la consigna que se había impartido oficialmente desde la iglesia, de manifestar la no aceptación, pero sin producir enfrentamientos. Se mantuvo el rezo monótono y maquinal del rosario durante todo el tiempo. Un sagrado murmullo desaprobante. Nada más. Es cierto que de algún balcón se arrojaron calabacines (por suerte ya cocidos) que más bien fueron objeto de reacciones humorísticas. Sin embargo el haberse posesionado de las escalinatas de la catedral daba una impresión de suficiencia triunfalista que no podía dejar de notarse. El XXII Congreso de mujeres, se realizó. Las discusiones y estudios desembocaron en conclusiones importantes. Desde luego que varias entre ellas contrarían los criterios católicos más estrictos. Y es que se tienen en cuenta, a veces con justo resentimiento, los desastres que ha producido y sigue produciendo la sujeción absoluta a esos criterios, sin ninguna admisión de objeciones o argumentos para los casos particulares que exigen al máximo comprensión y compasión. Los problemas de toda índole que se viven en la sociedad actual requieren un enfoque multidisciplinario, pluralista y hasta multicultural. Para eso no estamos preparados desde una posición de Iglesia que se anquilosa con seguridad condenatoria en perspectivas que excluyen toda variante o novedad. Y así el péndulo oscilará siempre sin llegar a soluciones estables. José Guillermo Mariani (pbro) |
Número de visitas desde la Pascua del 2001
Enviar correo electrónico a
raul@sintapujos.org
con preguntas o comentarios sobre este sitio Web. |