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Muerto el perro, se acabó la rabiaSe tratan de un nuevo principio de Política Internacional que ha entrado secretamente en vigencia, después de haber sido suficientemente experimentado. Un suspiro de alivio. ¡Ya pasó! Pasó Afganistán, pasó Irak, pasaron los millones de hombres y mujeres concentrados en las calles de las más importantes ciudades del mundo, oponiéndose a la masacre de la guerra; pasó la medida oposición de Alemania, Francia, Rusia y China; pasó el descrédito e ineficacia del Consejo de Seguridad de la ONU. Ya todo pasó. Allí, en la bucólica ciudad de Evian, frente al hermoso Lago que separa a Francia de Suiza, “los ocho” líderes del mundo, cómodamente recostados en la Terraza del lujoso Hotel Royal, se miraron sonrientes. Sonrieron aun los que seguían sintiendo ardor por dentro. Pero estaba presente el Emperador. El que ahora podrá disponer, dueño del petróleo iraquí, con el producto de sus exportaciones, que Francia, Alemania, y Rusia se cobren las deudas de los compromisos contraidos con ellas, con anterioridad, por Saddam Hussein. Ahora el “primer megalómano siglo XXI”, gestado por la democracia modelo del mundo que quieren ser los EE.UU, ha logrado que todos fijen sus codiciosos ojos en Corea del Norte e Irán, prohibiéndoles continuar con sus programas nucleares. Como si la destrucción del mundo, dependiera de los progresos nucleares de los países pequeños y no de los caprichos y codicia de los Grandes que necesitan darle salida a su material mortífero sobreabundante, para mantener su presupuesto equilibrado, y su predominio planetario. La cuestión es que el señor Bush tiene tal afán de grandeza, quizás para legitimar lo antidemocrático de su elección, que se ha vuelto peligroso. Y más peligrosa aún su teoría de que “muerto el perro se acabó la rabia”. Porque tiene a mano la argumentación por demás convincente, de que así ha sucedido en realidad. Y uno se pregunta. ¿ Sólo el presidente de los norteamericanos es megalómano, enfermo de grandeza? Muchos ciudadanos de aquella nación se sentirán seguramente ofendidos por la generalización, si afirmamos que se trata de un pueblo megalómano. No es que todos y cada uno lo sean. Pero es cierto que un ambiente numéricamente muy atendible, al margen de los intelectuales, los pacifistas y los defensores de los Derechos Humanos, está completamente convencido de que lo que hay que salvar definitivamente es el “american way of life”, que es lo único que al mundo le conviene. Y de que, por ser superiores, como lo muestran sus avances tecnológicos y financieros, ellos tienen derecho a defenderse de cualquier modo y de cualquier enemigo No es entonces demasiado extraño que esa mentalidad megalómana produzca engendros con la misma enfermedad. Y que, hasta que los Siete Grandes no le encuentren camisa de fuerza, todos estaremos en peligro.
Pbro. José Guillermo Mariani |
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