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Obligatorio: buena ondaPara muchos esto se ha convertido en una consigna aplicable a sí mismos y exigible para los demás. Y bueno! El fúlmine, el getatore, el mufa, el yeta, el aguafiestas, han causado demasiado mal para que sigan siendo admitidos en los grupos, inyectando en la felicidad de todos, su veneno de pesimismo. Pero, hay que reconocer que nos hemos pasado de vuelta. Ahora “tener buena onda” es una obligación. Comienza con el encuentro “Hola! ¿todo bien no?”. Y el pulgar levantado, imitación brasilera, ya es un condicionamiento para que tengas que responder afirmativamente por fuera, y encajarte el mismo “sí” por dentro, si querés compartir con los que te saludan. En la oportunidad de las fiestas de Navidad y Año nuevo la presión aumenta a veces hasta resultar agobiante. De todas partes y con las más sofisticadas variantes te llegan mensajes de felicidad. Es cierto que hay que aprovechar estas celebraciones, desde lo cristiano y lo humano, para mirar hacia delante y recordar que la humanidad está sembrada de posibilidades insospechadas para lograr los valores de la comunicación, la justicia, el amor y la paz. Y que tenemos que responsabilizarnos de utilizar esas posibilidades. Pero eso no quiere decir que tengamos que ignorar y pasar por alto como si no existieran, nuestros problemas, nuestras tristezas, nuestros temores fundados, nuestras previsiones de dificultades. No las vas a expresar mientras las copas se alzan para el “chin-chin” y las estrellitas de los fuegos artificiales pueblan el cielo de colores y los estruendos te hacen saltar de sobresalto. Pero no se puede fomentar el sentido de culpa en quienes llevan la mochila de la vida cargada de ausencias irremediables, de frustraciones injustas, de negaciones de futuro, de discriminaciones infamantes…porque no llegan al nivel de “buena onda” requerida en la oportunidad. Si no ha mediado una actitud de comprensión tácita o expresa para esas situaciones interiores que son heridas sin cicatriz, exigir buena onda como despreocupación absoluta, constituye una clase de agresión. No ignoro que las palabras optimistas, que las sonrisas y las carcajadas provocadas por el humor, ayudan psicológicamente a sobrellevar las cargas más pesadas. Pero hay que reconocer que ninguna de esas expresiones exteriores, como tampoco el alcohol ni las drogas logran suprimirlas. Darse y dar permiso para tener conciencia de la herida sangrante, con todos los esfuerzos para no salpicar a los demás con la sangre, es un derecho y un deber de autenticidad. Que muchas veces es necesario guardarse lo desagradable y lo duro para desahogarlo en la intimidad, es razonable. Pero si nos sentimos siempre obligados a la permanencia de la buena onda corremos peligro de morir atragantados. José Guillermo Mariani (pbro) |
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