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Pensando y sintiendo. Por Maria Cristina Pisano.Motiva mi escritura el hecho de sentirme parte del “pueblo cristiano”: comunidad de los que, en virtud del bautismo, se han hecho partícipes del misterio sacerdotal, profético y real de Cristo y que manifiestan, profesan y testimonian, de algún modo, su fe. Creo que es de fundamental importancia que dicho testimonio sea visible, que pueda ser realizado y que se concrete en la historia humana puesto que adherimos a un Dios que habla, interviene y actúa como persona. Es un Dios dinámico que cambia el curso de los acontecimientos y la situación misma del hombre. Es un Dios cercano, imprevisible tanto en sus acciones como en las consecuencias de las mismas, pero siempre dispuesto a entregarse al hombre. Es un Dios constantemente nuevo, en cuanto que se manifiesta en aconteceres que pueden ser o parecer irreversibles porque están vinculados a un determinado lugar, a un determinado tiempo preciso dentro de la historia y no vuelven a reproducirse del mismo modo. Un acontecimiento sucederá a otro como expresión nueva de la presencia de Dios y de su Voluntad algo que personalmente creo, si bien pienso también pide algo de nuestra voluntad. La comprensión de la historicidad, como elemento constitutivo de la revelación, nos permite e invita a iluminar la realidad del hombre. En su estructuración profunda y existencial, el hombre aparece como un ser que se encuentra inserto en la historia puesto que es esencialmente histórico: está situado entre un pasado temporal y un futuro igualmente temporal. Origen y futuro constituyen los dos términos entre los cuales está situada la existencia presente del hombre: su ser aquí y ahora como sujeto libre y pensante. Ahora bien, dentro del pueblo de Dios hay funciones particulares suscitadas y sostenidas por el Espíritu Santo y queridas e instituidas por el mismo Jesús. Algunos que se distinguen entre los fieles por el “orden sagrado” quedan destinados en el nombre de Cristo para apacentar, acompañar y defender a quienes les han sido confiados dentro y fuera de la Iglesia con la palabra de la Verdad la cual no admite dobleces. Todos sabemos, quiero creer, que me refiero a los pertenecen al ministerio de los sucesores de los apóstoles (episcopado y primado) y que son los que ejercen el magisterio de la Iglesia. Por su misma naturaleza, estas funciones se entienden como “servicio”. Este servicio, a su vez, debería entenderse como palabra profética. El profeta no puede obtener provechos personales pues debe recordar aquello de “vox temporis, vox Dei” (la voz de los tiempos es la voz de Dios). Para ello es necesario leer los signos de los tiempos y éstos deben ser conocidos y re-conocidos Quien no tenga el menor contacto con lo que sucede en el mundo en el que se encuentra inmerso, leerá los signos de manera evasiva. Por eso, cuando revisamos los movimientos más importantes de nuestro mundo a la luz del Evangelio, podemos preguntarnos cómo los interpretaría Jesús. Este interrogante es “abierto”; busca una respuesta que puede no ser necesariamente definitiva, pero sí impulsora para intervenir con una actitud comprometida dentro de lo que pretendemos sea transformado. Es evidente que esto conlleva un riesgo. Puede ser fácil identificar e interpretar los signos de ayer, pero confrontarnos con las realidades de hoy y con la forma de las cosas futuras es factible que nos haga encontrarnos con interpretaciones conflictivas. Digo: ¿qué hacemos con tanta muerte y exclusión? ¿nos conformamos porque “siempre habrá pobres”? ¿queremos ser producto - ya ni hablar de productores- y dar por perdido la cualidad de “ciudadanos”? Alguien podrá decir que tiene esto que ver con ser profeta. Creo que mucho. Y si quienes tienen que “hablar y hacer” no lo hacen, o lo hacen a medias, alguno de nosotros será “la burra de Balám” o asumirá el rol de “hablarán las piedras”. Sinceramente prefiero ser una burra o piedras que hablan, que pavonearme por los salones reales pensando que “Dios proveerá” mientras miramos cómo lo hace. María Cristina Pisano |
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