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"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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Poniendo "peros" - Por Dolores Aleixandre

 

Como antes lo que se estudiaba era "gramática" y no “lengua”, ahora ando un poco perdida con lo de los sintagmas, lexemas y morfemas, así que sigo usando los términos clásicos que muchos aprendimos de niños, lo de sustantivos, adjetivos, verbos, adverbios y todo eso. Me gusta a veces leer la Biblia así, como con un rotulador fluorescente en la mano y dejando que, de pronto, alguna palabra perdida me haga un guiño y me diga cosas. Reconozco que como método exegético es desastroso pero, como acabo de jubilarme, creo que puedo permitirme estos desmanes libertarios.

 

Y quiero empezar a okupar la casa este año presentando un PERO, partícula adversativa incómoda y respondona, portadora de inquietantes gérmenes de disidencia, y tratando de comprobar sus efectos en un texto tan conocido como la parábola del samaritano (Lc 10,30-37). Al leer su comienzo, uno diría que Jesús en aquel momento estaba de un pesimismo subido y cargó las tientas en los aspectos más sombríos: un asalto de bandidos, un hombre despojado, derribado y medio muerto y dos transeúntes cualificados pasando de largo. Qué situación tan desastrosa y qué retrato tan crudo de la realidad del mundo de hoy: el ser humano derribado y expoliado por bandas de depredadores y las instituciones y las religiones que deberían estar a su servicio, enredadas en sus propios asuntos y despreocupadas de él.

 

Y cuando la historia se obstinaba en hacernos creer que el mal constituye la última palabra de las cosas y que la situación es fatalmente irremediable, aparece otra figura en el horizonte, precedida de una pequeña marca gramatical que nos pone en vilo: "pero un samaritano...". ¿De dónde procede y qué pretende la disidencia introducida por ese "pero"? nos preguntamos ¿Qué fuerza de oposición puede representar en medio de un mundo que no parece emitir más señales que las del frenesí posesivo, la obsesión por el propio cuidado y una inconsciencia satisfecha, mientras que pueblos enteros se desploman en silencio? Ese pequeño "pero" ¿no nos está comunicando algo de cómo mira Jesús la historia y de su terca esperanza que ve emerger en ella una poderosa aunque en apariencia débil fuerza de resistencia?

 

Porque, en medio de tantos signos de muerte, el Samaritano que entra en escena no parece poseer muchos recursos, no pertenece a ningún centro de poder que lo respalde y le garantice prestigio o influencia; es extranjero, viaja solo y no cuenta más que con su alforja y su montura, pero tiene la mirada al acecho y allá adentro, su corazón ha vibrado al ritmo de Otro.

 

Y entonces hace el gesto mínimo e inmenso de aproximarse al hombre caído. Cuando otros lo han esquivado, sin dejar que les hiciera mella dejarlo atrás, él se siente afectado por el herido y responsable de su desamparo. La urgencia de tender la mano al que lo necesita pospone todos sus proyectos e interrumpe su itinerario. La inquietud por la vida amenazada del otro predomina sobre sus propios planes y hace emerger lo mejor de su humanidad: un yo liberado de sí mismo.

 

Cuando nos sentimos aturullados ante las noticias de tantos desastres y desanimados por la lentitud de los procesos de cambio y del avance del Reino, el Evangelio nos invita a renunciar a nuestros sueños de omnipotencia y a incorporarnos a la fuerza secreta de ese minúsculo pero.

 

"Existe un fermento de santidad que secretamente sostiene al mundo", afirma Levinas. Quizá los portadores de ese fermento sean, sobre todo, los que van aprendiendo algo de los signos pobres con que Dios ha intervenido en nuestra historia: un pesebre, un pan partido, una cruz, una tumba vacía.

 

Porque ese es el lenguaje en el que Él ha pronunciado sus "peros" a la hora de "disentir" de la marcha inhumana del mundo.

 


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Última modificación: 30 de July de 2010