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Polémica
El aluvión periodístico a propósito de la publicidad del pedido de autorización judicial para realizar un aborto en jóvenes discapacitadas víctimas de violación, amerita que nos preocupemos especial y serenamente del caso y las diversas opiniones emitidas. Causantes directos de la polémica desatada fueron, la publicidad del hecho, y la severa y hasta cruel actitud de algunos destacados representantes de la Iglesia oficial. El episcopado nacional emitió entonces un breve comunicado en que, sin demasiada argumentación, se afirma que no pueden elaborarse leyes que atenten contra la vida y añade una descripción impactante comparando la interrupción de la vida en el vientre materno con el destrozo del cráneo de un niño de la calle. Me parece interesante y útil recoger los diversos pareceres que se manifestaron a propósito de este asunto. Pudimos escuchar y leer cosas como las siguientes: Se trata de un crimen horrendo porque condena a muerte una vida inocente e indefensa. Una decisión favorable de la justicia en este caso, alienta la cultura de la muerte. Hay que oponerse de todos los modos a que se cometa ese delito imperdonable. Toda ley que atente contra la vida debe ser resistida y la que pretende la despenalización como la que aprueba el aborto en algunos casos como los actuales, no pueden ser normas de conducta. Estas afirmaciones fueron sostenidas en varias oportunidades con reclamos de castigo para quienes sostuvieran o ejecutaran acciones en contra de aquellos principios sagrados sostenidos por personas y grupos del extremismo católico. Las objeciones brotaron enseguida. ¿Puede la Iglesia oponerse al cumplimiento de las leyes de una nación o intervenir para que no se sancionen? ¿No se trata de una intromisión en las decisiones de la civilidad, como si se viviera todavía en tiempos de una sociedad religiosa con poder de dominio sobre todo y sobre todos? ¿No debiera dar la Iglesia un testimonio de lo que Jesús afirmaba como máxima para las relaciones humanas “no hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti”, y por tanto ponerse en el lugar del otro antes de emitir un juicio drástico e hiriente como los que hemos escuchado? ¿Por qué tanta insensibilidad para buscar argumentos a favor de remediar la injusticia de la violación, privilegiando la vida de las discapacitadas, puesta en peligro con la continuidad de la gestación? ¿Por qué este énfasis en denunciar la violación de la vida no nacida, comparado con la renuencia a rechazar la pena de muerte y a conmoverse y denunciar las violaciones flagrantes de derechos humanos como las torturas, desaparición de personas, eliminación clandestina, desamparo de los niños muertos por desnutrición . . . etc? Se trata, como es posible constatar, de opiniones muy fundadas y atendibles. ¿Por qué los oídos irrespetuosamente sordos de la iglesia oficial? Estamos ante una lamentable experiencia más, que hace aparecer la urgencia de que problemas como éste deban ser tratados por grupos interdisciplinarios que impidan que se produzca esta invasión desde sectores determinados, con pronunciamientos violatorios de los derechos individuales y colectivos. José Guillermo Mariani (pbro) |
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