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Una presencia inigualable
Es oportuno, en ocasión de mi despedida de la parroquia Nuestra Señora del Valle, un comentario especial sobre un grupo de personas que han significado en la historia de esa comunidad una presencia de valor incalculable. Se trata de la congregación religiosa de las Hermanas de San Casimiro cuyo carisma distintivo es misionero y con vocación específica para la enseñanza y el cuidado de los enfermos. Aunque se solicitó su venida a la parroquia para encargarse de la Escuela parroquial, este servicio cumplido eficazmente durante mucho tiempo, se extendió a muchos otros campos. Prácticamente estuvieron a disposición de la parroquia para llenar todos los espacios en que fuera necesaria su colaboración. Misioneras en lugares lejanos, compañía de enfermos y ancianos en sus domicilios, atención de grupos de adolescentes y jóvenes, catequesis escolar, suministro de los espacios del hermoso parque de su casa de noviciado para acontecimientos parroquiales y de diversas comunidades, catequesis familiar, contacto habitual con los más pobres de las villas de emergencia, organizaciones litúrgicas, apoyo escolar y, permanentemente, una disponibilidad para los contactos personales de comprensión y alivio. Todo esto las hizo conquistar simpatías, agradecimiento y amistad. Desde el hábito austero con que llegaron, hasta ir abandonando paulatinamente el velo de la cabeza y otros elementos de la indumentaria religiosa, llegaron hasta sentirse plenamente identificadas con los tan diversos problemas de la gente y la búsqueda de soluciones, y a pesar del notable esfuerzo de vencer las dificultades del idioma ya que en su mayoría fueron norteamericanas, cumplieron etapas de gran importancia en la marcha de la comunidad parroquial. Sus nombres, desde antiguo están inscriptos en el reconocimiento y el afecto de mucha gente. Dilecta, Judine, Teófila, Cordelia, Leandra, Estela, Elenisa, Jeanne. Quizás algunas por su corta estadía hayan desaparecido de la memoria pero no del aprecio de su presencia. Domiciliadas en la casona situada al frente de La Cripta que, en principio fue elegida como apta para el noviciado, bastaba cruzar la calle para solucionar cualquier necesidad de la parroquia. Se trasladaron posteriormente a un barrio aledaño, Granja de Funes y, desde allí continúan, con una acción preponderante de Jeanne Moceyunas la actual superiora, colaborando generosamente con la actividad parroquial. Indudablemente constituirán una ayuda irremplazable para el nuevo Párroco, no sólo por la eficiencia de su colaboración sino como conocedoras, desde una inserción profunda y larga en la vida de la comunidad, de todas las circunstancias de esta historia, particular desde muchos aspectos. Al margen de todo lo que la comunidad tiene y tendrá que agradecerles, personalmente quiero dejar constancia de una gratitud sin límites, precisamente porque siempre su colaboración fue ilimitada durante mis treinta y nueve años de párroco.
José Guillermo Mariano (pbro) |
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