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Presentación del libro "SIN TAPUJOS, la vida de un cura" del Pbro. José Guillermo MarianiEl
Jueves 17 de Junio de 2004, a las 20:00 Hs. en el salón de Luz y Fuerza (Dean
Funes 672 de la ciudad de Córdoba, República Argentina), el Pbro. José
Guillermo Mariani presentó su nuevo libro titulado “Sin tapujos”.
A continuación transcribimos la exposición efectuada ese día por Guillermo Gonzalez:
Y es una feliz casualidad que se diera justamente aquí la
presentación del libro de otro hombre que optó siempre por el pobre con
la coherencia de los que viven sin tener precio: por supuesto que me estoy
refiriendo al Quito José Guillermo Mariani, el hombre que ha dicho palabras que
han venido a perturbar las cómodas ignorancias en las que muchos estaban instalados. He tenido ocasión de leer varias veces la obra. Y no quiero
dejar de compartir algunas impresiones acerca del texto en cuanto tal. I. SOBRE EL LIBRO EN SÍ. 1.
Lo primero que se me ocurre es que estamos ante un libro bello. Bien escrito,
narrado con el arte de quien piensa y,
más bien cincela cada palabra
antes de arriesgarla. La poesía transita la misma prosa y luego se hace explícita
en los poemas o en los fragmentos de poemas con que termina cada capítulo. Salta a la vista el talante poético del autor. Y yo diría
que este es un libro sonoro,
casi más dirigido al oído que al simple acto cerebral y a la lupa analítica
del lector. (Aunque esto no implica que no sea un libro QUE NO DESAFÍE A
PENSAR, como veremos). Quito ama la poesía y ama la música. Y la palabra suena
bellamente a lo largo del libro. Hay pasajes en prosa que pueden ser recitados
como poemas. Es decir, no es raro encontrar en la obra una prosa que está siendo poema y parece no darse cuenta. Leer aquí
esos pasajes harían muy larga mi intervención, por eso espero que ustedes los
adviertan y los degusten como es debido. Estamos ante un libro bello. De esos que uno no quiere que se
terminen. Y la prosa misma adopta coloraciones diversas. Por momentos
es predominantemente narrativa, es
decir, le da voz a un autor que cuenta (nos confía) sus experiencias. Y en ese
menester describe, recuerda nombres, lugares, situaciones. En otras partes la prosa narra desde la afectividad profunda. Narra amando, agradeciendo o rebelándose.
“Solo se ve bien con el corazón”, dice la zorra al Principito, refutando
para siempre a quienes sostienen falsas antinomias entre inteligencia y
sensibilidad. En general, el texto se lleva bien con la metáfora. Y la metáfora es la esencia misma de la poesía. En suma: un libro para saborear. Es lindo leer libros así.
Uno los disfruta y los paladea. En una sociedad donde impera el “homo videns”, según nos
ha recordado el filósofo Giovanni Sartori, (Homo
videns. La sociedad teledirigida) es urgente recuperar la lectura como
placer, como uno de los actos más profundos del espíritu y con más capacidad
de donar dicha al hombre. 2.
Hay que decir, en segundo lugar, que el libro gira en torno a un ejercicio de la
memoria. Y la memoria es esencialmente selectiva. ¿Qué significa esto? La memoria está llena
de olvido, diría
yo, parafraseando la expresión de Mario Benedetti. Y es bueno, es humano, es
normal, que así sea. El olvido juega un papel fundamental en equilibrio psíquico
del hombre. Sin él no podríamos vivir. La historia recordada
(re-cordada, vuelta a pasar por el corazón: Galeano) es un retazo, una versión,
nuestra versión, la que elegimos, la que queremos
y –sobre todo- la que podemos
recordar. En un momento de su texto Quito escribe que los nombres de
algunas personas se le borraron de la
memoria y no había forma de traerlos a la conciencia. La represión en ese
caso estaba jugando el papel de salvar unas vidas muy concretas. Esa selección de la memoria tiene múltiples factores que la
explican. Unos son conscientes y otros son inconscientes. Lo que no hay que
olvidar aquí es que el recuerdo es siempre incompleto, es un recorte, decía hace un momento. Es una ilusión
pensar que lo recordado es el hecho tal
cual. ¡Si ya lo percibido es
percibido desde las necesidades, los
intereses y los deseos (conscientes o inconscientes) del individuo… cuanto
más lo será el recuerdo de esas percepciones que, ya
en su origen, eran recortes, perspectivas, captación cargada con las marcas de
la propia subjetividad! En estas páginas está la selección de recuerdos del Quito.
Al mismo tiempo está lo que el Quito puede recordar de las etapas de su vida
que va evocando. Estamos ante el ejercicio de una memoria esencialmente
selectiva y parcial. Pero cargada de honestidad. Y eso es lo que importa, en el
fondo. Otros actores de esas mismas épocas las recordarán con su
propia selección de olvidos. Basta que sean honrados, nada más. En el fondo la frase de Mario Benedetti es reversible. Él
dice: “El olvido está lleno de memoria”. Creo que vale la inversa: “La
memoria está llena de olvido”. 3.
Lo tercero que quiero decir es que este
texto es mucho más que un libro. Porque es
un testimonio. Hay una vida en él.
Una cosa es escribir sobre un problema intelectual. Otra muy
diferente es escribirse. Estos
libros no se discuten, como se discuten las cuestiones filosóficas.
Estos libros se escuchan y se acogen con
infinito respeto, como se reciben las confidencias, las alegrías y los
dolores de las personas que nos hacen el regalo de compartirlas con nosotros. Escuchar es recibir a otra persona. Un acto de un nivel espiritual muy diferente al de la lectura
común. No estamos ante un divertimento ni un juego intelectual. No
es un acto de escritura común el que nos ocupa. Una persona se nos da con una
generosidad que no se puede creer. La actitud recíproca es la acogida
infinitamente respetuosa. Aquí hay un hombre
que se resume y de esta manera se
deja al futuro. Aquí están las utopías
que le ganaron el corazón. Aquí aparece aquello
que le dio sentido a su vida. Las claves
desde las que entendió el oficio de vivir. Y están sus aciertos y sus desaciertos, cómo no. La
vida no es una ciencia exacta sino un camino en el que se avanza en buena
medida según el método del ensayo y el error… Quito es el curita joven con el alma diagramada según los
moldes estrictos de su seminario, el conservador inmaduro e implacable cuando
estrena su ministerio. Quito comete errores que no tiene empacho en contar, como
haber impedido la entrada al templo a una mujer porque estaba en mangas cortas.
Quito prohíbe el entierro de un esposo que se suicida desesperado ante la
muerte de su mujer. Quito yerra, cómo no. Y, es importantísimo señalar esto,
lo cuenta con una transparencia que es la
novedad más bella sucedida en la Iglesia en mucho tiempo. Pero también Quito es el
que se repone de la muerte de un adolescente al reconocer un lugar de
campamento. ¡Y hay que llegar a un hogar
para decirles a esos padres “se me murió Luis”! Quito ama profundamente
a su madre, Guma. Quito es el que se
exilia en Brasil bajo la última dictadura, pero
que no soporta el alejamiento de su comunidad y –poniendo en riesgo su
vida- regresa para retomar la conducción de la parroquia. Quito es el que goza bautizando, casando, renovando el misterio eucarístico con su
comunidad. Es el comentarista lúcido de
la realidad nacional, “con un oído en el Evangelio y el otro en el
Pueblo”, en el estilo bien aprendido del Obispo Mártir Enrique Angelelli. Es
el que a sus 77 años continúa practicando deporte con una continuidad
envidiable. Es el que canta y baila en las peñas parroquiales. El animador, el
que alienta, el que siempre encuentra una salida en la dirección de la
Esperanza. Es, lejos, el mejor de muchos de nosotros. El más fiel, el más
libre, el más transparente, el más lúcido. 4. Y
en esta autobiografía aparece también un estilo de ejercer el ministerio que
ojalá muchos curas analizaran y pensaran detenidamente.
Es imposible destacar todas las
facetas, por eso elijo solamente una. Vendría muy bien a los seminaristas
leer ese capítulo en el que cuenta su actividad pastoral con los enfermos y con
las familias que han perdido seres queridos. Hay allí lecciones que no deberían
desperdiciarse. *
“Nunca logré acostumbrarme a vivir esa situación sin involucrarme”, nos
dice, en una clara afirmación de que el servicio sacerdotal es mucho más que
la rutina sacramentalista que tantos practican. *
“Cuando, esperando que mi presencia
consuele o responda las preguntas incontestables del dolor de los padres, vienen
a buscarme, quisiera siempre, que me
tragara la tierra. He estado al lado de un padre que se había encerrado en
su cuarto con una pistola, ante la muerte de su hijo. No sé cómo, pero renunció
al intento suicida y encaminó su desesperación por otros rumbos”, añade más
adelante. *
“He recibido la protesta y
hasta la blasfemia de quienes al verme entrar a la sala mortuoria, pensaban
que yo también era culpable como “representante de Dios” de
la injusticia que estaban viviendo. En todos los casos, quedé ligado al
núcleo familiar, como un referente de recuperación, con una amistad de
mucho tiempo. Después de la Misa de Nochebuena acostumbraba visitar a las
familias que se habían relacionado conmigo a través de esos momentos
desesperados. Me recibían como si estuviera remediando el vacío de la
ausencia. Recuerdo que en un año, esas visitas fueron seis. ¿Qué hice
-me preguntaba a mí mismo- para lograr esas reacciones? Y
mi respuesta es: Nada importante. Estar, comprender y conmoverme con ellos”. Y
paro de citar porque esto se haría muy largo. ¿Se
dan cuenta, estimados amigos, la torpeza imperdonable que supone reducir este
libro a un par de episodios sexuales? 220
páginas quedaron reducidas a 5 renglones… ¡Qué poder de síntesis que
tienen algunos! ¡Esos que encima se despacharon contra la obra sin haber tenido
la elemental honradez de leerla primero! II. MIEDO A LA VERDAD HISTÓRICA. Pero,
si ustedes son tan amables, les pediría que me dejaran decir otras cosas sobre
el autor, la obra y las curiosas reacciones que hemos escuchado con ocasión de
ella. Deseo, si lo tuvieran a bien, que mi participación esta noche no quede
simplemente en el comentario de estas características que acabo de realizar. Lo
que de verdad quería realizar esta noche era esto otro. En realidad yo quiero compartir algunos ASOMBROS. Traigo unos
asombros y no quisiera guardármelos. Aquí van algunos. ¡Cuánto asusta
la verdad! ¡Cómo tiembla la Iglesia
ante ella! ¡Cómo el abordaje claro y sin tapujos de las miserias humanas que
atraviesan la vida de las comunidades cristianas y sus ministros genera este vértigo
y este miedo que, no nos engañemos, es lo que está en el fondo de las penosas
reacciones que hemos visto en los últimos días! Me asombra esto. Justamente los que recitan los domingos aquello de que “la
verdad nos hará libres” resulta que no
soportan el libro de un cura que habla con transparencia. Un libro que no
hace otra cosa que poner sobre la mesa algunas realidades silenciadas, ocultadas, eufeminazadas, tercamente negadas por un
aparato que la va de “sacrosanto” pero que padece de una ingenuidad crónica para entender la sociedad argentina actual… * y que no se da cuenta …que cuanto más
niega, menos creíble es; …que cuanto más
oculta, más muestra la hilacha; …que cuanto más insisten sus jerarcas en sus poses
hieráticas, tratando de sacar patente de inmaculados
e irreprochables, menos serios aparecen ante el hombre de la calle que goza
de un saludable sentido común y ya no compra los buzones y los cuentos piadosos
de 50 años atrás… Asusta la verdad. Eso me asombra. Y da pena ver una Iglesia
que tiembla ante ella. En las comunidades primitivas se moría por la verdad. Y no solamente en la Iglesia Primitiva. El 4 de agosto de
1976, cuando la dictadura militar era una máquina
de picar carne, Enrique Angelelli derramaba su sangre por la verdad mientras
la mayoría del episcopado lo dejaba solo. Y temblaron de miedo.
Y callaron otra vez cuando tenían
que haber denunciado ante el país y ante el mundo que el asfalto de la
Rioja había sido regado por la sangre de un mártir de la fe. He visto la foto de ese cordobés, obispo y mártir. No puedo
olvidarme de su cuerpo tirado en la calle, con los brazos en cruz y su cabeza
rematada a culatazos en medio de un charco de sangre… ¡Y fue el Quito Mariani el cura que estuvo en la Rioja
en la primera misa celebrada! Y allí dijo, con
una valentía que no tuvo el episcopado, que esa sangre era la sangre
preciosa de un obispo asesinado. Que no se trataba de ningún “accidente automovilístico”.
Que a Enrique lo habían matado los dueños de la vida y de la muerte. ¡Había que atreverse a decir eso en agosto de 1976! ¡Había
que tener coraje en serio para denunciarlo! Los jerarcas eclesiales todavía tiemblan ante ese martirio y
callan. Me asombra ese temblor. Y es que poner ese gesto es “poco prudente”, palabra tan cara al vocabulario episcopal, como
si la prudencia fuera una “virtud para no hacer ni jugarse nunca”,
traicionando la mejor doctrina tomista que, sin embargo, no se privan de alabar.
Es un gesto “poco prudente” porque quedarían al descubierto las
complicidades (por acción y por omisión) de un clero que consolaba
torturadores mientras los verdaderos creyentes eran masacrados en las salas de
tortura o se escapaban del país porque ya tenían la sentencia de muerte. Quito Mariani tuvo de exiliarse en Brasil para salvar su
vida. Andaba con 16 llaves de diferentes amigos para tener donde esconderse… …mientras los otros,
los “prudentes”, no solamente no corrían peligro alguno, sino que hasta
compartían agradables veladas con los dictadores haciéndoles de anfitriones… Hay historias que no se quieren recordar. Que son molestas
porque desnudan cobardías e hipocresías … y algunos se hacían la ilusión de que fueran sepultadas
por el olvido. Me asombra esta ingenuidad de los que creen que se puede
imponer la amnesia por decreto. ¡Y nos vienen a querer hacer creer que lo molesto del libro
son dos episodios sexuales! ¿Tanto nos subestiman? Este es mi asombro. Cómo asustan estas verdades históricas
en las que los que debieron ser los
maestros de la verdad y debieron
jugarse por ella aparecen desenmascarados en el papel poco ejemplar que cumplieron. Estos expertos en “prudencia” que
siempre quedan bien con todos, pero no siempre quedan bien con Dios y su
conciencia… III. MIEDO A ACEPTAR EL
CUERPO Y LA CONDICIÓN HUMANA. Ahora bien, en el libro de Quito hay otras verdades que no
son bienvenidas. Y que, más que la historia reciente de la Iglesia argentina,
tocan aspectos de la vida cristiana que ponen nerviosos a muchos. Y esta es una de las principales: el libro se atreve a hablar de lo humano en la Iglesia. De lo humano
sin vueltas, sin tanto rodeo, sin tapujos. La Iglesia es un misterio de Gracia, sí señor. Pero esa
Gracia solamente existe y se otorga al
mundo en la carne concreta. La carne de
estructuras jerárquicas y monárquicas, nos guste o no –a mí no me
gustan nada, les aclaro-, que se fueron construyendo a lo largo de los siglos. La carne de
contaminaciones paganas que todavía muestran su eficacia en el plano teórico
y práctico. La negación del cuerpo y la sexualidad como tabú es una de las más
conocidas. A lo largo de su historia
a la Iglesia se le han ido pegando una cantidad de elementos que, lejos de nacer en el Evangelio del Reino, tienen
un origen groseramente mundano. La palabra “diócesis”,
sin ir más lejos, es la adopción de la manera en que el imperio romano dividía
sus jurisdicciones. Y hoy hablamos de “diócesis” como si fuera una
terminología exclusivamente católica… La Iglesia es Gracia
en el barro de lo humano, como decía Pablo: “llevamos nuestro tesoro en
vasija de barro”. “Tesoro”, sí. Pero en “vasija de barro”, en la
debilidad y en la miseria que atraviesa todo lo humano. Y Quito habla de esto. Y eso resulta perturbador. Porque
siempre estamos prontos para afirmar la dimensión “celestial” de la
Iglesia. Pero hemos sido muy olvidadizos, muy desatentos, a la hora de asumir
con seriedad, con adultez, la fragilidad y la miseria humana que atraviesa y acompaña
a todas partes a la comunidad creyente. El Papa es de carne y hueso, es un hombre más que tiene que
luchar contra las tentaciones de todo hombre. Los obispos son bien de carne y hueso, y en la Argentina
reciente hemos tenido casos que nos recordaron esto con una contundencia que tenía
sabor a cachetazo. Y me estoy refiriendo a jerarcas ya denunciados y con causa
en la justicia, como ustedes se dan cuenta. Los curas no son ninguna excepción. Y los diarios del mundo
se han explayado durante meses acerca de decenas de miles de escándalos que le
costarán cientos de millones de dólares a la Iglesia en concepto de
indemnizaciones. Ya no se puede barrer la basura debajo de la alfombra. Aquello
que una mala teología y una mala espiritualidad sacerdotal se emperraban en
negar ha salido a plena luz. Y tuvo
que ser la prensa la que desnudara en su mentira todas esas construcciones hipócritas
de un sacerdocio casi más del cielo que de este mundo… Quito en su libro se muestra como el hombre que es. Y
denuncia con toda claridad la negación de lo humano en la teología y en la
espiritualidad sacerdotal que se inculcaba en los seminarios. Por ejemplo, esos sentimientos
de superioridad que utilizaba el aparato eclesial para presionar la aceptación de acatamientos
y renuncias a quienes el sentido común les hacía sospechar que tanta celestialidad
olía más a fabulación que a Evangelio. ¡Y cuánto daño han causado! Han causado montañas de
sufrimiento en hombres que comenzaron su ministerio con alegría y con el tiempo
los vimos transformarse en una forma lamentable. Por supuesto que no son todos, que sería injusto
generalizar, pero quiénes de nosotros no nos hemos encontrado con alguna de
estas patologías clericales: Curas incapaces de reír. Curas con el rostro severo del rigorismo para con los demás. Curas sin alegría, atravesados por una rara y silenciosa
tristeza. En una palabra, curas amargados. Curas escondiendo alguna adicción y perdiendo en forma casi
suicida su salud. Curas
vagos, sin el entusiasmo de los primeros tiempos para salir a evangelizar y
anunciar la belleza del Evangelio Curas
que no leen, que no estudian, que no se forman… y sueltan disparates
horrorosos cuando predican. Curas presos del carrerismo,
es decir, presos de la desesperación por algún cargo en el aparato clerical. Curas mandones, que no violaron el celibato, pero cedieron a
la tentación quizás más peligrosa del poder. En fin, la lista podría ser larga. - Esas patologías clericales nacieron en un tipo muy concreto de formación que estaba en
función de un muy concreto aparato de poder eclesiástico. - Y ese aparato de poder eclesiástico no fue nunca neutral en la sociedad sino que siempre fue funcional a
quienes detentaban el poder y oprimían al pobre. La historia del s. XX, salvo algún breve paréntesis, fue la
historia de las oligarquías y de los
dictadores con sus golpes de estado. Y esa historia encontró siempre a los monseñores bendiciendo la
prepotencia de los que asumieron el oficio de pisotear a los humildes. Más
aun, se les permitió presentarse ante la
sociedad como los campeones de la cristiandad… Y los asomos de rebeldía en el clero fueron prolijamente
desarticulados. Quito estuvo en esa lucha. Él quedó como depositario de los
documentos del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo. El poder es inteligente y siempre supo utilizar a la Iglesia.
Y la formación sacerdotal, consciente o inconscientemente, le vino de
maravillas a un esquema de sociedad en el que las reglas del juego están
armadas para que unos siempre ganen y otros siempre pierdan. Así que esos angelismos
eclesiales terminaron siempre beneficiando réditos de oligarquías nada
angelicales. Esos angelismos engordaban
las concretas y carnales panzas de los explotadores del pueblo. Y Quito desarma estas falacias. No con análisis teóricos ni
apelando a la sociología científica, sino contando su vida. ¡Y esa vida molesta! ¿Cómo no va a molestar? Molesta porque ella misma es una denuncia de los pactos de
hipocresía que sostenían el aparato clerical. Y porque esa vida tiene una constante clarísima, nítida para cualquiera que lo conozca
medianamente: …el compromiso con el pobre, con el sufriente, con el
excluido, con aquellos que son declarados descartables y desechables en la
sociedad; …el compromiso aquellos que la propia Iglesia rechaza, con los
separados vueltos a unir y a los que no les perdonan el delito de volverse a
enamorar, con los estigmatizados por su condición sexual o por los diversos
estereotipos que las instituciones inventan para suprimir aquello que no debe
aparecer ni perturbar el discurso dominante. Y esto molesta sobremanera. ¡Cómo no va a molestar! En este libro, Quito le
ha puesto voz a lo silenciado, se ha atrevido a mostrar lo invisibilizado, ha escrito un libro que despierta y sacude las inercias por las que el sistema continúa
reproduciéndose, ha enarbolado el
contra discurso que muestra la hilacha y las endebleces de los discursos hegemónicos,
oficiales, esos a los que nadie debe osar contradecir ni desoír, so pena de
pasar como irreverente, o como hereje,
o como escandalizador, o –según se
despachó alguno hace poco- incluso como “inmaduro”…
Son perturbadoras algunas verdades… Romano Guardini escribió una obra que podría ser de lectura
indispensable en un proyecto serio de formación cristiana. Es muy breve, casi
una conferencia, y su título reza así: La
aceptación de sí mismo. Para Guardini no se es hombre cabal si no nos hemos aceptado
en nuestra condición humana. Y, por supuesto, no se puede ser buen cristiano
hasta que no dimos ese paso decisivo
en la existencia. Pero la aceptación de la que habla Guardini no es meramente
teórica sino fundamentalmente práctica.
Aceptarse es dejar de mentirse, dejar
de escapar de uno mismo, enfrentarnos
a nuestra realidad sin gambetearla, practicar la
primera honradez que debemos practicar, y que es la honradez de asumirnos
como somos, la honradez para con uno
mismo, la de lo hacernos trampas en el solitario y recibir con seriedad las posibilidades y los límites de nuestra condición
humana. Dice el maestro Guardini que la aceptación de sí mismo es nuestra primera aceptación de Dios. No sé si se capta la hondura de esta afirmación. Voy a
repetirla porque creo que vale la pena: la
aceptación de sí mismo es nuestra primera aceptación de Dios. El libro de Guillermo es el libro de un hombre cabal en el
sentido de Guardini. Alguien que juega limpio en la vida y que ha decidido no
mentirse ni mentirnos. El libro de un hombre que escribe como adulto y que nos trata como adultos, muy al contrario
del infantilismo con que nos subestiman tantos “relatos piadosos” que se
consideran edificantes porque nos creen idiotas. Juan Luis Segundo, para mi gusto uno de lo mejores teólogos
latinoamericanos, escribió en su momento una obra que tituló Teología
para el laico adulto. Guillermo Mariani nos entrega ahora una obra, con mucha
mordiente teológica, y que también podría titularse de manera parecida: Autobiografía
para cristianos adultos. Y ya es hora que en la Iglesia se nos trate como tales. Solamente un malintencionado
puede no ver el enorme gesto de
generosidad que implica esta autobiografía. Un hombre cuya vida ha sido
entrega perpetua en su praxis sacerdotal continúa
y completa en estas páginas esos 54
años de vida desprendida, a la luz del día, con las ventanas abiertas
–como dice él-. Y esta otra cosa me asombra, queridos amigos. No entiendo cómo puede no verse que este acto de una
generosidad que no se puede creer y este gesto conmovedor de absoluta
transparencia son lo más bello y lo más
puro que le ha pasado a la Iglesia en mucho tiempo. IV. ABRIÉNDOSE NOS
ABRE… Y es que aquí hay un
autor que se abre. Y abriéndose él,
nos abre a nosotros. ¿Por qué digo
esto? * Porque desafía a
ABRIR LA CABEZA, porque propone miradas diferentes sobre problemáticas y realidades que otros
consideraban “respondidas para siempre”.
Abre cabezas y postula que no hay una única
respuesta para cada pregunta. Y ayuda
a sospechar de las respuestas “oficiales” o “estándares” para los
problemas humanos. * Y en continuidad con lo anterior, este es un libro que ABRE
CAMINOS o, mejor, declara abiertos
todos los caminos e invita a andarlos. No
hay una sola manera de ser humano ni una sola manera de ser cristiano ni una
sola manera de ser sacerdote NI UNA SOLA MANERA DE SER NI DE HACER NADA.
Cada uno deberá reinventar lo humano, lo
cristiano... y lo sacerdotal, si es el caso. Para
los creyentes hay una única referencia
ineludible: Jesús de Nazaret, libre y liberador, que es justamente EL MAYOR
“ABRIDOR DE CAMINOS” en la historia del hombre. Permítanme que termine leyendo el poema suyo que más me
gusta. Yo le pedí que me lo firmara para ponerlo en un cuadro y dejárselo a mi
hijo como HERENCIA. Él le puso como título TESTAMENTO Ojalá pudiera un día escribir algo aunque sea lejanamente
parecido a esto… Cuando llegue, hijo mío, la hora de partir te dejaré en herencia mis
nubes, algodones para hacerte más tibios los nidos de la ausencia. Nubes aún calientes de
sudor y de sangre el vapor de la tierra que
engendra los ideales. Te dejaré las llaves de
todas mis prisiones y unas alas ansiosas de
superar antiguas represiones de sonrisas negadas, de
brazos rechazados de miedos admitidos, de
gozos mutilados. Dentro del mismo atado, con alas y con nubes te dejaré, doblado, un horizonte que puedas desplegar cada mañana para abrir tu aventura en nuevas direcciones. Y un vagón de coraje para que no te embauquen los que mienten, para no te pisen los que mandan, para que no te compren los que tienen. Lo que te dejo es lo que yo he tenido y cultivado y si lo aceptas, hijo, cuando sueñes y vueles y luches y protestes yo viviré contigo. JOSÉ GUILLERMO MARIANI Quito es poeta. Es un estupendo poeta de la palabra, qué
duda cabe. Pero hay que terminar diciendo que, sobre todo, Quito es el
poeta de su propia vida. El artista que hace de su vida un poema. Él es el poeta. Y él es el poema. Mil veces gracias, querido hermano, porque has sabido ser el buen poeta de ti mismo. Y porque tu vida es como una irresistible tentación a creer en la Vida y en el Evangelio del Reino. |
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