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Sacar a la Iglesia de su “crisis de confianza”. Por Hans Küng

El teólogo Hans Küng enumera los cambios que podría realizar el pontífice para sacar a la Iglesia de su "crisis de confianza".

Era de esperar que Joseph Ratzinger se definiera a sí mismo como un Papa de la fe. Pues fue casi 20 años prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Como guardián de la fe elaboró numerosos documentos y un catecismo enfático para regular la fe católica y amonestó, reprendió, censuró e incluso destituyó a numerosos teólogos, capellanes y obispos que parecían discrepar con él de la verdadera fe. Y aún la víspera del cónclave pronunció un apasionado sermón contra la "dictadura del relativismo", sin mencionar siquiera que muchos creyentes católicos antes temen una "dictadura de la doctrina" en cuestiones de fe y de moral.  

Pero Ratzinger, para sorpresa de muchos, se presentó en su primera comparecencia y en su primera encíclica como el Papa del amor. Y esta declaración no resulta ser un manifiesto del pesimismo cultural o de la moral sexual enemiga del cuerpo, sino un documento bien trabajado desde el punto de vista teológico sobre Eros y Ágape, Amor y Caritas que no entra en falsas contradicciones. Muchos se preguntan, sin embargo: la primacía teológica del amor tan destacada programáticamente, ¿tendrá consecuencias en la estructura de la Iglesia y la reglamentación jurídica así como en la relación amorosa con los grupos marginados en la Iglesia?  

Después de todo, ¿podemos albergar esperanzas al respecto? A mí me parece que ésta es la pregunta central de este pontificado: ¿demostrará ser también Ratzinger un Papa de la esperanza?

Nunca he ocultado que para mí fue una "enorme decepción" la elección como Papa del jefe de la Congregación de la Doctrina de la Fe, antes llamada Inquisición; pero había que darle una oportunidad. Por eso, a pesar de todas las críticas, me había abstenido de juzgarlo de inmediato y le pedí al nuevo Papa, como estaba previsto desde hacía años, una entrevista personal. 

Una entrevista de cuatro horas  

Durante 27 años esperé en vano de su predecesor una respuesta a mis cartas. De ahí que sea comprensible que ello represente para mí el cumplimiento de una esperanza de no poca importancia: el 15 de junio recibí una respuesta amigable de Benedicto XVI a mi carta del 30 de mayo del 2005: estaría dispuesto a mantener una "conversación fraternal" conmigo.

Ésta tuvo lugar el 24 de septiembre de 2005 en el palacio veraniego del Papa de Castelgandolfo y duró unas buenas cuatro horas. Para muchos en todo el mundo, un signo de esperanza del que, a pesar de los diferentes caminos y posturas, ha permanecido lo que nos une decisivamente: la comunidad de cristianos, el servicio a la misma Iglesia y el respeto mutuo en todas las controversias.

Pero tampoco se disimularon las diferencias. Quería representar los deseos compartidos por grandes e importantes sectores de nuestra Iglesia católica; le adjunté al Papa la carta abierta dirigida a los cardenales que publiqué antes del cónclave, en la que explico mi visión del rumbo futuro de la Iglesia y un completo programa de reformas.

Pero me pareció menos conveniente en la entrevista personal discutir al detalle las reformas internas de la Iglesia, de las que tenemos desde hace tiempo opiniones totalmente diferentes.

Nunca he deseado públicamente a un Papa otra vez mediático, sino a un Papa capellán de orientación ecuménica.

Ahí se puede empezar a tener esperanzas: este Papa es un erudito más bien tranquilo, pensativo y que procura reflexionar, que no sale continuamente a mostrarse al gran público; ha reducido tanto los viajes como las audiencias cortas. Un pastor supremo más bien lento, que da pequeños pasos, que necesita tiempo y que intenta con pequeños cambios quizá poner en marcha grandes transformaciones; tiempos cortos de debate abierto en el último sínodo de obispos y la invitación a los cardenales a un intercambio abierto de opiniones han ofrecido al menos un principio de colegialidad. Un conservador todavía libre en algún sentido, en todo caso no del todo y absolutamente estancado, que (como en su disposición a conversar conmigo) se permite sorprender al mundo con decisiones propias.  

 

¿Hacia dónde se dirige Benedicto XVI?  

La pregunta tiene en el momento actual un significado para la política mundial. No sólo se preguntan esto los católicos y los otros cristianos sino también personas de otras religiones y personas seculares, hombres y mujeres de la política, de la economía y de la ciencia.  

Al fin y al cabo la Iglesia católica es el más significativo "Multi" del mundo con cerca de mil millones de miembros (activos, pasivos o nominales), rigurosamente organizada por dentro y un actor mundial eficiente, a pesar de todas las debilidades. De ahí la pregunta que a menudo inquieta: ¿hacia dónde dirige Benedicto XVI a la Iglesia católica?  

Nuestra conversación en Castelgandolfo se refirió a tres ámbitos problemáticos en los que espero avances indudables.
 

El primer ámbito es el de la relación de la fe cristiana con las ciencias de la naturaleza, sí, en general las ciencias seculares.

Para el teólogo Ratzinger siempre fue importante la racionalidad de la fe, y el papa Ratzinger confirmó en el comunicado conjunto de nuestro encuentro su "aprobación a los esfuerzos del profesor Küng para estimular de nuevo el diálogo entre la fe y la ciencia y poner de relieve la pregunta por Dios frente al pensamiento científico en su racionalidad y necesidad".

Pero yo le devuelvo la pregunta: ¿se limita esta aprobación sólo a las preguntas físicas, biológicas y teológicas sobre el origen del cosmos, de la vida, de la humanidad (objeto de mi libro El principio de todas las cosas)? ¿O hay posibilidad de ampliar a un debate razonable otras preguntas de la biología (como la investigación con embriones) y de la medicina (como el control de la natalidad o la inseminación artificial)?

El segundo ámbito es el del diálogo entre las religiones.

El Papa se ha pronunciado varias veces contra el "choque de civilizaciones". También está convencido de que no habrá paz entre las naciones sin una paz entre las religiones, y ninguna paz entre las religiones sin un diálogo entre las religiones. Pero aquí también pregunto: ¿podrá conjugar este Papa, vistas todas las carencias de la cristiandad y las ventajas de las otras religiones, su convencimiento de la verdad de su propia religión con el respeto por la verdad de las otras religiones?  

El tercer ámbito es el de una ética común a la humanidad.

Benedicto XVI entiende que "en el proyecto de crear una ética común no se trata de ninguna manera de una construcción abstracta e intelectual".

Más bien se trata de iluminar los valores morales en los cuales convergen, con todas sus diferencias, las grandes religiones del mundo que, desde su razonabilidad convincente, también pueden señalar a la razón secular como un modelo válido. Que el Papa valore positivamente mi esfuerzo de hace años "en el diálogo entre las religiones como el encuentro con la razón secular para contribuir a un nuevo reconocimiento de los valores básicos morales de la humanidad" significa sin duda un apoyo importante para el proyecto de una ética universal.  

 

Iglesia que se desmorona

El papa Benedicto seguramente no se espera que en el futuro me calle mis deseos de reforma, y en efecto no sólo son míos. Sí, tras el primer año de mandato hay que tratarlos de manera explícita en una forma de balance provisional.

Ya en la mencionada carta abierta a los cardenales en la elección del Papa, en respuesta a la pregunta de qué Papa necesitaba la Iglesia católica, no utilicé criterios a mi gusto, sino aquellos que se guiaban por el Nuevo Testamento, la gran tradición católica y el Concilio Vaticano II (1962-1965). Si ahora vuelvo a recurrir a ellos en el primer balance provisional del nuevo pontificado, no lo hago en una situación de confrontación y polarización a la que antaño el pontífice polaco de la Iglesia y yo personalmente nos vimos obligados. Lo hago en una actitud de solidaridad crítica.  

Benedicto XVI, ¿un Papa de la esperanza? Todavía no es de prever. O ¿tiene en vista una solución para las cuestiones básicas? ¿Basta con un llamamiento al colegio cardenalicio, insuflar aire fresco a la Iglesia en todos sus niveles, sin al mismo tiempo presentar algo así como un programa de las acciones?

El papa Benedicto puede volver atrás -no creo que quiera esto; puede no hacer progresos-. Sólo celebrar el papado en lugar de ayudar a la Iglesia en sus necesidades sería de hecho un paso atrás. Y puede ir hacia delante, esto espero yo de él y conmigo innumerables personas fuera y dentro de la Iglesia católica.  

Benedicto XVI es muy consciente de que la Iglesia vive tiempos graves no sólo porque en la mayoría de países están disminuyendo rápidamente los seminaristas, sino también la identificación de las nuevas generaciones y de las mujeres con la Iglesia y, sobre todo, la influencia de la Iglesia en los asuntos públicos. Sabe muy bien que su predecesor no consiguió, a pesar de todos los discursos y viajes, imponer sus rígidas opiniones especialmente en la moral de la pareja y en la moral sexual contra la abrumadora mayoría también de los católicos y contra los parlamentos nacionales (como en Polonia). De hecho, todas las encíclicas vaticanas y catecismos, decretos y sanciones disciplinarias y todas las influencias públicas o secretas apenas han conseguido nada.  

Mientras que su antecesor ya en el primer año viajó además de a Polonia también a México, Irlanda y EE UU, la asistencia a los encuentros mundiales de la juventud en Colonia fue el único viaje al exterior de Benedicto.

Tenía que tener claro al respecto que la juventud reunida en Colonia en agosto de 2005 no era representativa de la "juventud", sino de movimientos conservadores de Italia y España, de parte de la juventud polaca y de algunos jóvenes alemanes, que añoran un apoyo espiritual y una autoridad creíble en tiempos de orientación pobre, para no mencionar en absoluto a los curiosos y "aficionados".  

La dificultad de la Iglesia es grande: un profundo abismo entre lo que ofrece la jerarquía y lo que de hecho creen y viven los miembros de la Iglesia.  

La asistencia a misa, pero también el matrimonio por la Iglesia, disminuyen; la confesión auricular desaparece en la mayoría de países occidentales, disminuye la aceptación de dogmas eclesiásticos. Se reducen los cuadros, falla el relevo. Ahora, la mitad de todas las feligresías católicas en todo el mundo, también en algunos países en vías de desarrollo, ya no disponen de un párroco propio.  

Muchas personas dentro y fuera de la Iglesia católica se preguntan: ¿se aferrará este Papa en el futuro todavía al derecho eclesiástico medieval, el cual se ha dedicado a la ley del celibato y al clericalismo, o se regirá más por el pulso del Evangelio, que señala la dirección de los problemas pendientes hacia la libertad, la misericordia y el amor entre los hombres? Para ello, algunas preguntas concretas que también el Papa se tendría que plantear. 

 

Preguntas críticas

¿Un co-obispo colegial? ¿Se presentará y se tendrá el Papa otra vez menos por único mandatario, y más por obispo director, ligado al colegio de los obispos, al servicio de toda la ecumene? ¿Reforzará otra vez la colegialidad de los obispos romanos con el resto de obispos, que se ha dado en la Iglesia desde los primeros siglos y que se ratificó de manera solemne en el Concilio Vaticano II?

Si el Papa espera de los obispos obediencia establecida, éstos no se pueden identificar con las personas de las diócesis. ¿Un capellán amigo de las mujeres? En la Iglesia católica innumerables mujeres y hombres tienen esperanzas del todo prácticas, y no tan sólo la pronta realización de resignación y frustración. Pero no han dejado de tener esperanzas de que el Papa:

  • Renuncie a simples veredictos moralizantes sobre problemas complejos como la anticoncepción, el aborto y la homosexualidad.
     

  • Garantice y respete el derecho al matrimonio de los sacerdotes, explícito en el Nuevo Testamento y en la Iglesia de los primeros siglos y que reflexione sobre la prohibición discriminatoria proveniente sólo del siglo XI de que se casen los sacerdotes.
     

  • No margine más de manera despiadada de la pertenencia a la comunidad eucarística a los divorciados que se han casado otra vez.
     

  • Reconozca el derecho de las religiosas a organizar su propia vida y a la elección de la ropa.
     

  • Permita en la cambiante situación actual la ordenación de mujeres como se impone desde el Nuevo Testamento.
     

  • Corrija la desdichada encíclica de Pablo VI “Humanae Vitae”, sobre la píldora, que ha alejado a innumerables católicas de su Iglesia, y que reconozca explícitamente la responsabilidad de la pareja en el control de la natalidad y en el número de hijos.

Sólo si impulsa como Papa amigo de las mujeres la creación de una comunidad participativa de mujeres y hombres con unas prácticas concretas, podrá tomarse en serio las distintas capacidades, las vocaciones y los carismas en la Iglesia.

¿Un mediador ecuménico? Si el Papa que ya lleva años viviendo en el ambiente romano, se da cuenta con suficiencia de que cada vez menos católicas y católicos entienden y aceptan la arrogancia confesional de la Iglesia oficial, la cual:

  • No ve válidos los oficios de pastores o pastoras protestantes o anglicanos/as (sobre todo en la eucaristía).
     

  • Contempla el matrimonio entre personas de distintas confesiones como una falta y la participación activa en la eucaristía evangélica como un delito religioso.  
     

  • ¿Quiere prohibir estrictamente las misas ecuménicas de los domingos? Seguramente ha oído que la prohibición a la comunidad confesional de una mayoría de creyentes católicos como evangélicos ya no se entiende ni se acepta, porque atenta contra el espíritu de Jesús que, como es sabido, invitó a su mesa a todos, también a los excluidos de la comunidad piadosa.

 

El papa Benedicto ha hecho especialmente durante su visita a Alemania gestos de buena voluntad hacia las Iglesias evangélica y ortodoxa. Pero, ¿no puede decepcionar mucho, si no le sucede ninguna acción ecuménica real?

Innumerables cristianos en todo el mundo abrigan la esperanza de que Benedicto XVI, un teólogo sobresaliente:

  • Haga suyos los resultados de la comisión del diálogo ecuménico y que los lleve a la práctica de manera enérgica.
     

  • Lleve a la práctica de una vez por todas el reconocimiento de sacerdotes protestantes y anglicanos recomendado hace tiempo por comisiones ecuménicas y ya hecho realidad en muchas partes.
     

  • Derogue las "reprobaciones" del tiempo de la Reforma y la excomunión de Martín Lutero.
     

  • Dé la bienvenida y fomente la hospitalidad eucarística, practicada desde hace tiempo en muchos grupos y comunidades sin gran escándalo, y la colaboración variada y práctica.

Mientras Roma quiera dominar la cristiandad, esto será un impedimento para su unidad. Sólo si Roma quiere servir a la cristiandad, podrá el Papa destacarse como mediador e inspirador ecuménico.

 

¿Un garante para la libertad y la franqueza en la Iglesia?

También el papa Benedicto busca el encuentro con representantes de otras religiones. Podría considerar como un signo importante las plegarias de la paz en Asís en 1986 y en 2002 iniciadas por su antecesor. Pero ¿todavía es correcto que pueda haber afirmado como cardenal, en su declaración “Dominus Jesús”, que los no cristianos viven "objetivamente en una difícil situación deficitaria"?

Él sabe seguramente que esto repele a muchas personas de otras religiones y que ha dañado la credibilidad del Papa. Es de esperar que no paralice las conversaciones críticas y autocríticas con las religiones del mundo, sino que las lleve realmente adelante.

Benedicto XVI demostraría ser el Papa de la esperanza, si ejerciera su responsabilidad para un mundo mejor y más pacífico como líder de una Iglesia que:

 

  • Con todas las reclamaciones de verdad no pretenda ningún monopolio de la verdad.
     

  • No sólo instruya a la otras religiones, sino que también quiera aprender de ellas, de sus tradiciones estéticas, espirituales, litúrgicas, éticas y teológico-filosóficas, sin todas las mezclas sincréticas.
     

  • Fomente una autonomía razonable de las Iglesias nacionales, regionales y locales, para que de esta manera puedan desarrollar estilos de organización y de vida propios según su responsabilidad.
     

  • Tome en serio y responda también a "cuestiones" incómodas (como el boom demográfico, la anticoncepción y la infalibilidad papal).

 

A diferencia de los tiempos de Juan XXIII y del Concilio Vaticano II, reinan en muchos países en el día a día de la Iglesia el pesimismo y el derrotismo en lo que respecta a Roma. Esto me llena de una profunda preocupación, pues he trabajado toda la vida de teólogo para que las personas, a pesar de grandes decepciones, conservaran la esperanza en esta Iglesia.

 

Si Benedicto XVI pudiera sacar a la Iglesia de esta crisis de confianza y de esperanza, conduciría a la "Iglesia invernal" (Karl Rahner) a una nueva primavera. Como ningún otro, él conoce la curia y el episcopado; a diferencia de su predecesor, es un buen administrador así como un erudito de nivel. Podría, si quisiera, llevar adelante reformas, como me decía uno de sus competidores en el cónclave, que un cardenal y Papa más progresista no podría llevar adelante tan fácilmente.

Muchas personas dentro y fuera de la Iglesia católica esperan que se resuelva el estancamiento de las reformas aquí esbozadas y que se discutan abiertamente los problemas estructurales pendientes desde hace tiempo y que se encuentre una solución, ya sea personalmente a través del nuevo Papa o a través del sínodo de obispos o, al fin y al cabo, a través de un Tercer Concilio Vaticano.

 

Fuente: Diario El País (Madrid), 16 abril 2006.


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