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Seguridad, divino tesoro!
El problema se ha instalado en los medios. Y los hechos, detallados hasta lo mínimo, alimentan las ansias periodísticas. Parece oportuno reflexionar sobre el tema. Pienso que la “seguridad” es más que un hecho, un clima. Un clima personal y social. Y creo que no tenerlo en cuenta, lleva a multiplicar decisiones y a producir hechos ineficaces. Es algo parecido a la confianza o el escepticismo frente a cualquier nivel y clase de problemas. Económicos, políticos, morales, sanitarios...etc. El clima de seguridad se obtiene en base a muchos elementos o resortes que intervienen para producirlo. Creo que un enfoque integral del asunto, nos permite referirnos por separado, aunque sin solución de continuidad e integración, a tres aspectos. El personal, el grupal y el social. La sensación personal de seguridad sólo puede obtenerse por parte de una persona equilibrada. Lo que designaríamos como un cierto grado de madurez, que permite una autovaloración y una relación con el medio que, habitualmente, es satisfactoria. Sin llegar a la ilusión de seguridad perfecta que puede ser nada más que una exageración ególatra, un nivel de confianza en sí mismo resulta indispensable. Para eso, la salud física en un nivel de armonía elemental constituye un primer eslabón. La salud psíquica completa el panorama. Ella exige educación, que implica conocimientos y experiencias. Una persona madura no multiplica innecesariamente los elementos de seguridad exterior, barrotes, rejas, candados perros, alarmas. Por lo general esta proliferación causa mayor sensación de inseguridad. En el aspecto grupal, la familia ocupa el primer lugar. El mantenimiento de los vínculos familiares que hace tener confianza en los que nos rodean inmediatamente, contribuye de modo irremplazable en el clima de seguridad. La amistad profunda y ejercitada en gestos de presencia y solidaridad constante, que llega a convertir el individualismo en comunidad y la soledad en compañerismo, configura otra raíz del clima deseado. Para esto contribuyen las instituciones y los grupos espontáneos de ayuda y compromiso para remediar carencias y necesidades. En el aspecto social, el Estado tiene que brindar los recursos que no están al alcance de los particulares o de los diversos grupos. Ellos son, principalmente, los que tienen que ver con el fácil acceso a la educación y a la salud, con las posibilidades de empleo y trabajo digno, con las tareas de recuperación de los inadaptados y, finalmente con la vigilancia preventiva y con el castigo del delito. La enumeración ha seguido un orden jerárquico. Porque empezar por lo último es “gastar pólvora en chimango”. “Mucho ruido y pocas nueces” Las campañas estilo Blumberg o mamá de Nicolás en San Isidro, que trasladan el dolor insoslayable de un padre o una madre, al reclamo y normatividad de justicia, en el aumento de instrumentos represivos o el cambio de leyes, aunque sensibilicen a multitudes, no aumentan el clima de seguridad. Porque, simplemente, olvidan a todos los “secuestrados” por el hambre, por el desempleo, por los que siguen golpeando puertas que permanecen cerradas como cárceles, secuestrados en el presente y para el futuro, en el cuerpo y en la mente. Con un arma en cada mano, con un policía en cada esquina, con cárceles inmensas para albergar niños y adolescentes resultado de la disminución de la edad imputable, con multiplicación de móviles patrullando los espacios ciudadanos, con la difusión del criterio que condena por portación de cara, de color o de lugar de domicilio, el clima de seguridad no aumenta. Y habría que poner tiempo, preocupación y dinero para curar las raíces más que en dispersarse pulverizando las ramas. Pbro. José Guillermo Mariani |
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