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Silencios que matanOficialmente, ni a nivel diocesano ni del Episcopado nacional, el aniversario del martirio de Mons. Enrique Angelelli ha sido recordado públicamente. Aún en la efervescencia levantada por este pedido de extradición del Juez español, que suscitó distintas reacciones reveladoras de intereses disimulados u ocultos, el Epicopado que se sintió molesto (¿por qué?) cuando se habló de extradición, prefirió guardar silencio. Era de esperar que pastores cuidadosos del rebaño hubieran aprovechado para reclamar la continuidad del Juicio que investigaba las circunstancias de la muerte de Angelelli. El proceso se interrumpió, gracias a las Leyes de Punto Final, Obediencia debida e Indulto presidencial, cuando ya estaba a un paso de tocar personajes importantes. Eliminar a los testigos que pueden colaborar a descubrir a delincuentes, se ha vuelto una táctica común entre nosotros, “a perro muerto, se acabó la rabia”. Menos cruento es el procedimiento para “matar a los mártires”, para eliminarlos de la memoria y la atención de la gente. Basta con guardar silencio, con ignorarlos, insistiendo en canonizaciones que marginan las características más auténticas de los mártires de este tiempo, que es la santidad política. La santidad que consiste en poner la palabra y la vida en la defensa de los valores del Reino, la dignidad de cada ser humano, la defensa de sus derechos, la vigencia de la justicia. En realidad, en América Latina tenemos un martirologio extraordinariamente denso. El silencio oficial siempre trata de “matarlos”, para que no sigan molestando ni a los represores ni a lo cómplices. Con oportunidad del 27 aniversario del asesinato en Punta de los Llanos de Mons. Enrique Angelelli, yo quiero rendirle mi homenaje de amigo y de cristiano, junto con mi grito de justicia, en la humildad de este poema.
(Del Libro “Poemas de confesión y denuncia”) |
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