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Sucesión, política y Espíritu Santo
Las noticias sobre la salud de Juan Pablo II se repiten y se contradicen..Los médicos afirman que hay que dializarlo. Los Cardenales del entorno afirman que está en plena fortaleza. Sodano, Ratzinger, Navarro Vals aprovechan para dar el máximo de la autoridad pontificia a los Documentos que ellos redactan y someten a su firma. Los Consistorios, reunión de los cardenales, con que Juan Pablo II, a juicio de muchos analistas reemplazó la Colegialidad episcopal formulada por el Vaticano II, han estado orientados a fortalecer una línea restauracionista sostenida por el Papa y al nombramiento de cardenales que, entrando en la categoría de electores para el próximo Conclave, ya están dando un paso a favor de la visión de IGLESIA de Juan Pablo. Ya en el Consistorio de 1994 la prensa italiana decía: “Juan Pablo con la concesión del rojo capello a 30 nuevos cardenales, está preparando su sucesión”. La longevidad del papa polaco fue otro elemento importante. Fueron muriendo o quedando excluidos por edad, de la posibilidad de ser electores, una cantidad de Cardenales promovidos por los Pontífices anteriores. Las intervenciones de los poderes temporales ya quedaron frenadas definitivamente en el año 1904 con la Bula de Pìo X Conmissum nobis, con una reglamentación muy severa. No son de esperar, por eso, intervenciones políticas directas. Lo que juega ahora es la política interna. Y más que la que pueda establecerse por ambiciones de poder personales o grupales, la que resulta del determinante ideológico que ha puesto en pugna las reformas y novedades del Concilio Ecuménico, con los proyectos restauracionistas del Papa Juan Pablo. Esos proyectos expresados claramente ya desde un principio: Poner fin al período experimental de las reformas conciliares; dar marcha atrás en los avances de la teología dogmática y disciplinar, reorganizar las finanzas vaticanas; provocar el cese inmediato de la participación socio-política de religiosos y sacerdotes en el Tercer Mundo; acentuar sólo lo que en pastoral sea compatible con la recuperación de la identidad tradicional de la Iglesia; meter en cintura a los jesuitas. Dos grandes decisiones pusieron en marcha estos propósitos hace ya mucho tiempo. Joseph Ratzinger es llevado a Roma en 1980, desde la sede episcopal de Munich, en la que, durante una solemne ceremonia un joven reprocha la conducta oficial de la Iglesia como miedosa, apegada al orden establecido, sorda ante los reclamos juveniles de adaptación a los tiempos, preocupada de marcar las diferencias confesionales. El Papa salva a quien ya había vislumbrado como el gran ejecutor de la restauración. Teólogo conciliar, procedente de las filas progresistas, tiene el uniforme ideal para vaciar el Concilio valiéndose del Concilio. Y si uno revisa los objetivos propuestos, ésta fue una elección acertadísima. La presidencia de la Congregación de la doctrina de la Fe lo hace posteriormente, inexpugnable. La otra decisión tiene que ver con la promoción del Opus Dei como la gran internacional católica, primera superdiócesis mundial independiente. Aquí se mezclan los objetivos financieros y restauracionistas en una alianza verdaderamente poderosa y en constante marcha triunfal. Hoy todo se mueve para continuar en esta línea. Mientras Juan Pablo II viva, sus adláteres preparan todos los elementos para que esta tendencia continúe. Y, al parecer, tendrán éxito completo. Pero, objetan muchos ¿y la acción del Espíritu? A los que creemos realmente en esa presencia, se nos ocurre que el Espíritu ha renunciado a acompañar a la iglesia institucional y prefiere dedicarse a la iglesia comunidad cristiana. Sin embargo es posible esperar “la sorpresa del Espíritu” Pbro. José Guillermo Mariani (pbro) |
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