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Tiempo de Reflexión. Por María Cristina Pisano

Conocer la realidad  permite  realizar un diagnóstico histórico-cultural que a la luz de los vertiginosos cambios que acontecen, podría traducirse hoy en términos de escepticismo.

Esta palabra, proveniente del griego, significa "el que mira con cuidado". Su trasfondo es la experiencia de indecibles sufrimientos cuya memoria decanta en "miedos". Conlleva a un aferrarse al presente sin distraerse ni en el pasado ni en el futuro. Se desconfía por igual de las ideologías como de las utopías por sentirlas contaminadas por esos miedos entre los que se destaca, de manera significativa, la violencia.

Este escepticismo -como el más radicalizado nihilismo denunciado por Nietzsche- puede ser, sin embargo, uno de los grandes ritos purificadores contemporáneos. En estas condiciones, amanece una nueva sensibilidad: el reconocimiento de los espacios vacíos y de las diferencias que caracterizan a los pueblos y culturas. Les es esencial, a éstos, crear y recrear vínculos y valores y, con ello, mantener despiertas "las pasiones en torno a la dirección y sentido de la vida".

Los vínculos y los valores se enlazan a la educación la que persigue vertebrar los procesos de apropiación y socialización, de autoestima y de reconocimiento del otro.

La experiencia y la vida cotidiana propician la aparición de los valores en las conductas. Su espacio es "la reserva de libertad y de intimidad que poseen las personas y los grupos sociales” en donde la educación ocupa un lugar no menor.

La educación abre una instancia entre el espacio de las pautas culturales-sociales y su control por un lado, y el espacio de la autonomía por el otro: "el espacio crítico".

¿Qué se entiende por "espacio crítico"?

En primer lugar, sabemos que las pautas culturales-sociales no agotan el espacio de relativa autonomía que poseen las normas de comportamiento de las personas y de los grupos sociales.  Habría que analizar las posibilidades de ese espacio autónomo para constituirse en un espacio crítico, es decir, un lugar donde se pueda examinar la validez de las pautas culturales-sociales predominantes y construir otras pautas superadoras. Entre el espacio de control y el espacio de autonomía se abre, entonces, este "espacio crítico": terreno  no sólo para sustraerse al control social sino también de contestarlo con un cuadro de valores propio que intenta tener validez social. Ese lugar crítico es, a mi entender, "un lugar transcultural y transepocal".

          Creo que lo más dinamizador en el despliegue de la identidad cultural es el encuentro, el cruce, la síntesis con las otras culturas. Por su creatividad simbólica y su articulación íntima en el lenguaje, las culturas se disponen a una comunicación abierta y creciente. A partir del límite de su propia facticidad cada cultura  busca su lugar en el mundo y construye  su identidad que es también el ámbito de la identidad personal. Es esencial a la condición humana un estar en el mundo y un estar con los otros.

          La supervivencia humana depende de su vínculo de alimentación y cobijo con respecto a la naturaleza. La autosignificación de cada hombre, su identidad, depende de su vínculo de encuentro y desencuentro con los otros seres humanos.

Ninguna cultura podrá evitarle a los individuos y grupos sociales que deban tomar decisiones, aunque sea la decisión de que otros decidan por ellos. A este límite lo podríamos llamar el límite de la libertad: no poder no elegir. Esto suena como paradójico porque el poder elegir parece ser una riqueza positiva y no un límite.

          Sin embargo, el tomar opciones es correr riesgos. Supone la posibilidad de que existan caminos mejores y peores, acertados y equivocados. Además, el estar frente a opciones nos recuerda que no podemos incluirlo todo.

Las opciones humanas siempre dejan algo afuera. La posibilidad de la opción nos está hablando de una libertad falible con un poder limitado. La opción es una posibilidad que esconde una limitación. Ninguna cultura puede superar los límites del estar aquí (identidad), del estar con (relación), del estar por (libertad).

Por lo tanto, los vínculos están sujetos a las decisiones y opciones de una libertad finita que marca la experiencia como algo abierto y en riesgo. La vida humana refleja un triple entramado de relaciones reinterpretadas por la libertad como posibles.

La identidad de las personas y grupos está por autoafirmar sus límites y sus posibilidades; la relación está por transformarse en encuentro e intimidad y el vínculo con la naturaleza está por convertirse en cobijo, alimentación y mutuo cuidado con el hombre.

          Las culturas –y dentro de ellas las personas y grupos sociales- mantienen la deseabilidad de la vida con la promoción de los valores.

Los valores responden a necesidades últimas y profundas, atraen la estimación y adhesión de personas y comunidades y orientan su comportamiento.

La configuración concreta de un proyecto debe apelar a la decisión y participación de los actores comprometidos cotidianamente en él. En caso de conflicto entre propuestas alternativas, sería interesante procurar  dejar de argumentar para permitir que hable la memoria de lo ya vivido. Recuperar a aquellos vínculos que promuevan más y mejores relaciones capaces de superar miedos, prejuicios, deseos de posesión, ambición de poder y riqueza.

Estos vínculos se estrechan a un nivel arcaico y originario: "los sentimientos plasmadores de la memoria y la evaluación unido a ella". Entonces, el consenso ya no será acuerdo estratégico de intereses dispersos, sino una convicción compartida, una comunicación no coactiva.

La vida y el valor que la promueve representan un exceso respecto de una comunidad netamente racional. El sentimiento acusa dicha prodigabilidad y puede, una vez educado, operar como un instinto de verdad.

La experiencia reúne porque guarda la historia de la condición humana común. El vínculo es concebido como un pacto de libertades. El valor cobra encuentro y estímulo recíproco y, testimoniado, refuerza los lazos de "pertenencia". La libertad ejercida configura la convicción y permite trascender el mero criterio de la aprobación social, el temor de la descalificación y castigo, la obcecación en el interés y su lógica de intercambio.

A nivel de sentimientos, se trata de anticipar la completud –dentro de los límites de la finitud- por medio del irrenunciable deseo de felicidad. Estar poseído por el amor a la verdad y libertad, es altamente estimulante. El límite reside en la posible pérdida de dignidad.

Aquí el modelo valorativo es importante, pero no cualquier modelo.

Un modelo no es ni perfecto, ni ejemplar. Más bien recrea un valor de un modo único y personal, permitiendo la renovación de la vida. Incita sobre todo a que la novedad de cada cual, su diferencia, pueda emerger y desplegarse.

Los modelos alimentan la voluntad de vivir, promoviendo una vida más pródiga y elevada. El modelo auténtico de valores  no remite a sí mismo, a su propia historia, remite- a diferencia del ídolo- al valor".

Veamos la diferencia entre ídolo y modelo de valor.

El ídolo esclaviza con el lazo de la imitación, pide repetición, no remite más allá de sí. EL ídolo no genera adhesión al valor. Además, es incuestionable. Se justifican todas sus incoherencias o defecciones. Cuando el ídolo desaparece los valores y vinculaciones no perduran porque todo ello queda adherido a su persona.

El modelo, en cambio, asume la angustia de la libertad y por medio de ésta inspira y entusiasma

Inspirar (soplar dentro) a alguien es despertar en él un comienzo. No es darle algo terminado sino sembrar direcciones, abrir caminos. La inspiración genera autonomía y lo que transmite el modelo en esta inspiración es algo más genérico y potente: es un amor, una convicción. Esto es portador de la fuerza del deseo e inaugura, por consecuencia, una búsqueda.

Dado que el modelo no remite a sí mismo, permite la convivencia con otros modelos. Por ej.: una persona puede tener un modelo que le inspire el valor del esfuerzo laboral, otro que le haya abierto el camino de lo ético o lo estético, otro que lo invite a la solidaridad, otro que provoque abrazar determinada fe o creencia, etc.

Los modelos proponen no sólo un valor sino una organización de prioridades, " un argumento de vida".

Hay en toda persona una rica exploración práctica, racional y emotiva de valores presentes en el mundo de la vida. Adhesiones parciales, prioridades tentativas, avances y retrocesos, generosidades y traiciones, constituyen la trama real de la historia humana. Se ha recibido y probado un argumento de vida que incluye una selección de valores. Este puede haberse prolongado o revisado, pero se lo ha puesto a prueba.

El modelo ha tenido, como toda persona, también modelos de vida, experiencias humanas previas de exploración axiológica, que han ejercido peso para su propia historia. Se produjo en él un instante de vínculo.

Este instante de vínculo se torna vínculo más allá del instante. Esta relación interpersonal establecida entre quienes se "ligan", hace que aquello que comienza en el espacio íntimo (intimidad) se traslade a lo público (comunidad), opere sobre lo público, cree el clima apropiado para poner lo aprehendido en acción.

La intimidad, carácter plasmado en la coparticipación, habla de la trascendencia. La intimidad supone relación con el otro y encuentro en un campo interpersonal pues tiene el carácter trascendente cristalizado fuera de los límites de quienes se relacionan, entretejiéndose un "sitio" comunitario.

Esto enfrenta a otra aparente paradoja porque la intimidad, fenómeno personal, se plasma "fuera" de ella en un campo de intercambio donde se conjuga en términos de ser-con-el-otro. Dicho de otro modo, ella es, antes que conocimiento racional, experiencia vivida en coparticipación; tanto más completa cuanto más honda.

La intimidad es una propiedad personal cuya disponibilidad depende y marca nuestra libertad. Se adquiere, alcanza y enriquece la vinculación porque sólo existe allí.

No es pues, íntimo lo secreto, lo oculto, lo escondido sino lo comunicado, lo abierto, lo expuesto ante aquel con el cual se intima, creando algo en común.

Estamos ahora en condiciones de afirmar que los vínculos van más allá de ser la concreción de una tarea común. Todo vínculo va de la inmanencia propia y/o la referencia de un protagonista a otro.

Su "carácter básico" reside en la reciprocidad y su "carácter distintivo" es comunitario y trascendente. Esto lo ubica más allá del intercambio, de lo convenido o pactado, de toda ley y toda regla.

Esta libertad marca distintivamente el poder fundante de la reciprocidad. Dicho de otro manera, la experiencia cotidiana muestra cómo la reciprocidad se sustenta en ese intercambio de pregunta y de respuesta concretada en la comunicación, la cual cristaliza a su vez en los vínculos.

Creo, que sólo si somos capaces de comprender qué vínculos establecemos, qué modelos nos inspiran, qué memoria habla, qué identidad queremos afirmar personal y comunitariamente, etc., los actos, nuestros actos, tenderán hacia conductas de coparticipación, de cooperación, de inclusión, de reencuentro y de convivencia en colaboración.

María Cristina Pisano


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Última modificación: 30 de July de 2010