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Un solo Dios y dos Te DeumLas previsiones no eran buenas. Una confrontación más entre el estado y la iglesia. Pero, salvando la elección que hicieron los diversos políticos del lugar a que decidieron asistir, el conflicto generado por esta disposición de Bergoglio, contrariando la de presidencia de la nación, no pasó a mayores. El mismo cardenal primado se encargó de pedir que no se politizara su decisión, de por sí, eminentemente político- partidista. Tampoco el Gobierno cargó las tintas sobre la diferencia de su punto de vista con el de la Jerarquía eclesiástica. Y así la prensa se sosegó un poco y no dio demasiada publicidad a este “bocadillo” periodístico. Pero hubo dos “Te Deum”. Esa es la realidad. Uno en el santuario que se considera de todos los argentinos, el de Nuestra Sra. del Lujan, sede de peregrinaciones con sentido popular y social. El otro, en la catedral Metropolitana sede del cardenal primado y centro del culto de la arquidiócesis y la ciudad de Buenos Aires. El espíritu nacional que se vivió, con raras excepciones, en las celebraciones del bicentenario, fue como un manto cobertor de las rispideces de los últimos tiempos. El cardenal se obligó a reconocer que había sido una iniciativa laudable la de celebrar el Te Deum en el santuario nacional y, tratando de esquivar el bulto a las objeciones que brotaron y brotarán de muchos sectores, omitió hacer la tradicional disertación usada habitualmente para señalar las fallas oficiales. Se limitó a leer el último comunicado de la Conferencia Episcopal, acerca de la Patria como don y responsabilidad. En buena hora que se hayan disminuido por ambas partes las actitudes agresivas. No pasaron sin embargo inadvertidas las observaciones que se hicieron desde muchas predicaciones sobre la necesidad de una moral basada en los criterios de la Iglesia católica “mayoritaria” y representante de “la voluntad de Dios”. No parece entonces que, ante los reclamos de unidad que vienen repitiéndose constantemente, y la proclamada actitud de evitar conflictos “que fastidian y crispan a la gente”, se esté buscando al diálogo más allá de cómo medio de mantener privilegios. El sector más conservador de la Iglesia sigue apareciendo con reclamos dictados por la “superioridad” para mantener como únicos criterios válidos de conducta las normas dictadas para los católicos, marginándose de la situación de tantos que no se consideran pertenecientes a esa institución. Porque el reclamo basado en “la mayoría católica de la población” no tiene otra base que el hecho del bautismo vivido sin intervención personal consciente y al que un porcentaje cada vez más alto desconoce como indicador de su pertenencia a esta iglesia. Así queda claro de qué paz y de qué unidad se habla. De la que signifique sujeción a la presión eclesiástica que, no satisfecha con lo que puede lograr en adoctrinamiento y sometimiento de sus miembros, pretende someter a la sociedad entera a sus criterios. Y, seamos sinceros, reconociendo que no se trata, en muchísimas oportunidades, de criterios emanados del evangelio, la buena noticia de Jesús de Nazaret, sino de conveniencias políticas del momento muy ligadas al mantenimiento del poder eclesial por encima del civil y democrático. La “acción de gracias”, que es el contenido del himno que comienza con estas palabras “a ti Dios te alabamos y te confesamos Señor”, es la expresión de un canto de toda la creación, reconociendo sus maravillas y por ende, comprometiéndose a respetarlas. No se trata de una actitud reservada con exclusividad a la iglesia, sino que trasciende lo religioso cultual para situarla en la profundidad del ser humano en su veneración humilde por la obra de Dios al alcance de sus manos. José G.Mariani (pbro) |
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