Domingo 24 de Octubre de 2010 – 30 durante el año litúrgico (ciclo “C”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Lc.18,9-14)

Refiriéndose a algunos que apreciándose como justos despreciaban a otros, Jesús expuso esta parábola: dos hombres subieron al Templo a orar. Uno, fariseo, oraba así “Te doy gracias Dios mío porque no soy como los demás, ladrones, injustos adúlteros, ni como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos.” El otro, publicano, a distancia se golpeaba el pecho y sin atreverse a levantar los ojos decía: “Dios mío ten piedad de mí porque soy un pecador!” Éste, concluyó Jesús, volvió a su casa justificado y no el primero. Porque el que se exalta termina humillado y el humilde ensalzado.

Síntesis de la homilía

El fariseo no sube a orar sino a jactarse delante de Dios que se supone está en el templo.

El otro, tiene necesidad de mirarse a sí mismo sin espejismos, delante de Dios, implorando su misericordia. A veces decimos que lo más importante es agradecer a Dios sus beneficios en lugar de pedirle cosas o implorar su perdón. Y eso es una gran verdad que ratifica frecuentemente la liturgia en las exclamaciones de los prefacios. Porque el único modo de apreciar y utilizar los regalos de Dios que nos vienen a través de la naturaleza y toda la creación, es reconocerlos con agradecimiento, que significa fijarnos en ellos. Pero aquí también hay que estar alerta porque ese dar gracias, como en el caso del fariseo, importa dos cosas. La primera, considerarse privilegiado de Dios y con derechos a su intervención favorable, como pago de sus virtudes. Y la segunda, menospreciar a otros que no están en su misma línea de conducta, sin examinar los motivos en que se fundan estas diferencias. Además, notemos que el fariseo es un hombre absolutamente satisfecho de sí mismo. No bastándole con toda la enumeración de lo que lo diferencia de los ladrones, los injustos o los adúlteros, añade ese plus que significa ayunar dos veces por semana y pagar exactamente los diezmos, es decir la referencia al culto que aparece como lo más importante porque ambos suben al templo para orar.

Hay, entonces, muchas cosas aprovechables para los discípulos de Jesús en esta parábola. Jesús oró en el templo muy pocas veces (2 según Lucas) el resto de sus oraciones fue en la montaña, el desierto, a orillas del río, en la calle, en el monte de los olivos, en cualquier lugar en que compartía con la gente común los sufrimientos e inquietudes cotidianas. Y esto es en gran manera aprovechable para nosotros que hemos sido formados en una oración reducida a lugares (el templo) y fórmulas.

Lo más importante, sin embargo, porque forma parte de la renovación profunda de las relaciones humanas que anhela Jesús como enviado del Padre, es la consideración respetuosa de quienes tienen formas de conducta, pensamiento y vida diferentes a las nuestras. Y la cerrazón que suele clausurarnos a los cambios porque estamos satisfechos de nosotros mismos. La ventaja del que se reconoce pecador es precisamente esa, su inquietud por el cambio personal y social. Cosa extraña para quien está absolutamente satisfecho consigo mismo.

Desde luego que es llamativa la preferencia mostrada por Jesús como actitud de Dios ante los pecadores y en realidad es la única que puede corresponderse con la idea del Padre Dios que nos ha trasmitido Jesús. Los padres siempre preocupados y ansiosos por los hijos que sufren psíquica, física o moralmente. Cuánto más el que abarca la plenitud de la bondad.

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