Sábado 25 de diciembre de 2010 – Fiesta del Nacimiento de Jesús (ciclo “A”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Jn.1,1´5 y 9-14)

Desde el principio ya existía la palabra, y se dirigía a Dios y era Dios. Mediante ella existió todo. Sin ella no existió nada. Ella contenía vida y la vida era la luz de los hombres. Esa luz brilla en las tinieblas, que no han logrado extinguirla.

Ella es la luz verdadera que ilumina a todo hombre  que llega a este mundo. Así que la palabra se hizo ser humano, acampó entre nosotros y hemos contemplado su gloria. La que un hijo único recibe de su padre, plenitud de amor y de lealtad.

Síntesis de la homilía

La exaltación de la palabra que realiza el escritor del 4to. Evangelio, es mezcla de poesía y teología. Descubrimiento y revelación. Referida a Jesús de Nazaret, afirma primero su origen divino y luego lo que ya era expresión en su comunidad de fines del siglo Iro, que él mismo era Dios. Un criterio que produjo múltiples enfrentamientos emn la iglesia primitiva y tardó hasta el Concilio de Calcedonia en convertirse en afirmación segura compaginando las dos ideas en conflicto: verdadero Dios y verdadero hombre. Nos vamos a fijar en esta fiesta navideña en el aspecto humano de la palabra porque en primer lugar sólo desde ella  podemos ascender más arriba desde una pobreza que no puede superar la semejanza. Y segundo porque todo lo que afirma el evangelista es realidad sensible en esta palabra que nos construye, nos expresa, nos permite acceder a la verdad compartida, nos revela a nosotros mismos y a los demás y es el vínculo que realiza las más profundas uniones entre  nosotros, que son las afectivas.

Tomar conciencia del valor de ese don de la palabra que nos caracteriza como seres humanos, es imprescindible para basar el sentido de nuestras vidas en lo que es el mensaje de Jesús de Nazaret. Una palabra que no es sólo “flatus vocis”(soplido de voz) sino testimonio de vida y acción liberadoras.

Y Juan nos guía en este intento, identificando a Dios con la palabra. Nada se hace sin ella y por eso es la expresión del poder y del amor. Ella se convierte en luz para iluminar nuestros caminos. Cuando la recibimos, de quienes nos la trasmiten envuelta en el cariño y la responsabilidad de las familia. Cuando la escuchamos de quienes la han alimentado con sus compromisos de vida, convirtiéndola  en experiencia. Cuando la pronunciamos para ordenar nuestros pensamientos e iniciar la creatividad de nuestros razonamientos y afectos. Se trata de un proceso en el que casi sin darnos cuenta nos vamos construyendo como personas. Por eso la indudable influencia de la cultura y todo su entorno en lo que vamos siendo y seremos finalmente en la madurez.

El tropiezo inevitable de encontrarla contagiada con el engaño, la inmadurez, la malicia,

o múltiples forma de opresión, nos alarma y hasta  nos hace sentir impotentes para dejarnos conducir por la luminosidad originaria. Juan sostiene que la oscuridad no podrá extinguirla. Y esto significa un acicate esperanzado en el mantenimiento de nuestras luchas y esfuerzos por hacerla instrumento de la glorificación del ser humano como hijo con Jesús de Nazaret.

Recuperar con estas reflexiones el valor de la palabra, teniendo conciencia de que esto significa una importante colaboración social, es acercarnos a la palabra humana de Jesús. Ciertamente la encontramos muchas veces deteriorada. Para ocultar en vez de revelar, para engañar en lugar de trasmitir la verdad, para ofender en lugar de alentar, para remarcar las ofensas alejándonos de perdonar, para condenar en vez de comprender, para enfermar en lugar de sanar. Una rama de la psicología clínica se designa como “logoterapia”. Nos hace falta una logoterapia social para no seguir enfermándonos de desesperanza y derrotismo.

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