Domingo 20 de Febrero de 2011 – 7mo durante el año litúrgico (ciclo”A”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Mt. 5,38-48)

Se dijo “ojo por ojo y diente por diente” pero yo les digo. No resistan. Presenten la mejilla izquierda al que les abofetea la derecha y al que pleitea por la ropa dénle el manto y si alguien te obliga a  llevar su carga llévala el doble más lejos. Dale al que te pide y presta al que te suplica.

Se dijo “ama a tu prójimo y guarda rencor a tu enemigo”. Yo les digo amen a sus enemigos y recen por sus perseguidores. Así serán hijos del Padre que hace brillar su sol sobre los buenos y malos y caer la lluvia sobre justos y pecadores.

Porque si aman a los que los aman ¿qué merito tienen? Lo hacen los pecadores también. Si saludan a sus amigos ¿qué tiene de novedoso? Lo hacen también los que no creen en Dios. Sean por tanto perfectos como su padre del cielo.

Síntesis de la homilía

Lo menos que puede decirse de estas enseñanzas de Jesús es que prácticamente no son sólo impracticables, sino dañosas para la convivencia social. Habría un sector de la sociedad, el de los cristianos, que serían siempre pasto de las fieras y víctimas de los poderosos. En realidad muchas veces ha sucedido así y, al menos en el reclamo de los opresores, sigue sonando la máxima de que los cristianos deben  perdonar, amar y resignarse a ser víctimas. Hasta el episcopado fomentando el olvido y  el indulto, hizo alusión a estas palabras de Jesús, oponiéndose también a los juicios y castigo  de los genocidas.

Algo hay de raro en esta propuesta, si no actualizamos su sentido poniéndola en su lugar en el

tiempo y circunstancias concretas en que se escribe.

Malvados, impíos, eran considerados los incrédulos, lo que no habían aceptado a Jesús. En muchas citas bíblicas se los considera como condenados. La táctica no podía consistir en oponerse sino en tratar de vencer con bondad su incredulidad para atraerlos a la comunidad de salvación. Por eso, la recomendación  que suena como desencajada y fomento de la hipocresía, de rezar por lo enemigos porque su conversión al cristianismo estaba por encima de su enemistad y sus ofensas y persecuciones.

No vamos a borrar estas máximas de conducta que  tienen su aplicación deseable en las comunidades de Mateo, rodeadas de enemigos, y que vivían la euforia del cristianismo primitivo  con una espera inminente de la segunda  y victoriosa venida de Jesús.

También tienen importancia ahora porque todas tienden a disminuir esa violencia tan diversificada que se ha difundido en nuestra sociedad actual. Para remediarla dentro de un sistema que la fomenta, la propaga y testimonia sus logros como dignos de alabanza y prestigio, son ineficaces los consejos de Jesús y los  de las autoridades eclesiásticas que no dejan de quejarse del abandono por parte del mundo, de la realidad de Dios y de la mediación eclesiástica. Sólo se dispone, sin un cambio fundamental de este sistema en que ocupen el principal lugar y constituyan la preocupación general, la salud, el trabajo para todos, la igualización  de derechos y de modo especial la educación, no tenemos más remedio que reducir la aplicación de todas esas normas de convivencia a los pequeños espacios en que inmediatamente se puedan lograr frutos de paz y felicidad. La experiencia fue vivida intensamente por las primeras comunidades, pero no duraron para siempre. También se han vivido y se viven experiencia de comunidades cerradas más pequeñas con normas de vida aun más exigentes que las indicadas por Jesús. Duran un tiempo. Después, el sistema las asimila o las traga. Sólo el compromiso social vivido de acuerdo a las posibilidades, que de cuando en cuando se abren como un horizonte promisorio, puede lograr una práctica eficaz de esas enseñanzas de Jesús.

Es provechoso también  advertir que todo ese andamiaje armado frente a los enemigos para darles la facilidad de la otra mejilla, y completar su pedido de ropa con la donación del manto y acompañar el doble del camino llevando la carga de quien lo necesita, o darle a todo el que pide y prestar a todo el que solicita, no debe convertirse así nomás en norma de conducta. Es preciso atender siempre, con sentido crítico, los efectos que esas conductas provocan o pueden provocar a nuestro alrededor

Y no hay que darle cuerda a la culposidad que puede brotar de la conciencia de no estar cumpliendo a la letra lo que leemos en la Escritura.

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