Jesús de Nazaret y la Religión Católica. Por Jesús Gil García

Una cosa es el movimiento fundado por Jesús durante su vida en Palestina, y otra la religión proclamada por el emperador Teodosio I, en el s. IV, como religión oficial del Imperio, y defendida hoy por la institución eclesiástica católica. Jesús no fundó una religión, sino que comenzó un movimiento laico, al margen de la religión judía.

Todo empezó con Constantino en el s.IV quien mediante el edicto de Milán (313) promulgó la tolerancia del cristianismo, movimiento que había sido duramente perseguido. Pero fue su hijo Teodosio I el Grande quien hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano (edicto de Tesalónica, 380). Desde ese momento la religión cristiana tomó como modelo la estructura imperial.

El Papa comenzó a ser un verdadero Emperador de la nueva religión con el boato, lujo y poder imperiales. Los obispos fueron auténticos reyes en su territorio. Los primeros concilios (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia) en los siglos IV y V, convocados por el Emperador, diseñaron las líneas básicas de la religión cristiana, distanciándose del mensaje de Jesús de Nazaret.

Esta nueva religión adquirió una estructura piramidal bajo las órdenes del obispo de Roma, quien a imagen del Emperador tenía su palacio, sus territorios y su ejército, y su corte formada por los cardenales.

Los obispos regían sus diócesis como señores feudales, encargados de lo sagrado (templos, ritos y objetos), ayudados por los sacerdotes. El Papa, los obispos y los sacerdotes son los que rigen esta nueva religión, en la que la mujer está totalmente ausente en los órganos de dirección y poder.

La religión se fortaleció con una legislación, contenida hoy en el Código de Derecho Canónico. A semejanza del Imperio la nueva religión se convierte en una institución poderosa y rica, bien estructurada a través de sus leyes, preocupada especialmente en extender su dominio en el mundo, conquistando nuevas tierras y aumentando el número de sus adeptos y seguidores. Esta es, a grandes rasgos, la religión que hoy defiende la estructura clerical de la jerarquía de la Iglesia católica.

 

Muy distinto fue el movimiento iniciado por Jesús de Nazaret. Jesús no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo alguno relacionado con la religión. No fue un maestro de la Ley, sino un laico.

Huyó de todo poder, y se preocupó especialmente de las personas marginadas. No fundó ninguna religión. Más bien se enfrentó a la religión judía y a sus instituciones (sinagoga, templo de Jerusalén). Se rodeó de personas, mujeres y hombres, dispuestos a continuar su camino anunciando el mensaje del Reino de Dios. Proclamó las bienaventuranzas, como proyecto del Reino de Dios. Denunció las opresiones e injusticias, haciendo realidad la salvación del Dios Padre y Madre, a través de sus curaciones.

Las mujeres tuvieron un lugar preeminente en la vida de Jesús. Por todo esto fue condenado a muerte. Hoy este movimiento quiere hacerse presente y continuarse en las comunidades cristianas de base, existentes en la Iglesia, distantes en muchos aspectos de la estructura clerical y enfrentadas en ocasiones a los intereses y objetivos de la institución eclesiástica.

 

Estas dos realidades están hoy presentes en el interior de la Iglesia: la estructura vertical, patriarcal, de la institución clerical, que ha usurpado con exclusividad el nombre de Iglesia; y la organización horizontal de las comunidades populares, hombres y mujeres con idéntica dignidad e importancia, más cercanas al sentido originario de Iglesia. La primera, fiel continuadora de la religión católica declarada oficial del Estado desde el s. IV. , alejada del movimiento laico iniciado por Jesús de Nazaret. La segunda, seguidora del grupo formado por Jesús de Nazaret, y distante de las preocupaciones de la institución clerical.

 

La religión católica ha ido avanzando a través de los siglos fortalecida por la jerarquía de la Iglesia hasta nuestros días. Sigue básicamente los mismos parámetros que al comienzo de su andadura: estructura piramidal en cuyo vértice el obispo de Roma ostenta los tres poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, organizada en torno al Código de Derecho Canónico. Está dirigida únicamente por hombres.

Tiene un gran poder como Estado Vaticano, disponiendo de infinidad de templos en todo el mundo en los que se realizan celebraciones de gran vistosidad y boato. Su preocupación principal es ser cuidadora y guardiana del depósito de la fe confeccionado a través de los Concilios celebrados en su historia. Ha elaborado una teología basada en los dogmas. Se considera dispensadora de la gracia divina de la que es mediadora a través de los sacramentos.

Por el contrario, el movimiento de Jesús de Nazaret ha sobrevivido en pequeños grupos. No tienen poder alguno, ni lo buscan, sino el servicio, a ejemplo de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,25-28).

Viven en pequeñas comunidades igualitarias en dignidad, mujeres y hombres, y horizontales en su funcionamiento. Intentan ser consecuentes con el mensaje de Jesús de Nazaret: anunciar el Reino de Dios a los pobres y marginados de la sociedad (Mt 10, 7-8).

Tienen como guía las bienaventuranzas de Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5, 1-10). Comparten la vida y los bienes haciendo realidad la eucaristía a ejemplo de los primeros cristianos (Hch 4, 32 – 35).

Llevan a la práctica el único mandamiento de Jesús, el amor al Padre-Madre en el amor a los hermanos más desfavorecidos (Mt 22, 37-40).

 

En el interior de la Iglesia actual  Diferenciar ambas realidades es necesario y esclarecedor para toda aquella persona que en la actualidad busca ser coherente con el mensaje de Jesús de Nazaret en el momento actual.


Hombres sí y hombres no. Por Guillermo “Quito” Mariani

La primera denominación suele aplicarse a quienes tienen un sentido positivo de la vida. La segunda, por el contrario, a los que viven protestando u objetando las deficiencias y limitaciones con que deben enfrentarse en su andar cotidiano.

Con pocos días de intervalo, tuve oportunidad de concurrir a dos espectáculos que presentaban, cada uno con estilo diferente, los extremos a que pueden llevar e estas situaciones.

El Jueves la película “Que la cosa funcione” de la que es autor y director Woody Allen y protagoniza Larry David, una especie de clonación de Woody. La técnica de que el excéntrico protagonista dialogue con el público, usada ya en otra oportunidad, resulta sin embargo original y llamativa. Se trata de un hombre “no”. Tiene una visión absolutamente pesimista del ser humano y de la sociedad. Y no es invento imaginativo, sino reacción basada en una observación sutil y profunda de lo que gira a su alrededor. Sus amigos ya saben de lo descarnado y atrevido de su postura y no se extrañan de un doble intento de suicidio fallido, ni de sus ataques de pánico. No pueden, sin embargo, negar el realismo y la objetividad de sus juicios.

El Sábado, en cambio fui invitado a una obra de teatro en Alquimia, salón de exhibición y escuela de actores en la Avda. Padre Claret. El protagonista, un joven apasionado por el teatro y con algunas actuaciones anteriores, asumió la responsabilidad de llenar el escenario, como había llenado la sala, con sus palabras, sus recursos gestuales, sus silencios, su naturalidad humorística y resignada. Su nombre Maxi Ruggieri. La obra es de Griselda Gambaro y se titula “Decir sí”

Se trata de un dialogo-monólogo en el reducido espacio de una peluquería. Maxi es un hombre “sí”. Poco a poco el espectador se va convenciendo de que no puede o no quiere decir “no”. Es pacífico, tímido, sumamente servicial, y hasta interpreta en su contra, disculpándose personalmente, lo considerado por el otro como ofensa.

El final de la película de Allen deja, en voz de su protagonista dirigiéndose a la sala, una lección finalmente positiva y valiosa: Es ridículamente desastrosa la raza humana, pero se pueden encontrar caminos para sobrevivir al desastre. Para eso, hay que vivir a pleno las circunstancias y ocasiones que hacen “que la cosa funcione”.

El final de “Decir sí”, la obra de teatro, es muy duro para con esa debilidad que llega a no negarse nunca, aguantar sin medida, ser complaciente y humilde, someterse y disculpar a otros admitiendo que uno mismo es el culpable.

En definitiva la conclusión es: que la rebeldía puede resultar exagerada y molesta, de manera especial para los que detentan cualquier clase de poder o prestigio, pero, finalmente libera de una cantidad de males de los que brotan y los que rodean al ser humano.

La condescendencia y la sumisión, al revés, concluyen siempre en que los que creyeron colaborar a la paz y la felicidad con una actitud absolutamente permisiva, terminan devorados por los que sin ningún escrúpulo se aprovecharon de ellos utilizádolos.

En la sociedad, en la política y en la iglesia, la adulación a los poderosos, que frena actos de valentía o resistencia a sus abusos con el supuesto objetivo de mantener la paz y la unidad, concluye por lo general en el desprecio y marginación de los que esperaban haberse asegurado para siempre, los favores de los grandes.