Homilías Dominicales – Domingo 24 de Junio de 2012 – Nacimiento de Juan Bautista. Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Lc. 1,57-66)
Cuando le llegó a Isabel el tiempo, dio  a luz un hijo y los vecinos se alegraron por la misericordia tan grande que el Señor había tenido con ella. A los ocho días vinieron los encargados de la circuncisión y  querían llamarlo Zacarías como el padre. Pero la madre dijo que se iba a llamar Juan. La gente le decía que no había nadie en la familia con ese nombre. Le preguntaron por señas al padre cómo quería llamarlo y  escribió “ su nombre es Juan” por lo que todos quedaron extrañados. En ese mismo momento se soltó la lengua de Zacarías y comenzó a alabar a Dios.

Un santo temor se apoderó de todos, y estos acontecimientos se comentaban en toda la región montañosa de Judea, porque la gente pensaba ¿qué irá a ser de este  niño?, ya que comprendían que la mano del Señor estaba sobre él.

 

Síntesis de la homilía

hay bastantes coincidencias entre los nacimientos de Jesús y Juan que el mismo mensajero de Dios se encargó de señalar indicándoselas a María. Ambos nombres son dictados por un mensajero divino. Ambos nacen de manera maravillosa:Jesús de la virginidad joven, Juan de la esterilidad de una anciana. Ambos nacimientos provocan la seguridad de que está obrando Dios. En uno los comentarios de los vecinos y en el otro la eclosión de los ejércitos celestiales.

De acuerdo al Libro de los Hechos en el tiempo del relato lucano tenía vigencia la disputa de los discípulos de Jesús y de Juan sobre la superioridad de cada cual. No es que esa rivalidad existiera entre Jesús y su primo sino entre sus discípulos que, apoyando psicológicamente  su propia seguridad en la personalidad de cada uno de los dos maestros,  casi necesitaban disminuir la `personalidad del otro para mantenerse firmes. Es el evangelio de Juan, casi cuarenta años después, el que se encarga de fijar el papel del bautista como subordinado a la misión de Jesús. “El no era  la luz sino el que debía dar testimonio de la luz”

En realidad, el bautista es quien respondió exactamente a las expectativas del pueblo judío que vivía la opresión del Imperio y de la Ley. Por eso anunció una llegada “detrás de él” de la destrucción de los enemigos y los castigos del Dios poderoso. Jesús, en cambio, asumió el anuncio del reino como la llegada de la felicidad para todas las víctimas. A eso se deben las dudas que acometieron a Juan en la cárcel sobre si  Jesús era o no el mesías ya que no tenía ningún discurso de amenaza de destrucción y venganza de Dios.

En un mundo con multiplicidad extraordinaria de códigos y preceptos morales, en cada cultura el Decálogo de Moisés resultaba una elaboración admirable. Pero la observancia de todas las reglas se basaba en el temor a la descalificación social o los castigos. El cristianismo, después de los primeros siglos se fue contagiando con esos criterios, hasta convertirlos en pedagogía habitual con los excesos conocidos. Pero el mensaje de Jesús fue la revelación de un Dios amor convertido hacia el hombre para hacerle posible vivir ese fundamento de la felicidad. Si se puede afirmar que los mismos males y aun peores desgarran a la humanidad hoy, no es porque no sepamos el secreto de la conducta definitiva, sino porque los encargados de difundirlo y testimoniarlo (entre ellos la iglesia) no lo defienden sino con palabras y sin obras. “Amemos con obras y de verdad”

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