Homilías Dominicales. Domingo 23 de noviembre de 2014 – Festividad de Cristo Rey (ciclo “A”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (mateo 25,31-46)

Decía Jesús a sus discípulos: Cuando el Hijo del hombre llegue a su gloria, rodeado de todos los ángeles, se sentará en un trono glorioso. Todas las naciones serán reunidas en su presencia. El separará a unos de otros como el pastor separa las ovejas de los cabritos y pondrá a aquellas a su derecha y a estos a su izquierda. Entonces el rey dirá a los que tenga a su derecha “vengan benditos de mi Padre y reciban la herencia del reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo. Porque tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, estaba de paso y me alojaron, desnudo y me vistieron, enfermo y me visitaron preso y me vinieron a ver”. Los buenos responderán entonces “Señor ¿cuándo te vimos hambriento y te dimos de comer, cuándo sediento y te dimos de beber, cuándo de paso y te alojamos, desnudo y te vestimos, enfermo o preso y te visitamos? Y el rey responderá: “Les aseguro que en la medida en que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo”. Luego dirá a los de su izquierda “Aléjense de mí malditos y vayan al fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles porque tuve hambre y no me dieron alimento, sed y no me dieron de beber, fui peregrino y no me alojaron, desnudo y no me vistieron, enfermo y preso y no me socorrieron”. Estos a su vez preguntarán “¿cuándo todo esto que no hicimos?” Y él responderá:” En la medida que no lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos me lo negaron a mí” Estos irán a fuego eterno y los buenos, a la Vida eterna.

 

Síntesis de la homilía

Los judíos creían firmemente en un juicio final que estaba de acuerdo con su concepción de la ley de compensaciones por la que Dios debía remediar en otra vida los sufrimientos de los que padecieron en ésta y castigar con sufrimientos a quienes gozaron egoístamente de los bienes de la tierra. La parábola del rico y el pobre Lázaro lo expone claramente. Pero además el pueblo elegido en un juicio con presencia de todas las naciones debía recuperar su grandeza sobre todos los demás en ese acontecimiento final. Tan firme era la creencia de lo que afirmaban los profetas (especialmente Joel 3,3 y Daniel 12,5) que hasta tenían designado el lugar en que esa reunión de todas las naciones se produciría. El valle de Josafat (que significa Dios juzga) parte del Valle Cedrón, situado al sur del templo sobre el monte Sión desde donde se domina su amplitud, era el espacio en que este juicio de las naciones se produciría.       Mateo escribe para comunidades en su mayoría integradas por judíos convertidos. Esta circunstancia hace que aproveche las creencias judías para esta gran puesta en escena, del juicio definitivo sobre la humanidad en el que coloca al Cristo glorioso como rey y juez universal. Todo esto constituye un manojo de datos muy curiosos, pero el objetivo de Mateo no es afirmar ni negar que pueda, como fin de la historia, provocarse un juicio final, sino convencer de que a juicio del enviado de Dios hay un solo artículo de cuya observancia depende la sentencia condenatoria o salvadora: el amor a los pequeños. Es el juicio del Señor de la historia y del proclamador y realizador del reinado de Dios dejando sus huellas para nuestra participación.   El Rey que se identifica con los más pequeños, necesitando de la atención y generosidad de los que los rodean , no tiene nada que ver con las vestiduras o pompas reales que como signos de autoridad y superioridad, además de la pretensión de ser llamados con apelativos propios exclusivamente del Ser supremo no tienen nada que ver con ese reinado. Ni tampoco con esas imitaciones burdas pero muchas veces influyentes, de Soldados de Cristo Rey o Legionarios de Cristo.     Aunque ni el fuego eterno de que habla Mateo, ni la vida eterna que es su alternativa, forman parte de lo que podemos conocer y menos, comprender. Lo que hace eterna la vida es lo le da sentido plenificándola, y por eso la que se deja conducir por el amor, la participación más intensa de la realidad divina, si atendemos al Dios revelado por Jesús de Nazaret.

 

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