Posmodernidad y nihilismo. Una lectura global del momento socio-cultural. Por Eduardo Marazzi

Posmodernidad y nihilismo. Elementos para entender nuestro tiempo
Una lectura global del momento socio-cultural

“La disgregación y, por ende, la incertidumbre es propia de esta época: nada apoya sobre una sólida base y sobre una fe estable, fuerte: se vive para el mañana, porque el pasado mañana es dudoso. Todo es resbaladizo y peligroso en nuestro camino, y el hielo que todavía nos sostiene se está haciendo siempre más sutil. Todos nosotros sentimos el siniestro calor del soplo del viento del deshielo: aquí donde todavía caminamos, dentro de poco ninguno podrá ya caminar” (F. Nietzsche, Voluntad de potencia).

A modo de introducción

1) El párrafo nietzscheano, redactado dos o tres años antes de entrar en un estado de locura (1889), del cual Nietzsche no saldrá más (muere once años después, en el 1900), anuncia el clima en el cual vivimos desde los comienzos del siglo XX. Su profecía se ha cumplido.  El mundo socio-cultural de hoy sin ideales fuertes y fragmentario el crepúsculo de los valores que han dado vida y sostenido el Occidente, la disgregación del sujeto moral y la pérdida del fin último de la existencia es el horizonte que la aguda y larga mirada de Nietzsche preveía. Todo aquello que era considerado estable, permanente, inmutable, imperecedero, en fin, divino, celestial o eterno, se ha pulverizado en mil fragmentos. Del “ser”, no queda ya nada, como subrayó, en línea con el discurso de Nietzsche sobre la “muerte de Dios”, el pensador alemán M. Heidegger, crítico de la razón metafísica la cual, según su interpretación, sería el origen y esencia del nihilismo. En su obra principal Ser y tiempo (1927), como también en Nietzsche (1961) y La esencia del nihilismo (1946-1948) Heidegger sostenía que uno de los rasgos principales del pensamiento moderno es, justamente, haber olvidado el ser; no saber qué cosa significa “ser”, en sentido pleno y auténtico; el estar concentrados y enceguecidos por el ente; el haber transformado el ser en valor de cambio.

2) La profecía de Nietzsche, a diferencia, por ejemplo, de la marxista, no se ha revelado falsa. Se derrumbó la cultura en la cual y sobre la cual, desde el 1600 en adelante, hasta los primeros decenios del siglo pasado, el hombre occidental ha caminado, no sin poca soberbia y arrogancia, intentando construir, costara lo que costara, el paraíso en la tierra, el así llamado regnum ominis. Ha caído la cultura que, por más de cuatro siglos, ha alimentado y “vectorizado” al individuo y a la comunidad, a las instituciones y a los proyectos que, en ciertos momentos, han asumido pretensiones faraónicas o luciferinas hasta el punto de culminar en los holocaustos y genocidios que caracterizaron el siglo pasado. Los horrores – de los cuales aún hoy llevamos las cicatrices – fueron tantos que el siglo XX ha sido definido, por algunos estudiosos, como el “siglo del miedo” (G. Pinzani), “del odio” (G. Mariani), “del mal” (A. Besançon) “del dolor inocente” (P. Dobloni), “de las ideologías” (K. Dracher), “del ocaso” y “del naufragio” (O. Spengler, H. Blumenberg).

2.1) Se trata de la racionalidad promovida y alimentada de modo particular por el Iluminismo. Es la razón omnisciente y omnipresente que, alérgica a todo límite, mortificando el Pathos (la dimensión de la ternura, de la afectividad y de los sentimientos) ha hecho del Occidente (como ha denunciado la Escuela de Frankfurt, a través del pensamiento de sus fundadores, T. Adorno y M. Horkehimer, creadores de la así llamada “teoría crítica”), la tierra de la razón calculadora, despótica y autosuficiente. Es el Logos autorreferencial o autocéntrico, sordo a toda otra voz que no sea la suya o que no se deje disciplinar, enjaular, manipular según sus intereses y pretensiones. Con esta actitud altanera y comportamiento dictatorial, condenó al silencio, a la marginalidad o al absurdo, otras dimensiones fundamentales y constitutivas de la existencia (como la racionalidad simbólica, hermenéutica, poética, mítica, etc.) e infinitos aspectos de lo real que no se dejan capturar por el pensamiento que procede con método geométrico y “matematizante” (B. Pascal diría esprit de géométrie)

La caída de los grandes mitos sustentados por esa razón omnisciente y totalitaria – mitos con los cuales el hombre occidental daba significado a su vida, a su lucha y justificaba el sacrificio de generaciones enteras – ha provocado una generalizada crisis de sentido que alcanza hoy proporciones enormes, planetarias. Esta situación general de angustia y desencanto, de temor e inseguridad porque los fundamentos de acero en los cuales se apoyaba la construcción del Occidente se han revelado de plástico biodegradable, nos hace sentir como náufragos en alta mar. Es un naufragio en el cual vemos hundirse la nave sin tener los elementos ni teóricos ni prácticos que nos permitan una eficaz reparación. El desconcierto y la perplejidad crecen y en la mayoría de los pasajeros se ha debilitado el optimismo y la voluntad porque no hay tierra a la vista y estamos sin mapa ni brújula que oriente hacia aguas menos tormentosas o puertos acogedores. Las propuestas actuales no indican horizontes diversos sino que son “un más de lo mismo”.

II) Los mitos de la Modernidad o “absolutos terrestres”

A) Daremos una ojeada, acompañándolos con breves comentarios teorético-críticos, y sin pretensión de agotar el tema, a algunos de los mitos más significativos de la época precedente: la Modernidad. Como señalábamos más arriba, la caída de tales mitos o “absolutos terrestres” ha dejado el Occidente sin puntos de referencia fuertes o creíbles, abriendo, de este modo, la puerta a un espacio socio-cultural nuevo, “otro”, conocido como Postmodernidad. Una época queda a nuestras espaldas (Modernidad) y nos adentramos en un momento u horizonte totalmente diferente. No se trata de cambios al interior de la cultura sino de un cambio de cultura; no se trata de cambios en nuestra civilización sino de un cambio radical de civilización.

B) Postmodernidad. El cambio, como dijimos, se debe a la disolución de los mitos de la Modernidad. Entramos así en la época de la Pos-modernidad. Con este término se designa el emerger de factores nuevos, que en cuanto a extensión y eficacia se han revelado capaces de determinar cambios significativos y radicales, esencialmente perturbadores. En efecto, es la  “época en la cual, a diferencia de la precedente, ya no se puede pensar la realidad como una estructura sólidamente anclada en un único fundamento que el pensamiento tiene la función de conocer y la religión tendría la misión de adorar. El mundo plural en el que vivimos, sin centros ni jerarquías, policéntrico, no se deja interpretar por un pensamiento que pretenda, a cualquier costo, unificarlo en nombre de una verdad última y universal” (G. Vattimo).

En otras palabras, están desacreditados, porque después de tantos fracasos ya no pueden justificarse, los “grandes relatos” o – según la feliz expresión del filósofo J. F. Lyotard – las meta-narraciones directivas. Dicha expresión se refiere a todas aquellas lecturas (positivismo, marxismo, socialismo, comunismo, progresismo…) que pretendían espejar, como una fotografía, la estructura objetiva, indeleble de la realidad. Tal estructura eterna que la razón aferraría en modo claro y distinto es directiva o normativa porque el pensamiento debería obligatoriamente reconocerla y debería, sobre todo, conformarse o adecuarse a ella tanto para la descripción del mundo, como para las decisiones morales. Estos mega-relatos tenían la función de ofrecer una visión integral y unitaria de la vida y de la historia humana. En síntesis, garantizaban el sentido.

En los últimos decenios de la historia del pensamiento occidental la credibilidad en esas meta-narraciones se ha perdido y se ha difundido la convicción (y la sensación) no sólo en el mundo intelectual, sino también en la gente o el pueblo en general, que ya no tiene lugar la pregunta por el sentido. En efecto, la pluralidad de teorías que se disputan la respuesta o los diversos modos de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar, complicar y empañar la cuestión. El tema del sentido, en el carnaval de las interpretaciones actuales, fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas formas de arbitrariedad o anarquismo que asume la libertad cuando está desorientada. En otras palabras: para el hombre actual o postmoderno, el tiempo de las certezas (de todo tipo) que daban sentido a la vida, pertenecería irremediablemente al pasado; ahora, este hombre debería aprender a vivir en un horizonte de total ausencia de sentido, regido por lo provisorio y fugaz.

Respecto a la experiencia existencial que vivía el hombre de la modernidad, no es errado pensar que se ha dado un cambio o un giro de trescientos sesenta grados: si antes era la experiencia del dolor, del sufrimiento, de la muerte; la experiencia de conflictos intersubjetivos no resueltos y dramáticos lo que provocaban la experiencia de la “ausencia de sentido” (de ahí la importancia y relevancia de la psicología) hoy día es la experiencia de la total “ausencia de sentido” que causa la experiencia del dolor, del sufrimiento, de la angustia. Es por eso – no entro  en el tema – que la misma psicología hoy día – al menos en Europa – no tiene mucho que aportar.

Dicho esto, pasamos ahora a presentar y comentar sucintamente los mitos que han llevado al desencanto.

1) El mito de la razón omnisciente y omnipotente, que todo ilumina y esclarece, ha revelado, más allá de sus méritos innegables, un perfil inquietante e indócil, turbulento y dictatorial. En los dos últimos siglos se ha manifestado preferentemente, no como una luz que ilumina y calienta, sino, más bien, como una antorcha que, con frecuencia, incendia y transforma en cenizas todo lo que toca. Sus alianzas con las ideologías totalitarias, ha elaborado antropologías de estilo colectivista, diluyendo el yo y el tú en un “nosotros” indiferenciado, homologante, cancelando así la unicidad irrepetible del sujeto humano, eliminando la diferencia. En otras palabras: la razón no sólo ha traicionado el sueño de alcanzar una “tierra prometida” (socialismo, marxismo, nacionalsocialismo, comunismo, etc.) sino que por la violencia ejercida en nombre de sus antropologías reductivas y por tantas  pretensiones desmedidas inadecuadas a sus logros reales, se ha revelado no como la “diosa razón”, sino más bien, como un “ídolo con los pies de barro”.

2) El mito de la Historia. No hay ninguna historia universal que tenga un final feliz y que, en cuanto global, involucre a todos los hombres indistintamente. La humanidad en su conjunto no va a ninguna parte. Es decir, en el siglo pasado ha madurado la consciencia que no hay un único curso de la historia que desemboque en una única civilización humana de la cual Europa o el norte del mundo (el Occidente “civilizado”)  serían la guía y el punto culminante.

Buena parte de la filosofía del siglo pasado (la filosofía del 1900) le ha objetado al filósofo alemán G. W. F. Hegel su idea que la única condición para poder hablar de una historia universal era suponer que el hombre podía identificarse con el absoluto, con Dios. Pero el hombre es finito, contingente y no tiene tales cualidades, además de estar saturado de intereses, pasiones y preferencias que obnubilan su pretendida objetividad y universalidad. Por lo tanto es difícil hablar del significado universal de la historia y, en consecuencia, es mejor dejar de lado tal concepción que es, además y sobre todo, la pretensión de una voluntad totalizante y totalitaria. Y en caso de que fuera verdad, es decir, que hubiera un sentido de la Historia, bien, en tal caso, nuestro perspectivismo y condicionamientos nos impiden saber algo sobre ella.

2.1) Respecto de la historia, hay que considerar también, y como dato relevante, la enseñanza del pensador hebreo alemán, Walter Benjamin, el cual, con su texto Tesis de la filosofía de la historia (1940) nos ha enseñado que la Historia la escriben los vencedores dejando en la sombra o demonizando a los vencidos. Son quienes detentan el poder los escribas de los manuales de historia que todos repetimos como loros es decir, con escasa o ninguna consciencia crítica. Desde el trono de los vencedores o “elegidos” se hilan los hechos precedentes en modo tal que todos los eventos se encadenen para concluir, como consecuencia lógica e inevitable, en el status actual de los vencedores.

Todo lo precedente, todo lo que ha precedido la victoria de los vencedores, es una legitimación del poder por ellos conseguido. Lo anterior, el pasado, no es más que un preámbulo que bautiza en nombre del dios de turno o de las ideologías (derecha o izquierda) el poder oficial que, por haberse impuesto en un momento, considera que la suya es la visión correcta de la historia. No es casualidad, conviene aquí recordar, que cada gobierno, cuando asume el poder, se aboque inmediatamente a realizar reformas académicas y pedagógicas. Hoy sabemos, gracias a Walter Benjamin y a la presencia consistente de las culturas “otras” (nuestra sociedad, sobre todo en las grandes ciudades es un tejido multiétnico, multicultural y politeísta) que no hay una Historia global, sino muchas historias, tantas como hombres, culturas y etnias hay en el mundo. Por lo tanto, el hombre postmoderno no alimenta pretensión alguna de embarcarse en la creencia de una Historia universal, planetaria, con final hollywoodiano, porque en el fondo del corredor – los hechos sangrientos del siglo XX lo demuestran – nos espera el más frío desencanto. No hay más que pequeñas biografías, con conexiones casuales, sin ninguna destinación final en la cual confluyan necesariamente otros hombres y destinos.

2.2) Ilustramos las reflexiones precedentes subrayando tres actitudes y comportamientos fundamentales para la comprensión del tema. A) El cristiano, al menos hasta el mil novecientos sesenta (Vaticano II), concentraba su atención en el “más allá”, descuidando irresponsablemente el “más acá”; B) el laico, por su parte, concentraba sus esfuerzos en la ciudad futura del bienestar y de la concordia proféticamente proclamada, como destino o necesidad ineludible, por las grandes ideologías del “novecientos”.  Tal ciudad, sobre todo, después de la primera y de la segunda guerra mundial y, últimamente después de la caída del muro de Berlín y la fragmentación de la ex Unión Soviética (fiebre independentista que continúa todavía) se ha revelado una quimera. El sentido común y los que se ocupan teóricamente del tema concuerdan en que la idea de una Historia Universal, idéntica para todos, ha sido una delirante utopía (sea por parte de las ideologías de derecha como de izquierda) alimentada por una infinita fila de cadáveres de los cuales hoy día ni memoria queda (los conflictos armados del siglo XX han causado unos doscientos millones de muertos, en su mayor parte civiles).

C) Pues bien, después de tantas traiciones, desilusiones y disoluciones que, conviene subrayar, ahora alimentan la “crisis de la esperanza”, el hombre postmoderno rechaza – y con muy buenas razones – tanto el sacrificio a largo plazo (porque el futuro preparado precedentemente, el que prepararon nuestros abuelos o bisabuelos, no es otro que este “hoy” caótico e incierto que el ciudadano del Tercer Milenio vive) cuanto el paraíso celeste que las religiones proponen como meta ultraterrena. Esta última, es decir, la meta más allá de la muerte, a decir verdad, es un territorio al cual ya nadie piensa con pía devoción ni patológica obsesión. Si existe, es, para nosotros, indiferente. Si en la dimensión religiosa ha sido una constante pero no patente, hoy día la ambigüedad de la fe es un hecho evidente, al punto que uno de los pensadores más importantes de Italia, Gianni Vatimo, promotor del “pensamiento débil”,  ha escrito, dando expresión a un sentir general, un libro cuyo título es “Creer que se cree”.

2.3) Lo importante para el hombre postmoderno es vivir bien y satisfecho “aquí y ahora”, no mañana o pasado mañana, el resto es un discurso consolador, mera poesía para los espíritus que no son capaces de estar a la altura de la circunstancias y, por lo tanto, necesitan fiarse de las recetas de los más diversos prestidigitadores que hablan de futuros paradisíacos o de resurrecciones metahistóricas. Rechazando falsas ilusiones, tanto celestiales como terrenas, el hombre contemporáneo no pretende ni ser santo, ni mártir, ni héroe ni cobarde, sino simplemente “humano”. No se siente tiranizado por ningún “deber ser”, por ningún tipo de imperativo moral, categórico (E. Kant), ni mucho menos por las llamas del infierno o por eventuales reencarnaciones predicadas por los gurúes orientales. El hombre del tercer milenio no se mueve más entre la dramática tensión del esquema tradición/revolución que caracterizó la vida del Occidente desde el siglo XVIII hasta la mitad del siglo pasado, aproximadamente. Vivimos, según la opinión de algunos psicólogos, en la época de las “pasiones tristes” pues no hay proyectos que entusiasmen las multitudes hasta el sacrificio, como con maquiavélica estrategia lo hacían las ideologías pasadas.

2.4) En tales condiciones, desencantado y siempre más escéptico, el hombre postmoderno se instala – por no decir “atornilla” – con toda su potencialidad y, paradójicamente, en total incertidumbre, en la finitud. Desde tal perspectiva, su esfuerzo se concentra, sobre todo y ante todo, en vivir tan sólo el momento presente que es, como sabemos, fugitivo, inasible dando cabida al “culto de las emociones fuertes”, sin tener en cuenta riesgos ni situaciones que con frecuencia lo conducen a la muerte.

Para el hombre postmoderno, desilusionado de los brujos de los últimos tiempos, todo tiene que ser conseguido y vivido “aquí y ahora”, sin largas mediaciones, sin tiempos expiatorios o dilaciones. Todas las ganas, de cualquier tipo que sean, tiene que ser saciadas en modo inmediato, satisfechas en el momento, no se resiste la postergación porque el mañana y el “pasado mañana” son, a todos los efectos, como ha demostrado el curso de los eventos del siglo XX, totalmente inciertos y engañosos.

Por lo tanto, todo lo que va más allá del “aquí y ahora”, de la vida del momento, dado que no hay una Historia universal que tenga un final feliz (hollywoodense) ni una razón metafísica (como pretendían los medioevales o como hoy día la Iglesia defiende) que pueda demostrar fundamentos últimos, apodícticos, es decir, incontrovertiblemente ciertos,  tiene que ser dejado de lado porque es una utopía irrealizable. Las “tierras o patrias felices” que han atraído y entusiasmado millones y millones de hombres y mujeres por varias generaciones son un invento de románticos trasnochados o de ideólogos al servicio de mezquinos intereses. Dicho en otros términos: conjuras para domesticar la conciencia y acrecentar las riquezas de los poderosos de la tierra a expensas de la muerte y el hambre de millones de hombres pensados como apéndices o instrumentos, o números sin rostros en las manos de los mercaderes de la muerte.

Si el marxismo prometía un “continente de la libertad” en el cual estaba superada para siempre y para todos la necesidad (la sociedad sin clases), hoy, defraudado de tal quimera, el hombre occidental, quiere vivir en la “isla de los famosos”, participar del “Gran Hermano” para salir del anonimato. Es decir que, sin remordimiento alguno, toma distancias y se aleja lo más posible de la masa, porque alimenta, aunque hable de derechos universales, de justicia sin discriminación y de igualdad (otros tantos mitos creados por la Modernidad), una especie de asco ontológico por la muchedumbre (expresión que está en lugar de “repugnancia por la negrada”). Emblemático de este modus vivendi es el film mexicano La zona, una ciudad “country”, ciudad de ricos y bienestantes que resuelve los problemas de asesinatos de pobres que en ella se infiltran, apoyados y cubiertos por las autoridades del Estado.

3) Cae también, según lo dicho precedentemente, otro mito: el Progreso. Concebido por la “diosa razón” como un proceso evidente e indiscutible, objetivo e imparable, estaba escrito con leyes eternas en los pliegues ocultos de la Historia, del Espíritu o de la Materia. De esas míticas entidades, mentes iluminadas lograban leerlo e interpretarlo, legitimándolo como “científico” (haciendo pie, entre otras cosas, en la teoría evolucionista) para presentarlo a las masas y así soñar, como Espartaco, un protagonismo que por siglos les había sido negado. Por honestos y nobles motivos, millones y millones de hombres aspiraban a un bienestar o “patria de la felicidad” del cual por siglos se habían visto, por varias razones, privados.

El mito del progreso imparable y la llegada a la idílica patria,  tal como denunció K. Popper en Miseria del historicismo (1944-1945) y en La sociedad abierta y sus enemigos (1945), es la concepción para la cual, paradójicamente el futuro no es ni abierto ni creativo, es decir no se concibe la posibilidad del novum. El mañana es cerrado, no trae nada nuevo, pues todo está pre-contenido en el presente dado que la razón lo puede prever, anticipar, calcular. En el fondo, el mañana no es más que lo que está contenido en el hoy y que, cuando es aferrado por la razón, se transforma en la fuente de sentido, una especie de dios que requiere toda clase de sacrificios.

3.1) Esa es la concepción que criticó Popper conocida como historicismo. Esta tesis, en efecto, afirma que existen leyes inmutables del desarrollo histórico que, si conocidas, permiten prever a grandes rasgos lo que ocurrirá. Esto significa, en otros términos, que la Necesidad gobierna, que la Fatalidad nos tiene, como les sucedía a los griegos respecto a los dioses del Olimpo, en sus manos y que la libertad es una ilusión, o, como decía el filósofo Baruch Espinoza, “una necesidad comprendida”.

Pensemos seguidamente en la ley de los tres estadios del francés A. Comte, padre del positivismo. Según esta tesis, después de pasar “necesariamente” del estadio mítico-religioso al estadio filosófico-metafísico nos instalaríamos definitivamente en el estadio científico-positivista; pensemos en las leyes del materialismo dialéctico e histórico predicado con pretensión científica por el marxismo. Según tal lectura, volente o nolente (queramos o no) las leyes del progreso nos llevaban necesariamente a la sociedad maravillosa, la sociedad sin clases; pensemos en la fe ciega del capitalismo en la marcha ineludible de la economía que, según el liberalismo radical, llevaba, sin ninguna posibilidad de regreso, de la barbarie a la civilización, de la indigencia al confort, y alienándonos – gracias al aparato publicitario mediático – en la lógica del tener, identificada  con la felicidad,.

La crisis económica reciente ha mostrado, como punto culminante, la absurdidad de este último mito, el cual ha dado origen, conviene no olvidarlo, a un capitalismo salvaje y a una antropología despiadadamente individualista. Con su aguda y penetrante mirada, lo había notado ya K. Marx cuando subrayaba que en el capitalismo las relaciones de producción son de naturaleza tal que revolucionan o desestabilizan continuamente los vínculos comunitarios a favor del ‘capital’.

3.2) Esta concepción antropológica – conviene recordarlo – configura un hombre siempre más encerrado en sí mismo, autorreferencial que, como Narciso, considera su yo sagrado y el otro una especie de prótesis, un apéndice. Y no debemos olvidar que Narciso – como magistralmente enseña el mito griego – por no mirar más que a sí mismo, dejó de lado al “otro”, única posibilidad – como enseña el personalismo dialógica, la fenomenología, buena parte del existencialismo y de la psicología – de romper el solipsismo que lleva, no sólo a la atomización de la sociedad, sino también e irremediablemente al yo a la paranoia o a creerse el ombligo del mundo (el otro y lo otro a mi servicio). Adorando su yo (ego-latría) Narciso – y aquí está la paradoja – no solo condenó a la locura al otro (Ninfa Eco), sino que se perdió a sí mismo, pues murió ahogado en las aguas del lago, atraído irresistiblemente por su propia imagen, con la que estaba fascinado. Ciego y sordo para ver el rostro del otro y escuchar su voz, única puerta de acceso, dramática pero no por eso menos festiva, a la verdad de sí mismo, al auténtico rostro humano, Narciso sucumbió en soledad, víctima de sus propias manos, bajo la sonrisa irónica de los dioses que, como narra el mito griego, ni una sola lágrima derramaron.

3.3) Retomando el tema, la idea de progreso, al igual que la idea de una pretendida historia universal como ley incontrastable, en el fondo no es otra cosa que la secularización o “inmanentización” de la idea de Providencia de origen judío-cristiana. No es Dios para la Modernidad, quien conduce la historia. Su puesto ha sido ocupado por leyes intrínsecas, eternas como él. Es otra justificación del sacrificio sin solución de continuidad, pues tales leyes son diosas anónimas e impersonales que exigen la obediencia ciega y sin lamentos. Generaciones enteras deben someterse aunque no lleguen al estadio final. Lo importante es ser abono para que otros puedan continuar caminando sobre eso. Caso contrario, estamos en plena irracionalidad o traición a las normas que rigen, inexorablemente, la evolución de la humanidad hacia el paraíso final. He aquí una mundana versión del cielo prometido por la religión, pero sin resurrección.

En manos del poder político y militar (fascismo, nacionalsocialismo, marxismo, comunismo…) este tipo de visión nos hizo recorrer un camino que, sin ponernos melodramáticos, desembocó varias veces en el mundo occidental, en un abismo sin final. De ese camino, el hombre postmoderno defraudado en todas sus expectativas, no quiere escuchar ni hablar.

3.4) Se debe subrayar, para precisar aún más el discurso, que si ha caído la pretensión de una historia universal que, timoneada por el eurocentrismo o por el logos dominador nor-atlántico, llega victoriosa a una meta definitiva, se da por supuesto que no tiene más sentido hablar de progreso, ya que no hay un punto hacia el cual se camine y que sirve como unidad de medida. Ahora, progreso o regreso son términos vacíos porque no vamos a ninguna parte y, por lo tanto, no hay con qué confrontarlos.

3.5) Examinado y juzgado desde el hoy, el progreso es visto como una locomotora enloquecida alimentada por la patología de producir para consumir en desenfrenado exceso todos los días del año y sin otro criterio que el tener y el devorar para volver a producir. La mayoría de las personas están convencidas que todo está en orden si la máquina productiva aumenta día a día. Así hemos dado vida a una rueda gigantesca e infernal cuya vertiginosidad hace imposible todo intento de escapar. En esta visión espasmódica, se ve y lee el mundo con la lógica del dominio, como una minera que hay que depredar sin ningún respeto por la biodiversidad y los recursos no renovables. Dicho de otro modo: el mundo no es un jardín que estamos llamados a cultivar con esmero, sin olvidar (sea de tipo trascendente o como “ética ecológica”) el gesto de agradecimiento porque “la madre tierra nos nutre y nos sustenta”.

La actual (producir para vender/consumir y consumir para producir/vender) es una lógica sin solución de continuidad en la cual, bajo la dictadura de la publicidad, se nos hace siempre más difícil distinguir entre los deseos introyectados o inducidos y las necesidades reales. Es la repetición del esquema sin otra meta que no sea un “más de lo mismo”. O, mejor, no se mira a la simple satisfacción de los deseos sino a su multiplicación, a hacerlos más intensos y siempre más variados, de modo que la locomotora esté siempre en marcha y corra más velozmente aunque no sepamos quién la guía, no tenga rumbo fijo y la velocidad cause estragos irreparables. Esta es la lógica que, sin caer ahora en la retórica de lo trágico, nos está llevando al ecocidio (el asesinato, siempre más violento y acelerado de la “casa Tierra”). Es conveniente no olvidar que cada publicidad es una invitación a la destrucción.

En otras palabras, el “mañana estaremos mejor” que predicaba el progreso, escrito como ley intrínseca en la materia o en la historia, no es otra cosa que la eterna repetición del presente, el cual hoy – y esta es una experiencia que todo el Occidente comparte-  se vive con angustia, temor y temblor. ¿Por qué? La respuesta es simple: sin los mitos que lo justificaban, el futuro o, mejor, el inmediato mañana es siempre más incierto, dudoso, caótico, sin ningún fundamento seguro y estable. A esta espasmódica experiencia hay que agregar la posibilidad – que no es fantaciencia –  de un “conflicto entre civilizaciones”, como sostenía el politólogo americano S. Huntington,

4) En este escenario caracterizado por el desencanto, hay que incluir la Democracia, que – como enseñaba ya Platón en la República – de todos los gobiernos peores es el mejor.  Nacida para luchar contra las injusticias y dar voz, voto y participación activa a minorías desprotegidas, se ha transformado en la “dictadura de la mayoría”, como subrayaba en su ancianidad el fundador de la “teoría crítica”, Horkheimer. Como la Historia y el Progreso, tampoco la Democracia goza hoy de buena fama y credibilidad.

Reasumiendo lo dicho anteriormente en función de articularlo con este parágrafo, surgen, en todos aquellos que no quieren ser transformados o confundidos con “idiotas útiles”, preguntas urticantes que podemos formular del modo siguiente: ¿No será que el exceso de permisividad de Occidente es otra forma de totalitarismo, escondido bajo las formas de una cierta democracia en la cual gobiernan soberanos, deseos y placeres desenfrenados y todo género de disipaciones? ¿No será que el derecho y la justicia administran leyes en función de los lobbies económicos y una globalización que parece ser también otra forma enmascarada de masificación?

5) En este horizonte, en el que algunos ven una pérdida definitiva del sentido de lo humano y que marca el ocaso de la Modernidad, de sus mitos y del Occidente capitalista, tampoco la Política puede hacer mucho porque la sociedad es demasiado compleja e imprevisible. A lo sumo, la política puede asumir la función de reducir un poco (no mucho) el pánico que deriva de la complejidad de la problemática socio-cultural.

En realidad la Política no puede aspirar a nada más, dado que – como sostiene el sociólogo polaco Z. Bautman – no podrá nunca resolver el dilema entre libertad y seguridad, generando, tanto si acentúa una o la otra, situaciones de disconformidad, protesta y rebelión. Recordamos que el binomio libertad/seguridad no presenta una relación directamente proporcional sino inversamente proporcional. Es decir, a mayor libertad menos seguridad y a mayor seguridad (leyes, normas, estructuras de control) menos libertad.

6) No se reconoce tampoco – y esto también desde hace ya tiempo – la Tradición como un punto de referencia fuerte, obligante, forjador de consciencia, hábitos y costumbres. La pérdida de la Tradición y la ausencia de credibilidad en el futuro ha dejado al hombre contemporáneo sin raíces, anclado en un “aquí y ahora”, sometido, como dijimos anteriormente, a la dictadura de la publicidad o máquina de los deseos ilimitados y al terrorismo de los laboratorios. Se escucha cada vez con más fuerza, la voz de los nuevos sacerdotes de la farmacología, de la biogenética, de la biotecnología, de la microtecnología que tienen en la mano todas las recetas ocupando el lugar de las viejas ideologías.

6.1) En esa línea podemos agregar que, convencidos de la no existencia de una naturaleza o esencia humana que nos permita establecer los principios en relación a los cuales se oriente o norme el hacer y el pensar; considerando además que es inútil polemizar acerca de si hay o no un alma inmortal puesto que lo fundamental es la idolatría del cuerpo (joven y musculoso) a cualquier edad, se impone cada vez más la revolución biotecnológica. Si bien sus conquistas son importantes y alivian muchas insuficiencias, hay que decir que está asumiendo un rostro inquietante. Interviniendo sin escrúpulos y con poca o mediocre reflexión en el código genético, percibe al hombre no ya como “creación”, sino como clonación y producción. Basta leer lo que propone Nik Bostrom el Presidente de la Word Transhumanist Association (movimiento cultural, intelectual y científico conocido como Transhumanismo, el cual reúne científicos que provienen del área de la Inteligencia artificial, de la Neurología, de la Microtecnología, de la Biotecnología aplicada, etc.)- y que en la práctica ya está en ejecución -.

7) Tampoco la Moral sustenta verdades universales, en las cuales todos, sin distinción, se reconozcan sin “peros”. Si la razón ya no tiene la capacidad de fundación, entonces no hay verdades “necesarias y objetivas”, es decir que estén “ahí” frente a nuestros ojos intelectuales y  a las cuales, en efecto, por estar “ahí”, como, por ejemplo, está este texto (y la computadora) ante los ojos del lector, la razón humana pueda acceder con claridad y distinción. Esto es lo que pretendía el filósofo Descartes o lo que creen los defensores de la Ley natural. Por lo tanto, habrá tantas morales como hombres y circunstancias hay en este mundo.

7.1) Nadie cree ya en el “derecho natural” entendido como ley eterna e inmutable que el hombre, con la luz natural de la razón, conocería como derivada de la naturaleza de las cosas y que tendría a Dios o a un Ser supremo como autor. Conociendo esta ley, el hombre conduciría las cosas y a sí mismo hacia su destino final. Para decirlo con otras palabras: el derecho (ley) natural es – y ha sido siempre – el derecho del más fuerte. La fuerza de la razón no es otra cosa que la razón de la fuerza. La pretendida neutralidad del derecho ha estado siempre sometida a la política porque el derecho es una inigualable e imprescindible tecnología de control de las relaciones humanas, como ha mostrado en una reciente publicación A. Schiavone (Ius. L’invenzione del diritto in Occidente).

El relativismo es patente. En ausencia de verdades universales éstas se consideran solamente en relación a los paradigmas de la comunidad específica de la cual se hace parte, es decir, en función de los grupos de pertenencia. Prevalecen las verdades locales entre las cuales, en definitiva, no hay ni puede haber ningún diálogo sino sólo una precaria y frágil tolerancia o una especie de apartheid.

8) La Ciencia, que tuvo una función mesiánica sobre la tierra, tampoco hoy goza de tal característica. Como demostraron por una parte T. Kuhn, en La estructura de las revoluciones científicas (1963) y por otra K. R. Popper, tanto en Lógica del descubrimiento científico (1934) cuanto en la serie de conferencias recogidas bajo el título de Conjeturas y confutaciones (1963) la ciencia no posee la verdad de las cosas, sino que trabaja encasillando en paradigmas o a través del método “ensayo y error” que permite el control empírico, verificable o falsificable, sobre ellas. Poseemos sólo conjeturas, hipótesis que lanzamos sobre lo real para resolver algunos problemas; poseemos hipótesis (Popper) o paradigmas (Kuhn) que duran hasta el momento en el cual son proclamados por los hechos mismos, como insuficientes o inadecuados. En otras palabras – y esto hoy no escandaliza a ningún científico – la Ciencia es una nueva religión que cambia de dogma cada tres o cuatro años, si no es que lo hace empleando menos tiempo.

Conclusión. Después de este recorrido sintético-teorético-crítico por los mitos de la Modernidad, no es exagerado afirmar, sin por esto caer en la tragedia, que no hay ya, como pretendía la Modernidad (del 1600 más o menos hasta el inicio del “Novecientos” o, según algunos, hasta después de la segunda guerra mundial y la notable revolución del 68) ningún fundamento último, definitivo, indudable, apodíctico, en el cual o desde el cual fundar o apoyar nuestras construcciones. Tenemos, como dice el epistemólogo D. Antiseri, una ciencia sin certezas, una metafísica sin fundamento y una ética sin valores.

Entiéndase que la crítica que algunas corrientes del postmodernismo hacen a la razón en general no predican, como sustituto, un irracionalismo o una lógica romanticista. No se está, sería absurdo hacerlo, en radical oposición a la razón, es decir contra ella. Se trata más bien de redimensionar sus sueños totalizantes y señalar los límites que, movida por su sed de dominio, transgrede frecuentemente. Sus transgresiones, es decir, el olvido o desprecio de la diferencia, de todo aquello que non puede disciplinar, de todo aquello que se pone como radical alteridad frente a ella, ha dado vida a escenarios de tono no sólo dramáticos, sino trágicos, casi apocalípticos. La huella imborrable y vergonzosa de los holocaustos y genocidios del siglo pasado, por no mencionar los anteriores, perpetrados sobre todo en América Latina y Africa, es evidente.

III. Nihilismo

1) Todos los fundamentos que permitían al hombre de la Modernidad, caminar arrogante y altanero hacia el paraíso en la tierra, se quebraron en mil fragmentos, mostraron no ser más que mitos o, como sugiere el cuadro de Goya, monstruos engendrados por una razón soberbia y ciega en relación a todo aquello que no se refiere a sus intereses. Hoy, el hombre del Tercer Milenio, se experimenta turbado, inquieto, perdido y sin brújula entre las ruinas de los dioses de pies de barro. No hay más puntos de referencia fuertes, todo es inestable e incierto, humo, ilusión. He aquí, entre nosotros, el “más inquietante de todos los huéspedes” el nihilismo (del latín nihil = nada).

El viento del deshielo, mencionado por Nietzsche en la cita inicial, ha disuelto la pista dejándonos inmersos en miles de fragmentos sin dirección, sin meta. Des-orientados (sin Oriente, es decir sin luz) caminamos a ciegas y ningún sendero tiene mayor peso que otro,  pues no tenemos razones objetivas ni a favor ni en contra para ir hacia una parte o a otra. Esta es, brevemente descripta, la figura del nihilismo, fantasma que gira y gira por Occidente desde el inicio del siglo XX y que hoy es un inquilino que, instalado en nuestra casa, configura nuestro modo de pensar, actuar y sentir en todas circunstancias.

2) ¿Qué quiere decir nihilismo? Quiere decir que no hay nada de absoluto, no hay nada incontrovertible, que de aquello que llamábamos “ser”, ya no queda nada. Significa que ha caído la idea central de la metafísica (Platón – Kant), es decir la idea que detrás del “fenómeno” o de las cosas hay una especie de esencia o sustancia inmutable, imperecedera, objetiva que es normativa; significa que no existe un sentido último y verdadero de las cosas que sea pensable o pueda ser conocido; significa que no hay un saber esencial que permita apropiarse teóricamente de los primeros principios o de las últimas causas; significa que el hombre ha rodado desde una posición central (cristianismo, humanismo ateo o creyente) hacia una X desconocida; significa no que el espacio central está vacío y que es posible reconquistarlo nuevamente, sino que no hay algún espacio central; significa que estamos en un policentrismo radical y que todo es interpretación (hermenéutica); significa que debemos habituarnos a vivir en la nada sin por eso caer en histerismos o neurosis; significa que ni siquiera con el concepto de verdad y finalidad se puede hacer inteligible el carácter entero y complejo de la existencia, significa que toda cosa o ser es nada, no tiene sentido ni valor; significa que nos quedan sólo acuerdos, convenciones, negociaciones y la piedad humana hacia nuestros propios semejantes. Conclusión: no hay nada de absoluto (ni la Razón, ni la Historia, ni el Progreso, ni la Ciencia, ni la Moral, ni la Tradición…) ni de incontrovertible.

2.1) ¿Qué es el nihilismo? Oigamos la respuesta de F. Nietzsche, el más agudo profeta y teórico del nihilismo, el autor que nos ofreció su diagnóstico para la lectura de los tiempos actuales. En los primeros párrafos del libro póstumo “Voluntad de potencia” se lee:  “¿Qué quiere decir nihilismo? Que los supremos valores se desvalorizan, que falta el fin, que no hay alguna respuesta al ¿por qué?… Hoy que se hace claro el mezquino origen de todos los valores, el Todo nos aparece desvalorizado, privado de sentido… Estamos cansados porque hemos perdido el impulso principal. “Todo ha sido en vano”.

“Lo que narro – escribe Nietzsche en otro párrafo agudo e iluminante – es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que llega, lo que no puede no llegar en otro modo: el surgir del nihilismo. Esta historia puede ser narrada ya, ahora, porque está aquí, obrando, la misma necesidad. Un tal porvenir habla ya por cien signos, este destino se anuncia por doquier. Ya todos los oídos están listos para esta música del porvenir. Toda nuestra cultura europea se mueve ya, desde hace tiempo, en un tormento y una tensión que crece de decenio en decenio, como si tendiera hacia una catástrofe: inquieta, violenta, impetuosa, como una corriente que quiere llegar al final…”.

3) Hoy, evidentemente, no podemos construir nada con los falsos ídolos que desde el 1600 en adelante han configurado las antropologías y las instituciones del Occidente. Sin caer en la tragedia debemos asumir que vivimos sumergidos en el clima que Nietzsche diagnosticó como el clima de los dos próximos siglos (los apuntes de Voluntad de poder son del 1887 o de poco tiempo antes). Se ha instalado entre nosotros, “el más inquietante de todos los huéspedes”, es decir, el nihilismo y con él hay que hacer las cuentas.

A modo de conclusión

Si bien la descripción que hemos hecho puede resultar para algunos de color gris o pesimista, y para otros esta nueva Babel postmoderna puede parecer el infierno, el nihilismo,  no obstante los espacios de alto riesgo en que nos pone y la persistente incertidumbre que crea, nos deja una gran enseñanza. La podemos expresar con las palabras de uno de los más grandes estudiosos italianos del tema, F. Volpi.  “El nihilismo nos ha enseñado – dice Volpi – que no tenemos más una perspectiva privilegiada (ni la religión, ni el mito, ni el arte, ni la metafísica, ni la política, ni la moral ni mucho menos la ciencia) en grado de hablar por todas las otras; que no disponemos más de un punto arquimédico en el cual, elevándonos, podamos darle un nombre a la totalidad… El nihilismo ha erosionado la verdad y ha debilitado las religiones, pero también ha disuelto los dogmatismos y ha hecho caer las ideologías, enseñándonos así a mantener esa razonable prudencia del pensamiento, ese paradigma de pensamiento oblicuo y prudente que nos hace capaces de navegar a vista entre los escollos del mar de la precariedad, en la travesía del devenir, en la transición de una cultura a otra, en la negociación entre un grupo de interés y otro”. En este escenario, “la única conducta recomendable – concluye el autor – es operar con las convicciones sin creer demasiado en ellas. Nuestra filosofía es una filosofía de Penélope que des-hace incesantemente la tela porque no sabe si Ulises volverá” (F. Volpi, Il nichilismo).

Por supuesto que el análisis requeriría aún mayor profundización pero la reflexión presentada, en líneas generales, es la lectura que de nuestro actual mundo socio-cultural comparten tantos pensadores relevantes que caminan por el sendero de la filosofía, de la sociología, de la teología y de la psicología. Lo que es importante afirmar que nuestra Babel no es el infierno sino un kairós, es decir, un momento oportuno que nos invita a navegar en un mar abierto dado que han caído todos los ídolos que tenían encadenado el pensamiento y subyugada la libertad.

En este nuevo escenario, libre de ideologías totalizantes, es posible abrirse al Otro, hacer la opción por la fe sin por esto percibirse o sentirse acusado de “alienación” o de infantilismo. Si la Ciencia no puede afirmar que existe Dios (haría una invasión epistemológica), tampoco puede decir que no hay ningún Dios. El hombre ha tomado conciencia de sus límites y vive hoy una razón menos arrogante. Ha comprendido que su razón no puede adueñarse definitivamente de lo real y que es otra vez un mendigo del sentido el cual que no puede ser construido por manos humanas. El sentido buscado, si existe, no puede ser que un sentido “donado”.

Carta de nuestro párroco Victor Acha

Queridos amigos y amigas de La Cripta:

Hace poco más de un mes, cuando comenzó esta insólita experiencia de confrontación dentro de nuestra Iglesia de Córdoba  a propósito de la posibilidad de modificar una ley de la nación, manifesté en una homilía mi parecer al respecto y lo hice público también.

Acaba de concluir el debate respecto a esta ley con la aprobación de un nuevo instrumento legal para Argentina. Pero lo que no ha concluido es la situación interna que vive nuestra Iglesia y que excede los límites de Córdoba, porque se enmarca en una realidad que padece toda la Iglesia. La realidad de numerosas manifestaciones que la presentan con mensajes anacrónicos y actitudes que creíamos definitivamente superadas.

Así hemos tenido que asistir a un conflicto entre el Arzobispo de Córdoba y algunos sacerdotes, entre los cuales me encuentro, y con una situación grave en el caso del Padre Nicolás Alessio.

Si ampliamos la mirada descubrimos que estas situaciones de censuras, de condenas, de amenazas, de exclusiones de los que se atreven a pensar y opinar, tocan a la Iglesia católica en todo el mundo.

¿Saben ustedes que hay más de 300 entre teólogos, biblistas, moralistas, muchos de ellos de renombre internacional y de solvencia en sus especialidades, sacerdotes y también laicos, que han sido censurados por organismos del Vaticano? Por lo general el procedimiento  ha consistido en encomendar al Obispo del sospechado que exija retractación de determinadas manifestaciones y/o  escritos, para luego aplicar sanciones e imponer silencio.

Soy habitualmente prudente al manifestarme públicamente, pero ante estos hechos cualquier silencio puede ser complicidad.

Lo que ha sucedido en estos días ante la propuesta de modificación de la ley de matrimonio civil y que ha motivado expresiones y manifestaciones públicas diversas, hacia adentro de la Iglesia ha significado la aparición de mensajes y acciones alarmantes, como las manifestaciones increíbles del Cardenal Bergoglio en Bs.As., anunciando castigos de Dios, una guerra santa y la presencia del demonio.

Una vez más, como sucedió en otros tiempos y a propósito de cuestiones que comprometían el modo de pensar y actuar de la Iglesia como organismo oficial, se ha acudido a la convocatoria masiva en las calles y como en otros tiempos también, utilizando a adolescentes de escuelas católicas que escasamente entienden de que se trata.

El tema de la modificación de la ley ya ha concluido, y ahora el Estado ejercerá su poder de legislar asegurando la igualdad de derechos y deberes de un sector de la sociedad, lo cual es afianzar los derecho de todos especialmente de las minorías. Desde esta novedad habrá que continuar reivindicando otros derechos en razón de la debida justicia.

Pero la realidad de la Iglesia que he insinuado permanece. Y ante esto no podemos ser indiferentes.

Desde distintos sectores, tanto en el decir de pensadores e intelectuales, como en los comentarios callejeros, se señala que la Iglesia ha vuelto a los mecanismos de la Inquisición; que no se sitúa en la actualidad; que pretende un lugar en la sociedad propio de la cristiandad; que hoy dice defender la vida y el derecho de menores, pero silencia el actuar de sacerdotes y religiosos pederastas; que se niega estos derechos a los homosexuales, pero durante la dictadura militar la jerarquía o bien calló, o miró para otro lado, o toleró que muchos fueran cómplices de aquel genocidio.

Ustedes y yo nos reconocemos Iglesia y en esta condición intentamos ser fieles al Evangelio de Jesús, por eso duelen estas verdades y no porque se las diga, sino porque esto que se dice, sucede “en casa”.

Yo viví mi período de formación, y habrá sido la experiencia de muchos de ustedes,  mientras se celebraba el Concilio Vaticano II y me ordené en una Iglesia que había dado ante el mundo un signo evidente y claro de buscar caminos nuevos para anunciar el Evangelio y convocar a la fe; en una Iglesia que proclamó que las angustias y esperanzas de la humanidad eran suyas; que reformó la liturgia; que dio mayores impulsos al estudio, la investigación y la lectura masiva de la Biblia; que declaró y le creímos los de dentro y los de fuera, que ella quería y podía ser “luz del mundo” en fidelidad a Jesús.

Una Iglesia de la cual ese Concilio era una instancia de apertura, y un llamado a prolongarse, a enriquecerse y aún a superarse porque la vida y la fe son dinámicas.

Es la Iglesia que comenzó a reconciliarse con la modernidad y a incorporar en sus búsquedas, en sus mensajes y en sus acciones, el lenguaje y los contenidos de un nuevo modo de plantear la vida y la convivencia social, lo que por entonces se llamaba una adveniente nueva cultura universal.

Esa nueva cultura, la sociedad nueva de la que ella es expresión y cauce, la nueva época de la humanidad que ya es una realidad, nos reclaman un modo de presencia en el mundo, y unas actitudes como comunidad creyente, que asume que ya no es rectora y árbitro de la humanidad, sino compañera y servidora de todos.

Por este motivo la Iglesia no podía en el caso que nos ocupa, ni podrá mas, decirle al conjunto de la sociedad cuáles leyes y cómo debe aprobar. A cualquier comunidad religiosa le asiste el derecho y tiene la libertad de instruir a sus fieles en los criterios que considera acordes con sus principios y opciones, pero ningún credo, puede pretender imponer lo propio al conjunto social.

Hoy parece que aquella Iglesia soñada y concretada hace casi 50 años ya no está. Ha dado lugar a esta otra Iglesia de los miedos, de los integrismos y conservadurismos estériles, de la vuelta a los contenidos y a los símbolos de la cristiandad que terminó, de los métodos de control y manipulación que fueron propios de la peor época de la historia humana y la experiencia cristiana. La Iglesia no más del servicio, sino nuevamente del poder para dominar.

Ante esto me pregunto ¿la comunión a la que estamos llamados se construye con imposiciones de la autoridad? ¿si alguien manifiesta un pensamiento que no es compartido por quien tiene autoridad o por muchos otros, el camino es obligarlo a la retractación? ¿vamos a avanzar en la adecuación histórica de nuestros dogmas, imponiendo la aceptación de lo ya establecido sin buscar el discernimiento, la investigación y la formulación de nuevos modos de presentar el Mensaje de siempre? ¿en una cuestión como la que originó este conflicto se puede exigir alinearnos en una postura única y uniforme? ¿no se ha pensado el enorme servicio que prestamos a la misma Iglesia quienes nos atrevemos a investigar, a pensar y a proponer modos adecuados de entrar en diálogo con nuevas situaciones sociales?

Y en el caso de que alguien yerre en el camino ¿los métodos de persuasión pueden estar reñidos con la caridad o prescindir del diálogo?

En las situaciones que se dieron en nuestra arquidiócesis no fuimos invitados al diálogo sino a retractarnos de lo que pensamos y dijimos. Los sacerdotes hemos prometido obediencia al obispo en nuestra ordenación. Los años que llevamos en el ministerio, lo que hemos entregado de nuestras vidas en este servicio, lo que hemos compartido, padecido y gozado trabajando en la arqudiócesis, lo que hemos brindado con alegría y disponibilidad de nuestro estudio, reflexión y dedicación, a la Iglesia local y a muchos otros ámbitos, lo que aún estamos dispuestos a dar de nosotros mismos para el bien común, todo esto es el testimonio de nuestra obediencia.

Pero no se nos puede pedir una obediencia que nos obligue a renunciar a lo que en conciencia y siempre en búsqueda de fidelidad al Evangelio, hemos entendido y construido.

Mucho queda por decir en cuanto a la concepción del Matrimonio, al trabajo con y para la Familia, a la aceptación de la Homosexualidad como una condición de un importante número de personas, a sus derechos y deberes y a su capacidad para la Adopción. Pero detrás de esas realidades subyacen otras cuestiones que en realidad son el motivo de las posturas cerradas: me refiero a la cuestión de una concepción del poder, de la sexualidad el deseo y el placer humanos, del valor y lugar de la mujer en la sociedad, de la libertad y sus exigencias.  Son temas que junto a muchos otros merecen dedicación, investigación y elaboración de propuestas que se condigan con la realidad de esta humanidad del siglo XXI.

¿Es que tan poco claro fue  Jesús cuando se puso en el lugar de los pobres, de las víctimas, de los marginados de su tiempo? ¿Es tan difícil comprender que actualizar su Mensaje es actualizar su praxis que consistirá en estar con las minorías desposeídas, con los hambreados por el capitalismo inhumano, con los abandonados ya sea por el sistema o por las instituciones, con las víctimas de las discriminaciones de hoy?

El Mensaje del Evangelio nos da una orientación para construir nuestra fe y nuestra experiencia de creyentes; es una luz que nos permite ver por dónde nos abrimos camino para transitar la historia; pero no es un elenco de normas a cumplir, ni un tratado científico, ni se lo puede tomar como un recetario para encontrar respuesta a los desafíos que debemos afrontar en la vida. El Mensaje del Evangelio es único, pero se lee en cada momento de la historia descubriendo matices nuevos que permiten iluminar las cambiantes situaciones de la humanidad. Cualquier intento de utilizarlo para respaldar construcciones culturales o epocales lo convertirá en un mero argumento.

Trabajemos todos para que el Evangelio sea luz, que brille para iluminar la gran casa de la humanidad.

Padre Victor Saulo Acha

17-18 de julio de 2010

Seminarios de Formación Teológica, apoyo al P. Nicolás Alessio

Pronunciamiento de la coordinación de los Seminarios de Formación Teológica, ante la sanción aplicada al padre Nicolás Alessio y el tratamiento de la Ley del Matrimonio Igualitario

Los miembros de la Coordinación Nacional de los Seminarios de Formación Teológica expresamos nuestra profunda indignación por la sanción y las amenazas infringidas al Padre Nicolás Alessio, hermano y compañero nuestro, y miembro desde hace 25 años de este espacio cristiano y ecuménico, más cuando esta sanción es sobre “materia opinable” y no sobre algún dogma de la Iglesia.

Asimismo nos indigna el silencio y las complicidades históricas de cierto sector de la jerarquía de la Iglesia con el terrorismo de Estado, con los poderes económicos, con los opresores de los pobres, con las mentiras y los miedos sociales y sexuales, que muchas veces ocasionan enfermedades como el HIV. Nos indigna la liviandad con que este mismo sector se pronuncia frente a la pobreza que destruye a las familias comparada con la forma taxativa de sancionar a un hermano por expresar su pensamiento y su sentimiento. Nos indigna, en fin, la pretensión totalitaria de una institución que prefiere el silencio o el ocultamiento de sus propios pecados como la pedofilia, pretendiéndose dueña de la verdad, mientras que tira la primera piedra a quienes se permiten manifestarse desde sus genuinos sentimientos de amor al prójimo.

Creemos que el cuerpo es el templo del Espíritu Santo, y no un objeto que deba ser regulado y disciplinado sobre la base del miedo que promueven algunas autoridades eclesiásticas, creyéndose por sobre las leyes que rigen la vida social. El prejuzgamiento y la sanción del Padre Alessio sin juicio previo, más que el acto del exacerbado Obispo Ñáñez, es una flagrante violación de los preceptos básicos de nuestra Constitución Nacional.

No admitimos en esta Coordinación de los SFT ningún fundamentalismo y mucho menos el que se manifiesta en nombre de Jesucristo, quien es la ternura, la misericordia, el amor de DIOS CON NOSOTROS.

No admitimos en esta Coordinación de los SFT el lenguaje de guerra, más propio del Medioevo y las Cruzadas, o del pensamiento imperialista de la nueva derecha, que de la comunidad de los cristianos. Demasiado se parece el discurso de algunas autoridades de la Iglesia al discurso que opone el bien y el mal basado en el etnocentrismo o en las pretensiones de dominio planetario de la vida, que se deriva luego en la justificación para eliminar al otro, a otros pueblos, a diversas razas, diversas sexualidades, a otras formas de vivir la cultura y la religión, porque se los considera la causa del mal.

Expresamos nuestro apoyo a las opiniones vertidas oportunamente por el Padre Alessio. Las amenazas de excomunión al Padre Nicolás no hacen más que sembrar el terrorismo del pensamiento único y del dogmatismo. La ignorancia, el autoritarismo, el miedo, el oscurantismo que algunas autoridades eclesiásticas exhiben, y que se condicen con una concepción cerrada y purista de una supuesta “comunidad” católica, no hacen más que obturar el diálogo entre la Iglesia y el mundo y crear de hecho una situación de exclusión sobre la base del fundamentalismo. No hacen más que dar la espalda, ignorar y menospreciar los cambios culturales y la existencia de diversas identidades. No hacen más que menospreciar la riqueza que tienen las diferentes identidades étnicas, raciales, de géneros, sexuales, generacionales, etc., que deberían expresarse en climas de reconocimiento, de igualdad y de justicia social.

Creemos, antes que nada, en el mandamiento del Amor, en las formas en que este acontezca y se manifieste. Necesitamos una sociedad basada en el amor y en la no discriminación. Creemos en la posibilidad del reconocimiento mutuo, en la posibilidad de construir una sociedad donde prevalezca el sentido de pertenencia, y no más la exclusión por los motivos que fuere. Nunca más una sociedad basada en lenguajes de guerra. Nunca más una sociedad del miedo o basada en el terror al otro. Nunca más una sociedad cuyas “verdades” se basaran en el desconocimiento y la ignorancia. Nunca más una sociedad que admita el cercenamiento de la libertad.

Después de lo acontecido la madrugada del 15 de julio de 2010, donde los representantes del Pueblo reunidos en el Congreso de la Nación sancionaron como Ley el Matrimonio Igualitario, decimos con Eduardo Galeano: “Pero ellos y ellas, los raros, los despreciados, están generando, ahora, algunas de las mejores noticias que nuestro tiempo transmite a la historia. Armados con la bandera del arcoiris, símbolo de la diversidad humana, ellas y ellos están volteando una de las más siniestras herencias del pasado. Los muros de la intolerancia siguen cayendo”.

15 de julio del 2010

Reflexiones sobre la “marginación” del pensamiento franciscano. Por Eduardo Marazzi

Reflexiones sobre la “marginación” del pensamiento franciscano

(Una propuesta “incómoda”)

Indice

I.- Una mirada a la historia

II.- ¿Qué cosa esta en juego? El pensar “como si Dios no existiese

III.- Una pregunta impostergable: ¿Primado de la Bondad o de la Verdad?

IV.- Primado de la Bondad: Abraham, la libertad creativa

I.- Una mirada a la historia

1) Nos introducimos en nuestra problemática subrayando una consonancia histórica la cual tiene, para nuestras reflexiones, un peso teorético relevante. Me refiero a la declaración que el papa León XIII, cuando terminaba el 1800, hizo a favor de san Tomás de Aquino. Esta declaración, que era la promoción de Tomás a la categoría de modelo del pensamiento cristiano y también, por consecuencia, guía de las escuelas católicas, tiene no pocas analogías con la canonización de Tomás que llevó a cabo Juan XXII, en el lejano siglo XIV. Decimos que tiene analogías con ese momento histórico sea por el cuadro eclesial  y sea también por la estrategia cultural, que es substancialmente homogénea. Es verdad que entre un hecho histórico y el otro hay una diferencia de cinco siglos pero las sintonías históricas y culturales autorizan nuestra comparación.

1.2) En el año 1323, Juan XXII canoniza a Tomás, lo hace después de la dura condenada a la que habían sido sometidas muchas de sus tesis. Fueron condenadas porque el obispo de París, Esteban Tempier, las consideró inconciliables con la visión cristiana. Tempier consideraba que las tesis en cuestión tenían un acento neo-pagano (aristotélico-averroísta) y, por lo tanto, tendían a alterar el logos cristiano.

1.3) Juan XXII es, además, el árbitro o juez que intervino en la polémica que vivió la familia franciscana al interno de sí misma cuando se debatió el tema de la pobreza. Su arbitraje fue totalmente determinado de su perspectiva tomista. Juan XXII era un Papa que admiraba el pensamiento de Tomás y alimentado de tal pensamiento dará solución – contra la tesis del franciscano Guillermo de Occam – a la cuestión de la pobreza. Bajo el influjo de la filosofía de san Tomás de Aquino, Juan XXII consideraba “natural”  el derecho a la propiedad, de modo que no era posible, según él renunciar a la propiedad, en la Iglesia, y aprobar la propuesta de los franciscanos. Estos sostenían, en línea con el “usus pauper”, que se podía y debía renunciar a la propiedad en la Iglesia, y sin por esto violar o desconocer uno de los rasgos esenciales de la naturaleza humana.

1.4) En pocas palabras: los franciscanos sostenían – guiados por la mente de uno de los más importantes pensadores franciscanos de todos los tiempos, Guillermo de Occam,  que el derecho a la propiedad es natural, pero no para la Iglesia, sino para la autoridad secular, para el mundo laico – diríamos hoy. Según la filosofía y la teología franciscana la “possessio” y el “dominium” no se aplican a la Iglesia, sino al mundo laico. La Iglesia sí puede usufructuar pero no poseer. Esta era la visión de los franciscanos. Se sabe que en ocasión de la canonización de Tomás, el papa Juan XXII leyó un solemne discurso cuyo tema central era la “pobreza” desde el punto de vista tomista. (Para estos temas puede leerse con provecho: L. Parisoli, Volontarismo e diritto soggettivo. La nascita medieval di una teoria dei diritti nella Scolastica francescana, Instituto Storico Cappucini, Roma, 1999; Orlando Todisco, Assisi francescana e tempo mesianico, en la revista “Studium” 99 (2003) 171-185; J. A. Weisheipl, Tommaso d’Aquino. Vita pensiero opere, Jaca Book, Milano, 1988).

1.5) León XIII, después de siglos de olvido del pensamiento de Tomás, lo rehabilita, en el año 1879, con la famosa encíclica Aeternis Patris considerándolo “el” modelo del pensar cristiano y, por tanto, guía de las escuelas católicas. Según León XIII, el pensamiento de Tomás era la máxima expresión de la filosofía cristiana en grado de alimentar y proteger la unidad doctrinal de la comunidad eclesial y también de garantizar visibilidad política. El papa impuso así, por decreto, la filosofía de Tomás, imposición que debían acatar sin pestañear (porque de una orden se trató) también los franciscanos, dejando de lado toda la riqueza especulativa-teorética de la Escuela franciscana pues según León XIII, la filosofía de Tomás era la única de la cual la Iglesia se podía fiar. Todo lo que hay de verdadero y auténtico está presente en el pensamiento de Tomás en la forma más coherente y completa que se pueda imaginar (pensar). Es así que el pensamiento franciscano fue, desde los inicios del siglo XIX, desclasado, silenciado, postergado.

II.- ¿Qué cosa estaba en discusión? Pensar “como si Dios no existiera”

2) León XIII – cerca ya del siglo XIX – pensaba que estaba en discusión el patrimonio teológico tradicional el cual se veía amenazado por los nuevos vientos filosóficos que, según la Iglesia, no tenían consistencia.  Estaba persuadido que el verdadero problema de su tiempo era la pérdida y dispersión de la razón respecto a la verdad y por eso la cultura del tiempo rechazaba la teología y no tenía en cuenta la autoridad ni la enseñanza de la Iglesia. La modernidad proponía una razón autónoma, no ya teocéntrica. Proponía una razón autorreferencial la cual, según la Iglesia, era la causa del desbandamiento y el alejamiento de muchos de la doctrina cristiana. Según el Papa, la filosofía de san Tomás estaba en grado de “salvar” al hombre de tal deriva y lo reconduciría a la Iglesia (cosa ésta que nunca ocurrió), a la unidad de la fe cristiana, rechazando así el diseño masónico: reducir al silencio los derechos de Dios.  Recuerdo aquí algunos pasos del texto de la encíclica Aeternis Patris. El Papa dice: “Si se presta atención a la malicia del tiempo en el cual vivimos, si se abraza con el pensamiento el estado ideal de las cosas públicas y privadas, se descubrirá sin dificultad que la causa de los males que nos oprimen como de aquellos que nos amenazan consisten en el hecho que opiniones erróneas sobre las cosas divinas y humanas se han poco a poco insinuado, partiendo de las escuelas de filosofía, en todos los rangos de la sociedad y han logrado hacerse aceptar por un gran número de mentes” (número: 3).

2.1) ¿Qué es lo que preocupaba al Papa? ¿Dónde veía el problema? Pues bien lo que él quiere contrastar es el “pensar como si Dios no existiera”, lógica que hunde sus raíces en el siglo XVI. Las consecuencias sociales de tal filosofía turban al pontífice el cual quiere relanzar una filosofía que contraste – así dice el texto – “la audacia de substraerse a la autoridad divina”. El papa está convencido que hay que imponer el pensamiento de Tomás (contenido en la Summa). El problema que angustia al papa es el pensamiento inmanentístico, un pensamiento que resuelve todo desde “abajo”, desde el hombre, sin alzarse a considerar fundamentos últimos divinos. Es una razón que no escucha otra voz que la suya, desconociendo todo lo que no esté en sintonía con sus intereses. El papa está convencido que la fuerza teorética-especulativa del pensamiento de Tomás es la solución a la dispersión de la razón. La propuesta filosófico-teológica de Tomás le parecía la más idónea para restituir a la comunidad cristiana, que comenzaba a fracturarse, a perder cohesión, puntos de referencia fuertes y habilitarla, con este arsenal teorético, para luchar contra una razón autosuficiente que pretendía construir el “paraíso en la tierra”, no sólo sin Dios sino contra Dios.

2.2) No se debe olvidar la insistente tendencia de los Estados modernos a emanar legislaciones sin ningún tipo de relación o vínculo con el “orden moral” querido y fundado por Dios. Desde este punto de vista se comprende porqué León XIII recurriera al pensamiento aristotélico-tomista. Este pensamiento estaba en grado de dar tono y consistencia a la cultura y de reconocer independencia al poder temporal – relativa pero no absoluta – respecto al poder espiritual dado que si bien distinguía la filosofía de la teología había también entre ellas un alto grado de comunión y sostenimiento mutuo. León XIII pensaba que con la clave tomista se podía llamar tanto a los creyentes como a los no creyentes a un orden universal querido por la razón divina reflejada o espejada en la razón natural objetiva. Como hiciera Juan XXII en su tiempo, que prefirió dar espacio al pensamiento tomista, compacto y conciliador, descalificando la lógica franciscana más bien “pluralista y libertaria”, así se movió León XIII a los inicios del 1900. Para hacer frente a los problemas filosóficos y políticos de su tiempo dio espacio o privilegió la prospectiva filosófico-teológica de Tomás, descalificando la Escuela franciscana.

2.3) León XIII percibió y sintió profundamente lo que consideraba un peligro: la perdida o el declino de la competencia de la “auctoritas pontificalis” en la guía del mundo. Lo había percibido ya, como dijimos, Juan XXII. Este papa al fin de reunificar cultura y política, filosofía y teología, “potestas imperialis e potestas pontificalis”, privilegió el pensamiento tomista, marginando la Escuela franciscana que promovía el pluralismo de la teología y ponía el acento en el la voluntad/libertad más que en la razón y la intelectualidad.

2.4) Además, – y esto hay que subrayarlo – la filosofía y la teología tomista tienen una relevancia ético-política de la cual el pontífice se quiere servir. En efecto, el pensamiento tomista contiene un fundamento de auténtica política cristiana, en el sentido que entre el sistema teocrático – que era ya improponible – y la tesis liberal que considera “la religión un hecho privado – una cuestión de domingos” consecuente con la separación entre la Iglesia y el Estado, el pensamiento de Tomás deja entrever una especie de “poder indirecto” de la Iglesia sobre el Estado con el cual recuperar la influencia de la Institución “en una Europa laicista”. No quiero decir que el papa intentara recuperar e imponer otra vez el dominio clerical, pero su intención era sí relanzar la fuerza potente de la cultura cristiana en vistas de una nueva política cultural. Esta perspectiva es la que permite hablar – según el gran pensador francés E. Gilson – de un “uso apostólico de la filosofía” (Conf: E. Gilson, Le philosophe et la théologie, Paris, Vrin, 1960, 203).

2.5) Agrego -para completar este panorama histórico – que en el plano ético-político la Escuela franciscana ha sido siempre contraria a la supremacía temporal del Papa.  Guillermo de Occam es sólo una mente importante, pero no la única en el franciscanismo respecto a este tema. El principio que defendían (y aún defienden) los franciscanos es que la distinción real de los órdenes – el temporal y el divino – no funda ni exige la subordinación del temporal al divino, o sea que es posible que un orden sea en función de otro orden como en vistas de su propio fin sin que por esto uno esté subordinado a la autoridad del otro – como es el caso del pensamiento tomista. Queriendo traducir ahora en términos generales este problema, se debe decir que si se privilegia el pensamiento tomista, para Tomás no es posible la existencia de la Iglesia sin el Papa. Esto es normal y común al pensamiento cristiano. Pero para Tomás es posible un mundo sin Cesar, sin – diríamos hoy – Congreso o Parlamento – puesto que el orden superior (eterno) engloba, según él, el orden inferior.

2.6) Para el franciscanismo, tampoco es imaginable una Iglesia sin Papa. Pero no es posible – y aquí está la diferencia fundamental con el tomismo (la “peligrosidad” del franciscanismo) – un mondo, una Nación, un Estado, sin Cesar (sin Congreso). Y esto en nombre de la pluralidad y de la distinción de los roles. La raíz de esta crítica que hacen los franciscanos está en la lógica del dominio, la lógica del poseer y dominar que puede llevar al Papa a la transformación de la Religión en Política (Estado teocrático, como en el Islam) como puede llevar al Cesar a la transformación de la Política en Religión (Hitler, Mussolini, totalitarismos de derecha y/o izquierda).

2.7) Los planos o niveles, para el franciscanismo, están por supuesto colegados pero no subordinados. Para decirlo en términos más técnicos y precisos: la jerarquía ontológica no implica una jerarquía de jurisdicción. Respecto al nivel ético-político, en línea con su visión jerárquica, san Tomás sostiene, a diferencia del franciscanismo, que la jerarquía de dignidad implica la jerarquía de jurisdicción, en el sentido – como parece ser obvio – que a quien está en el plano más alto le compete comandar en modo directo o indirecto sobre quien está en el nivel inferior o más bajo. La distinción real de los órdenes funda – y exige -, según la mentalidad tomista, la jerarquía y, por lo tanto, la subordinación. Dicho brevemente: en Tomás la Iglesia jerárquica encontraba todos los instrumentos para recuperar cohesión doctrinal y prestigio político.

2.8) Recuerdo que Tomás retiene que la doble supremacía real de Cristo, sea espiritual que temporal, ha sido transferida a Pedro y a sus sucesores. Está aquí la substancia de la “plenitudo potestatis” y, por lo tanto, la subordinación directa o indirecta de toda autoridad a la autoridad papal. Cito a Tomás: “Summo Sacerdoti, succesori Petri, Christo Vicario, Romano Pontifici, cui omnes reges populi christiani oportet esse subditos, sicut isi Domino nostro Iesu Christo” (San Tomás, De regimene principium I, 14).

2.9) El franciscanismo, en cambio, no conoce la lógica de la subordinación sino la lógica de la participación y de la comunión al punto tal que vive humanamente, realiza el rostro humano quien vive tanto en una come en la otra lógica, substrayéndose así a los unilateralismos, a la lógica totalitaria política (que se come la Religión) y a la lógica totalitaria fundamentalista (que se come el Estado). Son dos lógicas que, aparentemente distintas, son idénticas porque ambas unilaterales, ambas totalitarias, ambas mutilan la realidad individual y social.

2.10) Son dos lógicas que  están siempre ahí, diríamos a la vuelta de la esquina como una gran tentación de la cual no es nunca fácil substraerse. Todos sabemos las aberraciones cometidas por la Iglesia como las cometidas por la política (ideologías). Es más bien una dialéctica dramática, una tensión jamás resuelta entre las dos lógicas. Pero está ahí la grandeza del hombre y su capacidad de “dar al Cesar lo que es del Cesar y a Dios lo que es de Dios”. Está aquí, en esta visión franciscana, la fuente lejana del carácter religioso de la lógica laical, de la cual los franciscanos se han hecho siempre intérpretes y defensores a lo largo  de la historia.

III.- Una pregunta impostergable: ¿primado de la bondad o de la verdad?

3) Hoy que vivimos un momento socio-histórico-cultural muy particular, por muchos aspecto desconcertante pero no por esto menos fascinante y sorprendente, caracterizado como “postmodernidad”, (porque hemos dejado atrás la llamada “modernidad”) se impone una pregunta: ¿a quién propondría el papa León XIII en este atormentado y dislocado momento epocal? La respuesta – que en nuestras reflexiones tentaremos de argumentar – es que propondría a san Tomás de Aquino si retuviera que hoy el problema más grave es la defensa de algunas verdades teológicas, rechazadas o puestas en crisis y que habría que repensar y relanzar (como una campaña publicitaria que relanza productos antiguos actualizados). Pero si considerase que el problema es presentar nuevas lógicas de relación con lo real, nuevas claves teóricas y comportamentales que permitieran una lectura más humana y humanizante del mundo, del hombre y de la comunidad, es decir un diverso modo de leer la totalidad de lo real, pienso que propondría no a Tomás sino al franciscano san Buenaventura y a la Escuela franciscana.

3.1) En el primer caso (Tomás) el discurso continuaría a tener como centro la Verdad y la racionalidad, que hoy, como sabemos, están en crisis por tantos motivos (nihilismo) y que habría que recuperar; en el segundo caso (Buenaventura), considerando que la humanidad está hoy fagocitada por la lógica del dominar y poseer, del acaparar y tener, desdibujando siempre más la lógica de la oblatividad y de la coparticipación de los bienes,  el discurso apuntaría sin duda alguna hacia la libertad (voluntad) y la afectividad, hacia la Bondad, alma y medida de la Verdad.

3.2) La intención – cierto para nada fácil ni tranquila – sería educar a pensar lo real no como una minera que estamos llamados a depredar, un terreno que estamos llamados a desvalijar, sino como un jardín que estamos llamados a cultivar y custodiar, como un espacio de cósmica confraternización alimentado de la lógica de la gratuidad y no del dominio, del poner a disposición no sólo lo que tenemos o hacemos sino también nosotros mismos porque la única medida del amor (Bondad) es la indigencia, la necesidad de los otros.

3.3) Se trata, entiéndase bien, no de la Bondad sin o contra la Verdad, lo que nos llevaría al romanticismo o sentimentalismo individual (antropología) y políticamente a la anarquía. Se trata de la Bondad como el potencial dinámico de la Verdad, se trata, si queremos, del Agape como alma del Logos o, para usar una bella expresión que me inspira el lenguaje de uno de mis mejores maestros (Leonardo Boff), de Vigor y Ternura. No el Vigor por un lado y la Ternura por otro, sino el Vigor en la Ternura y ésta en aquél.

3.4) Es decir, un vigor ternurizado y una ternura vigorosa, en línea con el pensamiento clave o central del franciscanismo: no es la racionalidad la dimensión última de lo real, sino la libertad. Dios no crea el mundo porque es racional, sino que es racional porque él lo ama y lo crea. No es la racionalidad de lo real la condición de su venir a la existencia sino la libertad del Amante pues ésta crea lo que podría dejar en la sombra de la nada (del “no ser”), crea lo que no tiene algún derecho a ser, lo que no tiene algún derecho a existir (los derechos, en todo caso, comienza “después”). Lo que es, llega al ser o a la existencia porque es amado y no porque es racional. Sin duda que es racional pero es tal porque es amado y creado por Dios. Porque Dios crea el mundo el mundo es racional y no porque es racional Dios lo crea o está obligado a crearlo. Esto significa que el fondo de la realidad está permeado de la libertad del Amante. Por supuesto que lo que Dios crea es racional pero porque Dios lo crea es racional y no viceversa.

3.5) A este punto hay que decir también que el hombre no es tal porque razona y piensa, sino porque, como Aquél del cual es “imagen y semejanza” ama y dona y porque ama y dona, razona y piensa. Y no viceversa. Dicho en otros términos: para el franciscano, desde la perspectiva teorética, el mondo es más la obra de un artista que el diseño de un ingeniero, de un gran geómetra. El mundo ha sido querido más para sorprendernos y maravillarnos, compartirlo y gozarlo, que para penetrarlo con la razón y pretender poseer sus secretos. Y desde el punto de vista social se trata de hacerse cargo del mundo, encarnarse en el mundo sin dejarse fagocitar por sus encantos, dando siempre más espacio al otro en cuanto otro, al diverso, creando para él y con él iniciativas con las cuales hacer frente a las dificultades del tiempo.

3.5) Primado de la Bondad sobre la Verdad, o, mejor, la Bondad como alma de la Verdad, la libertad como el alimento de la intelectualidad. La racionalidad no es la estructura última de lo real. Por supuesto que lo real es racional pero no por esto ha sido creado, sino que porque ha sido amado y creado por el Amante es racional y no viceversa. Al origen de la vida no está – dicho diversamente – el cálculo y la especulación, sino la libertad que dona sin medida porque dona lo que podría no donar y retener para sí, o sea la vida, el misterio del ser.

3.6) Porque Dios lo ama y crea, lo real es racional y no porque es racional Dios lo ama y crea. No se trata de un juego de palabras sino de una lectura de lo real que cambia la vida, la praxis, la existencia. Cambia la percepción de sí mismo, del otro, del diverso, del distinto.  Si el primado de la racionalidad nos ha llevado a depredar el mundo, a transformar todo en número, a matematizar y a depredar la tierra y los hombres, la pregunta se impone: ¿No debemos cambiar la lógica relacional? ¿A dónde nos podría llevar el primado de la Bondad?

IV.- Primado de la Bondad: Abraham, la libertad creativa

1) Primado de la Bondad, metáfora de la liberad creativa como paradigma franciscano del pensar y del obrar. Estas expresiones no son otra cosa que la traducción en clave filosófica-teorética de la actitud que alimenta el gesto de Abraham, el cual, extranjero entre extranjeros, acoge, en el desierto, en pleno mediodía, a la hora en la cual el sol derrite el acero, tres extranjeros, peregrinos. No conoce sus nombres, no les pregunta la edad, no les pide los documentos, no les pide las huellas digitales o el pasaporte. No pregunta de dónde vienen y qué hacen ahí a esa hora “maldita” – para quien camina en el desierto.

2) Su gesto está alimentado de la libertad al estado puro. Es una libertad que no tiene otras raíces que no sean aquellas que se nutren de la alegría y el gozo de admitir “otros” a la fiesta de la vida. Abraham, extranjero entre extranjero, extranjero en tierra extranjera, un inmigrante, acoge y alimenta sin nada pedir ni preguntar, tres extranjeros. Los sirve, está atento a sus necesidades, todo da y nada pide. Da alimento y calor humano, pero nada pide en cambio. No interroga. Alimenta al extranjero dando lo que tiene, lo que hace y lo que él es.

3)  Todos conocemos lo que ocurre luego. Recibe la bendición divina – “tu descendencia será más numerosa que las estrellas del cielo”. Una bendición que nunca pidió y que, según el relato, no estaba en sus planes, no fue pensada o premeditada.  Esta bendición confirma que Dios valoriza o mide el abandono del hombre a la divinidad (o sea a él) con el metro de la donación al otro, al extranjero. Traducida en términos filosóficos, esta libertad abramítica, parece que se resuelve o sintetiza en la conjugación existencial del bien y de la verdad, según una trayectoria en la cual ocupa el primer puesto el bien y, en posición derivada – lo que no quiere decir secundaria – la verdad. La Bondad es el germen gratuito e innovador, es decir, el alma de la libertad audaz y creativa. La verdad no es otra cosa que la traducción histórica del ejercicio de la libertad que se nutre de la bondad.  La verdad es el vestido “frágil y variable” que la bondad se pone para estar presente en el tiempo sin por esto transformar el vestido en un absoluto.

4) La Escuela franciscana quiere que el hombre se de cuenta o tome conciencia, dado que está en el mundo sin tener algún derecho a la existencia pues está “aquí” y es por gratuidad y no por sus méritos, de la lógica de la gratuidad en la cual vive, de la cual se nutre; quiere que la haga suya esforzándose a su vez con la misma gratuidad para hacer que los otros sean, y sean plenamente. Para esto tiene que ampliar los espacios de la convivencia, no profanándolos o desdibujándolos, manipulándolos, sino más bien, aumentando la alegría de ser y no arruinándola. Es éste el primado de la Bondad. Es ésta la verdad de la libertad, nota que caracteriza nuestro ser y la trayectoria que estamos llamados a trazar en el tiempo de nuestra historia.

¿Santo Tomás de Aquino o San Buenaventura? Por Eduardo Marazzi

En vista de una respuesta a las exigencias de la postmodernidad

A modo de introducción general

Si la escuela tomista representa el primado de la racionalidad y de la verdad, la escuela franciscana representa el primado de la afectividad y de la bondad. Pero entiéndase bien: no se trata de la bondad sin o contra la verdad (sería romanticismo o sentimentalismo), sino la Bondad como el alma, el corazón de la Verdad.

1) Es un dato real por todos compartidos que la parábola del pensamiento y de la cultura occidental ha sido alimentada, promovida y sostenida gracias al primado de una Razón (primero filosófica y luego ideológica y científica) siempre más omniciente, más arrogante y soberbia que, privilegiando sus mezquinos intereses, no ha considerado o no ha escuchado otra voz que no haya sido la suya. Esta autoreferencialidad, siempre más arrogante, altanera, la ha hecho sorda para escuchar otras voces, voces que no siempre están en sintonía con las pretensiones de la lógica de la Razón que tiende a poseer y a dominar, a mercantilizar y a cuantificar. Es la lógica relacional que tiende a hacer de todo lo que encuentra – como ha hecho el protótipo de la cultura occidental, es decir Ulises, botín.

2) La Razón occidental, en función de acaparar y mercantilizar, ha desconocido el derecho de la diversidad a la existencia. Sobre todo aquello que no se deja matematizar o poseer, ejerce la violencia, enmascarada en mil modos sutiles y elegantes. Son las voces de las diferencias que no se dejan homologar o fagocitar por una lógica totalitaria y totalizante, por un pensamiento único que ignora, deja al márgen o condena como absurdo o sin sentido todo lo que no puedo disciplinar, manipular, achatar y colocar al interno de sus propios intereses – que son siempre autoreferenciales.

3) Pues bien, tal Razon – de la cual han provenido tantos beneficios – es también la que nos ha llevado a los holocaustos y los genocidios del siglo pasado y ha condenado al silencio y a la miseria extrema enteras poblaciones diversas, naciones “otras”, culturas “otras” que se negaban a dejarse encasillar o capturar por la racionalidad occidental, depredadora de toda diferencia.  El hombre actual, cansado de la homologación, sea tal homologación de derecha o de izquierda, defiende hoy el derecho a la diversidad, el derecho a una individualidad o “yoidad” que rechaza – aunque no siempre sepa defender tal derecho  con “razones razonables” – todo forma de uniformidad que no tenga en cuenta la unicidad que cada rostro humano, con titánica lucha costruye y representa.

4) En este espacio postmoderno, siempre más pluricultural, multiétnico, multireligioso y pluriético, espacio en el cual la convivencia con la “otreidad” del otro es un dato innegable aunque no siempre sea placentero ni tranquilo el encuentro, el paradigma franciscano de lectura de lo real, paradigma que privilegia la Bondad como alma de la Verdad, puede ser un punto de referencia relevante. Es una lógica que, sin tener la arrogante pretensión de iluminar el entero horizonte, puede ser un faro, una luz que ilumina el pensamiento y orienta o propone otras prácticas de encuentro con lo real. Se trata de otras lógicas relacionales más humanas, menos fagocitantes, mas respetuosas de la diferencia la cual, hoy, a nivel planetario, hemos descubierto como un valor irrepetible que ningún fundamentalismo, sea secular o religioso, tiene el derecho de cancelar o desdibujar.

5) La fecundidad teorética y práctica del paradigma franciscano – paradigma que de a poco iremos presentando – pero que ya decimos, es la lógica que da espacio a la oblatividad como razón de su leer y operar – nos induce a poner esta pregunta: ¿san Tomás o san Buenaventura (y la escuela franciscana) como la fuente inspiradora del pensar y el actuar? Lo que nos proponemos en esta serie de reflexiones, es llevar a sus extremas consecuencias o radicalizar la opción filosófica fundamental, de modo que podamos apreciar la capacidad interpretativa de instancias fundamentales y altamente problemáticas y conflictivas de la sociedad contemporánea, interrogándonos por la tarea o el trabajo que nos compete y nos espera. Me explico mejor: ¿la tarea que nos espera no es otra que permanecer en la lógica elaborada por el primado de la Racionalidad y la Verdad, lógica que en modo siempre más necróficlo ha alimentado la vida del Occidente, o intentar otros caminos, otras lógicas que sin rechazar totalmente la lógica precedente (sería absurdo hacerlo) abran senderos no simplemente marginales o de “segunda clase”. Entiéndase bien: no se trata de poner en cuestión a san Tomás de Aquino, sino de preguntarse por la fecundidad teorética de la lógica tomista, sea tanto en la individualización de la problemática de nuestro tiempo, siempre más pluralista en todos los aspectos, cuanto en la capacidad para responder a sus expectativas y esperanzas.

Evitaré las tediosas notas al pié de la página y sin hacer de estas reflexiones un trabajo académico, citaré sólo en el texto los autores que creo serán importantes para dar credibilidad a estos pensamientos. Son “migajas” de reflexiones, migajas franciscanas que provienen de la lógica de la gratuidad que alimenta el corazón del franciscanismo porque es la lógica relacional del Amante, de Aquel que, como dice el profeta Isaías, “rescata sin precio” y en Jesús de Nazaret, ama sin medida y sin discriminaciones.

¡A buscar otro ring! Por Guillermo “Quito” Mariani

Había un actor entre bambalinas al que de cuando en cuando se lo veía analizando las reacciones del público y que a último momento, previendo que la obra no iba a resultar un éxito como el esperado, decidió ser también el apuntador y desde la casilla que protegía su anonimato, comenzó a dictar los textos que debían pronunciar los actores bajo su dirección. Finalmente decidió jugarse todo por el todo y comenzó él mismo a sobreactuar llamando a la lucha con todos los medios a disposición. Miró hacia el cielo y supuso que contaba con la aprobación y ayuda de Dios y  comenzó a reclutar soldados para la “guerra de Dios”, sin pensar que toda guerra supone un derrotado y eventualmente el resultado adverso podía ser “la derrota de Dios”.

La aprobación de la Ley de matrimonio entre los hasta hoy discriminados en muchos de sus derechos esenciales, y de modo particular en la necesidad de no reprimir sus tendencias naturales (que si Dios es autor de la naturaleza son absolutamente respetables), calificados como “raros”, homosexuales y lesbianas.

Y con una clara mayoría el senado de la nación aprobó la ley después de un largo debate en que todos pudieron exponer sus razones, apartándose en varios casos de las decisiones partidarias y  haciendo oídos sordos a los diversos apuntadores.

Así el Sr. Cardenal primado perdió una batalla y debe estar seguro de que también Dios la perdió. Pero sobre todo que su prestigio en el Vaticano, logrado a través de pronunciamientos en favor de la permanencia de la Vicaría castrense y su vicario Antonio Basseoto, y en contra de la educación sexual en las escuelas, y de la aprobación de la ley de medios, como al uso de preservativos para evitar la epidemia del SIDA y,  por supuesto del debate sobre un método más eficaz para disminuir los abortos y sus consecuencias fatales, hablando de “legalización” cuando se está pensando en “despenalización”, como  alternativa frente al fracaso de los métodos represivos. Y el conflicto, en muchos casos artificial con el Gobierno, a propósito de la retenciones, de la inseguridad ciudadana, del aumento de la pobreza, de la defensa de los opositores con cruz en el pecho o ligados ideológica y económicamente a la Curia, le conquistó cierto lugar y prestigio sintiéndose autorizado para dictarles, desde la casilla del apuntador, un proyecto para el gobierno futuro.

La oportunidad de la propuesta de igualización de los homo con los heterosexuales le brindó la oportunidad para afirmar su dominio sobre la sociedad argentina. Excelente carta de presentación frente al Vaticano que con Benedicto XVI  ha vuelto a las posiciones más conservadoras para mantener el poder eclesiástico.

Pero, se manchó  la carta. Toda la sumisión temerosa del personal y alumnos de los colegios católicos no alcanzó,  con las agresivas pancartas en la marchas, para hacerlo exitoso en esta empresa. Toda la presión  sobre los Obispos recomendando severidad para enfrentar todas las oposiciones al pensamiento jerárquico dentro de la iglesia, se estrellaron contra una cantidad de adhesiones a esos criterios diferentes de muchos sacerdotes y laicos.

¿Se convencerá el Sr.Cardenal de que ha sido derrotado por la ciudadanía, abierta a una mayor democracia y ansiosa por defender los derechos de todos? O seguirá maquinando argumentos y acciones para obstaculizar la mejor distribución de los bienes, o la actualización de la iglesia?  Es difícil. Ya, desde el nockout puede ir buscando otro ring para probar suerte.

José Guillermo Mariani  (pbro)

El mismo amor, los mismos derechos. Carta de Pedro Almodovar, cineasta

el mismo amor, los mismos derechos

Queridos amigos:el mismo amor, los mismos derechos

El matrimonio homosexual no le hace mal a nadie, no le roba nada a nadie, sin embargo hace feliz a mucha gente y les proporciona la posibilidad de vivir de un modo honesto, pleno y coherente junto a la persona que aman. Es un derecho esencial en toda sociedad civilizada, de lo contrario se está marginando a muchas personas en virtud de su sexualidad.

Hablar de igualdad en este sentido no es un capricho de degenerados, la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que todos somos iguales, con independencia de nuestro sexo, religión, condición social, idioma, raza, etc.

No hay que permitir que ideas sectarias, retrógradas, inmovilistas, sexistas e injustas impidan a una sociedad libre progresar.

Es mentira y ridículo clamar que el matrimonio homosexual supone un peligro para la familia. Al contrario, las familias homosexuales aseguran el futuro de la idea de familia y la enriquecen. No se puede imponer la familia biológica como único modelo familiar, o se está yendo contra la realidad. Si algo caracteriza a la familia contemporánea es su enorme variedad. He conocido familias con solo una madre, un solo padre, dos madres, dos padres, familias multiétnicas, familias en las que ningún progenitor es biológico. Familias cuyos miembros pertenecen a distintas lenguas y culturas, familias que en millones de casos no son católicas. Se quiera o no, esas familias existen y adoran a sus hijos, y los cuidan y los educan, tanto como cualquier familia biológica, porque están basadas en el amor y en la solidaridad humanas.

No estoy en condición de pedir nada a los señores del Senado argentino. Para aprobar la ley que permita los matrimonios homosexuales no apelo ni siquiera a su sentido de la justicia, sólo les pido que hagan caso de su sentido común. Es lo único que necesitan para votar afirmativamente.

Fuente Pagina 12.

Adhesión del Grupo Angelelli al padre Nicolás Alessio

Hace tiempo que caminamos juntos. El “Nico”, como lo llamamos es nuestro amigo con mayúsculas. Sabemos de su claridad de pensamiento, de su valentía para exponerlo, de su compromiso social y de su servicio incondicional a la comunidad y a los mas abandonados. Conocemos su búsqueda de una Iglesia más fiel al Evangelio, y dispuesta a asumir sus errores y pecados, como los escándalos últimamente conocidos y perpetrados por muchos de sus miembros elegidos.

Su delito es ahora pensar, junto con todos nosotros los integrantes del grupo Angelelli y muchos otros en el país y manifestar públicamente criterios que miran al bien común y sin discriminaciones. Decimos simplemente “pensar”, porque parece que para la jerarquía de la Iglesia en Argentina, sólo quien tiene el poder “jerárquico” puede pensar y al Pueblo de Dios, incluidos los sacerdotes, solo nos quedan el silencio, la sumisión y la “obediencia debida”.

Aprendimos que en cada Diócesis el Obispo debe ser el principio de esa comunión para el bien común. Y en cuestiones opinables es necesario integrar la diversidad y atender a un sano pluralismo. En este caso concreto, experimentamos que Ñáñez, Arzobispo de Córdoba, ha desperdiciado esta oportunidad y se ha alineado con la guerra santa proclamada por el cardenal Bergoglio y sus sorprendentes e insólitas propuestas: los que no piensan con la jerarquía son “enemigos” y hay que destruirlos y por eso la guerra. Pero la pretensión va más allá, como “legionarios” de Dios, quieren someter a sus juicios a toda la sociedad.

En la cuestión de una nueva ley de matrimonio, escuchamos las posiciones diversas y las respetamos. Hemos buscado y repasado todos los argumentos. Y hemos decidido un criterio común al margen de la política, del miedo y del dinero. Estamos con Nico y queremos acompañarlo frente a esta presión represiva de la amonestación y la condena cautelar, haciendo caso a su conciencia, al mensaje de Jesús y a su gente, su comunidad.

Comunicado de Grupo de Curas Casados con motivo de la censura al P. Nicolas Alessio

SOLO EN LA CARIDAD ES POSIBLE LA DIVERSIDAD

El arzobispo de Córdoba, Mons. Carlos José Ñáñez, inició juicio canónico al Pbro. José Nicolás Alessio, quien efectuó, y continúa efectuando declaraciones públicas en diversos medios de comunicación a favor del mal llamado “matrimonio” entre personas del mismo sexo. Como medida cautelar, el arzobispo le prohibió el ejercicio público del ministerio sacerdotal, lo que significa que no podrá celebrar públicamente la santa misa ni administrar los sacramentos de la Iglesia, y, por tanto, ejercer como párroco

No se puede traicionar la conciencias negando lo que con toda libertad y responsabilidad hemos afirmado a favor del matrimonio homosexual y más allá del tema puntual en cuestión, que se puede y debe seguir debatiendo, de ninguna manera se puede aceptar el intento de silenciar o censurar la libertad de expresión, la libertad de opinión, la libertad de pensar de acuerdo a las propias convicciones. No aceptamos un discurso único que debe ser acatado por todos. Nos parece una exageración la prohibición al Padre Nicolas Alessio de ejercer el ministerio sacerdotal por pensar diferente a la jerarquía eclesial. Ni siquiera al Padre Grassi, a Mons. Storni, condenados por abusos sexual ni al ex capellán policial Christian Von Wernich condenado por delitos de lesa humanidad se les ha prohibido celebrar los sacramentos. No podemos seguir censurando y expulsando a lo diverso y plural que emergen en nuestras Iglesias. La estructura canónica y eclesiológica,  monárquica y verticalita que sostiene la Iglesia anula toda posibilidad de comprensión y aceptación de la diversidad. Dios se revela sin agotarse en la diversidad de pensamientos, de culturas, de personas. El misterio y la riqueza de la diversidad será siempre un conflicto para todo intento hegemónico por uniformar, que no es mas que la unidad mal entendida. La Iglesia hoy más que nunca debe caminar hacia el diálogo, la colegialidad para asumir con respeto, seriamente los desafíos de las sociedades de hoy. Lo primero en la iglesia debe ser la caridad porque solo en este espíritu es posible la diversidad. La iglesia debe dejar el miedo a perder poder. La Autoridad está en la humildad para buscar la verdad con los hombres  y en el servicio, no en la imposición sin más de una Doctrina Moral estática, basada en una concepción antropológica inadecuada para nuestro tiempo.

Grupo de curas casados

Guerra!! Por Guillermo “Quito” Mariani

La palabra suena agresiva. Tanto, que si uno la pronuncia en estado normal de tranquilidad psíquica, causa asombro a quienes la escuchan. No así cuando es producto de un arranque emocional imposible de dominar. Pero el sr. Cardenal lo ha dejado escrito, no sólo lo ha mencionado. “Esta es la guerra de Dios”.
¿Qué es esto? ¿Dios lo ha delegado en una revelación íntima para convocar a una guerra? ó ¿Bergoglio es Dios y por eso ha comenzado a alistar soldados o “soldaditos”(los alumnos y profesores de los colegios católicos) para una guerra santa?
No! Bergoglio no es delegado de Dios, ni mucho menos Dios mismo. Al parecer lo que pasa es que se cree Dios, que no es lo mismo que serlo. Simplemente, ha desplazado al Dios de Jesús que es el del amor para entronizar al Dios de la guerra.
Con alguna frecuencia nos tropezamos con alguien que nos dice “soy el mesías” o “yo soy Cristo” o “soy Dios y vengo a salvar a este mundo” Algunos hasta muestran señales tan convincentes como las marcas de las llagas de Jesús en sus miembros. Mucha gente los sigue y los publicita. Pero son “enfermos”, “fabuladores” “piantados”, como decimos nosotros, porque están al margen de la realidad. A veces son inofensivos. Con una especie de alienación mística suscitan devociones y prácticas piadosas junto con algunas curaciones o hechos raros como desmayos y visiones frutos de la sugestión personal o colectiva. Pero otras veces son peligrosos. Porque quien los escucha piensa que algo de Dios deberán tener y, ante la alternativa de no escuchar a Dios, optan por la alternativa de convertirse en seguidores de cualquier convocatoria. Hay que notar que, cuando uno es testigo de uno de estos hechos raros que algunos denominan “milagros”, además de haberlos visto se reviste de una especie de superioridad orgullosa sobre los demás y entonces aparece el camino del fanatismo que, cuando es “religioso” es el peor.
Es comprensible y hasta necesario que desde el campo católico tan invadido por un conservadurismo que se resiste a todo cambio, porque resultaría una pérdida de seguridad y de ventajas obtenidas, haya opiniones encontradas y diversas. Que, en este asunto del casamiento (que significa llevar a la casa) y el matrimonio (que indica las tareas maternales de producir y educar hijos) entre personas del mismo sexo, excelentes en sus valores personales, haya oposiciones graves y marcadas, porque se aparta de normas culturales o circunstancias históricas que se consideran inviolables. Las argumentaciones válidas han de basarse en el razonamiento y la experiencia. Pero que, quien no hace mucho se quejaba de los enfrentamientos entre argentinos que tenían a la gente en estado de crispación constante, convoque a una guerra de Dios, es además de un doble discurso inadmisible en una persona pública, una especie de traición al mensaje igualitario del cristianismo (o para prescindir de los ismos) de Jesús de Nazaret, incorporando a los derechos humanos a todos los desplazados en la sociedad de su tiempo.
Bien sabe el sr. Cardenal que sus órdenes a los colegios católicos serán obedecidas puntualmente no por convencimiento sino por temor. Y que lo multitudinaria y bulliciosa que pueda resultar la marcha del Martes 13, tratando de influir en las decisiones del Senado, no impedirá que tarde o temprano la iglesia que él representa, deberá dejar de violar la naturaleza en base a lo que llaman con tanto desparpajo “la ley natural”.-
José G. Mariani (pbro)