Domingo 22 de Agosto de 2010 – 21 durante el año litúrgico (ciclo “C”)

Tema: Lc.13,22-30

Mientras Jesús enseñaba, una persona se acerca a preguntarle si serán pocos o muchos los que se salvarán. Traten, responde Jesús, de entrar por la puerta estrecha porque muchos no lograrán entrar. Cuando el dueño cierre la puerta gritarán “somos nosotros ábrenos la puerta! Y el dueño les dirá “No sé de dónde son ustedes”. Entonces insistirán: hemos comido y bebido contigo y enseñaste en nuestras plazas. Y él les dirá: Váyanse todos los que han elegido el camino  del mal. Habrá llanto y rabia cuando vean a los patriarcas y profetas entrar al reino y ustedes queden fuera. Y vendrán muchos de oriente y occidente a ocupar sus lugares en el banquete del reino. Resultará así que los primeros serán últimos y los últimos primeros.

Síntesis de la homilía

El concepto de salvación ha sido desfigurado considerando que se trata de un final agradable premio de Dios para quienes se han considerado buenos en este mundo. Una especie de lugar final de gozo al que hemos llamado cielo. A eso apunta la pregunta de esa persona anónima que detiene a Jesús para interrogarlo sobre las probabilidades de llegar a ese final.

La perspectiva de Lucas no tiene que ver con ese cielo, sino con la salvación como el banquete del reino, es decir el resultado de una convocatoria universal al que se llegará por un camino. Es un camino que hay que recorrer, no un lugar que se conquista. Y el recorrido está identificado con la práctica de la  justicia que no puede ser suplida ni con influencias, ni con promesas, ni con cumplimiento de  deberes cultuales, ni con aceptación devota de apariciones y mensajes esperanzadores  de otra vida.

Como se trata de un camino, es necesario permanecer atentos, vigilantes, para no tropezar, para no equivocarse.   Se trata para Mateo de un camino estrecho. Lucas habla sólo de la puerta estrecha. Pero ambos, de distintos modos hacen referencia a las dificultades de ese camino. Dificultades nacidas de la propia tendencia al egoísmo y del contexto social que desde la injusticia de determinadas estructuras empuja y seduce para tratar de entrar por la puerta ancha de las comodidades, la explotación de los demás, la soberbia de sentirse privilegiados, el acaparamiento de los bienes de la tierra arrancados de diversos modos de quienes también tienen derecho a gozarlos. Cuando esto sucede, no bastan donaciones generosas a los templos ni a obras de caridad, como las invocadas por los que no pudieron entrar que “comieron con él” y “escucharon en sus plazas las enseñanzas”

En Lucas y en general en los evangelios la comida tiene mucha importancia. No sólo como alimentación necesaria sino como expresión de amistad y comunión. El “haber comido y bebido contigo” es entonces un argumento fuerte. Esa vecindad y proximidad espiritual que tiene la comida en común es ciertamente una presencia del reino, cuya realización final es repetidamente descrita como un gran banquete. Pero aún ese gesto puede ser hipócrita y entonces aleja en lugar de afirmar el camino de la salvación, no lo construye sino que lo imposibilita.

La referencia a los excluidos en Lucas se orienta particularmente a los judíos que, amparados en la  ley,  menospreciaban las reglas elementales de la convivencia humana. Pero tanta fuerza como ese rechazo de Jesús a la actitud  de los dirigentes religiosos del pueblo, tiene la afirmación de que sus puestos serán cubiertos por multitudes que vengan de oriente y occidente. Lo cual habla no de hombres y mujeres perfectos o alineados en una iglesia sino de buenas personas que se alejan de las seducciones del espíritu del mal y buscan con debilidades y errores ir construyendo una salvación que les llegue a todos.

Domingo 15 de Agosto de 2010 – Festividad de la Asunción de María (ciclo “C”)

Tema (Lc. 1,39-56)

María sin demora parte a los cerros de Judá para visitar a Isabel. Cuando la saluda, Isabel se estremece de gozo y siente que su hijo palpita en sus entrañas y proclama su alegría por esa visita que ella considera muy superior a sus merecimientos ya que  ella es ferviente en la confianza para con su Dios. María entonces prorrumpe en el hermoso canto de alabanza y celebración. “Mi alma canta la grandeza del Señor y  se regocija porque El es el que salva. Soy feliz porque El se ha fijado en mí. Siempre hizo grandes cosas y llenó de favores a quienes lo aman. Destruyó a los soberbios y exaltó a los pobres. Destronó a los poderosos y entronizó a los humildes. Sació a los hambrientos y vació las manos de los ricos. De acuerdo a su promesa mostró misericordia con Israel su  siervo.

Después de tres meses de acompañar a Isabel, María regresó a su casa.

Síntesis de la homilía

Referirse al nombre tradicional de esta festividad mariana resulta confuso. En medio de la simbología con que Lucas describe la ascensión de Jesús, aparece  en la iglesia esta otra de la que no hay huellas en los relatos evangélicos, denominada asunción para diferenciarla de aquella y con la añadidura de “en cuerpo y alma” de origen platónico.

Lo importante es fijarnos en el mensaje que esta celebración, fruto de una insistente actitud mariana dentro de nuestra iglesia, para distinguirnos de las iglesia evangélicas separadas más que detenernos en la clase de glorificación merecida por María de acuerdo a una tradición cultivada en nuestra iglesia.

En primer lugar, vamos a tener en cuenta el objetivo de Pío XII al declarar este hecho como perteneciente a la fe, como  dogma católico. Desde luego que no se puede deducir del enunciado que exista un lugar llamado cielo en que habita Dios con sus santos en espíritu y

allí fue llevada María con su cuerpo. De acuerdo a la intención de aquel pontífice, en un siglo en que la dignidad del cuerpo del hombre había sido tan ultrajada en los campos de concentración, esta propuesta eclesial tendía a restablecer la dignidad de todos los hombres en su cuerpo tanto como en su interioridad. Y esto es bueno tenerlo en cuenta también ahora. Desde otro punto de vista, esta glorificación anticipada de María quiere señalar el resultado final a que se dirigen todos los que fieles al precepto nuevo de Jesús se empeñan en vivir el amor en sus múltiples e inagotables expresiones e intensidades. Y esto es coincidente con el mensaje de Jesús,  que identifica el amor a los hermanos con el amor a Dios y como realización plena del hombre.

Por otra parte, no hay que perder de vista el texto evangélico elegido para esta celebración. María conocedora de la situación de Isabel su prima, se pone inmediatamente en camino a la montaña. Sin fijarse en la distancia (unos 100 kilómetros) va a felicitar y socorrer a la embarazada. Así se resalta una relación humana que nunca tenemos que perder de vista: las relaciones familiares, los contactos hogareños, la amistad y el servicio entre las mujeres y las  madres que atraviesan una cantidad de circunstancias y exigencias para dar a luz y para educar a sus hijos. Este acto de solidaridad humana, casi sin importancia religiosa, es señalado especialmente por Lucas, que también resalta el gozo de ambas mujeres por sentirse madres. De esa alegría compartida brota el magnífico canto de María que pone la circunstancia que ella e Isabel están viviendo en el contexto del plan bondadoso de Dios para con su pueblo y la humanidad. Un himno de alabanza, de confianza en las promesas, de señalamiento del camino que ha de cumplirse para que se conviertan en realidades, de compromiso por colaborar eficaz y generosamente con ese objetivo.

Aquí hay ya suficientes motivos para trasladar a nuestra vida diaria la celebración que nos ocupa y que a veces pareciera consistir solamente en la admiración y veneración tributadas a la madre de Jesús.

Domingo 1 de Agosto de 2010 – 18 durante el año litúrgico

Tema (Lc.12,13-21)

Un hombre pide a Jesús que convenza a su hermano de compartir la herencia. Jesús dice que nadie lo ha puesto de árbitro en ese asunto y aprovecha el hecho para una parábola, aconsejando cuidarse de la avaricia porque las abundantes riquezas no aseguran la felicidad. Un hombre rico cuyas tierras habían producido abundantemente no sabía qué hacer con la cosecha y se decidió a guardarlo todo para disfrutarlo durante una larga vida. Pero recibió seguridad de que iba a morir esa noche con la pregunta angustiante de cuál sería el destino de esos bienes. Esto sucede, concluyó Jesús a quien acumula riquezas para sí mismo y no es rico a los ojos de Dios.

Síntesis de la homilía

Las disensiones familiares por cuestiones de distribución de herencia son más frecuentes de lo que aparece. Aquellos hermanos pensaban que Jesús lo podía arreglar. Y Jesús, a pesar de darse cuenta de que  había un problema de justicia, se negó a proponer ninguna solución. Pareciera una actitud de prescindencia y falta de compromiso. Pero, inmediatamente,  añadió una reflexión muy importante. Hay que cuidarse de la ambición y el acaparamiento porque es un engaño pensar que la abundancia de riquezas produce la felicidad del hombre ni su seguridad. La parábola del hombre que ya no sabía qué hacer con tanta riqueza y decidió reservarla toda para sí con la perspectiva de una larga vida, es en sí misma elocuente. Y en realidad toca el punto fundamental y sin aparecer como juez, determina cuál debe ser el proceder en el caso de los dos hermanos.

La clave es la frase final. Esto sucede al que se preocupa sólo de acumular para sí y menosprecia la riqueza interior que significa compartir, que es la que produce el crecimiento del reinado de Dios entre los hombres.

Cuando uno tiene oportunidad de internarse en  las disputas entre familiares a propósito de una herencia importante, constata muy pronto que con la preocupación de sacar el mayor provecho justificado con una cantidad de excusas (haberse preocupado más que los demás en el cuidado del poseedor originante, tener más necesidad que los otros por cuestiones laborales, ser presionado por su familia…etc) se pierden otros bienes que, de momento, no se tienen en cuenta. Se enfrían las relaciones afectivas, se pierden las expresiones de solidaridad que hacen bien a todos, se producen intranquilidad de conciencia y enredo de proyectos, se engendra un estado de tensión que muchas veces daña gravemente la salud.

Compartir no es solamente dar de lo propio. Aunque lo que se posee haya sido conquistado trabajosamente a través de un duro trabajo. Mucho más si se ha recibido gratuitamente como regalo  o herencia. Compartir es agrandar el corazón llenándolo con ese contenido irremplazable que es el acto de amor hacia los otros

En nuestro mundo capitalista, esto ya no se tiene en cuenta. A veces se produce un despedazamiento inclemente de las relaciones familiares y de amistad por cuestiones de dinero. Pero con mucho más frecuencia y sin que nadie o a muy pocos les llama la atención, el acaparamiento priva a muchos de sus derechos elementales y es fuente de actitudes irreconciliables. Se da en las relaciones entre patronos y obreros o entre empresarios y asalariados en que solamente una parte (como la del hermano que se quedaba con todo) se ve beneficiada. Así se hieren las relaciones sociales, se vive la crispación que brota de una venganza acallada o impotente y se daña finalmente a toda la sociedad. No hace falta buscar demasiados argumentos, porque en varias ocasiones corporaciones  con diversos interese se han adueñado del panorama social y con sus negativas a compartir, expresas o disimuladas han enrarecido nuestro clima social hasta hacerlo para muchos irrespirable.

La Iglesia ha recurrido muchas veces al argumento de Jesús en este pasaje de Lucas, de que no puede ser árbitro en cuestiones de distribución más justa y equitativa de los bienes terrenales. Aún aceptando este criterio, lo que ciertamente no debiera darse es la complicidad con los grandes explotadores en el orden nacional e internacional en base a sentirse protegida y segura con la salvaguarda de sus propios intereses materiales. Si intentamos sensibilizarnos ante las necesidades reales de los que nos rodean encontraremos más paz en nosotros mismos y produciremos más justicia a nuestro alrededor.

Libertad y verdad de Ratzinger. Por Celso Alcaína

Hoy, desde su estudio del Vaticano, el Papa, rememorando a Duns Scotto, afirmó que la libertad ha de ir siempre unida a la verdad. Continuó diciendo que la verdad y la libertad se perfeccionan si se adecúan a la verdad revelada.

Libertad y verdad. ¡ Magnífico! Está claro que la libertad necesita límites para no convertirse en libertinaje y salvajismo. El Papa establece, al menos, un límite: la verdad. Y ¿qué decir de la verdad? ¿Dónde está la verdad? Ratzinger, o BXVI, estima que él, con su Iglesia, tiene la verdad. ¿De verdad tiene él la verdad? ¿Y su Iglesia tiene la verdad? “Quid est veritas?” , preguntó Pilatos a un Jesús detenido y condenado por usar de su libertad. Por el solo hecho de ser dogmática, la Iglesia demuestra no poseer libertad. Además, el dogmatismo eclesiástico niega de raíz la verdad. La verdad es progresiva, siempre parcial, inalcanzable. Luchamos para acercarnos a ella, pero sin asirla. Y si recorremos la historia de la Iglesia y de los dogmas, nos convencemos de que hemos de dirigir nuestras miradas hacia otros horizontes. Lo siento, Ratzinger, tu verdad no es la verdad. Y cuando recurres a la verdad revelada no haces más que abdicar de nuestra parcial verdad para soterrarnos en el misterio, la duda o la sinrazón. Monopolizar la verdad es cortar las alas de nuestra percepción de la verdad.

Fuente: Enigma. El Blog de Celso Alcaína

Dónde está la verdadera crisis de la Iglesia. Por leonardo Boff

La crisis de la pedofilia en la Iglesia romano-católica no es nada en comparación con la verdadera crisis, esta sí, estructural, crisis que concierne a su institucionalidad histórico-social. No me refiero a la Iglesia como comunidad de fieles. Ésta sigue viva a pesar de la crisis, organizándose de forma comunitaria, y no piramidal como la Iglesia de la Tradición. La cuestión es: ¿que tipo de institución representa a esta comunidad de fe? ¿Cómo se organiza? Actualmente, ella aparece como desfasada de la cultura contemporánea y en fuerte contradicción con el sueño de Jesús, percibido por las comunidades que se acostumbraron a leer los evangelios en grupos y hacer así sus análisis.

Dicho de forma breve pero sin caricatura: la institución-Iglesia se sustenta sobre dos formas de poder: uno secular, organizativo, jurídico y jerárquico, heredado del Imperio Romano y otro espiritual, asentado sobre la teología política de San Agustín acerca de la Ciudad de Dios que él identifica con la institución-Iglesia. En su montaje concreto no cuenta tanto el Evangelio o la fe cristiana, sino estos poderes que reivindican para sí el único «poder sagrado» (potestas sacra), incluso en su forma absolutista de plenitud (plenitudo potestatis), en el estilo imperial romano de la monarquía absolutista. César detentaba todo el poder: político, militar, jurídico y religioso. El Papa, de manera semejante, detenta igual poder: «ordinario, supremo, pleno, inmediato y universal» (canon 331), atributos que solo caben a Dios. El Papa institucionalmente es un Cesar bautizado.

Ese poder que estructura la institución-Iglesia se fue constituyendo a partir del año 325 con el emperador Constantino y fue oficialmente instaurado en 392 cuando Teodosio, el Grande (+395) impuso el cristianismo como la única religión del Estado. La institución-Iglesia asumió ese poder con todos los títulos, honores y hábitos palaciegos que perduran hasta el día de hoy en el estilo de vida de los obispos, cardenales y papas.

Este poder adquirió, con el tiempo, formas cada vez más totalitarias y hasta tiránicas, especialmente a partir del Papa Gregorio VII que en 1075 se autoproclamó señor absoluto de la Iglesia y del mundo. Radicalizando su posición, Inocencio III (+1216) se presentó no sólo como sucesor de Pedro sino como representante de Cristo. Su sucesor, Inocencio IV (+1254), dio el último paso y se anunció como representante de Dios y por eso señor universal de la Tierra, y podía distribuir porciones de ella a quien quisiera, como se hizo después a los reyes de España y Portugal en el siglo XVI. Sólo faltaba proclamar infalible al Papa, lo que ocurrió bajo Pio IX en 1870. Se cerró el círculo.

Ahora bien, este tipo de institución se encuentra hoy en un profundo proceso de erosión. Después de más de 40 años de continuado estudio y meditación sobre la Iglesia (mi campo de especialización) sospecho que ha llegado el momento crucial para ella: o cambia valientemente, encuentra así su lugar en el mundo moderno y metaboliza el proceso acelerado de globalización, y ahí tendrá mucho que decir, o se condena a ser una secta occidental, cada vez más irrelevante y vaciada de fieles.

El proyecto actual de Benedicto XVI de «reconquista» de la visibilidad de la Iglesia contra el mundo secular está destinado al fracaso si no procede a un cambio institucional. Las personas de hoy ya no aceptan una Iglesia autoritaria y triste, como si fuesen a su proprio entierro. Pero están abiertas a la saga de Jesús, a su sueño y a los valores evangélicos.

Este crescendo en la voluntad de poder, imaginando ilusoriamente que viene directamente de Cristo, impide cualquier reforma de la institución-Iglesia pues todo en ella sería divino e intocable. Se realiza plenamente la lógica del poder, descrita por Hobbes en su Leviatán: «el poder quiere siempre más poder, porque el poder sólo se puede asegurar buscando más y más poder». Una institución-Iglesia que busca así un poder absoluto cierra las puertas al amor y se distancia de los sin-poder, de los pobres. La institución pierde el rostro humano y se hace insensible a los problemas existenciales, como los de la familia y la sexualidad.

El Concilio Vaticano II (1965) trató de curar este desvío por medio de los conceptos de Pueblo de Dios, de comunión y de gobierno colegial. Pero el intento fue abortado por Juan Pablo II y Benedicto XVI, que volvieron a insistir en el centralismo romano, agravando la crisis.

Lo que un día fue construido, puede ser deconstruido otro día. La fe cristiana posee fuerza intrínseca para, en esta fase planetaria, encontrar una forma institucional más adecuada al sueño de su Fundador y más en consonancia con nuestro tiempo.

[Traducción de MJG]

4 modelos de catolicismo: el cultural, el integrista, el institucional y el crítico. Por Juan José Tamayo

Esta conferencia quiere ser una aproximación, entre sociológica y teológica, al pluralismo en la Iglesia católica, tema central de este Curso de Verano que generosamente me invitó a dirigir Alfonso Pérez Agote, catedrático de Sociología de la Complutense y director de los Cursos de Verano, a quien deseo expresar mi agradecimiento por su confianza.

La estructura del curso y los participantes responden estrictamente al título. En él están representadas las diferentes tendencias ideológicas que se dan hoy en la Iglesia católica: la jerarquía eclesiástica, los movimientos cristianos de base, los movimientos institucionales de solidaridad, los movimientos cristianos de mujeres y algunas de las principales corrientes teológicas actuales: teología de la liberación, teología feminista, teología de las religiones… Todos ellos tienen voz y pueden expresarse en un clima de libertad y de creatividad, sin dogmatismos ni censuras, con luz y taquígrafos, como corresponde al entorno universitario en el que se celebra el curso.

Creo que es una de las experiencias más logradas de diálogo, discusión e incluso confrontación entre tendencias con frecuencia en conflicto y con intereses ideológicos enfrentados y a veces contrapuestos, que se encuentran en un plano de igualdad, donde el valor no radica en la autoridad jerárquica o en el poder eclesiástico, sino en la capacidad argumental de los contertulios. Se trata de un ejemplo de encuentro de personas que escuchan las razones del otro, de la otra, del discrepante, al tiempo que exponen las suyas con respeto, pero sin necesidad de llegar a consensos.

Me gustaría que la experiencia sirviera de ejemplo para que, propiciada por autoridades universitarias o por intelectuales católicos de diferentes tendencias, por la propia jerarquía o por los seglares, pueda llevarse a cabo en el seno de la Iglesia católica sin exclusiones, ni anatemas. Este ha sido el deseo que he expresado al cardenal Carlos Amigo, que ha participado en el Curso de verano con una conferencia sobre “El compromiso de la Iglesia con los pobres”.

El punto de partida de esta conferencia es el concilio Vaticano II, que constituye, a mi juicio, el comienzo de un amplio y nuevo pluralismo en el mundo católico. Dividiré la exposición en dos partes. En la primera trataré de la significación histórica, religiosa, cultural y social el concilio Vaticano II como el final de la larga etapa del régimen de Cristiandad y el comienzo de un nuevo paradigma, de una breve pero intensa primavera eclesial.

En la segunda analizaré los diferentes modelos de catolicismo que conforman el pluralismo eclesial hoy, entrándome en cuatro: el catolicismo cultural, el integrista, el institucional y el crítico. Haré una caracterización general de cada uno de ellos destacando los aspectos diferenciales. Lo que ofrezco a continuación un guión que desarrollaré más ampliamente cuando publiquemos el libro en septiembre del presente año.

1. Punto de partida: Concilio Vaticano II (1962-1965)

a) Salida (“tumba”, Glez Ruiz) de la cristiandad triunfante considerada consustancial al cristianismo durante 16 siglos. Fin de las multiseculares alianzas selladas entre el trono y el altar. Discurso Juan XXIII en la inauguración del Vaticano II: la defensa de la Iglesia por parte de los príncipes constituyó “un perjuicio espiritual y un peligro”. Final de una larga etapa de anatemas y condenas contra la Modernidad y sus principales manifestaciones políticas, filosóficas, sociales, culturales y diálogo multilateral con la cultura moderna marcada por la increencia. (ateísmo, agnosticismo, indiferencia religiosa). Diálogo con la historia (Suenens).

b) Revolución copernicana: cambio de paradigma en la concepción de la Iglesia: En la definición de la Iglesia: misterio, pueblo de Dios, comunidad de creyentes, frente a la definición anterior de “sociedad perfecta”.  Concilio de reformas positivas más que de castigos; de exhortaciones, más que de anatemas (Montini). Asume el principio luterano “Ecclesia semper reformanda”. Reforma estructural, no simplemente organizativa. Capítulo 2: Iglesia, pueblo de Dios; capítulo 3: Índole jerárquica de la Iglesia. Aquí el orden de factores sí altera el producto.

c) Relaciones Iglesia-sociedad-mundo: No por encima, ni contra el mundo como enemigo, no al margen o como juez que condena el mundo, sino en el mundo?. No visión negativa, no huida del mundo, sino visión esperanzada, optimista. Mundo: no espacio de condenación, sino escenario de salvación. Identificación con los gozos y las esperanzas, las alegrías y las tristezas de los seres humanos, especialmente de los que sufren

d) Valoración positiva y emancipadora de la secularización (GS 34): Autonomía de las realidades temporales. Sociedad y naturaleza: se rigen por sus propias leyes, que el ser humano tiene que descubrir; poseen consistencia, verdad, bondad y orden propio. Autonomía de cada ciencia y arte. Incorporación del pensamiento crítico y de las ciencias sociales en las ciencias sagradas.

2. Pero en los textos del Vaticano II perviven dos concepciones de Iglesia difícilmente armonizables:

a) – Eclesiología comunitaria-horizontal y eclesiología jerárquico-vertical-patriarcal – Diferencia no de matiz sino sustancial, entre clérigos y laicos, entre sacerdocio común de los fieles y ministerio ordenado. Nota Previa de la LG, exigida por Pablo VI: la Constitución Lumen gentium debe interpretarse a la luz de la definición de la infalibilidad del papa del concilio Vaticano I.

b) De ahí van a surgir tres tendencias difícilmente conciliables que van a continuar durante todo el posconcilio y que llegan a nuestros días:?- Tendencia renovadora (teólogos y obispos centroeuropeos) – Tendencia conservadora (cardenal Wojtyla, obispos españoles…)  Tendencia integrista (Lefébvre)

c) Diferentes sensibilidades de los papas del concilio y del posconcilio: Juan XXIII: carismático y profético. Pablo VI: Intelectual hamletiano; de la apertura al conservadurismo. Juan Pablo II: neconservadurismo, restauración de la cristiandad; modernidad en las formas, crítico de la modernidad en el fondo; doctrina social crítica del capitalismo. Benedicto XVI: teólogo tradicional enfrentado con la modernidad y con la teología de la liberación y contrario al pluralismo religioso.

3. Tendencias plurales en el catolicismo hoy

La Iglesia católica no es monolítica, sino realidad plural en todos los campos. La mayoría de las tendencias apelan al Vaticano II como punto de apoyo arquimédico, menos la integrista que lo combate y busca su fuente de legitimidad en el concilio de Trento (1545-1563) y el modelo de contrarreforma que pone en marcha. Las diferencias entre los distintos modelos no son sólo de matiz, como a veces se quiere hacer ver, sino que tienen lugar en cuestiones fundamentales y disciplinares: de fe, de modelo de Iglesia, de interpretación de la Biblia, de moral, de liturgia, de sacramentos, celibato, ordenación de las mujeres… Estamos ante tendencias en conflicto con peligro real de ruptura, sin apenas diálogo, con críticas las unas de las otras y veces con actitudes numantinas. Es un conflicto no disimulado, sino abierto y público. Tres ejemplos en la Iglesia Vasca: Oposición del clero guipuzcoano al nombramiento del obispo Munilla.. Condena del libro de J. A. Pagola: Jesús. Aproximación histórica. Amenaza de sanciones de monseñor Munilla al teólogo franciscano José Arregui. La tipología que propongo no es exhaustiva, sino sólo indicativa. Voy a centrarme en cuatro modelos de catolicismo: cultural, integrista, institucional y crítico (de base)

4. Catolicismo cultural

“En España todos somos culturalmente católicos” (Sánchez Ferlosio) Tiene su reflejo en las encuestas, sin bien es descendente: en los últimos años, del 77% que se declaraban católicos a 71%. Características:

a) Catolicismo: elemento fundamental de la identidad social y cultural de España. Mayoría de las fiestas nacionales se corresponden con fiestas católicas. Fiestas patronales (misa, procesión): se corresponden con las fiestas populares. Semana Santa y Navidad: incorporación de los símbolos religiosos al folclore y la cultura populares (procesiones), al ámbito familiar, a los espacios públicos (belenes…)

b) Sacramentos: no símbolos religiosos, sino actos sociales puntuales, sin continuidad: funerales, bautizos, bodas, primeras comuniones, matrimonios…

c) no implica adhesión a la doctrina, a los dogmas de la Iglesia ni a la moral católica oficial: catolicismo sin dogmas ni moral institucional.

5. Catolicismo integrista

a) Añoranza del Antiguo Régimen: España, reserva espiritual de Occidente. Monarquía católica: alianza indisoluble Trono-Altar. Críticas a la monarquía cuando, respetando la voluntad popular y las mayorías parlamentarias, firma leyes que entran en conflicto con la fe y la moral católicas. No separación Iglesia-Estado. Defensa de los símbolos católicos en el espacio público. Unidad de España, bien moral. Cardenales Cañizares y Rouco: oraciones para preservar la unidad de España.

b) Iglesia, figura del papa: papolatría, tradición y concilios: “Fuera de la Iglesia no hay salvación”: teología exclusivista. Contra la reforma de la Iglesia. Contra el ecumenismo y el diálogo interreligioso. Xenofobia, sobre todo hacia inmigrantes de otras tradiciones religiosas distintas del cristianismo. Papa: referencia central de la fe y punto de apoyo arquimédico. Acompañamiento y aclamación en los viajes. Divinización de su figura: Juan Pablo II, Benedicto XVI. Trento y Vaticano I: Concilios de referencia absoluta; apelación constante a sus enseñanzas dogmáticas y disciplinares. Rechazo del Concilio Vaticano por herético, reformista y desviado de la tradición.

c) Doctrina: dogma sin hermenéutica. Teología perenne. Denuncia de los teólogos heterodoxos.

d) Mujer, familia y moral: Defensa y protección de la familia como célula básica de la sociedad y forma primaria de cohesión social-. Familia patriarcal: mujer como madre, esposa, cuidadora, “ángel del hogar” – matrimonio indisoluble como ley natural; consideración del divorcio como destrucción de la familia.

e) Cauces de expresión de esta ideología integrista: Internet bajo anonimato – Prensa – Actos de masas

6. Catolicismo institucional

a) Estructura jerárquico-patriarcal-vertical: centralidad de la jerarquía: papa, obispos, sacerdotes, clérigos, y de las instituciones religiosas que se pretenden salvaguardar: obispados, parroquias, congregaciones religiosas… Falta de democracia. Seglares: colaboradores en el apostolado jerárquico, sin autonomía

b) Importancia del buen funcionamiento de la institución: A través de la cadena de mando vertical: papa, obispos, sacerdotes, cristiano@s y de instituciones estables. A través de unas instituciones educativas que reproducen la ideología del sistema: escuelas católicas, clases de religión en colegios, seminarios, universidades, católicas, facultades de teología. A través de unos medios de comunicación que informan sobre la vida oficial de la Iglesia católica (preferentemente de la jerarquía) y transmiten la ideología conforme al magisterio y a la doctrina social de la Iglesia

c) Sacramentalismo: administración de los sacramentos, centro de la actividad pastoral de los sacramentos con catequesis presacramentales: bautismo de infantes, primeras comuniones, confirmación, bodas entierros, funerales

d) tendencia a los actos rituales masivos con más componente social que religioso.

e) Actividades caritativas, de promoción social, de solidaridad con el mundo de la marginación y la exclusión social en el primer Mundo y ene. Tercer Mundo.

f) Cauces de expresión: encíclicas, cartas pastorales, boletines diocesanos, hojas parroquiales, etc.

7. Catolicismo crítico

Está constituido por movimientos, organizaciones, colectivos, generalmente en redes v. c. “Redes cristianas”  de base, corrientes teológicas renovadoras, sacerdotes obreros, religiosos y religiosas en barrios, comunidades de base, parroquias populares, colectivos de mujeres, grupos de diálogo ecuménico interreligioso, movimientos apostólicos especializados. Estos colectivos son muy plurales por razones sociales, geográficas, étnicas, sexuales, ideológicas, etc. Pero tienen elementos comunes que paso a exponer:

a) Apelación al Evangelio como norma de conducta y criterio ético.

Centralidad de la figura de del Jesús histórico como persona libre y liberadora, crítica del sistema religioso y político, que opta por los pobres y excluidos, muere como consecuencia del conflicto con las autoridades religiosas y políticas y de la denuncia de las injusticias y de la proclamación del reino de Dios como Buena Noticia para los pobres y Mala Noticia para los ricos.

b) Apelación al concilio Vaticano II como referente magisterial, sobre todo LG, GS, Constitución sobre la Revelación, Declaración de Libertad Religiosa…

c) Centralidad de la ortopraxis sobre la ortodoxia: Ubicación en el mundo de la marginación social y de la exclusión cultural y en el seno de los movimientos sociales, de los movimientos alterglobalizadores. Compromiso socio-político a nivel personal y comunitario. Opción por los marginados como exigencia fundamental y criterio de autenticidad de la fe cristiana. Denuncia profética.

d) Relación crítica, dialéctica con la jerarquía y la Iglesia institucional: Crítica de la estructura jerárquico-patriarcal de la Iglesia, de su alejamiento de los pobres, de su excesivo celo por la ortodoxia y su poca preocupación por la lucha por la justicia. Sentido comunitario de la fe y vivencia del cristianismo en pequeñas comunidades. Democratización de la Iglesia y defensa de los derechos humanos y de las libertades dentro de la Iglesia y ejercicio práctico de la democracia y los derechos humanos en la vida de las comunidades,

e) Desclericalización de la Iglesia y protagonismo de los seglares. Igualdad radical de todos los creyentes: hombres y mujeres, clérigos y laicos, jerarcas y cristianos de base.

f) Despatriarcalización de la Iglesia y protagonismo de las mujeres: Las mujeres como sujetos morales, políticos, cívicos, religiosos, eclesiales, teológicos.  Acceso de las mujeres al ámbito de lo sagrado: ordenación sacerdotal de las mujeres. Acceso a los estudios y a la docencia de la teología. Acceso a la interpretación de los textos sagrados desde la perspectiva de género. Defensa de los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.

g) Desacralización de la sexualidad: Concepción unitaria, no dualista, del ser humano. La sexualidad como cauce de comunicación interhumana. Respeto hacia las diferentes formas de vivir la sexualidad, siempre que tengan lugar dentro de unas relaciones no opresivas ni dominadoras. Vivir la sexualidad como experiencia gozosa, no como fenómeno traumático y pecaminoso.

h) Desoccidentalización de la Iglesia católica y autonomía de las iglesias locales: Diversidad cultural y religiosa. Diálogo ecuménico entre las diferentes iglesias cristianas. Diálogo interreligioso e intercultural en un plano de igualdad, sin jerarquizaciones previas. Teología intercultural e interreligiosa de la liberación.

i) Desdogmatización y etización de la Iglesia. El dogma divide, separa, la ética acerca, une en torno a un proyecto común.

j) Carácter histórico del catolicismo, que implica: Reforma permanente de la Iglesia. Respuesta a los nuevos signos de los tiempos: globalización, revolución biogenética, feminismo, ecología, revolución informática, alterglobalización, pluralismo religioso y diversidad cultural. Trabajo por la justicia a través de movimientos de solidaridad ….

Fuente: Religión Digital

“Firmes y adelante”: evangélicos al borde del sinsentido. Por P. Daniel Bruno

DANIEL BRUNO explica cómo el himno que históricamente acompañó el compromiso y testimonio social, apareció en los ùltimos días “encabezando un comunicado que echa por tierra toda la rica historia comprometida de los evangélicos que lucharon por las libertades civiles en Argentina”.

“Todo cristiano, todo hombre amante de las libertades de su país debe cooperar con las esfuerzos de un gobierno que sabe desafiar los poderes ocultos que todavía pretenden ahogar las libertades de los pueblo en el nombre de Dios.” (Estandarte Evangélico, Agosto 1883)

El único templo metodista de aquel tiempo vibraba al son del himno “Firmes y adelante”, en 1887 la gente emocionada lo cantaba celebrando una conquista, se había sancionado la ley por la cual los evangélicos habían luchado por años, el matrimonio civil era un derecho para todos aquellos que querían casarse y no pertenecían a la iglesia católica, un derecho de la sociedad civil. Los evangélicos lo venían promoviendo desde 1883:

“Los ánimos de las masas están preparadas para introducir cualquier mejora en pro del ideal a que aspiran, sintetizado en el lema “Derecho común”. El matrimonio civil, es hoy una necesidad proclamada por todos los ciudadanos, en vano trabajan los oscurantistas agitando el espíritu de las masas preparándolas a una lucha sin cuartel….porque el dominio de la fuerza culmina donde empieza el dominio de la conciencia…” (El Estandarte Evangélico Julio 1883)

Ya era un hecho, a pesar de la durísima resistencia que ejerció la iglesia católica y sus aliados en el Congreso Nacional, a pesar de las amenazas y predicciones apocalípticas, el campo evangélico sabía que fue una conquista del Estado laico que ellos mismos propiciaban desde los púlpitos desde mucho tiempo antes. Porque en realidad la ley de Matrimonio civil había sido la última conquista de una larga serie de avances de “libertades de conciencia” que los gobiernos liberales venían transformando en leyes desde 1884 y los evangélicos no dudaban en apoyar con fuerza:

“El lunes pasado ha sido un día glorioso, por 48 votos contra 10 fue aprobado el proyecto de enseñanza laica (ley 1420), que como nuestros lectores saben ha dado mucha tela para cortar durante este año, de nada valieron los mil artilugios de que se valieron para reprobar el proyecto, que desde hace un año permanecía archivado. Gracias a Dios la ultima dificultad con que había que luchar para declarar ley el proyecto de Enseñanza Laica ”fue vencida el jueves… fue el triunfo del progresismo, la democracia , fue la victoria de las libertades sobre los sofismas y absurdos ultramontanos… Es la victoria del Evangelio de libertad” (EEE 28 de Junio 1884)

Con cada paso que la sociedad civil lograba: registro civil, ley de cementerios públicos, educación laica, matrimonio civil, los evangélicos respondían cantando “Firmes y adelante”, como una marcha que lograba emocionar hasta las fibras más íntimas y que a pesar del sentido belicoso que sin duda tenía en su idioma original, los evangélicos argentinos habían sabido transformarla en una marcha de compromiso del evangelio con las libertades civiles.

Ya en el siglo veinte volvió a encenderse la llama laicista en los templos evangélicos y “Firmes y adelante” volvió también a sonar en el marco de la así llamada “Laica o Libre” en la defensa que los evangélicos junto a otros sectores progresistas de la sociedad hacían de las universidades públicas y contra la ley que Frondizi había promulgado en 1957 cediendo a la iglesia católica la potestad de crear universidades propias.

Pero a mediados del siglo veinte, aquel himno dejó de escucharse abiertamente, más bien comenzó a acompañar el paulatino retiro de los evangélicos del ámbito público hacia el intimismo espiritualista y las aisladas autojustificaciones doctrinales.

Así, “Firmes y adelante” no se escuchó vibrar, salvo en muy contadas iglesias, contra la dictadura de Onganía y sus sucesores, cuya inspiración integrista fue atentando contra cada uno de los logros civiles del siglo anterior. Tampoco se escuchó, salvo otra vez, honrosas excepciones, contra la dictadura de Videla y sus sucesores, la dictadura más sangrienta y violatoria de todos los derechos civiles y humanos que el país haya conocido. Tampoco se escuchó, ya recuperada la democracia para celebrar una ley que venía a dar un marco regulatorio y de derecho a las parejas que por distintos motivos debían cortar su vínculo matrimonial, a pesar que los evangélicos del siglo anterior, exactamente cien años antes, sí lo habían hecho a favor del divorcio de esta manera:

“No es en nombre de Cristo que la legislación martiriza y ata al yugo de la deshonra a no pocos matrimonios. Esta es una legislación necia contraria al buen sentido, a la Palabra de Dios y a los intereses de la Nación.

En el nombre de Cristo, en el nombre de la moral, y en el nombre de de multitud de criaturas inocentes e indefensas pedimos el divorcio absoluto, la posibilidad de anulación absoluta del lazo matrimonial por causas justificadas.” (EEE, Marzo 1884)

Sin embargo, cien años después de este valiente anticipatorio pronunciamiento, cuando la ley de divorcio vincular finalmente fue promulgada en 1985 paradójicamente el himno “Firmes y adelante” no se escuchó para celebrar la ley, permaneció encerrado en los templos y ciertamente no volvió a sonar públicamente en defensa de los derechos civiles y humanos durante toda la segunda mitad el siglo veinte.

“¿De los ya gloriosos, marchamos en pos…?”

Sorpresivamente la semana pasada el himno reapareció en el ámbito público, pero esta vez lo hizo en un contexto particularmente cambiado. Reapareció como encabezamiento de un comunicado de la Alianza Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina que llama a: “tomar autoridad espiritual sobre autoridades, principados y potestades que operan en las regiones celestes, en el Nombre de Nuestro Señor Jesucristo…”

El comunicado, sintetiza el pensamiento de un novedoso integrismo evangélico que se opuso, en estrecha alianza con la jerarquía católica, a la sanción del matrimonio igualitario, y ahora propone: “dar la voz profética y sentar las bases de los valores cristianos que emergen de la Biblia, la Palabra de Dios.”

Ciertamente es curiosa la mención de la labor profética de la iglesia. Es sabido que la tarea profética fue encarnada por Jesús oponiéndose al poder centralizado del Templo de Jerusalén y sus sacerdotes. La tarea de los profetas a lo largo de la historia siempre fue realizada desde el no poder, desde el clamor de las minorías pisoteadas por los imperios religiosos, contra el uso del nombre de Dios para justificar estructuras injustas y teocráticas. Los profetas han sido la voz de los marginados. No los defensores de la moral occidental y “cristiana”.

¿Qué palabra profética se puede esperar cuando emana de un ethos compartido con el Gran Templo? ¿Cómo puede evitarse interpretar esas voces como voz de los falsos profetas, cuando vienen fundidas con las voces del Opus Dei y de la teología de la represión que ayudó a calmar conciencias sobre el baño de sangre que “redimía” a la Argentina.?

Triste final de recorrido para el himno “Firmes y adelante”, el terminar como mascarón de proa de la represión “evangélica”, terminar así, encabezando un comunicado que echa por tierra toda la rica historia comprometida de los evangélicos que lucharon por las libertades civiles en Argentina.

Sin duda todo este proceso abierto en torno a la ley de matrimonio igualitario, el rol que en este proceso han jugado los sectores integristas tanto católicos como “evangélicos” y, como remate el comunicado de marras, todo ello es una invitación para abrir una seria reflexión sobre lo que significa en el contexto actual ser evangélico en argentina.

Se torna muy difícil interpretar el concepto “evangélico” cuando refiere a cosmovisiones diametralmente opuestas a aquellas que lo definieron históricamente en el país. La polisemia de un término tiene un límite y este está dado por las condiciones históricas de su producción. Si se pretende vaciar impunemente el concepto de su carga histórica recargándolo con su antítesis conceptual, estaremos siendo testigos impávidos de su destrucción. Quedará como residuo, una palabra sin anclaje histórico, sin memoria conceptual, sin identidad. Un triste, solitario final para la experiencia histórica evangélica y sus luchas por la construcción de ciudadanía.

P. Daniel Bruno

Fuente Iglesia Metodista Argentina

Posmodernidad y nihilismo. Una lectura global del momento socio-cultural. Por Eduardo Marazzi

Posmodernidad y nihilismo. Elementos para entender nuestro tiempo
Una lectura global del momento socio-cultural

“La disgregación y, por ende, la incertidumbre es propia de esta época: nada apoya sobre una sólida base y sobre una fe estable, fuerte: se vive para el mañana, porque el pasado mañana es dudoso. Todo es resbaladizo y peligroso en nuestro camino, y el hielo que todavía nos sostiene se está haciendo siempre más sutil. Todos nosotros sentimos el siniestro calor del soplo del viento del deshielo: aquí donde todavía caminamos, dentro de poco ninguno podrá ya caminar” (F. Nietzsche, Voluntad de potencia).

A modo de introducción

1) El párrafo nietzscheano, redactado dos o tres años antes de entrar en un estado de locura (1889), del cual Nietzsche no saldrá más (muere once años después, en el 1900), anuncia el clima en el cual vivimos desde los comienzos del siglo XX. Su profecía se ha cumplido.  El mundo socio-cultural de hoy sin ideales fuertes y fragmentario el crepúsculo de los valores que han dado vida y sostenido el Occidente, la disgregación del sujeto moral y la pérdida del fin último de la existencia es el horizonte que la aguda y larga mirada de Nietzsche preveía. Todo aquello que era considerado estable, permanente, inmutable, imperecedero, en fin, divino, celestial o eterno, se ha pulverizado en mil fragmentos. Del “ser”, no queda ya nada, como subrayó, en línea con el discurso de Nietzsche sobre la “muerte de Dios”, el pensador alemán M. Heidegger, crítico de la razón metafísica la cual, según su interpretación, sería el origen y esencia del nihilismo. En su obra principal Ser y tiempo (1927), como también en Nietzsche (1961) y La esencia del nihilismo (1946-1948) Heidegger sostenía que uno de los rasgos principales del pensamiento moderno es, justamente, haber olvidado el ser; no saber qué cosa significa “ser”, en sentido pleno y auténtico; el estar concentrados y enceguecidos por el ente; el haber transformado el ser en valor de cambio.

2) La profecía de Nietzsche, a diferencia, por ejemplo, de la marxista, no se ha revelado falsa. Se derrumbó la cultura en la cual y sobre la cual, desde el 1600 en adelante, hasta los primeros decenios del siglo pasado, el hombre occidental ha caminado, no sin poca soberbia y arrogancia, intentando construir, costara lo que costara, el paraíso en la tierra, el así llamado regnum ominis. Ha caído la cultura que, por más de cuatro siglos, ha alimentado y “vectorizado” al individuo y a la comunidad, a las instituciones y a los proyectos que, en ciertos momentos, han asumido pretensiones faraónicas o luciferinas hasta el punto de culminar en los holocaustos y genocidios que caracterizaron el siglo pasado. Los horrores – de los cuales aún hoy llevamos las cicatrices – fueron tantos que el siglo XX ha sido definido, por algunos estudiosos, como el “siglo del miedo” (G. Pinzani), “del odio” (G. Mariani), “del mal” (A. Besançon) “del dolor inocente” (P. Dobloni), “de las ideologías” (K. Dracher), “del ocaso” y “del naufragio” (O. Spengler, H. Blumenberg).

2.1) Se trata de la racionalidad promovida y alimentada de modo particular por el Iluminismo. Es la razón omnisciente y omnipresente que, alérgica a todo límite, mortificando el Pathos (la dimensión de la ternura, de la afectividad y de los sentimientos) ha hecho del Occidente (como ha denunciado la Escuela de Frankfurt, a través del pensamiento de sus fundadores, T. Adorno y M. Horkehimer, creadores de la así llamada “teoría crítica”), la tierra de la razón calculadora, despótica y autosuficiente. Es el Logos autorreferencial o autocéntrico, sordo a toda otra voz que no sea la suya o que no se deje disciplinar, enjaular, manipular según sus intereses y pretensiones. Con esta actitud altanera y comportamiento dictatorial, condenó al silencio, a la marginalidad o al absurdo, otras dimensiones fundamentales y constitutivas de la existencia (como la racionalidad simbólica, hermenéutica, poética, mítica, etc.) e infinitos aspectos de lo real que no se dejan capturar por el pensamiento que procede con método geométrico y “matematizante” (B. Pascal diría esprit de géométrie)

La caída de los grandes mitos sustentados por esa razón omnisciente y totalitaria – mitos con los cuales el hombre occidental daba significado a su vida, a su lucha y justificaba el sacrificio de generaciones enteras – ha provocado una generalizada crisis de sentido que alcanza hoy proporciones enormes, planetarias. Esta situación general de angustia y desencanto, de temor e inseguridad porque los fundamentos de acero en los cuales se apoyaba la construcción del Occidente se han revelado de plástico biodegradable, nos hace sentir como náufragos en alta mar. Es un naufragio en el cual vemos hundirse la nave sin tener los elementos ni teóricos ni prácticos que nos permitan una eficaz reparación. El desconcierto y la perplejidad crecen y en la mayoría de los pasajeros se ha debilitado el optimismo y la voluntad porque no hay tierra a la vista y estamos sin mapa ni brújula que oriente hacia aguas menos tormentosas o puertos acogedores. Las propuestas actuales no indican horizontes diversos sino que son “un más de lo mismo”.

II) Los mitos de la Modernidad o “absolutos terrestres”

A) Daremos una ojeada, acompañándolos con breves comentarios teorético-críticos, y sin pretensión de agotar el tema, a algunos de los mitos más significativos de la época precedente: la Modernidad. Como señalábamos más arriba, la caída de tales mitos o “absolutos terrestres” ha dejado el Occidente sin puntos de referencia fuertes o creíbles, abriendo, de este modo, la puerta a un espacio socio-cultural nuevo, “otro”, conocido como Postmodernidad. Una época queda a nuestras espaldas (Modernidad) y nos adentramos en un momento u horizonte totalmente diferente. No se trata de cambios al interior de la cultura sino de un cambio de cultura; no se trata de cambios en nuestra civilización sino de un cambio radical de civilización.

B) Postmodernidad. El cambio, como dijimos, se debe a la disolución de los mitos de la Modernidad. Entramos así en la época de la Pos-modernidad. Con este término se designa el emerger de factores nuevos, que en cuanto a extensión y eficacia se han revelado capaces de determinar cambios significativos y radicales, esencialmente perturbadores. En efecto, es la  “época en la cual, a diferencia de la precedente, ya no se puede pensar la realidad como una estructura sólidamente anclada en un único fundamento que el pensamiento tiene la función de conocer y la religión tendría la misión de adorar. El mundo plural en el que vivimos, sin centros ni jerarquías, policéntrico, no se deja interpretar por un pensamiento que pretenda, a cualquier costo, unificarlo en nombre de una verdad última y universal” (G. Vattimo).

En otras palabras, están desacreditados, porque después de tantos fracasos ya no pueden justificarse, los “grandes relatos” o – según la feliz expresión del filósofo J. F. Lyotard – las meta-narraciones directivas. Dicha expresión se refiere a todas aquellas lecturas (positivismo, marxismo, socialismo, comunismo, progresismo…) que pretendían espejar, como una fotografía, la estructura objetiva, indeleble de la realidad. Tal estructura eterna que la razón aferraría en modo claro y distinto es directiva o normativa porque el pensamiento debería obligatoriamente reconocerla y debería, sobre todo, conformarse o adecuarse a ella tanto para la descripción del mundo, como para las decisiones morales. Estos mega-relatos tenían la función de ofrecer una visión integral y unitaria de la vida y de la historia humana. En síntesis, garantizaban el sentido.

En los últimos decenios de la historia del pensamiento occidental la credibilidad en esas meta-narraciones se ha perdido y se ha difundido la convicción (y la sensación) no sólo en el mundo intelectual, sino también en la gente o el pueblo en general, que ya no tiene lugar la pregunta por el sentido. En efecto, la pluralidad de teorías que se disputan la respuesta o los diversos modos de ver y de interpretar el mundo y la vida del hombre, no hacen más que agudizar, complicar y empañar la cuestión. El tema del sentido, en el carnaval de las interpretaciones actuales, fácilmente desemboca en un estado de escepticismo y de indiferencia o en las diversas formas de arbitrariedad o anarquismo que asume la libertad cuando está desorientada. En otras palabras: para el hombre actual o postmoderno, el tiempo de las certezas (de todo tipo) que daban sentido a la vida, pertenecería irremediablemente al pasado; ahora, este hombre debería aprender a vivir en un horizonte de total ausencia de sentido, regido por lo provisorio y fugaz.

Respecto a la experiencia existencial que vivía el hombre de la modernidad, no es errado pensar que se ha dado un cambio o un giro de trescientos sesenta grados: si antes era la experiencia del dolor, del sufrimiento, de la muerte; la experiencia de conflictos intersubjetivos no resueltos y dramáticos lo que provocaban la experiencia de la “ausencia de sentido” (de ahí la importancia y relevancia de la psicología) hoy día es la experiencia de la total “ausencia de sentido” que causa la experiencia del dolor, del sufrimiento, de la angustia. Es por eso – no entro  en el tema – que la misma psicología hoy día – al menos en Europa – no tiene mucho que aportar.

Dicho esto, pasamos ahora a presentar y comentar sucintamente los mitos que han llevado al desencanto.

1) El mito de la razón omnisciente y omnipotente, que todo ilumina y esclarece, ha revelado, más allá de sus méritos innegables, un perfil inquietante e indócil, turbulento y dictatorial. En los dos últimos siglos se ha manifestado preferentemente, no como una luz que ilumina y calienta, sino, más bien, como una antorcha que, con frecuencia, incendia y transforma en cenizas todo lo que toca. Sus alianzas con las ideologías totalitarias, ha elaborado antropologías de estilo colectivista, diluyendo el yo y el tú en un “nosotros” indiferenciado, homologante, cancelando así la unicidad irrepetible del sujeto humano, eliminando la diferencia. En otras palabras: la razón no sólo ha traicionado el sueño de alcanzar una “tierra prometida” (socialismo, marxismo, nacionalsocialismo, comunismo, etc.) sino que por la violencia ejercida en nombre de sus antropologías reductivas y por tantas  pretensiones desmedidas inadecuadas a sus logros reales, se ha revelado no como la “diosa razón”, sino más bien, como un “ídolo con los pies de barro”.

2) El mito de la Historia. No hay ninguna historia universal que tenga un final feliz y que, en cuanto global, involucre a todos los hombres indistintamente. La humanidad en su conjunto no va a ninguna parte. Es decir, en el siglo pasado ha madurado la consciencia que no hay un único curso de la historia que desemboque en una única civilización humana de la cual Europa o el norte del mundo (el Occidente “civilizado”)  serían la guía y el punto culminante.

Buena parte de la filosofía del siglo pasado (la filosofía del 1900) le ha objetado al filósofo alemán G. W. F. Hegel su idea que la única condición para poder hablar de una historia universal era suponer que el hombre podía identificarse con el absoluto, con Dios. Pero el hombre es finito, contingente y no tiene tales cualidades, además de estar saturado de intereses, pasiones y preferencias que obnubilan su pretendida objetividad y universalidad. Por lo tanto es difícil hablar del significado universal de la historia y, en consecuencia, es mejor dejar de lado tal concepción que es, además y sobre todo, la pretensión de una voluntad totalizante y totalitaria. Y en caso de que fuera verdad, es decir, que hubiera un sentido de la Historia, bien, en tal caso, nuestro perspectivismo y condicionamientos nos impiden saber algo sobre ella.

2.1) Respecto de la historia, hay que considerar también, y como dato relevante, la enseñanza del pensador hebreo alemán, Walter Benjamin, el cual, con su texto Tesis de la filosofía de la historia (1940) nos ha enseñado que la Historia la escriben los vencedores dejando en la sombra o demonizando a los vencidos. Son quienes detentan el poder los escribas de los manuales de historia que todos repetimos como loros es decir, con escasa o ninguna consciencia crítica. Desde el trono de los vencedores o “elegidos” se hilan los hechos precedentes en modo tal que todos los eventos se encadenen para concluir, como consecuencia lógica e inevitable, en el status actual de los vencedores.

Todo lo precedente, todo lo que ha precedido la victoria de los vencedores, es una legitimación del poder por ellos conseguido. Lo anterior, el pasado, no es más que un preámbulo que bautiza en nombre del dios de turno o de las ideologías (derecha o izquierda) el poder oficial que, por haberse impuesto en un momento, considera que la suya es la visión correcta de la historia. No es casualidad, conviene aquí recordar, que cada gobierno, cuando asume el poder, se aboque inmediatamente a realizar reformas académicas y pedagógicas. Hoy sabemos, gracias a Walter Benjamin y a la presencia consistente de las culturas “otras” (nuestra sociedad, sobre todo en las grandes ciudades es un tejido multiétnico, multicultural y politeísta) que no hay una Historia global, sino muchas historias, tantas como hombres, culturas y etnias hay en el mundo. Por lo tanto, el hombre postmoderno no alimenta pretensión alguna de embarcarse en la creencia de una Historia universal, planetaria, con final hollywoodiano, porque en el fondo del corredor – los hechos sangrientos del siglo XX lo demuestran – nos espera el más frío desencanto. No hay más que pequeñas biografías, con conexiones casuales, sin ninguna destinación final en la cual confluyan necesariamente otros hombres y destinos.

2.2) Ilustramos las reflexiones precedentes subrayando tres actitudes y comportamientos fundamentales para la comprensión del tema. A) El cristiano, al menos hasta el mil novecientos sesenta (Vaticano II), concentraba su atención en el “más allá”, descuidando irresponsablemente el “más acá”; B) el laico, por su parte, concentraba sus esfuerzos en la ciudad futura del bienestar y de la concordia proféticamente proclamada, como destino o necesidad ineludible, por las grandes ideologías del “novecientos”.  Tal ciudad, sobre todo, después de la primera y de la segunda guerra mundial y, últimamente después de la caída del muro de Berlín y la fragmentación de la ex Unión Soviética (fiebre independentista que continúa todavía) se ha revelado una quimera. El sentido común y los que se ocupan teóricamente del tema concuerdan en que la idea de una Historia Universal, idéntica para todos, ha sido una delirante utopía (sea por parte de las ideologías de derecha como de izquierda) alimentada por una infinita fila de cadáveres de los cuales hoy día ni memoria queda (los conflictos armados del siglo XX han causado unos doscientos millones de muertos, en su mayor parte civiles).

C) Pues bien, después de tantas traiciones, desilusiones y disoluciones que, conviene subrayar, ahora alimentan la “crisis de la esperanza”, el hombre postmoderno rechaza – y con muy buenas razones – tanto el sacrificio a largo plazo (porque el futuro preparado precedentemente, el que prepararon nuestros abuelos o bisabuelos, no es otro que este “hoy” caótico e incierto que el ciudadano del Tercer Milenio vive) cuanto el paraíso celeste que las religiones proponen como meta ultraterrena. Esta última, es decir, la meta más allá de la muerte, a decir verdad, es un territorio al cual ya nadie piensa con pía devoción ni patológica obsesión. Si existe, es, para nosotros, indiferente. Si en la dimensión religiosa ha sido una constante pero no patente, hoy día la ambigüedad de la fe es un hecho evidente, al punto que uno de los pensadores más importantes de Italia, Gianni Vatimo, promotor del “pensamiento débil”,  ha escrito, dando expresión a un sentir general, un libro cuyo título es “Creer que se cree”.

2.3) Lo importante para el hombre postmoderno es vivir bien y satisfecho “aquí y ahora”, no mañana o pasado mañana, el resto es un discurso consolador, mera poesía para los espíritus que no son capaces de estar a la altura de la circunstancias y, por lo tanto, necesitan fiarse de las recetas de los más diversos prestidigitadores que hablan de futuros paradisíacos o de resurrecciones metahistóricas. Rechazando falsas ilusiones, tanto celestiales como terrenas, el hombre contemporáneo no pretende ni ser santo, ni mártir, ni héroe ni cobarde, sino simplemente “humano”. No se siente tiranizado por ningún “deber ser”, por ningún tipo de imperativo moral, categórico (E. Kant), ni mucho menos por las llamas del infierno o por eventuales reencarnaciones predicadas por los gurúes orientales. El hombre del tercer milenio no se mueve más entre la dramática tensión del esquema tradición/revolución que caracterizó la vida del Occidente desde el siglo XVIII hasta la mitad del siglo pasado, aproximadamente. Vivimos, según la opinión de algunos psicólogos, en la época de las “pasiones tristes” pues no hay proyectos que entusiasmen las multitudes hasta el sacrificio, como con maquiavélica estrategia lo hacían las ideologías pasadas.

2.4) En tales condiciones, desencantado y siempre más escéptico, el hombre postmoderno se instala – por no decir “atornilla” – con toda su potencialidad y, paradójicamente, en total incertidumbre, en la finitud. Desde tal perspectiva, su esfuerzo se concentra, sobre todo y ante todo, en vivir tan sólo el momento presente que es, como sabemos, fugitivo, inasible dando cabida al “culto de las emociones fuertes”, sin tener en cuenta riesgos ni situaciones que con frecuencia lo conducen a la muerte.

Para el hombre postmoderno, desilusionado de los brujos de los últimos tiempos, todo tiene que ser conseguido y vivido “aquí y ahora”, sin largas mediaciones, sin tiempos expiatorios o dilaciones. Todas las ganas, de cualquier tipo que sean, tiene que ser saciadas en modo inmediato, satisfechas en el momento, no se resiste la postergación porque el mañana y el “pasado mañana” son, a todos los efectos, como ha demostrado el curso de los eventos del siglo XX, totalmente inciertos y engañosos.

Por lo tanto, todo lo que va más allá del “aquí y ahora”, de la vida del momento, dado que no hay una Historia universal que tenga un final feliz (hollywoodense) ni una razón metafísica (como pretendían los medioevales o como hoy día la Iglesia defiende) que pueda demostrar fundamentos últimos, apodícticos, es decir, incontrovertiblemente ciertos,  tiene que ser dejado de lado porque es una utopía irrealizable. Las “tierras o patrias felices” que han atraído y entusiasmado millones y millones de hombres y mujeres por varias generaciones son un invento de románticos trasnochados o de ideólogos al servicio de mezquinos intereses. Dicho en otros términos: conjuras para domesticar la conciencia y acrecentar las riquezas de los poderosos de la tierra a expensas de la muerte y el hambre de millones de hombres pensados como apéndices o instrumentos, o números sin rostros en las manos de los mercaderes de la muerte.

Si el marxismo prometía un “continente de la libertad” en el cual estaba superada para siempre y para todos la necesidad (la sociedad sin clases), hoy, defraudado de tal quimera, el hombre occidental, quiere vivir en la “isla de los famosos”, participar del “Gran Hermano” para salir del anonimato. Es decir que, sin remordimiento alguno, toma distancias y se aleja lo más posible de la masa, porque alimenta, aunque hable de derechos universales, de justicia sin discriminación y de igualdad (otros tantos mitos creados por la Modernidad), una especie de asco ontológico por la muchedumbre (expresión que está en lugar de “repugnancia por la negrada”). Emblemático de este modus vivendi es el film mexicano La zona, una ciudad “country”, ciudad de ricos y bienestantes que resuelve los problemas de asesinatos de pobres que en ella se infiltran, apoyados y cubiertos por las autoridades del Estado.

3) Cae también, según lo dicho precedentemente, otro mito: el Progreso. Concebido por la “diosa razón” como un proceso evidente e indiscutible, objetivo e imparable, estaba escrito con leyes eternas en los pliegues ocultos de la Historia, del Espíritu o de la Materia. De esas míticas entidades, mentes iluminadas lograban leerlo e interpretarlo, legitimándolo como “científico” (haciendo pie, entre otras cosas, en la teoría evolucionista) para presentarlo a las masas y así soñar, como Espartaco, un protagonismo que por siglos les había sido negado. Por honestos y nobles motivos, millones y millones de hombres aspiraban a un bienestar o “patria de la felicidad” del cual por siglos se habían visto, por varias razones, privados.

El mito del progreso imparable y la llegada a la idílica patria,  tal como denunció K. Popper en Miseria del historicismo (1944-1945) y en La sociedad abierta y sus enemigos (1945), es la concepción para la cual, paradójicamente el futuro no es ni abierto ni creativo, es decir no se concibe la posibilidad del novum. El mañana es cerrado, no trae nada nuevo, pues todo está pre-contenido en el presente dado que la razón lo puede prever, anticipar, calcular. En el fondo, el mañana no es más que lo que está contenido en el hoy y que, cuando es aferrado por la razón, se transforma en la fuente de sentido, una especie de dios que requiere toda clase de sacrificios.

3.1) Esa es la concepción que criticó Popper conocida como historicismo. Esta tesis, en efecto, afirma que existen leyes inmutables del desarrollo histórico que, si conocidas, permiten prever a grandes rasgos lo que ocurrirá. Esto significa, en otros términos, que la Necesidad gobierna, que la Fatalidad nos tiene, como les sucedía a los griegos respecto a los dioses del Olimpo, en sus manos y que la libertad es una ilusión, o, como decía el filósofo Baruch Espinoza, “una necesidad comprendida”.

Pensemos seguidamente en la ley de los tres estadios del francés A. Comte, padre del positivismo. Según esta tesis, después de pasar “necesariamente” del estadio mítico-religioso al estadio filosófico-metafísico nos instalaríamos definitivamente en el estadio científico-positivista; pensemos en las leyes del materialismo dialéctico e histórico predicado con pretensión científica por el marxismo. Según tal lectura, volente o nolente (queramos o no) las leyes del progreso nos llevaban necesariamente a la sociedad maravillosa, la sociedad sin clases; pensemos en la fe ciega del capitalismo en la marcha ineludible de la economía que, según el liberalismo radical, llevaba, sin ninguna posibilidad de regreso, de la barbarie a la civilización, de la indigencia al confort, y alienándonos – gracias al aparato publicitario mediático – en la lógica del tener, identificada  con la felicidad,.

La crisis económica reciente ha mostrado, como punto culminante, la absurdidad de este último mito, el cual ha dado origen, conviene no olvidarlo, a un capitalismo salvaje y a una antropología despiadadamente individualista. Con su aguda y penetrante mirada, lo había notado ya K. Marx cuando subrayaba que en el capitalismo las relaciones de producción son de naturaleza tal que revolucionan o desestabilizan continuamente los vínculos comunitarios a favor del ‘capital’.

3.2) Esta concepción antropológica – conviene recordarlo – configura un hombre siempre más encerrado en sí mismo, autorreferencial que, como Narciso, considera su yo sagrado y el otro una especie de prótesis, un apéndice. Y no debemos olvidar que Narciso – como magistralmente enseña el mito griego – por no mirar más que a sí mismo, dejó de lado al “otro”, única posibilidad – como enseña el personalismo dialógica, la fenomenología, buena parte del existencialismo y de la psicología – de romper el solipsismo que lleva, no sólo a la atomización de la sociedad, sino también e irremediablemente al yo a la paranoia o a creerse el ombligo del mundo (el otro y lo otro a mi servicio). Adorando su yo (ego-latría) Narciso – y aquí está la paradoja – no solo condenó a la locura al otro (Ninfa Eco), sino que se perdió a sí mismo, pues murió ahogado en las aguas del lago, atraído irresistiblemente por su propia imagen, con la que estaba fascinado. Ciego y sordo para ver el rostro del otro y escuchar su voz, única puerta de acceso, dramática pero no por eso menos festiva, a la verdad de sí mismo, al auténtico rostro humano, Narciso sucumbió en soledad, víctima de sus propias manos, bajo la sonrisa irónica de los dioses que, como narra el mito griego, ni una sola lágrima derramaron.

3.3) Retomando el tema, la idea de progreso, al igual que la idea de una pretendida historia universal como ley incontrastable, en el fondo no es otra cosa que la secularización o “inmanentización” de la idea de Providencia de origen judío-cristiana. No es Dios para la Modernidad, quien conduce la historia. Su puesto ha sido ocupado por leyes intrínsecas, eternas como él. Es otra justificación del sacrificio sin solución de continuidad, pues tales leyes son diosas anónimas e impersonales que exigen la obediencia ciega y sin lamentos. Generaciones enteras deben someterse aunque no lleguen al estadio final. Lo importante es ser abono para que otros puedan continuar caminando sobre eso. Caso contrario, estamos en plena irracionalidad o traición a las normas que rigen, inexorablemente, la evolución de la humanidad hacia el paraíso final. He aquí una mundana versión del cielo prometido por la religión, pero sin resurrección.

En manos del poder político y militar (fascismo, nacionalsocialismo, marxismo, comunismo…) este tipo de visión nos hizo recorrer un camino que, sin ponernos melodramáticos, desembocó varias veces en el mundo occidental, en un abismo sin final. De ese camino, el hombre postmoderno defraudado en todas sus expectativas, no quiere escuchar ni hablar.

3.4) Se debe subrayar, para precisar aún más el discurso, que si ha caído la pretensión de una historia universal que, timoneada por el eurocentrismo o por el logos dominador nor-atlántico, llega victoriosa a una meta definitiva, se da por supuesto que no tiene más sentido hablar de progreso, ya que no hay un punto hacia el cual se camine y que sirve como unidad de medida. Ahora, progreso o regreso son términos vacíos porque no vamos a ninguna parte y, por lo tanto, no hay con qué confrontarlos.

3.5) Examinado y juzgado desde el hoy, el progreso es visto como una locomotora enloquecida alimentada por la patología de producir para consumir en desenfrenado exceso todos los días del año y sin otro criterio que el tener y el devorar para volver a producir. La mayoría de las personas están convencidas que todo está en orden si la máquina productiva aumenta día a día. Así hemos dado vida a una rueda gigantesca e infernal cuya vertiginosidad hace imposible todo intento de escapar. En esta visión espasmódica, se ve y lee el mundo con la lógica del dominio, como una minera que hay que depredar sin ningún respeto por la biodiversidad y los recursos no renovables. Dicho de otro modo: el mundo no es un jardín que estamos llamados a cultivar con esmero, sin olvidar (sea de tipo trascendente o como “ética ecológica”) el gesto de agradecimiento porque “la madre tierra nos nutre y nos sustenta”.

La actual (producir para vender/consumir y consumir para producir/vender) es una lógica sin solución de continuidad en la cual, bajo la dictadura de la publicidad, se nos hace siempre más difícil distinguir entre los deseos introyectados o inducidos y las necesidades reales. Es la repetición del esquema sin otra meta que no sea un “más de lo mismo”. O, mejor, no se mira a la simple satisfacción de los deseos sino a su multiplicación, a hacerlos más intensos y siempre más variados, de modo que la locomotora esté siempre en marcha y corra más velozmente aunque no sepamos quién la guía, no tenga rumbo fijo y la velocidad cause estragos irreparables. Esta es la lógica que, sin caer ahora en la retórica de lo trágico, nos está llevando al ecocidio (el asesinato, siempre más violento y acelerado de la “casa Tierra”). Es conveniente no olvidar que cada publicidad es una invitación a la destrucción.

En otras palabras, el “mañana estaremos mejor” que predicaba el progreso, escrito como ley intrínseca en la materia o en la historia, no es otra cosa que la eterna repetición del presente, el cual hoy – y esta es una experiencia que todo el Occidente comparte-  se vive con angustia, temor y temblor. ¿Por qué? La respuesta es simple: sin los mitos que lo justificaban, el futuro o, mejor, el inmediato mañana es siempre más incierto, dudoso, caótico, sin ningún fundamento seguro y estable. A esta espasmódica experiencia hay que agregar la posibilidad – que no es fantaciencia –  de un “conflicto entre civilizaciones”, como sostenía el politólogo americano S. Huntington,

4) En este escenario caracterizado por el desencanto, hay que incluir la Democracia, que – como enseñaba ya Platón en la República – de todos los gobiernos peores es el mejor.  Nacida para luchar contra las injusticias y dar voz, voto y participación activa a minorías desprotegidas, se ha transformado en la “dictadura de la mayoría”, como subrayaba en su ancianidad el fundador de la “teoría crítica”, Horkheimer. Como la Historia y el Progreso, tampoco la Democracia goza hoy de buena fama y credibilidad.

Reasumiendo lo dicho anteriormente en función de articularlo con este parágrafo, surgen, en todos aquellos que no quieren ser transformados o confundidos con “idiotas útiles”, preguntas urticantes que podemos formular del modo siguiente: ¿No será que el exceso de permisividad de Occidente es otra forma de totalitarismo, escondido bajo las formas de una cierta democracia en la cual gobiernan soberanos, deseos y placeres desenfrenados y todo género de disipaciones? ¿No será que el derecho y la justicia administran leyes en función de los lobbies económicos y una globalización que parece ser también otra forma enmascarada de masificación?

5) En este horizonte, en el que algunos ven una pérdida definitiva del sentido de lo humano y que marca el ocaso de la Modernidad, de sus mitos y del Occidente capitalista, tampoco la Política puede hacer mucho porque la sociedad es demasiado compleja e imprevisible. A lo sumo, la política puede asumir la función de reducir un poco (no mucho) el pánico que deriva de la complejidad de la problemática socio-cultural.

En realidad la Política no puede aspirar a nada más, dado que – como sostiene el sociólogo polaco Z. Bautman – no podrá nunca resolver el dilema entre libertad y seguridad, generando, tanto si acentúa una o la otra, situaciones de disconformidad, protesta y rebelión. Recordamos que el binomio libertad/seguridad no presenta una relación directamente proporcional sino inversamente proporcional. Es decir, a mayor libertad menos seguridad y a mayor seguridad (leyes, normas, estructuras de control) menos libertad.

6) No se reconoce tampoco – y esto también desde hace ya tiempo – la Tradición como un punto de referencia fuerte, obligante, forjador de consciencia, hábitos y costumbres. La pérdida de la Tradición y la ausencia de credibilidad en el futuro ha dejado al hombre contemporáneo sin raíces, anclado en un “aquí y ahora”, sometido, como dijimos anteriormente, a la dictadura de la publicidad o máquina de los deseos ilimitados y al terrorismo de los laboratorios. Se escucha cada vez con más fuerza, la voz de los nuevos sacerdotes de la farmacología, de la biogenética, de la biotecnología, de la microtecnología que tienen en la mano todas las recetas ocupando el lugar de las viejas ideologías.

6.1) En esa línea podemos agregar que, convencidos de la no existencia de una naturaleza o esencia humana que nos permita establecer los principios en relación a los cuales se oriente o norme el hacer y el pensar; considerando además que es inútil polemizar acerca de si hay o no un alma inmortal puesto que lo fundamental es la idolatría del cuerpo (joven y musculoso) a cualquier edad, se impone cada vez más la revolución biotecnológica. Si bien sus conquistas son importantes y alivian muchas insuficiencias, hay que decir que está asumiendo un rostro inquietante. Interviniendo sin escrúpulos y con poca o mediocre reflexión en el código genético, percibe al hombre no ya como “creación”, sino como clonación y producción. Basta leer lo que propone Nik Bostrom el Presidente de la Word Transhumanist Association (movimiento cultural, intelectual y científico conocido como Transhumanismo, el cual reúne científicos que provienen del área de la Inteligencia artificial, de la Neurología, de la Microtecnología, de la Biotecnología aplicada, etc.)- y que en la práctica ya está en ejecución -.

7) Tampoco la Moral sustenta verdades universales, en las cuales todos, sin distinción, se reconozcan sin “peros”. Si la razón ya no tiene la capacidad de fundación, entonces no hay verdades “necesarias y objetivas”, es decir que estén “ahí” frente a nuestros ojos intelectuales y  a las cuales, en efecto, por estar “ahí”, como, por ejemplo, está este texto (y la computadora) ante los ojos del lector, la razón humana pueda acceder con claridad y distinción. Esto es lo que pretendía el filósofo Descartes o lo que creen los defensores de la Ley natural. Por lo tanto, habrá tantas morales como hombres y circunstancias hay en este mundo.

7.1) Nadie cree ya en el “derecho natural” entendido como ley eterna e inmutable que el hombre, con la luz natural de la razón, conocería como derivada de la naturaleza de las cosas y que tendría a Dios o a un Ser supremo como autor. Conociendo esta ley, el hombre conduciría las cosas y a sí mismo hacia su destino final. Para decirlo con otras palabras: el derecho (ley) natural es – y ha sido siempre – el derecho del más fuerte. La fuerza de la razón no es otra cosa que la razón de la fuerza. La pretendida neutralidad del derecho ha estado siempre sometida a la política porque el derecho es una inigualable e imprescindible tecnología de control de las relaciones humanas, como ha mostrado en una reciente publicación A. Schiavone (Ius. L’invenzione del diritto in Occidente).

El relativismo es patente. En ausencia de verdades universales éstas se consideran solamente en relación a los paradigmas de la comunidad específica de la cual se hace parte, es decir, en función de los grupos de pertenencia. Prevalecen las verdades locales entre las cuales, en definitiva, no hay ni puede haber ningún diálogo sino sólo una precaria y frágil tolerancia o una especie de apartheid.

8) La Ciencia, que tuvo una función mesiánica sobre la tierra, tampoco hoy goza de tal característica. Como demostraron por una parte T. Kuhn, en La estructura de las revoluciones científicas (1963) y por otra K. R. Popper, tanto en Lógica del descubrimiento científico (1934) cuanto en la serie de conferencias recogidas bajo el título de Conjeturas y confutaciones (1963) la ciencia no posee la verdad de las cosas, sino que trabaja encasillando en paradigmas o a través del método “ensayo y error” que permite el control empírico, verificable o falsificable, sobre ellas. Poseemos sólo conjeturas, hipótesis que lanzamos sobre lo real para resolver algunos problemas; poseemos hipótesis (Popper) o paradigmas (Kuhn) que duran hasta el momento en el cual son proclamados por los hechos mismos, como insuficientes o inadecuados. En otras palabras – y esto hoy no escandaliza a ningún científico – la Ciencia es una nueva religión que cambia de dogma cada tres o cuatro años, si no es que lo hace empleando menos tiempo.

Conclusión. Después de este recorrido sintético-teorético-crítico por los mitos de la Modernidad, no es exagerado afirmar, sin por esto caer en la tragedia, que no hay ya, como pretendía la Modernidad (del 1600 más o menos hasta el inicio del “Novecientos” o, según algunos, hasta después de la segunda guerra mundial y la notable revolución del 68) ningún fundamento último, definitivo, indudable, apodíctico, en el cual o desde el cual fundar o apoyar nuestras construcciones. Tenemos, como dice el epistemólogo D. Antiseri, una ciencia sin certezas, una metafísica sin fundamento y una ética sin valores.

Entiéndase que la crítica que algunas corrientes del postmodernismo hacen a la razón en general no predican, como sustituto, un irracionalismo o una lógica romanticista. No se está, sería absurdo hacerlo, en radical oposición a la razón, es decir contra ella. Se trata más bien de redimensionar sus sueños totalizantes y señalar los límites que, movida por su sed de dominio, transgrede frecuentemente. Sus transgresiones, es decir, el olvido o desprecio de la diferencia, de todo aquello que non puede disciplinar, de todo aquello que se pone como radical alteridad frente a ella, ha dado vida a escenarios de tono no sólo dramáticos, sino trágicos, casi apocalípticos. La huella imborrable y vergonzosa de los holocaustos y genocidios del siglo pasado, por no mencionar los anteriores, perpetrados sobre todo en América Latina y Africa, es evidente.

III. Nihilismo

1) Todos los fundamentos que permitían al hombre de la Modernidad, caminar arrogante y altanero hacia el paraíso en la tierra, se quebraron en mil fragmentos, mostraron no ser más que mitos o, como sugiere el cuadro de Goya, monstruos engendrados por una razón soberbia y ciega en relación a todo aquello que no se refiere a sus intereses. Hoy, el hombre del Tercer Milenio, se experimenta turbado, inquieto, perdido y sin brújula entre las ruinas de los dioses de pies de barro. No hay más puntos de referencia fuertes, todo es inestable e incierto, humo, ilusión. He aquí, entre nosotros, el “más inquietante de todos los huéspedes” el nihilismo (del latín nihil = nada).

El viento del deshielo, mencionado por Nietzsche en la cita inicial, ha disuelto la pista dejándonos inmersos en miles de fragmentos sin dirección, sin meta. Des-orientados (sin Oriente, es decir sin luz) caminamos a ciegas y ningún sendero tiene mayor peso que otro,  pues no tenemos razones objetivas ni a favor ni en contra para ir hacia una parte o a otra. Esta es, brevemente descripta, la figura del nihilismo, fantasma que gira y gira por Occidente desde el inicio del siglo XX y que hoy es un inquilino que, instalado en nuestra casa, configura nuestro modo de pensar, actuar y sentir en todas circunstancias.

2) ¿Qué quiere decir nihilismo? Quiere decir que no hay nada de absoluto, no hay nada incontrovertible, que de aquello que llamábamos “ser”, ya no queda nada. Significa que ha caído la idea central de la metafísica (Platón – Kant), es decir la idea que detrás del “fenómeno” o de las cosas hay una especie de esencia o sustancia inmutable, imperecedera, objetiva que es normativa; significa que no existe un sentido último y verdadero de las cosas que sea pensable o pueda ser conocido; significa que no hay un saber esencial que permita apropiarse teóricamente de los primeros principios o de las últimas causas; significa que el hombre ha rodado desde una posición central (cristianismo, humanismo ateo o creyente) hacia una X desconocida; significa no que el espacio central está vacío y que es posible reconquistarlo nuevamente, sino que no hay algún espacio central; significa que estamos en un policentrismo radical y que todo es interpretación (hermenéutica); significa que debemos habituarnos a vivir en la nada sin por eso caer en histerismos o neurosis; significa que ni siquiera con el concepto de verdad y finalidad se puede hacer inteligible el carácter entero y complejo de la existencia, significa que toda cosa o ser es nada, no tiene sentido ni valor; significa que nos quedan sólo acuerdos, convenciones, negociaciones y la piedad humana hacia nuestros propios semejantes. Conclusión: no hay nada de absoluto (ni la Razón, ni la Historia, ni el Progreso, ni la Ciencia, ni la Moral, ni la Tradición…) ni de incontrovertible.

2.1) ¿Qué es el nihilismo? Oigamos la respuesta de F. Nietzsche, el más agudo profeta y teórico del nihilismo, el autor que nos ofreció su diagnóstico para la lectura de los tiempos actuales. En los primeros párrafos del libro póstumo “Voluntad de potencia” se lee:  “¿Qué quiere decir nihilismo? Que los supremos valores se desvalorizan, que falta el fin, que no hay alguna respuesta al ¿por qué?… Hoy que se hace claro el mezquino origen de todos los valores, el Todo nos aparece desvalorizado, privado de sentido… Estamos cansados porque hemos perdido el impulso principal. “Todo ha sido en vano”.

“Lo que narro – escribe Nietzsche en otro párrafo agudo e iluminante – es la historia de los dos próximos siglos. Describo lo que llega, lo que no puede no llegar en otro modo: el surgir del nihilismo. Esta historia puede ser narrada ya, ahora, porque está aquí, obrando, la misma necesidad. Un tal porvenir habla ya por cien signos, este destino se anuncia por doquier. Ya todos los oídos están listos para esta música del porvenir. Toda nuestra cultura europea se mueve ya, desde hace tiempo, en un tormento y una tensión que crece de decenio en decenio, como si tendiera hacia una catástrofe: inquieta, violenta, impetuosa, como una corriente que quiere llegar al final…”.

3) Hoy, evidentemente, no podemos construir nada con los falsos ídolos que desde el 1600 en adelante han configurado las antropologías y las instituciones del Occidente. Sin caer en la tragedia debemos asumir que vivimos sumergidos en el clima que Nietzsche diagnosticó como el clima de los dos próximos siglos (los apuntes de Voluntad de poder son del 1887 o de poco tiempo antes). Se ha instalado entre nosotros, “el más inquietante de todos los huéspedes”, es decir, el nihilismo y con él hay que hacer las cuentas.

A modo de conclusión

Si bien la descripción que hemos hecho puede resultar para algunos de color gris o pesimista, y para otros esta nueva Babel postmoderna puede parecer el infierno, el nihilismo,  no obstante los espacios de alto riesgo en que nos pone y la persistente incertidumbre que crea, nos deja una gran enseñanza. La podemos expresar con las palabras de uno de los más grandes estudiosos italianos del tema, F. Volpi.  “El nihilismo nos ha enseñado – dice Volpi – que no tenemos más una perspectiva privilegiada (ni la religión, ni el mito, ni el arte, ni la metafísica, ni la política, ni la moral ni mucho menos la ciencia) en grado de hablar por todas las otras; que no disponemos más de un punto arquimédico en el cual, elevándonos, podamos darle un nombre a la totalidad… El nihilismo ha erosionado la verdad y ha debilitado las religiones, pero también ha disuelto los dogmatismos y ha hecho caer las ideologías, enseñándonos así a mantener esa razonable prudencia del pensamiento, ese paradigma de pensamiento oblicuo y prudente que nos hace capaces de navegar a vista entre los escollos del mar de la precariedad, en la travesía del devenir, en la transición de una cultura a otra, en la negociación entre un grupo de interés y otro”. En este escenario, “la única conducta recomendable – concluye el autor – es operar con las convicciones sin creer demasiado en ellas. Nuestra filosofía es una filosofía de Penélope que des-hace incesantemente la tela porque no sabe si Ulises volverá” (F. Volpi, Il nichilismo).

Por supuesto que el análisis requeriría aún mayor profundización pero la reflexión presentada, en líneas generales, es la lectura que de nuestro actual mundo socio-cultural comparten tantos pensadores relevantes que caminan por el sendero de la filosofía, de la sociología, de la teología y de la psicología. Lo que es importante afirmar que nuestra Babel no es el infierno sino un kairós, es decir, un momento oportuno que nos invita a navegar en un mar abierto dado que han caído todos los ídolos que tenían encadenado el pensamiento y subyugada la libertad.

En este nuevo escenario, libre de ideologías totalizantes, es posible abrirse al Otro, hacer la opción por la fe sin por esto percibirse o sentirse acusado de “alienación” o de infantilismo. Si la Ciencia no puede afirmar que existe Dios (haría una invasión epistemológica), tampoco puede decir que no hay ningún Dios. El hombre ha tomado conciencia de sus límites y vive hoy una razón menos arrogante. Ha comprendido que su razón no puede adueñarse definitivamente de lo real y que es otra vez un mendigo del sentido el cual que no puede ser construido por manos humanas. El sentido buscado, si existe, no puede ser que un sentido “donado”.

Carta de nuestro párroco Victor Acha

Queridos amigos y amigas de La Cripta:

Hace poco más de un mes, cuando comenzó esta insólita experiencia de confrontación dentro de nuestra Iglesia de Córdoba  a propósito de la posibilidad de modificar una ley de la nación, manifesté en una homilía mi parecer al respecto y lo hice público también.

Acaba de concluir el debate respecto a esta ley con la aprobación de un nuevo instrumento legal para Argentina. Pero lo que no ha concluido es la situación interna que vive nuestra Iglesia y que excede los límites de Córdoba, porque se enmarca en una realidad que padece toda la Iglesia. La realidad de numerosas manifestaciones que la presentan con mensajes anacrónicos y actitudes que creíamos definitivamente superadas.

Así hemos tenido que asistir a un conflicto entre el Arzobispo de Córdoba y algunos sacerdotes, entre los cuales me encuentro, y con una situación grave en el caso del Padre Nicolás Alessio.

Si ampliamos la mirada descubrimos que estas situaciones de censuras, de condenas, de amenazas, de exclusiones de los que se atreven a pensar y opinar, tocan a la Iglesia católica en todo el mundo.

¿Saben ustedes que hay más de 300 entre teólogos, biblistas, moralistas, muchos de ellos de renombre internacional y de solvencia en sus especialidades, sacerdotes y también laicos, que han sido censurados por organismos del Vaticano? Por lo general el procedimiento  ha consistido en encomendar al Obispo del sospechado que exija retractación de determinadas manifestaciones y/o  escritos, para luego aplicar sanciones e imponer silencio.

Soy habitualmente prudente al manifestarme públicamente, pero ante estos hechos cualquier silencio puede ser complicidad.

Lo que ha sucedido en estos días ante la propuesta de modificación de la ley de matrimonio civil y que ha motivado expresiones y manifestaciones públicas diversas, hacia adentro de la Iglesia ha significado la aparición de mensajes y acciones alarmantes, como las manifestaciones increíbles del Cardenal Bergoglio en Bs.As., anunciando castigos de Dios, una guerra santa y la presencia del demonio.

Una vez más, como sucedió en otros tiempos y a propósito de cuestiones que comprometían el modo de pensar y actuar de la Iglesia como organismo oficial, se ha acudido a la convocatoria masiva en las calles y como en otros tiempos también, utilizando a adolescentes de escuelas católicas que escasamente entienden de que se trata.

El tema de la modificación de la ley ya ha concluido, y ahora el Estado ejercerá su poder de legislar asegurando la igualdad de derechos y deberes de un sector de la sociedad, lo cual es afianzar los derecho de todos especialmente de las minorías. Desde esta novedad habrá que continuar reivindicando otros derechos en razón de la debida justicia.

Pero la realidad de la Iglesia que he insinuado permanece. Y ante esto no podemos ser indiferentes.

Desde distintos sectores, tanto en el decir de pensadores e intelectuales, como en los comentarios callejeros, se señala que la Iglesia ha vuelto a los mecanismos de la Inquisición; que no se sitúa en la actualidad; que pretende un lugar en la sociedad propio de la cristiandad; que hoy dice defender la vida y el derecho de menores, pero silencia el actuar de sacerdotes y religiosos pederastas; que se niega estos derechos a los homosexuales, pero durante la dictadura militar la jerarquía o bien calló, o miró para otro lado, o toleró que muchos fueran cómplices de aquel genocidio.

Ustedes y yo nos reconocemos Iglesia y en esta condición intentamos ser fieles al Evangelio de Jesús, por eso duelen estas verdades y no porque se las diga, sino porque esto que se dice, sucede “en casa”.

Yo viví mi período de formación, y habrá sido la experiencia de muchos de ustedes,  mientras se celebraba el Concilio Vaticano II y me ordené en una Iglesia que había dado ante el mundo un signo evidente y claro de buscar caminos nuevos para anunciar el Evangelio y convocar a la fe; en una Iglesia que proclamó que las angustias y esperanzas de la humanidad eran suyas; que reformó la liturgia; que dio mayores impulsos al estudio, la investigación y la lectura masiva de la Biblia; que declaró y le creímos los de dentro y los de fuera, que ella quería y podía ser “luz del mundo” en fidelidad a Jesús.

Una Iglesia de la cual ese Concilio era una instancia de apertura, y un llamado a prolongarse, a enriquecerse y aún a superarse porque la vida y la fe son dinámicas.

Es la Iglesia que comenzó a reconciliarse con la modernidad y a incorporar en sus búsquedas, en sus mensajes y en sus acciones, el lenguaje y los contenidos de un nuevo modo de plantear la vida y la convivencia social, lo que por entonces se llamaba una adveniente nueva cultura universal.

Esa nueva cultura, la sociedad nueva de la que ella es expresión y cauce, la nueva época de la humanidad que ya es una realidad, nos reclaman un modo de presencia en el mundo, y unas actitudes como comunidad creyente, que asume que ya no es rectora y árbitro de la humanidad, sino compañera y servidora de todos.

Por este motivo la Iglesia no podía en el caso que nos ocupa, ni podrá mas, decirle al conjunto de la sociedad cuáles leyes y cómo debe aprobar. A cualquier comunidad religiosa le asiste el derecho y tiene la libertad de instruir a sus fieles en los criterios que considera acordes con sus principios y opciones, pero ningún credo, puede pretender imponer lo propio al conjunto social.

Hoy parece que aquella Iglesia soñada y concretada hace casi 50 años ya no está. Ha dado lugar a esta otra Iglesia de los miedos, de los integrismos y conservadurismos estériles, de la vuelta a los contenidos y a los símbolos de la cristiandad que terminó, de los métodos de control y manipulación que fueron propios de la peor época de la historia humana y la experiencia cristiana. La Iglesia no más del servicio, sino nuevamente del poder para dominar.

Ante esto me pregunto ¿la comunión a la que estamos llamados se construye con imposiciones de la autoridad? ¿si alguien manifiesta un pensamiento que no es compartido por quien tiene autoridad o por muchos otros, el camino es obligarlo a la retractación? ¿vamos a avanzar en la adecuación histórica de nuestros dogmas, imponiendo la aceptación de lo ya establecido sin buscar el discernimiento, la investigación y la formulación de nuevos modos de presentar el Mensaje de siempre? ¿en una cuestión como la que originó este conflicto se puede exigir alinearnos en una postura única y uniforme? ¿no se ha pensado el enorme servicio que prestamos a la misma Iglesia quienes nos atrevemos a investigar, a pensar y a proponer modos adecuados de entrar en diálogo con nuevas situaciones sociales?

Y en el caso de que alguien yerre en el camino ¿los métodos de persuasión pueden estar reñidos con la caridad o prescindir del diálogo?

En las situaciones que se dieron en nuestra arquidiócesis no fuimos invitados al diálogo sino a retractarnos de lo que pensamos y dijimos. Los sacerdotes hemos prometido obediencia al obispo en nuestra ordenación. Los años que llevamos en el ministerio, lo que hemos entregado de nuestras vidas en este servicio, lo que hemos compartido, padecido y gozado trabajando en la arqudiócesis, lo que hemos brindado con alegría y disponibilidad de nuestro estudio, reflexión y dedicación, a la Iglesia local y a muchos otros ámbitos, lo que aún estamos dispuestos a dar de nosotros mismos para el bien común, todo esto es el testimonio de nuestra obediencia.

Pero no se nos puede pedir una obediencia que nos obligue a renunciar a lo que en conciencia y siempre en búsqueda de fidelidad al Evangelio, hemos entendido y construido.

Mucho queda por decir en cuanto a la concepción del Matrimonio, al trabajo con y para la Familia, a la aceptación de la Homosexualidad como una condición de un importante número de personas, a sus derechos y deberes y a su capacidad para la Adopción. Pero detrás de esas realidades subyacen otras cuestiones que en realidad son el motivo de las posturas cerradas: me refiero a la cuestión de una concepción del poder, de la sexualidad el deseo y el placer humanos, del valor y lugar de la mujer en la sociedad, de la libertad y sus exigencias.  Son temas que junto a muchos otros merecen dedicación, investigación y elaboración de propuestas que se condigan con la realidad de esta humanidad del siglo XXI.

¿Es que tan poco claro fue  Jesús cuando se puso en el lugar de los pobres, de las víctimas, de los marginados de su tiempo? ¿Es tan difícil comprender que actualizar su Mensaje es actualizar su praxis que consistirá en estar con las minorías desposeídas, con los hambreados por el capitalismo inhumano, con los abandonados ya sea por el sistema o por las instituciones, con las víctimas de las discriminaciones de hoy?

El Mensaje del Evangelio nos da una orientación para construir nuestra fe y nuestra experiencia de creyentes; es una luz que nos permite ver por dónde nos abrimos camino para transitar la historia; pero no es un elenco de normas a cumplir, ni un tratado científico, ni se lo puede tomar como un recetario para encontrar respuesta a los desafíos que debemos afrontar en la vida. El Mensaje del Evangelio es único, pero se lee en cada momento de la historia descubriendo matices nuevos que permiten iluminar las cambiantes situaciones de la humanidad. Cualquier intento de utilizarlo para respaldar construcciones culturales o epocales lo convertirá en un mero argumento.

Trabajemos todos para que el Evangelio sea luz, que brille para iluminar la gran casa de la humanidad.

Padre Victor Saulo Acha

17-18 de julio de 2010