El cielo pierde pie en la tierra. Por Juan G. Bedoya

“Compelle eos” (oblígalos a entrar), apremiaba el obispo san Agustín en pleno combate contra laicistas y herejes. Esa orden a las autoridades civiles pone de manifiesto la involución de un prelado que poco antes había defendido la libertad de conciencia y la religiosa. Cuando se hace fuerte en su diócesis, acaba exigiendo al Estado el uso de la fuerza para someter a sus contraopinantes. Forzaba así la interpretación de la parábola en la que unos invitados descorteses se niegan a aceptar la invitación al banquete de un rey por la boda de su hijo. “Compelle eos”, ordena el monarca. Interpretando así al evangelista Lucas, Agustín de Hipona expone por primera vez la teoría de que el Estado, además de la obligación de proteger a la Iglesia, debe utilizar todos los medios, incluso la fuerza, para exigir a sus ciudadanos que abracen la fe cristiana.

Las sociedades modernas no aceptan esas prepotencias del pasado. Ciencia, política y cultura les han curado de espanto, y detestan la intolerancia y el que el poder quiera uniformar teorías y verdades, e imponer usos y costumbres. Es el imperio del relativismo contra el absoluto totalizador que predica el Papa romano. El escaso seguimiento del viaje de Benedicto XVI a Santiago de Compostela y Barcelona el fin de semana pasado -siempre en comparación con visitas anteriores- tiene que ver con todo esto.

Hay otras causas. La mujer, que es quien llenaba las iglesias, se está alejando de la práctica religiosa (o de su exhibición pública) por el papel secundario que tiene en lo eclesiástico, minusvalorada por la jerarquía y marginada de lo sagrado hasta el punto de considerar este Papa un delito muy grave su ordenación sacerdotal, equiparable al de pederastia. Los expertos también subrayan el desprestigio que acosa al Vaticano por encubrir abusos sexuales a menores en colegios y parroquias. Además, se achaca el retroceso de los entusiasmos al carácter de jefe de Estado y de Pontífice romano que exhibe en los viajes, con exuberancia de medios.

Frente a las banderolas con el eslogan de Totus Tuus (Todo tuyo) con que las masas recibieron a Juan Pablo II en Madrid en 1982, ahora se han exhibido banderas del Estado vaticano. También pesa la imagen del Pontífice, un anciano alemán que en el pasado ejerció de intransigente inquisidor romano, como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que es como se llama ahora el detestable Santo Oficio de la Inquisición.

Estas circunstancias explican el poco entusiasmo de las iglesias de base ante el viaje papal, pero también la caída de la práctica religiosa. No es pequeño el dato de que el año pasado se celebraron más matrimonios civiles que eclesiásticos. Cuando en 1870 el Gobierno legalizó las uniones civiles, acabando con el monopolio eclesiástico, los obispos de la época pusieron el grito en el cielo calificándolo como “la legalización del concubinato público universal”.

“Compelle eos”. Oblígalos a entrar. La intolerancia agustiniana le recuerda al teólogo Juan José Tamayo el desatino con que los ultraclericales han criticado al presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, por no acudir el domingo a la misa oficiada por Benedicto XI. Lo reclamaban los nostálgicos de cuando hace menos de medio siglo la Guardía Civil multaba (e, incluso, pegaba) a quienes en los pueblos osaban no cumplir con la obligación de la misa dominical. Ahora atiende a ese precepto apenas el 13% de los que se dicen católicos en las encuestas. Peor: en miles de parroquias ni siquiera hay un sacerdote que ofrezca ese servicio pastoral, que antes era pecado no cumplir.

Frente al laicismo agresivo que se palpa ahora en España según Benedicto XVI, se alza todavía ese clericalismo furioso que querría ver arrodilladas a las autoridades civiles ante un líder religioso que es, además, jefe de un Estado extranjero y se exhibe como tal. Es esta terrible historia de clericales y anticlericales intransigentes -“¡Españoles, siempre detrás de los curas, unas veces con el cirio, otras veces con el palo!”, maliciaba Pío Baroja- la que explica, según el historiador católico Jaume Botey, de la Universidad Autónoma de Barcelona, “la desafección de la población con la Iglesia católica y el escaso entusiasmo ciudadano ante la visita del Papa”.

“Entre las razones de la desafección sigue pesando la identificación de la Iglesia con el franquismo, de la que la jerarquía no ha pedido perdón. Mientras no lo haga, seguirá siendo vista como colaboradora del terror en beneficio propio”, dice Botey.

El arzobispo emérito de Pam plona, Fernando Sebastián, ha expresado en voz alta la satisfacción por las escasas consecuencias que ha tenido para la Iglesia romana las décadas de brutal nacionalcatolicismo franquista. No hay que olvidar que la “sacralización del golpe militar” que provocó la Guerra Civil y aquella dictadura se produjo desde el primer momento. “No fueron los sublevados quienes solicitaron la adhesión de la Iglesia, sino que fue esta la que muy pronto se les entregó en cuerpo y alma. Fue una gran sorpresa para los generales sublevados, y la cuerda religiosa se convirtió muy pronto en la más vibrante en la lira de la propaganda nacional”, dice el historiador Hilari Raguer.

Benedicto XVI se remontó el sábado al “laicismo agresivo” del tiempo de la II República. El Vaticano siempre ha considerado de Derecho divino la Monarquía, y como regímenes impíos a las Republicas. “Hay que estrangular a la ramera”, era el grito de guerra del clericalismo en 1931. Lo que vino más tarde es historia terrible, sobre todo porque los vencedores no pararon de fusilar y encarcelar hasta varias décadas después de la última batalla.

Cuando el cardenal primado de Toledo, el catalán Isidro Gomá, se dispuso a pedir que pararan los fusilamientos, con la pastoral Lecciones de la guerra y deberes de la paz (8 de agosto de 1939), Franco prohibió su publicación, sin contemplaciones. También ordenó acabar con las homilías en vasco y catalán. El pobre cardenal no tardó en morir, se dijo que de disgusto. Había presidido la ceremonia de exaltación de la Victoria conduciendo bajo palio a Franco hasta el altar de la Iglesia de Santa Bárbara en Madrid para dejarlo “ungido” como Caudillo.

“La Iglesia ha salido viva” de esos tiempos de dictadura, ha subrayado el arzobispo Sebastián. No opina lo mismo el historiador Botey. Añade dos razones de presente para el enfriamiento de los fieles. “Se trata de la concepción del poder. La evangelización se hace desde el poder, en alianza con el poder político y económico. Esto va en contra de la actitud de Jesús que se enfrentó y denunció duramente tanto al poder religioso como al político”.

“La gente ve a la jerarquía como cómplice de los poderosos. También cuenta la concepción de la verdad y su convencimiento de poseerla, tanto en lo religioso como en lo civil. Este es el origen de la incapacidad de la Iglesia para entender la modernidad. En lugar de vivir como buena noticia que la humanidad vaya llegando a su adultez laica en la ciencia, la moral, la economía, la política o la construcción de la paz, lo vive lamentando su pérdida de poder. Su discurso va siendo progresivamente fundamentalista, alejado de la vida”, añade Botey.

La visita del Papa ha sido un claro ejemplo en estos dos aspectos. “Ha venido rodeado de poder político y mediático como ningún príncipe o gobernante hasta ahora, y de manera incomprensible riñendo a la sociedad española porque funciona ya con criterios de sociedad adulta, laica. Como creyente lamento que tanto lo uno como lo otro hará que aumente entre la gente el sentimiento de que la fe y las creencias que el Papa proclama no tienen nada que ver con ellos”, concluye el historiador católico catalán.

Otro motivo de distanciamiento es el carácter institucional y de poder mundano que se exhibe en este tipo de viajes. “La clave es la figura del Papa, desencajada desde hace mil años. Que sea un jefe de Estado resulta anacrónico, no tiene sentido. Que en su persona haya monopolizado la verdad y el bien, que se haya declarado infalible y que haya centrado en su persona todo el poder es un esquema medieval que resulta insostenible. Todo ese montaje entorno a su figura está muy superado. Es de otros tiempos”, sostiene el teólogo José Arregi.

La deserción de la mujer en estos actos de sublimación papal tiene que ver también con el poder que desprende el papado. Dice la teóloga Margarita Pintos: “Aunque todavía somos mayoría en las concentraciones, el que no se llenen los espacios previstos tiene que ver con la antropología eclesiástica, que sigue considerando a las mujeres criaturas dependientes, no autónomas”.

Añade Pintos: “Se nos niega la categoría de sujetos morales, teológicos y eclesiales. Solo esperan de nosotras la fidelidad que signifique sometimiento. Por esto el Papa tiene que adjudicarnos el lugar ‘casa y trabajo’, cosa que nunca hace con los hombres. Mientras nos quieran como servidoras (‘su carisma como religiosas es limpiar’, dijo el obispo de Barcelona ayer) y no como mediadoras de gracia y salvación, la Iglesia católica también perderá a las mujeres como ya perdió a trabajadores e intelectuales”.

Joan Oñate, presidente de Esglesia Plural, de Barcelona, cree que la Iglesia no ha sabido adaptarse a los valores del conjunto de la sociedad. “El escaso entusiasmo ante el Papa se debe a que su figura y la de la jerarquía es muy controvertida. El viaje se ha dirigido a los convencidos, a los más beligerantes. Llevamos décadas sin solucionar el encaje de la religión en la vida de las personas y cómo hacer visible la presencia de la Iglesia en la vida pública”.

Oñate sostiene que el Concilio Vaticano II jamás fue asumido por los obispos. “La Iglesia oficial no se ha apeado de un discurso simple y limitado -moral sexual, defensa de derechos adquiridos, postura defensiva ante el crecimiento del laicismo…-, que no conecta con una capa social creyente comprometida con el reparto desigual de la riqueza, las injusticias, los problemas medioambientales, etcétera”.

La Iglesia también debería actualizar su estructura, según Joan Oñate. “Las tomas de decisión deben ser democráticas, la paridad de género es imprescindible, los cargos no pueden ser vitalicios, debe existir el derecho a la disensión y es imprescindible una división de poderes. También se debería poner en marcha inmediatamente el acceso de la mujer al sacerdocio, la eliminación del celibato obligatorio, la participación decisoria de los fieles en los consejos parroquiales y la participación de los fieles en la elección de obispos, además de la limitación de la edad del Papa a 75 años, como entre los obispos”.

El Foro de Curas de Madrid también coincide en el desajuste entre realidad y jerarquía, y de ésta con respecto a sus fieles. “La obsesión por la defensa de la institución eclesial, la manía persecutoria, no es un camino evangélico. Cristo nos ha hecho libres”.

La dirigente de Somos Iglesia, Raquel Mallavibarrena, sostiene que las celebraciones de este fin de semana, más allá de la estética, distaban mucho de un planteamiento fraterno. “La liturgia debe ser una expresión viva de esa iglesia de iguales en la que no hay estamentos y en la que se vive la fraternidad”. Añade: “Los católicos debemos ser los primeros en favorecer la separación entre la Iglesia y el Estado, por fidelidad y coherencia con el mensaje evangélico. El dinamismo de un cristianismo profético e independiente a favor de los pobres y de los que sufren queda muy condicionado si la Iglesia como institución se mantiene en esa confluencia de intereses políticos y sociales bajo la idea, cada vez más un espejismo, de que España es un país católico”.

También lamenta Mallavibarrena que “la jerarquía siga mayoritariamente sin reconocer que dentro de la Iglesia existe un pluralismo respecto a muchas cuestiones de actualidad”. Según Somos Iglesia, también el Gobierno tiene una larga asignatura pendiente. “Es urgente que el Gobierno y los partidos y grupos sociales afronten con valentía y sin posiciones radicalizadas, el desarrollo de la laicidad, pendiente desde hace ya demasiado tiempo. La vigencia de los Acuerdos Iglesia-Estado condiciona de entrada que se llegue a consensos y a posturas constructivas”, dice.

Fuente: El Pais

Ella como pecado. Juan G. Bedoya

Benedicto XVI equipara la ordenación femenina con los delitos más graves e indigna a teólogos e iglesias de base – Roma se niega a revisar la misoginia de sus primeros sabios

“De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado cometido contra la mujer”. Es la opinión de la teóloga Uta Ranke-Heinemann, compañera de estudios del actual papa, Joseph Ratzinger, en la Universidad de Múnich, entre 1953 y 1954.

“De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado cometido contra la mujer”. Es la opinión de la teóloga Uta Ranke-Heinemann, compañera de estudios del actual papa, Joseph Ratzinger, en la Universidad de Múnich, entre 1953 y 1954. La pensadora católica habla de machismo, pero sobre todo de las políticas de exclusión impuestas por la jerarquía. La Iglesia romana no parece dispuesta a rectificar. El pasado 15 de julio reformó su código para endurecer las penas de los delitos más graves que pueden cometerse en su seno. Junto a la pederastia figura la ordenación sacerdotal de mujeres. La decisión ha causado estupor. Entre las protestas en marcha, destaca la exhibición en autobuses que circulan por el centro de Londres de carteles con la leyenda Pope Benedict. Ordain Women Now! (“Papa Benedicto: ¡ordene mujeres ya!”). Benedicto XVI viaja este mes a Reino Unido, en la primera visita de un pontífice romano a ese país desde que el rey Enrique VIII rompió con el Vaticano en 1534.

Margarita Pintos, miembro de la Asociación de Teólogos Juan XXIII, leyó “con estupor” la carta apostólica que, con el título de Normae de gravioribus delictis (Normas sobre los delitos más graves), agrava las penas contra el sacerdocio femenino. “La institución que pretende ser referente moral para la humanidad acentúa una antropología dualista, en la que el hecho de ser mujer es un impedimento para acceder al ámbito de lo sagrado”, afirma.

Como principio general, no hay derecho a entrometerse en las obligaciones que una religión impone a sus fieles. Quien no esté de acuerdo, tiene la libertad de marcharse, y, antes, la de no entrar. Los laicos no deben escandalizarse porque los obispos execren del divorcio, de la despenalización del aborto o de los curas que quieren casarse. Si quieres ser católico, no te divorcies; si quieres divorciarte, hazte protestante. Solo se puede protestar cuando la Iglesia católica pretenda impedir que se divorcie alguien que no es católico, o predica la insumisión ante una ley que protege derechos, no los impone.

Pero, muchas veces, la “ideología del apartheid”, como la llama Margarita Pintos, “no solo toca a la institución vaticana, sino que refuerza imágenes de lo masculino y de lo femenino que el patriarcado social ha impuesto con la ayuda del cristianismo”. Pintos concluye que es ese “apartheid antropológico” quien contribuye a mantener y a reforzar la marginación, el desprecio e, incluso, la violencia contra las mujeres.

¿En qué doctrinas apoya la Iglesia de Roma su decisión de que las mujeres deben ser excluidas del sacerdocio? Hay respuestas para todos los gustos, con citas de los hombres más doctos de esa confesión. Si no fuese porque lo que Ranke-Heinemann califica de “denigración de la mujer” ha causado dolor y violencias, la sola enumeración selectiva de esa doctrina convertiría estas páginas en una regocijada lectura de verano. Lo malo son las consecuencias. Si la religión más influyente del mundo denigra con saña a las mujeres por boca de sus mejores pensadores, ¿qué esperar de muchos de sus fieles?

Santo Tomás de Aquino, al que los religiosos acuden cuando se sienten perdidos en cuestiones de doctrina, apeló incluso al argumento libidinoso, para aborrecer el sacerdocio de la mujer. “Si el sacerdote fuera mujer, los fieles se excitarían al verla”. Es la parte simpática de su teoría. Umberto Eco, en sus debates con el cardenal emérito de Milán, Carlo Maria Martini, se mofa de esa idea recordando páginas de Stendhal en La Cartuja de Parma a propósito de los sermones del bello Fabrizio. “Dado que los fieles son también mujeres, ¿qué ocurre con las muchachitas que podrían excitarse ante un cura guapo?”. La simpática disputa entre el autor de El nombre de la rosa y el príncipe de la Iglesia más intelectual del momento se recoge en el libro En qué creen los que no creen.

En los textos sagrados de las religiones abrahámicas abundan mujeres importantes. Imposible imaginar a Abraham sin la simpática Sara; a Jesús sin la generosa María la de Magdala; a Mahoma sin la madura Jadiya. La literatura antigua no es injusta con la mujer. Entre los privilegios que confirió el fundador cristiano a la mujer no es menor el haberse aparecido a ellas resucitado, antes que a ninguno de sus posteriormente empavonados apóstoles, que habían huido muertos de miedo cuando vieron detenido y condenado a su maestro. Pedro, el primer papa, iba a negarlo hasta tres veces.

¿Cuándo se torció todo para la mujer? Cuando los religiosos pusieron en el portal de su actividad el sexto pecado cristiano: el sexo, el hombre como un “ser empecatado” en palabras de san Agustín. Hay antes la increíble historia del Paraíso y la anécdota de la manzana, donde Eva simboliza la tentación y la caída por deseo de inmortalidad (y por curiosidad, gran virtud).

Aunque parezca raro, la Iglesia católica concibió hasta finales del siglo XIX este relato del Génesis como un documental que debía ser tomado al pie de la letra. ¿Por qué el diablo no se dirigió a Adán, sino a Eva?, se pregunta incluso san Agustín. El demonio interpeló primero a “la parte inferior de la primera pareja humana” porque creyó que “el varón no sería tan crédulo”. Así lo escribe en La ciudad de Dios.

“La cuestión es que esos roles refuerzan la dominación de unos sobre otras, además de proyectarse sobre la naturaleza y la humanidad”, sostiene Margarita Pintos. ¿Con qué consecuencias? La teóloga alude a las víctimas de la violencia doméstica. “Nos estremecemos con la frecuencia de noticias sobre mujeres asesinadas por sus parejas. Creemos que, si no somos golpeadas físicamente, no somos víctimas de esa violencia. Estamos tan habituadas a vivir en relaciones desiguales que ciertas formas de violencia se tornan normales y no las reconocemos como tales”.

La inferioridad de la mujer (femina, en latín) se pone de manifiesto ya en ese término latino. El nombre femina proviene de fides (fe) y minus (menos), luego fémina significa: la que tiene menos fe. Todo empezó cuando los primeros sabios cristianos tomaron a Aristóteles como pensador de cabecera. El griego fue quien primero enumeró los motivos más profundos de la inferioridad de la mujer. Ésta debe su existencia a un descarrilamiento en su proceso de formación; es “un varón fallido”. San Agustín solo reforzó ese desprecio, y santo Tomás lo hizo teología de la grande.

Según el axioma de que “todo principio activo produce algo semejante a él”, en realidad siempre deberían nacer varones. A veces nacen mujeres, que son varones fallidos. Aristóteles llama a la mujer arren peperomenon (“varón mutilado”). El de Aquino traduce al latín esa expresión griega como mas occasionatus (varón fallido). Así que toda mujer lleva a cuestas, desde su nacimiento, un fracaso. La mujer es un producto secundario, que se da cuando fracasa la primera intención de la naturaleza, que apunta a los varones. El sabio de Aquino también sostiene que la mujer “está sometida al marido como su amo y señor” (gubernator), que tiene “inteligencia más perfecta” y “virtud más robusta”.

La subordinación a los varones es el motivo de que se niegue el sacerdocio a la mujer. “Porque las mujeres están en estado de subordinación, tampoco pueden recibir el sacramento del orden”, sentencia santo Tomás. Se contradice a sí mismo cuando habla también de mujeres en estado de no subordinación a los varones: “Al hacer el voto de castidad o el de viudedad y desposar así a Cristo, son elevadas a la dignidad del varón, con lo que quedan libres de la subordinación al varón y están unidas de forma inmediata a Cristo”. El famoso teólogo, admirado en Roma como un doctor angelicus (maestro angelical), no llega a responder por qué tampoco esas mujeres perfectas tienen derecho a ser sacerdotes.

¿Qué habría dicho Jesús ante tanta marginación? El teólogo Hans Küng, que participó como perito en el Vaticano II, responde con una frase de Karl Rahner, el gran pensador de ese concilio: “Jesús no habría entendido ni una palabra”. Es que a veces, como escribió Bertrand Russell, “el mundo que conocemos fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando”.

Mientras las demás religiones cristianas (sobre todo anglicanos y protestantes) siguen ordenando mujeres -algunas ya con la dignidad episcopal-, la Iglesia romana endurece las penas a quienes osen soñar con sacerdotes femeninos. Pero el padre Ángel García, fundador de Mensajeros de la Paz y uno de los grandes eclesiásticos españoles -fue premio Príncipe de Asturias de la Concordia en 1994-, tiene una corazonada. “Tengo la firme esperanza de que, si Dios quiere, este Papa pondrá en funcionamiento el sacerdocio femenino. El día que se levante con buen pie, dirá: ‘Hasta aquí hemos llegado’. Antes de cinco años lo hace. No hay una sola razón para que no pueda haber sacerdotes femeninos. Además, hay mucha presión”, dice el padre Ángel. Se refiere a la falta de sacerdotes, con decenas de miles de parroquias sin pastor. En cambio, son mujeres quienes realmente llenan las iglesias e, incluso, las gestionan.

No hay indicios de que Benedicto XVI vaya por el camino que sueña el fundador de Mensajeros de la Paz. En su famosa biografía de Jesús, el Papa apenas dedica unas páginas a la mujer, para decir, citando al evangelista Lucas, que el fundador cristiano, “que caminaba con los Doce predicando, también iba acompañado de algunas mujeres”. Lucas menciona tres nombres, Benedicto XVI ninguno. Solo que iban “tres mujeres con Jesús”, sin nombrarlas, “y muchas otras que le ayudaban con sus bienes”.

No puede ser un olvido casual. Antonio Piñero, catedrático de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid, subraya las veces que María Magdalena, por ejemplo, aparece en los textos primitivos: 17 veces en los Evangelios, ninguna vez en Hechos de los Apóstoles. Esta mujer, la más citada, por encima de la madre de Jesús, María, ayudaba a Jesús “con sus bienes”, según el evangelista Lucas, pero ha sido presentada por muchos predicadores como “poseída por demonios”, e incluso de vida licenciosa. Piñero ha dedicado un libro a los “cristianismos derrotados”, con este mismo título. Las mujeres son un rostro perdurable de esa derrota.

Pese a su indiferencia hacia el protagonismo de la mujer junto al fundador cristiano, Ratzinger no desaprovecha la ocasión para subrayar “la diferencia entre el discipulado de los Doce y el de las mujeres”. “El cometido de ambos es completamente diferente”, concluye. Suyas son ahora las decisiones de endurecer las penas contra el sacerdocio femenino.

Ramón Teja, catedrático de Historia Antigua en la Universidad de Cantabria, documenta los tiempos en que el cristianismo estuvo dominado por las mujeres, con esta cita a san Jerónimo: “Vigilemos a fin de que las matronas no dominen en las iglesias; estemos atentos a fin de que no sea el favor de las mujeres el que decida sobre los rangos sacerdotales”. Teja cree que la participación o no de mujeres en el ministerio sacerdotal fue un principio práctico para distinguir la herejía de la ortodoxia, de acuerdo con una norma establecida por Tertuliano: “No está permitido que una mujer hable en la Iglesia, ni le está permitido enseñar, ni bautizar, ni ofrecer [la eucaristía], ni reclamar para sí una participación en las funciones masculinas, y mucho menos en las sacerdotales”.

Una atracción fatal

Hay una simpática anécdota del papa Juan XXIII ante la exuberante Sofía Loren. Cuando era nuncio en París, el papa del Concilio Vaticano II se encontró en un acto oficial con la actriz italiana, que lucía rumboso escote y una cadena con una cruz de esmeralda adentrándose con coquetería entre sus senos. “¡Benedetto, quel Calvario!” (¡Bendito, ese Calvario!), suspiró con sonrisa desarmante el futuro pontífice. Fue beatificado por Juan Pablo II en el año 2000.

No todos los eclesiásticos reaccionan con humor. La visión de la mujer como objeto de pecado es cosa de hombres obsesos, y sus reacciones suelen ser maleducadas, por ejemplo esta de san Juan Damasceno: “La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno”. O esta de san Alberto Magno: “La mujer tiene la naturaleza incorrecta y defectuosa”.

No todos los grandes eclesiásticos son así, ni mucho menos. El teólogo Marciano Vidal lo analiza en su libro Moral de amor y de la sexualidad, con el relato con que el buen san Alfonso María de Ligorio contemplaba un escote(ubera) de mujer. “Pectus non est pars vehementer provocans ad lasciviam” (“El pecho no es parte que provoque vehementemente la lascivia”), escribió el fundador de los redentoristas.

En cambio, el gran san Agustín escribió que “el marido ama a la mujer porque es su esposa, pero la odia porque es mujer”, y que “nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”. ¿Hablaba por experiencia? Padre de un chico al que llamó Deodato (Dado por Dios), repudió a la madre sin contemplaciones, aunque “con la promesa de no entregarse a ningún otro hombre”. Antes de convertirse, san Agustín fue un obseso sexual, además de un presumido. Escribe en Confesiones, por lo demás un libro maravilloso: “Fui a Cartago, donde terminé en un bullente caldero de lascivia. En un frenesí de lujuria hice cosas abominables; me sumergí en fétida depravación hasta hartarme de placeres infernales. Los apetitos carnales, como un pantano burbujeante, y el sexo viril manando dentro de mí rezumaban vapores”. Agustín tenía un problema con el sexo. Lo malo es que hizo escuela. Haría bien Roma en desmitificar a sus clásicos.

Otro que temblaba en presencia de las mujeres fue santo Tomás de Aquino, el mayor de los teólogos cristianos. Encarcelado por sus parientes a causa de su ingreso en la orden de los dominicos, fue tentado carnalmente, instigado por una prostituta vestida con suma elegancia. Se la habían enviado sus propios parientes. Dicen sus biógrafos que en cuanto la vio, el llamado Doctor Angélico corrió a un fuego de verdad, cogió un leño en llamas y echó fuera de la cárcel “a la que quería despertar en él el fuego del placer”. Inmediatamente después, santo Tomás cayó de rodillas para pedir el don de la castidad y se quedó dormido. Entonces se le aparecieron dos ángeles que le dijeron: “Por voluntad de Dios te ceñiremos con el cinturón de la castidad, que no podrá ser desatado por ninguna tentación posterior; y lo que no ha sido conseguido por mérito, es dado por Dios como don”.

Se dice que Tomás sintió el cinturón y despertó dando un grito. Entonces se sintió dotado con el don de tal castidad que, a partir de ese instante, iba a retroceder espantado ante toda lozanía, hasta el punto de que ni una sola vez pudo hablar con las mujeres sin tener que hacerse violencia. ¿Castidad perfecta? Castidad quiere decir castigo.

Fuente: Diario El País

Para conocer a Buenaventura, el horizonte en el cual se mueve, y sus intenciones como “segundo fundador” de la familia franciscana. Por Eduardo Marazzi, OFM Conv

Indice

A modo de premisa

Introducción

I.- Buenaventura y la “segunda generación” franciscana

II.- Radicalismo franciscano y joaquinismo

III.- Reacciones al texto publicado por los frailes

IV.- Intención de Buenaventura.

V.- Buenaventura biógrafo de Francisco

VI.- ¿Quién es Francisco para Buenaventura?

A modo de conclusión

Premisa General

A) No estoy avalando las afirmaciones del actual papa Benedicto XVI (ex cardenal J. Ratzinger) respecto a la interpretación del rol que tuvo san Buenaventura en lo que se conoce como la “segunda fundación” de la familia franciscana. Tampoco desacredito o pongo en duda la hermenéutica del papa. No entro en el mérito de su interpretación que, como sabemos, no es compartida por todos los estudiosos de este espinado tema. Me limito a presentar algunos datos que permiten contextuar el intervento de Buenaventura en una polémica que no está cerrada y que continúa a despertar interés pues lo que está (estaba) en juego es el volto auténtico de Francisco de Asís. Buenaventura, dada la función que desempeñaba – Ministro General de la familia franciscana – por expreso pedido de los frailes se vió obligado a intervenir para intentar poner orden y clarificar lo que se podría llamar “la larga lucha por poseer a Francisco.

B) Todo gran personaje de relevancia pública e institucional tiene una pluralidad de perfiles que se prestan a lecturas diversas porque exigen aproximaciones desde distintas perspectivas las cuales llevan a interpretaciones no pocas veces contrastantes entre sí. La hombredad del hombre, o sea su pensar, decir y obrar, nunca pueden ser captados o aferrados en modo totalmente unívoco, claro, transparente.

C) Los evangelios son no uno sino cuatro y no concuerdan en todos los aspectos. Como Jesús, – y como en el fondo sucede con cada uno de nosotros – Francisco no se deja atrapar o “enjaular” en las categorías con las cuales intentamos comprenderlo, con las cuales intentamos hacerlo accesibile. No es supérfluo recordar una característica fundamental que nos ha enseñado la epistemología respecto al conocer: No hay un objeto sin sujeto y el sujeto está siempre implicado en el discurso. No hay neutralidad total y pura a la hora de conocer, lo que no quiere decir que todo sea una interpretación caprichosa o delirante de la subjetividad deseosa de traer agua para su molino dejando de lado, ignorando o cancelando aspectos que no logra digerir.

D) Un punto de vista es siempre la vista de un punto y no de la totalidad lo cual nos tiene que llevar a ser humildes a la hora de aproximarnos a un rostro humano para intentar decir “quién” es. Pues bien, Buenaventura se encuentra con una pluralidad de rostros de Francisco que circulan por toda la familia franciscana, rostros que dan lugar a tomas de posiciones, a defensa de tesis e intereses que más que apoyarse en el rostro de Francisco como texto, recurren a él como pre-texto para legitimar actitudes y prácticas decididas “apriori” y que, según otras perspectivas, son insostenibles.

E) En efecto, cada grupo retenía que la propia lectura de Francisco era sin más “la” lectura, la imagen más adecuata, justa, del rostro real de Francisco. Y esta interpretación partidaria tenía repercusiones tanto en el modo particular de interpretar la Regla cuanto en la interpretación que se hacía de la misión de la familia franciscana, de su papel o función en la historia. Este “conflicto de las interpretaciones” es uno de los temas centrales al cual Buenaventura tiene que dar solución cuando es nombrado Ministro general de la familia franciscana.

Introducción

1) Por siete años profesor de la cátedra franciscana en París y por diez y seis años (1257-1274) Ministro general de la familia franciscana, san Buenaventura ha dejado una huella profunda en el campo doctrinal como también el campo disciplinario, meritando el apelativo de creador de la “escuela franciscana” y de segundo fundador de la familia franciscana.

Después de cursar sus estudios en París, Buenaventura entró a formar parte de la familia franciscana, en el año 1243, cuando era todavía muy joven pués tenía 26 años, asumiendo el nombre de Buenaventura, pues su nombre de bautismo era Giovanni Fidanza  (nacido en Italia, en una ciudad llamada Bagnoregio).

2) Buenaventura entró en la familia de los “hermanos menores” fundada por Francisco de Asís, atraído principalmente no por el radicalismo de la pobreza o el heroísmo vivido por la primera generación, es decir, por los primeros seguaces de Francisco. Tampoco fue atraído por el carácter penitencial y simple de la predicación de los frailes de la primera hora. Lo que sedujo a Buenaventura fue la vitalidad vulcánica e intrépida de esta familia, en muchos campos, como por ejemplo la vida apostólica y, sobre todo, la dimensión doctrinal. Su decisión de formar parte de la familia franciscana no fue motivada por el deseo de imitar la austeridad, el ascetísmo de los primeros frailes que dieron vida a este movimiento religioso, hermanos más bien simples y poco o nada preparados intelectualmente, sino – y sobre todo – la conciencia crítica de la novedad que representaba la lógica relacional franciscana, la fuerza de sus principios o parámetros ideales.

2.1) Fueron tales principios e ideales, que él muy bien comprendió, al punto de escribir en una carta de tipo autobiográfico: “Confieso ante Dios que aquello que sobre todo me ha hecho amar y elegir la forma de vida franciscana, ha sido su semejanza con los inicios y con la perfección de la iglesia, la cual, en sus comienzos, tuvo orígines en simples pescadores y sucesivamente progresó hasta integrar insignes y valiosísimos doctores. Se puede decir que eso mismo se ha realizado en la famiglia de san Francisco, para que Dios mostrara que no se trataba de una creación humana sino de Cristo. Y porque las obras de Cristo no se corrompen, está de manifiesto que esta institución ha sido una obra divina, dado que ni siquiera los sapientes no han desdeñado descender desde sus alturas para mezclarse con un grupo de gente simple” (Epistula de tribus quaestionibus ad magistrum innominatum, in Opera omnia, Quarracchi, 1882-1902, vol. VIII, pag. 336). Consciente de la vitalidad de la Orden franciscana y deseoso de contribuir a su desarrollo, estudió teología con maestros franciscanos de reconocida fama.

I. Buenaventura y la “segunda generación” franciscana

1) Buenaventura se formó y operó en el período de la “segunda generación franciscana”. La primera generación, la generación “heróica”, la generación de los “doce”, tuvo por regla el heroísmo contagiado día a día por la presencia física, espiritual y carismática de Francisco. Formados en una teología elemental, aprendida por lo general en forma de catequésis y expresada la mayoría de las veces en manera ruda y simple, y carente de forma, de carácter más bien penitencial, la primera generación fue marcada a fuego por la rigurosa práctica de la pobreza, por el contínuo desplazamiento de los frailes y por la simplicidad de vida.

1.1) En cambio, la “segunda generación”, aún mirando hacia los orígenes de la Orden como un ideal o eje vector del modo de vida, sintió la necesidad de una formación teológica más consistente de modo que la predicación tuviera un contenido doctrinal relevante y pudiera ser todavía más incisiva. Esta necesidad – que era también percibida como una exigencia para responder a los nuevos desafíos de la época – es la que generó el proceso de clericalización que, en los tiempos de san Buenaventura, ya había alcanzado una precisa configuración, por la acción de los ministros generales que se habían sucedido en el gobierno.

Es interesante recordar que ninguno de los siete generales que gobernaron después de Francisco puede ser considerado, como Francisco hacía de si mismo, “ignorans et idiota”.

1.2) El primer general, Juan de Parenti (1227-1232) se formó intelectualmente en la universidad de Boloña. Era abogado. El hermano Elías de Cortona,  sucesor de Francisco en el gobierno de la Orden (1232-1239) si bien no era sacerdote, fue un hombre de grande sabiduría, consejero del papa y su intermediario en las relaciones con el emperador Federico II. Después del breve gobierno de Alberto de Pisa (1239-1240), hombre también sapiente, gobernaron frailes que provenían de la universidad de París: Aimone de Faversham (1240-1244), Cresencio de Iesi (1244-1247) – doctor en derecho canónico y en medicina – y Juan de Parma (127-1257). Este general, acusado de favorecer y mirar con simpatía la corriente juaquinista, tuvo que presentar su renuncia y él mismo indicó como su posible sucesor a Buenaventura (1257-1274).

1.3) Desde sus inicios el franciscanismo, no obstante Francisco fuera bastante “alérgico” -y no sólo prudente- con el tema de los estudios, despertó la simpatía de muchos intelectuales. Entre los primeros compañeros de Francisco podemos recordar a Pedro Catani, Cesario de Espira, Antonio de Padua. El tentativo de favorecer los estudios y de dar espacio a la cultura teológica inicia ya con el hermano Elías. Bajo su gobierno, el noto pensador Alejandro de Hales entró en la familia franciscana y comenzó a enseñar en París. En Inglaterra, apenas arribados, los frailes habían despertado la simpatía de algunos intelectuales de peso, entre ellos el célebre maestro Roberto Grosatesta. Es aquí, en Oxford, que se formó Rogelio Bacone.

El hermano Elías promoviendo los estudios había también mantenido un cierto equilibrio entre los hermanos sacerdotes y los no sacerdotes. Favorecía a los primeros respecto a los estudios y a los otros les confiaba las funciones directivas en el órden práctico. Sucedió que, en 1240, con el general Aimone de Faversham (un inglés…) los hermanos sacerdotes, los que se dedicaban al estudio comenzaron a tener la primacía marginando en un proceso creciente los hermanos no clérigos, los así llamados “laicos”. Este General introdujo el método democrático en la elección de las autoridades para el servicio de gobierno, excluyendo los hermanos no sacerdotes de los puestos de gobierno, puestos que de ahí en más estarán en manos de los hermanos sacerdotes (sabiondos).

1.4) Es así que el proceso de clericalización de la famiglia franciscana, pensada y vivida hasta esos momentos sin grandes discriminaciones, tiene inicio de modo irreversible, proceso que, con diversas variantes, durará hasta hoy. Es un fenómeno nuevo respecto a los “orígenes”, fenómeno que no sólo implicaba el desarrollo y el mantenimiento de escuelas y el potenciamento de la actividad pastoral, ahora más cualificada, sino también implicaba una fuerte diferenciación al interno de la familia franciscana. Y esto emerge claramente si tenemos en cuenta los criterios para la admisión de los nuevos miembros de la familia, criterios establecidos por el general inglés Aimon de Faversham. Buenaventura no inventa ni establece tales criterios, más bien los encuentra ya presentes en la famiglia. Los asumirá y los confirmará.

Se lee en las Constituciones de Narbona: “Porque Dios nos ha llamado no sólo para nuestra salvación, sino también para edificar a otros mediante el ejemplo, los consejos y las exortaciones: ordenamos que ninguno sea acogido en esta òrden si no es un clérigo convenientemente instruído en la gramática y en la lógica; o si es un laico, será acogido por la buena fama que tenga entre el pueblo y entre los presbíteros. Más allá de estos casos, si es conveniente recibir algún otro para que realize trabajos domésticos, no se lo reciba si la necesidad no es urgente y sin previa autorización del ministro general” (Constitutiones Narbonensis, in Opera omnia, VIII, pag. 450).

1.5) He aquí que, antes de la presencia de Buenaventura en la Orden de los hermanos menores, la familia franciscana ha realizado un giro de 360 grados. El testo apenas citado habla por sí mismo. Salvo el caso de un laico cuya santidad sea evidente a todos (pueblo y clero) sólo podían ser acogidos los jóvenes con títulos de lógica y gramática y algún que otro laico para realizar trabajos domésticos. La estructura originaria de la familia franciscana estaba alterada en sus raíces, y tal alteración jugaba a favor de los “sacerdotes” que eran considerados – “frailes” a pleno título. Los demás eran de segunda o tercera categoría. Nada que ver, obviamente, con la “primera generación” y con sus claves relacionales fraternas, solidarias vividas en crística horizontalidad.

1.6) Cuando Buenaventura decide entrar en la Orden franciscana, los estudios académicos ya están en pleno auge y la instauración  de escuelas para formar intelectualmente a los frailes, estaba en activa expansión. El proceso de clericalización era una realidad en acto y la transformación de la Orden (de horizontal a vertical) había tenido origen antes de la entrada de Buenaventura.

1.7) Es así que Buenaventura pertenece a la “segunda generación” de los franciscanos. Su mirada no se orienta tanto hacia los orígenes, ni tampoco es un hombre que sienta la nostálgia de los tiempos que se fueron. No está especialmente atraído por los inicios ni quiere retornar a la primitiva simplicidad. La situación histórica en la cual Buenaventura vive, le impone el ejercicio de una profunda reflexión acerca del camino cumplido hasta el momento y las novedades que se insinúan en modo no más bien pacífico o tranquilo. Novedades que tantos, no sólo al externo sino también al interno de la familia franciscana, vivian o percibian como fermentos de rebelión que pugnaban por un nostálgico retorno a los inicios, al modo radical de la forma de vida de los “héroes de la primera generación”.

II. Radicalismo franciscano y joaquinismo

2) Mientras Bonaventura enseñaba en París acentuando una línea filosófico-teológica que puede definirse “franciscana” por el vigor de sus tesis más relevantes y por la coherencia con el espíritu y la lógica relacional que la familia franciscana había heredado de Francisco, en la Orden reflorecían tensiones y conflictos no resueltos provenientes del pasado, relativos a la pobreza, al trabajo manual que Francisco había establecido en la Regla,  a la limosna, a los estudios y a la relación entre los hermanos sacerdotes y no sacerdotes, es decir, los llamados hermanos “laicos”. Estos problemas eran motivo de alta tensión entre los miembros de la familia y también tenían repercusiones externas, con el clero diocesano. Pero lo que estaba al centro del interés de todos era el significado histórico del franciscanismo y, por lo tanto, su misión y función.

2.1) Una gran mayoría consideraba el franciscanismo como una Orden activa-comtemplativa, con características propias, llamada a ejercer su actividad en el ámbito de las estructuras eclesiales y a guiar hasta el fin de los tiempos la humanidad, sotometiéndose a las directivas de la jerarquía eclesiástica. Para otros, en cambio, la misión de los franciscanos era la de acelerar el advenimiento de la nueva “edad del Espíritu”, cuando la iglesia, institucional y jerárquica, será purificada, transformándose en religión interior, contemplativa, vivida en las conciencias , libre de los vínculos temporales y pacificada en la unidad del Espíritu. Esta lectura era la lectura de los así llamados hermanos “espirituales”, una lógica de interpretación influenciada fuertemente por el mensaje apocalíptico sostenido por el abad Joaquín de Fiore.

2.2) El radicalismo de la pobreza, el usar pero sin poseer, se encontraba con la línea profética renovadora de Joaquín. El estar presente en el mundo sin dejarse fagocitar por el mundo, la renuncia a los bienes dejando de lado no sólo lo supérfluo sino hasta casi lo necesario, a favor de la libertad radical dando así lugar a la época del espíritu, era un tema fundamental de la propuesta de Joaquín. Esta renuncia total a la riqueza y a los honores para realizar el tiempo del Espíritu, no podía no traer a la mente la figura de Francisco, su vida, su práxis de amor comprometida en una donación total y sin medida hasta el punto de expresar tal lógica renunciando a la herencia paterna desnudándose completamente en la plaza de Asís.

2.3) Quienes compartían esta lectura y veían en Francisco y la Orden  realizado este nuevo momento profetizado por el abad, comenzaron a tener actitudes siempre más radicalizadas e intransigentes. Los hermanos “espirituales” se identificaban con los “viri spirituales” a los cuales el abad Joaquín consideraba como los elementos renovadores de la moral de la Iglesia. Si en el primer estadio, o sea el estadio del Padre prevalecía la lógica de la ley y del sacerdocio de la antigua religión y en el segundo estadio, es decir, el estadio del Hijo prevalecía el órden de los clérigos y de la amistad, en el tercer estadio o estadio del Espíritu prevalecería el Orden de los monjes o sea de los contemplativos. Por supuesto que los hermanos “espirituales” en esta visión que hacían suya, estaban también manifestando la desaprobación y el malestar por la continua e imparable clericalización de la familia franciscana y la tendencia siempre más frecuente a los estudios y a gozar di privilegios curiales – cosas éstas que Francisco nunca vió con simpatía, es más, alertó acerca de sus peligros. La teoría del abad estaba, según los así llamados “espirituales”, en sintonía con lo que pensaban de la evolución de la familia franciscana.

2.4) Según esta perspectiva, el franciscanismo no debía ser una fuerza inserida en las estructuras jerárquicas de la Iglesia sino que, viviendo en extrema probreza y alejándose de toda lógica de poder – lógica que, como sabemos, incluye también el saber (saber es poder) –  debería ser el lugar ideal o, mejor, el signo de contradicción que testimoniase la definitiva “renovatio” de la iglesia y de la sociedad. Es evidente que Francisco no fue jamás connivente ni se puso al servizio de las lógicas de dominación y manipulación tanto del mundo cuanto del otro y rompió con la sed de poder o “cupido dominandi” que se difundía siempre más en la sociedad de su tiempo, sea en la dimensión laical como en la dimensión eclesial. Francesco ha sido un signo fundamental y creíble que llamaba los hombres a la paz del espíritu.

Y bien, así nació y así debería permanecer, sin alteraciones, sin contaminaciones, el franciscanismo. Nacido en un momento socio-cultural conflictivo en el cual se imponía siempre más el tener sobre el ser y el posser y dominar sobre el donar y el compartir, el franciscanismo debería permanenecer como una lógica alimentada y a su vez capaz de expresar un proyecto alternativo que la pobreza evangélica ha permitido intuir y que la corriente “espiritual” tendría la misión de llevar a término con su contribución.

2.5) Tal lectura y percepción de los “espirituales” emerge con fuerza y tenacidad en el momento en el cual es ministro general Juan de Parma (1247), hombre de gran sabiduría y de santa vida. Más allá de su grado de adhesión – o no – a las teorías del abad Joaquín, una cosa es cierta: durante su gobierno varios frailes reunieron o recopilaron las principales obras del abad Joaquín (Concordia novi et veteris Testamenti; Expositio in Apocalypsim;  Psalterium decem chordarum) en un cuerpo solo que llevaba por título “Evangelium aeternum” al cual precedía una introducción y un comentario. Hay que decir que el inspirador de esta operación cultural, bastante polémica y portadora de fuertes tensiones socio-religiosas fue Gerardo de Borgo San Donnino. Este fraile llevó al extremo la propuesta de Joaquín, acentuó la contraposición entre la ley presente y la futura, demostrando una verdadera aversión y desprecio por la iglesia institucional (que no era una joyita de santidad y de empeño por los más necesitados) y por el órden jerárquico, expresando en términos mordaces su crítica al proceso de clericalización de la familia franciscana.

La Orden comenzó a vivir una fuertísima lucha interna a la cual se sumaron los ataques provenientes de los sacerdotes del clero y de los maestros seculares de la escuela de París que desde hacía mucho tiempo no veían con buonos ojos las nuevas Ordenes mendicantes (franciscanos y dominicanos) pues les quitaban poder, dinero, gente y popularidad.

III. Algunas reacciones que suscitó el texto publicado por los frailes

3) Para entender el proceder de Buenaventura es interesante recordar la violenta reacción que produjo en algunos representates del clero, es decir, sacerdotes y autoridades curiales no pertenecientes a las Órdenes mendicantes, como también en algunos maestros de París, la publicación que, como dijimos, llevaba por titulo Introductorium in Evangelium aeternum.

Esta obra es un típico documento del joaquinismo franciscano. La actitud rebelde que ostentaba fue inmediatamente captada y enfatizada por un enemigo mortal de las Ordenes mendicantes, o sea Guillermo de Saint-Amour. Según Guillermo, el hecho que tal obra había sido publicada con el permiso o no del ministro general de los franciscanos – en su momento Juan de Parma – fue una excelente ocasión para acusar en forma indiscriminada a toda la familia franciscana de insubordinación. Guillermo escribió el famoso “De periculis novissimorum temporum” opusculo en el cual denunciaba con alta voz las tendencias joaquimitas subversivas extendidas por toda la órden y avaladas por personalidades relevantes de la familia franciscana. Su denuncia adquirió tonos fuertísimos porque acusó a los frailes de ser seductores del pueblo e hipócritas; ideólogos que con sus doctrinas descarriadas perturbaban la fe de los creyentes y los inducían al error y a la herejía. En una palabra, acusaba a los frailes de ser verdaderos anticristos, demonios que trabajaban para la ruina de la iglesia.

3.1) En realidad la raíz de este rechazo está en las diversas concepciones de la función de la iglesia jerárquica según el model feudal defendido por los curas del clero y los maestros seculares. A esta concepción se oponían los nuevos movimientos religiosos populares que, criticando los intereses mundanos que atraían la atención de la iglesia jerárquica, aspiraban a introducirse en el tejido eclesial y así vivir la nueva aurora religiosa como un fermento al interno de las estructuras eclesiales.

3.2) Estos movimientos, condenados en el siglo precedente, habían sido acojidos por Inocencio III que les permitió una participación activa en las estructuras eclesiales otorgándoles no pocos privilegios que no fueron bien vistos por el clero, ni por los maestros seculares. Cuando con la actividad universitaria las ordenes mendicantes entraron en una competición académica mostrando una gran capacidad de enseñamiento, preparación y una mayor dinamicidad dada la presencia en sus filas de personalidades carismáticas, las hostilidades de los presbíteros y de los maestros seculares emergieron originando feroces polémicas.

3.3) En este clima para nada pacífico, la polémica desatada por este escrito de Guillermo tuvo como consecuencia la renuncia del ministro general de los franciscanos Juan de Parma que en un cierto sentido era un simpatizante de esta línea joaquinita. Es en este momento crucial de la historia del franciscanismo, lacerado y dividido en sus propias filas internas y atacado fuertemente desde el externo, que Juan de Parma renuncia y él mismo indica como la persona más cualificada para guiar a los frailes, al joven Buenaventura.

3.4) A guisa de información no es supérfluo recordar aquí que los estudiosos del tema han descubierto que hay también en Buenaventura huellas de la influencia de las tesis joaquinitas, especialmente en su obra Collationes in Hexa?meron del 1273. Este dato nos permite decir que era posible, en el siglo XIII, simpatizar con algunas tesis de Joaquín sin por esto dejar de ser ortodoxo. (Sobre este tema se puede consultar T. Gregory, Escatologia e aristotelismo nella scolastica medioevale, in AA.VV., L’attesa dell’etá nuova nella spiritualità della fine del medioevo, Todi, Accademia Tudertina, 1962; R. Manselli, La “lectura super Apocalypsim” di P. G. Olivi. Ricerche sull’escatologismo medioevale, Roma, 1955).

IV. Intención de Buenaventura

4) Buenaventura, cuando asume el gobierno de la Orden, es consciente que el problema es tanto interno como externo. Las críticas al proceso de clericalización no provienen sólo desde los presbíteros y los maestros seculares sino también desde las filas de la misma familia franciscana pues se percibía una traición a los ideales de Francisco. La Orden no podía organizarse ni responder a tales ataques porque carecía de una columna vertebral doctrinal y disciplinaria. Immediatamente Buenaventura advirtió la urgencia de indicar a los frailes margines o puntos de referencia non transgredibles al interno de los cuales enmarcar la conducta y la cultura porque el fermento joaquinita, si bien había sido condenado por la iglesia, no estaba extirpado. Este fermento siempre en ebullición originaba actitudes y comportamientos rebeldes que alimentaban las polémicas que provenian del externo y las justificaban.

4.1) Buenaventura tomó medidas para evitar el desbandamiento de los frailes. Mandó cartas, circulares en las cuales denunciaba los abusos y los comportamientos fuera de lugar de muchos frailes. Tales medidas fueron insuficientes. Se dió cuenta que era necesaria una legislación más precisa que indicara las líneas guías para encauzar la disciplina y coordinar las fuerzas de la familia franciscana que contava ya en sus filas más de treinta mil integrantes. Un nùmero que no se podía administrar con los elementos teóricos y jurídicos del pasado. Organizó la disciplina con la redacción de las Costituciones de Narbona y organizó el proyecto cultura de la Orden escribiendo una de sus obras más logradas, el Itinerarium mentis in Deum.

4.2) Con estos trabajos Buenaventura quería cerrar un período largo y dramático de la familia franciscana  y asentar sobre una base jerárquica interna fuerte y estable, imitando la jerarquía eclesial, la vida de los frailes que ya eran en su mayoría sacerdotes pues los hermanos laicos no tenían cabida. Con esta base Buenaventura tendía a orientar los miembros de la familia – casi todos sacerdotes o estudiantes – en línea de continuidad y sintonía con la jerarquía eclesial y no en contraste, evitando polémicas que fracturarían la Órden comprometiendo su futuro.

4.3) Buenaventura presentó las Constituciones en 1260. El capítulo más importante es el relativo a la actividad de los frailes. Hace referencia al estudio, el cual es promovido y no obstaculado, hace referencia a la transcripción y compra de libros, al transporte de las bibliotecas para una mejor utilidad y salvaguardia de los volúmenes. Y como conclusión, el punto más importante con el cual Buenaventura quiere poner fin a la desarmonía y a las luchas internas, estaba constituido por el “imprimatur”. De este modo, los frailes antes de publicar o hacer conocer sus escritos debían  obtener la aprovación de los superiores mayores. El juicio de los superiores o del mismo Ministro General, son los elementos últimos y fundamentales que garantizan la correcteza del texto. Se trata de una decisión fundamental con la cual se ponía fin al pulular de escritos que circulaban creando confusión y dando lugar a polémicas infinitas, al mismo tiempo que autorizaba sólo aquellos textos que estaban en sintonía con el pensamiento oficial de la Orden.

V. Buenaventura biógrafo oficial de Francisco

5) Era claro que las cuestiones disciplinares y los desbandamientos de los frailes tenía que ver con la idea o con la visión que tenía de Francisco y de la intepretación que se hacían de la función de la Órden en la historia. Los grupos disidentes y contestatarios se atribuían la verdadera visión o imagen de Francisco. Cada grupo legitimaba su comportamiento, práxis e ideas refiriéndose a la idea que se había formado de Francisco, idea que circulaba en muchos modos entre los frailes, y divulgada por los compañeros de Francisco, los sobrevivientes de la “primera generación”.

5.1) Es así que la Asamblea Capitular pide a Buenaventura, nuevo general, que re-escriba la vida de Francisco en modo de tal de organizarse alrededor de un rostro único. El trabajo consistía, sobre todo, en unificar en un único texto lo que se encontrava disperso en las biografías precedentes.

A) La primera vida de Francisco fue escrita immediatamente después de su muerte por encargo del papa Gregorio IX quien fue amigo personal de Francisco y quien lo canonizó. El autor fue Tomás de Celano. Fue publicada en el año 1228.

B) Diez y seis años más tarde el mismo autor, o sea Tomás de Celano, escribe una segunda vida. Esta vez fue por encargo del general Cresenzio de Iesi el cual invitaba a todos los frailes que hubieran tenido contacto directo con Francisco a hablar con Tomás y entregarle la información tan preciada. Y así, después de escuchar muchos testimonios que conocieron a Francisco personalmente (él mismo fue recibido en la familia franciscana por Francisco) escribió una segunda biografía y el Tratado de los Milagros. Estas serían ahora las biografías oficiales. Pero enseguida se notaron las discrepancias que habían entre la primera y la segunda biografía. Este hecho hizo pensar en un uso arbitrario de las fuentes, en una especie de manipulación de la información. El resultado fue que tanto la primera como la segunda biografía resultaron sospechas de manipulación y por lo tanto no totalmente fiables o creíbles. Esta discrepancia fue notada además por muchos frailes que tenían una imagen diversa de Francisco, es decir una imagen que no estaba totalmente en sintonía ni con la primera biografía ni tampoco como con la segunda.

C) Buenaventura, para no caer en el mismo problema y ser objeto de las mismas críticas, recojió todo el material a su disposición, visitó los lugares que había frecuentado Francisco, escuchó testimonios oculares, interrogó los discipulos de Francisco que aún sobrevivían, y así redactó la biografía del santo conocida como la Legenda maior sancti Francisci. Redactó también para el uso coral una especie de apéndice de la anterior conocida como Legenda minor. Estas dos biografías, después de la muerte de fray Egidio (1262) – uno de los primeros compañeros de Francisco – fueron presentadas y aceptadas como biografías oficiales, es decir como rostros en los cuales toda la familia franciscana se reconocía. Fueron aceptadas en el capítulo general de Pisa, en el año 1263.

5.2) La biografía escrita por Buenaventura ha sido juzgada diversamente. Si su valor literario es excelente, parece que no lo es tanto el cuadro teológico y la función que Francisco es llamado a cumplir en la Iglesia y en la Orden. Las críticas en estos aspectos han sido duras y contrapuestas. No es ahora el caso de subrayar las críticas que con diversos fundamentos hicieron autores de tendencia joaquinista para los cuales los hechos habían sido intencionalmente omitidos o alterados. Tampoco es el caso de detenernos a controlar la acusación que hizo Ubertino de Casale relevando la ausencia o la falta de utilización de los textos o pliegos del famoso Hermano León, amigo y secretario personal de Francisco. La tradición biográfica leonina era bien distinta de la tradición que había confluido en los textos de Tomás de Celano.

5.3) Todo lo precedente hace referencia a uno de los temas relevantes de la polémica franciscana conocida como la “cuestión franciscana”. Tampoco es el caso de recordar – lo hicimos en la premisa – que Buenaventura, como hace todo escritor, nos da su versión del rostro de Francisco. Nos presenta “su” Francisco. El famoso director cinematográfico Zeffirelli, por ejemplo, tiene “su” Francisco y Liliana Cavani, otra famosa cineasta,  el suyo que, a guisa de información, coincide muy poco con el Francisco de Zeffirelli. Buenaventura, respetando máximamente los datos, nos da “su” Francisco.

5.4) Es bien sabido que un juicio global deve tener en cuenta, antes que nada, los objetivos  que se persiguen, la colocación de los hechos evocados, y la dósis de acentuación con la cual son reclamados o citados varias veces. Pues bien, ¿cuál es el objetivo que se propuso Buenaventura? ¿Cuáles puntos fuertes que emergen de la experiencia de Francisco Buenaventura quería acentuar? ¿Cuáles son los puntos que retenía secundarios y no relevantes? ¿En qué amplio cuadro u horizonte de la teología de la historia ha colocado la experiencia de Francisco? Son éstos algunos de los interrogativos que consienten una correcta valoración de Buenaventura en cuanto biógrafo de Francisco.

5.5) Buenaventura aferró la problemática joaquinita en pleno. Se dió cuenta de la relación que se daba entre la pobreza franciscana y el espírito apocalíptico de las tesis de Joaquín. Sin tener una filiación directa, estas dimensiones estaban interconectadas, colegadas a la imagen del Francisco “pobre”, un Francisco que rechazando las riquezas de este mundo no duda en renunciar también a la herencia paterna.  También tomó conciencia que la figura de un Francisco sin vínculos, libre de toda relación que no fuera la relación con Dios, era la excusa secreta de la defensa de una libertad anárquica y caprichosa que tantos frailes proponían, fuera y en contra de todo canón o regla.

5.6) Buenaventura también sabe que Francisco ha sido el campeón de la renuncia, de la vita ascética y es el héroe de la santidad. Asumir a Francisco como modelo de la Institución, es decir de la Orden como espacio institucional habría significado transformar el heroísmo en extravagancia, en delirio. Francisco es sí modelo indiscutibile de la santidad y de la pobreza, pero para cada fraile en particular, para cada miembro de la familia. Asumirlo como modelo institucional habría significado transformar su pasión por Dios en una especie de impaciencia apocalíptica.

5.7) Buenaventura comprendió también que con Francisco no comienza una nueva historia sino que su experiencia y la de su familia se inscriben en la amplia historia de la salvación y bajo cuya luz tiene que ser interpretada. No es la etapa de la cual habla el abad Joaquín de Fiore. Estos son los “apriori” al interno de los cuales hay que colocar lo que llamamos “fidelidad histórica” y en los cuales Buenaventura ha inserido y elegido los episodios más “relevantes”.

5.8) El objetivo general que persigue Buenaventura en esta situación difícil en la cual le tocó escribir, es situar la tensión heróica de Francisco y de la “primera generación” en la red jurídica y disciplinar que estaba en grado de salvaguardar el grado de evolución de la familia franciscana y de inserirla en modo estable y lo menos polémico posible en las estructuras eclesiales. Es al interno de estas estructuras – en las cuales Francisco si bien con dificultad vivió – que la familia franciscana está llamada a vivir y a ofrecer su lógica de interpretación de lo real tanto desde el punto de la fe como de la cultura, pues tiene que contribuir con su presencia a la “renovatio” de la iglesia y de la sociedad.

VI. ¿Quién es entonces Francisco de Asís para Buenaventura?

6) Para Buenaventura Francisco es el campeón de la santidad, un hombre que se ofreció totalmente a Dios y por grazia del Altísimo se transformó en “Alter Christus”. Es un modelo de santidad para cada hermano, para cada miembro de la familia franciscana. Así como el genio rompe todas las reglas y el héroe no reconoce las categorías jurídicas, así Francisco está más allá de toda normatividad disciplinar la cual, sin embargo, se impone para asegurar la estabilidad de la organización y la coherencia y la evolución de la Orden.  Por lo tanto Francisco es un punto de referencia fundamental para cada fraile pero no lo es para la Institución; es el maestro sí de la vida interior de cada integrante de la familia franciscana pero no lo es para la vida exterior de la organización; es el ideal de la vida individual pero no de la Orden como persona jurídica.

6.1) A Francisco de Asís hay que aproximarse no con la letra sino con el espíritu haciendo una distinción entre la intencionalidad profunda de presencia renovada en las estructuras eclesiales y las modalidades y formas de tal presencia las cuales exigen creatividad, inventiva histórica según las situaciones que atraviesa la Orden y la iglesia. Buenaventura no cree que el mensaje de Francisco deba ser traducido solamente con las formas con las cuales él mismo lo ha expresado,  y que las modalidades que han caracterizado la vida del fundador de la familia franciscana y sus primeros compañeros puedan ser suficientes o las únicas para guiar la vida y la organización de una institución que cuenta ya con más de treinta mil miembros.

6.2) El gesto emblemático que Francisco realizó en la plaza de Asís, despojándose de sus hábitos y renunciado a todos sus bienes, además de ser el signo de una renuncia material era también signo de una regeneración espiritual puesto que la paternidad de Dios implica siempre una nueva vida, un nuevo modo de ser,  Es así que desde tal perspectiva Francisco más que rechazar o despreciar el mundo y las cosas, lo que hacía era asumir frente a todo una nueva lógica relacional, una nueva clave teórica y comportamental que le permitió tejer relaciones diversas y más humanas y humanizantes con las cosas y el mundo todo. Dicho en otras palabras: no se trata de huir del mundo, de darle la espalda sino de entretejer con el mundo un tipo de encuentro diverso buscando nuevos equilibrios entre el hombre y las cosas, cancelando la tentación de dejarse posser por las cosas, de dejarse seducir por sus encantos, lógica que ganaba siempre más espacio tanto en la sociedad del tiempo de Francisco cuanto en la iglesia, siempre más ávida de poder y de presencia triunfante en el mundo, siempre más cerca del Cesar que del Evangelio.

6.3) A la luz de esta lectura Buenaventura no absolutiza las formas de pobreza vividas por Francisco y sus primeros secuaces sino que las reinterpreta disitinguiendo entre la propiedad de los bienes, propiedad que va rechazada y el uso de los bienes que es necesario. ¿Cómo prescindir de los medios adecuados para el sustentamiento de los frailes? ¿Cómo no tener demoras estables y decorosas para evitar el vagabundear y las extravagancias de los frailes? ¿Cómo no proveer libros y el material bibliográfico necesario para hacer frente a los nuevos desafios filosóficos, teológicos y culturales? La cosa para Buenaventura es clara: la propiedad pertenece al papa mientras los frailes pueden usufruir de ésa. La nostalgia por los orígenes, por la vida heróica de los “doce” non puede ser alimentada. “No se retorna a Rivotorto”  porque la institución está ahora presente en tantas realidades diversas: estructuas eclesiales, sociales, culturales, misionarias. Se trata de actividades exigentes y multifacéticas que requieren preparación y no improvisación, que requieren responsabilidad y estudio y no un vagabundear de un lugar al otro sin respuestas maduras y elaboradas pues varían circunstancias y destinatarios.

6.4) En toda esta visión Buenaventura acentúa la fidelidad de Francisco a la iglesia y su profesión de obediencia a las autoridades eclesiásticas y minimiza las formas con las cuales esta fidelidad y profesión de obediencia fueron vividas o traducidas por Francisco y sus primeros compañeros. Esos modos de testimoniar que se concretizaron en formas y maneras no comunes y contrarias a los criterios corrientes tienen que ser repensados y reelaborados teniendo en cuenta la gravedad y los problemas de las nuevas circunstancias, la dignidad del mensaje evangélico y las exigencias de las estructuras eclesiales. La atención por los más pobres y necesitados no decae pero ahora se transforma en atención y dedicación a todos, también a los intelectuales.

6.5) Mención especial merece el tema de la limosa. Esta que, en la primitiva comunidad emparentaba los frailes con los pobres y que ocupaba el puesto del salario ganado con el esfuezo del duro trabajo, ahora pasa a ser un derecho de subsistencia por los servicios espirituales. Conviene recordar aquí lo que pensaba el aguerido enemigo de las Ordenes Mendicantes, Guillermo de Saint’Amour. Guillermo sostenía que la pobreza no está prescripta en el evangelio y que san Pablo como san Francisco habían afirmado que cada uno debe sostenerse con su trabajo manual y que, por lo tanto, la práctica de la lismona, como una sustitución del salario ganado con el trabajo, no sólo era una injusticia, sino “simonía” porque representaba el precio pagado por servicios espirituales. Este tipo de críticas se transformó en el motivo central desde el cual los frailes eran criticados y caricaturizados – y más de una vez perseguidos por las calles.

La predicación, que en los inicios era más bien inculta y poco elaborada, ahora, con las exigencias de los tiempos, tiene que ser más culta y preparada. Francisco continua siendo el punto fundamenta para cada fraile pero no es el paradigma para organizar la vida colectiva, dado que la familia franciscana está inserida en nuevas realidades y ha crecido en un número tal de miembros que requiere una estructuación disciplinar y jurídica diversa.

6.6) En la óptica de su teología de la historia Buenaventura sostiene que la Orden, nacida y estructurada en relación a Francisco y bajo su impulso y carisma, esté grávida de una lógica intrínseca que no se agota o se identifica totalmente con la lógica de Francisco. La lógica de los inicios no siempre es idéntica con la lógica de la evolución sucesiva. Lo que se mantiene es siempre la inspiración y el orientamiento básico. Así como la iglesia comenzó con pescadores y gente ruda y evolucionó integrando doctores; así como la iglesia un tiempo fue semilla y después creció y se hizo planta, pues bien, así la familia franciscana, pasó de una Orden religiosa humilde y simple a ser una familia compuesta de hombres humildes y doctos, preparados, ámbas cosas bajo el impulso del Espíritu. Las obras de Dios si son tales no se corrompen. Cambian en sus formas pero no por eso pierden la substancia.

A modo de conclusión

Buenaventura fue un hombre no sólo preparado, un estudioso, sino que fue también un hombre atento a los signos del tiempo y esta su atención le hizo tomar consciencia de los difíciles problemas que atravesaba la familia franciscana. Intervino con su inteligencia y autoridad, con su sabiduría y su vida santa, dando una reinterpretación de la vida de Francisco y buscó en todos modos de armonizar las situaciones difíciles, intentó coser y sanar las laceraciones de su familia, y para eso fue más allá de los orígenes de la Orden.

Su potente estructura doctrinal y sus conocimientos filosóficos y teológicos dejaron un signo relevante en su actividad legislativa y en su teología de la historia que es renovadora y abierta pero no apocalíptica, que es elaborada, vigorosa, pensada y no ingenua o emotiva. Su teología de la historia – de la cual se ha ocupado en forma sistemática y profunda el papa Benedicto XVI mucho antes de su elección (y no sólo en estos últimos tiempos) – es atenta al vigor regenerador de la lógica divina y a su vez a la incidencia tortuosa y dramática de la aventura humana, aventura que en su permanente ambiguedad hay que guiar sin por eso mortificar ni suprimir.

Libertad y verdad de Ratzinger. Por Celso Alcaína

Hoy, desde su estudio del Vaticano, el Papa, rememorando a Duns Scotto, afirmó que la libertad ha de ir siempre unida a la verdad. Continuó diciendo que la verdad y la libertad se perfeccionan si se adecúan a la verdad revelada.

Libertad y verdad. ¡ Magnífico! Está claro que la libertad necesita límites para no convertirse en libertinaje y salvajismo. El Papa establece, al menos, un límite: la verdad. Y ¿qué decir de la verdad? ¿Dónde está la verdad? Ratzinger, o BXVI, estima que él, con su Iglesia, tiene la verdad. ¿De verdad tiene él la verdad? ¿Y su Iglesia tiene la verdad? “Quid est veritas?” , preguntó Pilatos a un Jesús detenido y condenado por usar de su libertad. Por el solo hecho de ser dogmática, la Iglesia demuestra no poseer libertad. Además, el dogmatismo eclesiástico niega de raíz la verdad. La verdad es progresiva, siempre parcial, inalcanzable. Luchamos para acercarnos a ella, pero sin asirla. Y si recorremos la historia de la Iglesia y de los dogmas, nos convencemos de que hemos de dirigir nuestras miradas hacia otros horizontes. Lo siento, Ratzinger, tu verdad no es la verdad. Y cuando recurres a la verdad revelada no haces más que abdicar de nuestra parcial verdad para soterrarnos en el misterio, la duda o la sinrazón. Monopolizar la verdad es cortar las alas de nuestra percepción de la verdad.

Fuente: Enigma. El Blog de Celso Alcaína

¿Utopismo espiritualista? Puntualizaciones a una alocución de Benedicto XVI. Por José Arregui

Este artículo fué escrito por el autor unas semanas antes de que publicara su “Pido la palabra” y se desencadenara la polémica. Lo publica el último número de la revista de Pensamiento Cristiano “Iglesia Viva” entre otros interesantes materiales.  Esta reflexión sobre historia y actualidad puede servir para explicar una tensión que se repite desde los tiempos de Francisco de Asís y Buenaventura entre el espíritu franciscano y el poder romano.

En la alocución pronunciada en la Audiencia General del pasado 10 de Marzo1, Benedicto XVI censuró por enésima vez a los cristianos católicos que reivindican reformas radicales en la Iglesia de hoy. Lo hizo con la inteligencia y sensibilidad que le caracterizan, pero también con la parcialidad y dureza de juicio que a veces muestra. Su argumentación y, más concretamente, su lectura de los orígenes franciscanos me parecen cuando menos parciales, y me atrevo a hacer unas puntualizaciones –no menos parciales sin duda– con la simplicidad y libertad a la que nos animó Francisco de Asís, el humilde y libre seguidor de Jesús.

1. Para descalificar y desacreditar a los cristianos que sueñan con otra Iglesia muy distinta, Benedicto XVI los asimila a los “espirituales franciscanos” del s. XIII, dando por supuesto que éstos eran frailes descarriados. Creo que es injusto con aquellos franciscanos de entonces y con los cristianos de hoy que al parecer siguen sus pasos. Los espirituales franciscanos no fueron en absoluto un movimiento homogéneo, y toda condena sumaria y conjunta es una deformación de la historia (y del evangelio). Algunos de ellos eran compañeros de primera hora de Francisco, como el Hermano León, y a todos les unía era el recuerdo del pobrecillo de Asís y su fervor evangélico; querían seguir el espíritu, la intuición y el estilo de vida de Francisco de Asís, pobre e itinerante como Jesús, y tenían muy buenas razones para resistirse a aceptar la evolución de la Orden, cada vez más alejada del Poverello. Pudo haber derivas antieclesiales y antiinstitucionales demasiado radicales, pero ¿quién puede afirmar que eran menos erróneas y peligrosas las derivas antievangélicas de la institución eclesial de la época o de la propia Orden franciscana? ¿Y quién sería capaz de determinar en qué medida la radicalización de los espirituales fue causa de su persecución por parte de la institución y en qué medida fue efecto de la propia persecución? Lo mismo vale para hoy. Muchos, muchísimos cristianos quisieran ver a la Iglesia avanzar con decisión hacia los nuevos horizontes abiertos –más bien insinuados– por el Vaticano II, y lamentan el giro restaurador de la jerarquía eclesial en las últimas décadas, se duelen de la contrarreforma en curso, deploran la estrechez y la asfixia crecientes en el seno de la Iglesia Católica, quieren seguir soñando, arriesgando, respirando aire y vida. ¿No sería más eclesial reconocer en ellos al Espíritu que renueva la faz de la tierra y de la Iglesia?

2. El papa indica que los “hermanos espirituales” se inspiraban en Joaquín de Fiore (1135-1202),aquel monje místico, teólogo y brillante escritor que vislumbraba una Iglesia espiritual, pobre y libre, libre de tanto poder y de tanta sumisión a los poderes, libre de tantas riquezas materiales, libre de tan rígidas estructuras clericales. Es cierto que este monje, abad de Fiore, inspiró a algunos miembros del movimiento  espiritual franciscano. Pero vuelve a imponerse aquí la misma observación del punto anterior: no me parece correcto aducir a Joaquín para desacreditar a los espirituales, como si aquel monje genial fuera un siniestro hereje, responsable de males sin cuento en la posteridad de la Iglesia. Seguramente, la visión histórica del papa en este punto está demasiado condicionada por la conferencia que el predicador del Vaticano, el franciscano capuchino Raniero Cantalamessa, pronunció en 2009 sobre Joaquín de Fiore para el papa y la curia pontificia. No estoy capacitado para emitir un juicio histórico sobre el abad de Fiore, pero sin duda la visión oficial católica ha sido unilateral y se requiere una perspectiva más amplia. De hecho, Joaquín contó en vida con el favor de varios papas, y sólo fue condenado años después de su muerte por  profecías milenaristas simplemente pintorescas, por enredadas cuestiones acerca de la Trinidad y, en el fondo, por su potencial peligrosidad para la institución eclesial.

3. Frente a Joaquín de Fiore y los “espirituales franciscanos”, el papa propone como modelo a San Buenaventura, Ministro General de la Orden franciscana entre 1257 y 1274. Admiro a Buenaventura: fue místico, pensador y humilde. Amó a Jesús, amó a Francisco, amó a las criaturas, que eran para él epifanía de Dios y camino hacia Dios. Pero no cuenta entre sus méritos su antagonismo con Joaquín de Fiore, ni sus prevenciones con los hermanos “espirituales”, ni el haber encarcelado a su predecesor en el generalato Juan de Parma, un fraile bendito éste, que había sido malintencionadamente acusado de joaquinismo y por ello depuesto de su cargo (supongamos que fuera un convencido joaquinista: ¿acaso puede ser eso justo motivo para encarcelar a nadie?). Y Buenaventura lo encarceló en Greccio, en el mismo lugar donde Francisco había revivido la Navidad de Belén, con el pesebre y el heno, el asno y el buey, y toda la fraternidad y toda la naturaleza celebrando juntos la tierna humanidad de Dios. En una mísera celda de Greccio pasó Juan 30 años, hasta que fue absuelto, y siglos después fue declarado Beato. (La Florecilla 48 es muy ilustrativa de cómo miraban a Buenaventura los hermanos “espirituales”: describe la visión tenida por un hermano en la que Buenaventura aparecía atacando a Juan de Parma con garras de hierro). No es ciertamente su hostilidad para con los espirituales y joaquinistas lo que más asemeja a Buenaventura con Francisco ni, como sugiere el papa, lo que hace de él un modelo de actitud eclesial para nuestros  días. Como si la continuidad con el pasado, el recelo ante lo nuevo, el miedo a la libertad, la obediencia sumisa al sistema, la acomodación a lo establecido, el realismo prudente fuesen lo que más nos hace ser Iglesia, discípulos de Jesús. Como si el idealismo arriesgado, la disidencia crítica y fraterna, el conflicto de interpretaciones, el pluralismo de visiones y de opciones, la opción radical por los pobres fueran el máximo peligro. No nos enseñó eso Jesús. No nos enseñó eso Francisco.

4. El papa fue más lejos en su alocución: Buenaventura no sólo es modelo de espíritu eclesial para los fieles, sino también es modelo de gobierno eclesial para los papas de hoy. Me agrada que se tome al franciscano Buenaventura como espejo en los palacios del Vaticano. Pero me temo que se trata de un espejo previamente –con intención o sin ella– deslucido y deformado. Se toma a Buenaventura como paradigma al servicio de unos intereses. Se le toma como el hombre elegido y asistido por el Espíritu de Dios para atajar el supuesto gran peligro de su época, el movimiento espiritual, su radicalismo franciscano, con la mirada puesta en el momento eclesial que vivimos y en el mayor peligro que el gobierno de la Iglesia debe combatir: el reformismo. Benedicto XVI menciona a Pablo VI y Juan Pablo II como las dos grandes figuras que así lo han hecho, siguiendo la pauta marcada por San Buenaventura; Pablo VI y Juan Pablo II son los dos “sabios timoneles” que supieron conducir la barca de la Iglesia en medio de la amenaza postconciliar de los reformadores “utópicos”, “espiritualistas”, “anárquicos” (entre ellos habría que incluir, sin duda, a destacados teólogos como Rahner, Congar, Schillebeeckx ,y a grandes obispos como Helder Cámara, Alfrink, Suenens, Proaño, Arns, Lorscheider…). Surgen muchas preguntas: ¿Es correcto mencionar juntos a dos personalidades y programas eclesiales tan diversos como Pablo VI y Juan Pablo II? ¿Se ha borrado incluso la memoria de Juan Pablo I y de su sueño de reforma que no pudo ni estrenar? Por lo demás, el papa actual apenas disimula que es él mismo quien en realidad encarna el buen gobierno del “doctor seráfico” Buenaventura, sustentado en dos pilares: “pensar y rezar”; no en vano ha sido él, desde el principio, el verdadero artífice de la recuperación del espíritu preconciliar – algunos la llaman contrarreforma– iniciada en los años 80. Está muy bien “pensar y rezar”. La cuestión es cómo se piensa y cómo se reza. Y la cuestión es si, además o primero, se escucha, se dialoga, se tolera. Y la cuestión más importante es cuáles son las prioridades: la doctrina y la moral o la solidaridad y la compasión. Es difícil leer el pasado sin la mirada puesta en el presente, pero es preciso evitar la manipulación del pasado y del presente. La historia es buena maestra, pero a condición de no utilizar el pasado como justificación del presente y de no apelar al pasado para impedir un futuro nuevo. En el fondo, ¿no se está utilizando a Buenaventura para seguir manteniendo a la Iglesia de hoy prisionera de la Edad Media?

5. La cuestión fundamental es cómo entendió Buenaventura a Francisco. Lo admiró sobremanera, celebró sus virtudes, lo elevó a lo más alto, pero ¿no fue al precio de volverlo inimitable, tal vez, inconscientemente, para no tener que imitarlo? Lo ensalzó como “otro Cristo”, pero ¿no fue al precio de olvidar demasiado al Jesús pobre, libre, itinerante, a quien Francisco quiso seguir y quiso que siguiéramos? De hecho, los artistas de la época pasaron de representar las escenas de la vida de Francisco a representar sus “milagros”; el modelo a imitar se convirtió muy pronto en mediador a quien invocar. Y Buenaventura encarna e impulsa este cambio de perspectiva. Salvó la Orden franciscana de una posible disolución, pero ¿salvó en ella el espíritu de Francisco, su intuición originaria? ¿Qué significa que en las Constituciones de Narbona promulgadas por Buenaventura sean tan exclusivamente disciplinares y no se mencione en ellas la primera Regla de Francisco, expresión más espontánea del alma de Francisco? ¿Dónde quedó la minoridad de éste, su firme voluntad de vivir con y como los menores de la sociedad? ¿Qué fue de las pobrecillas moradas en las que Francisco quiso habitar, como los pobres campesinos, y que nunca quiso tener en propiedad? ¿Qué fue de su itinerancia, de aquel vivir como peregrinos y advenedizos sin domicilio fijo ni propiedad y siempre con los últimos? ¿Qué fue del resuelto propósito de Francisco de romper con el clericalismo cuando, con Buenaventura, la Orden se clericalizó enteramente, de modo que los hermanos no clérigos se convirtieron en excepción y fueron relegados al servicio doméstico de los conventos? ¿Dónde quedó la evangélica obsesión de Francisco de ser todos hermanos y los menores en todo? ¿Tomó en serio Buenaventura –el eminente maestro de teología en la universidad de París, que con razón se sentía feliz y orgulloso de acoger en los conventos a teólogos e intelectuales universitarios–, tomó en serio aquella advertencia de Francisco: “Aunque vengan a nosotros los mejores teólogos de París, escribe, hermano León: No está ahí la verdadera alegría”?

Es difícil imaginar que, para Francisco, el verdadero riesgo de “gravísima tergiversación” de su mensaje e intuición o la verdadera “visión errónea del cristianismo en su conjunto” fuesen precisamente los hermanos “espirituales”, como afirma el papa en su alocución. Es una lectura muy discutible de los orígenes franciscanos. El Espíritu no es monopolio de nadie, pero está donde las instituciones se transforman y la vida reverdece.

NOTA AL PIE:

1 El texto completo de esta catequesis del 10 de Marzo de 2010 se encuentra en la página vatican.va. Reproducimos a continuación los párrafos más significativos:

Como ya dije, uno de los varios méritos de san Buenaventura fue interpretar de forma auténtica y fiel la figura de san Francisco de Asís, a quien veneró y estudió con gran amor. En tiempos de san Buenaventura una corriente de Frailes Menores, llamados “espirituales”, sostenía en particular que con san Francisco se había inaugurado una fase totalmente nueva de la historia, en la que aparecería el “Evangelio eterno”, del que habla el Apocalipsis, sustituyendo al Nuevo Testamento. Este grupo afirmaba que la Iglesia ya había agotado su papel histórico, y una comunidad carismática de hombres libres guiados interiormente por el Espíritu —es decir, los “Franciscanos espirituales”— pasaba a ocupar su lugar. Las ideas de este grupo se basaban en los escritos de un abad cisterciense, Gioacchino da Fiore, fallecido en 1202. En sus obras, afirmaba un ritmo trinitario de la historia. Consideraba el Antiguo Testamento como la edad del Padre, seguida del tiempo del Hijo, el tiempo de la Iglesia. Había que esperar aún la tercera edad, la del Espíritu Santo. Así, toda la historia se debía interpretar como una historia de progreso: desde la severidad del Antiguo Testamento a la relativa libertad del tiempo del Hijo, en la Iglesia, hasta la plena libertad de los hijos de Dios, en el período del Espíritu Santo, que iba a ser, por fin, el tiempo de la paz entre los hombres, de la reconciliación de los pueblos y de las religiones. (…)

Llegados a este punto, quizá es útil decir que también hoy existen visiones según las cuales toda la historia de la Iglesia en el segundo milenio ha sido una decadencia permanente; algunos ya ven la decadencia inmediatamente después del Nuevo Testamento. En realidad, “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, las obras de Cristo no retroceden, sino que avanzan. ¿Qué sería la Iglesia sin la nueva espiritualidad de los cistercienses, de los franciscanos y de los dominicos, de la espiritualidad de santa Teresa de Ávila y de san Juan de la Cruz, etcétera? También hoy vale esta afirmación: “Opera Christi non deficiunt, sed proficiunt”, avanzan. San Buenaventura nos enseña el conjunto del discernimiento necesario, incluso severo, del realismo sobrio y de la apertura a los nuevos carismas que Cristo da, en el Espíritu Santo, a su Iglesia. Y mientras se repite esta idea de la decadencia, existe también otra idea, este “utopismo espiritualista”, que se repite. De hecho, sabemos que después del concilio Vaticano II algunos estaban convencidos de que todo era nuevo, de que había otra Iglesia, de que la Iglesia pre-conciliar había acabado e iba a surgir otra, totalmente “otra”. ¡Un utopismo anárquico! Y, gracias a Dios, los timoneles sabios de la barca de Pedro, el Papa Pablo vi y el Papa Juan Pablo II, por una parte defendieron la novedad del Concilio y, por otra, al mismo tiempo, defendieron la unicidad y la continuidad de la Iglesia, que siempre es Iglesia de pecadores y siempre es lugar de gracia.

4.En este sentido, san Buenaventura, como ministro general de los franciscanos, adoptó una línea de gobierno en la que era clarísimo que la nueva Orden, como comunidad, no podía vivir a la misma “altura escatológica” de san Francisco, en el cual él ve anticipado el mundo futuro, sino que —guiada, al mismo tiempo, por un sano realismo y por la valentía espiritual— debía acercarse tanto como fuera posible a la realización máxima del Sermón de la montaña, que para san Francisco fue la regla, si bien teniendo en cuenta los límites del hombre, marcado por el pecado original.

Vemos así que para san Buenaventura gobernar no coincidía simplemente con hacer algo, sino que era sobre todo pensar y rezar. En la base de su gobierno siempre encontramos la oración y el pensamiento; todas sus decisiones eran fruto de la reflexión, del pensamiento iluminado de la oración. Su íntima relación con Cristo acompañó siempre su labor de ministro general y, por esto, compuso una serie de escritos teológico-místicos, que expresan el alma de su gobierno y manifiestan la intención de guiar interiormente la Orden, es decir, de gobernar no sólo mediante órdenes y estructuras, sino guiando e iluminando las almas, orientando hacia Cristo. (…)

Fuente: www.atrio.org

La segunda contrarreforma. Juan José Tamayo Acosta

Han sido suficientes cinco años de pontificado para que Benedicto XVI, en el ejercicio de la plenitud de los tres poderes: ejecutivo, legislativo y judicial, haya ido desmontando tesela a tesela el mosaico de la reforma de la Iglesia perfectamente diseñado en el Concilio Vaticano II y haya llevado a infeliz término la segunda contrarreforma, que ya iniciara Juan Pablo II 30 años ha, siguiendo el guión que escribiera el cardenal Ratzinger cuando era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

Es quizá la contrarreforma de mayor calado desde el Concilio de Trento (1545- 1563), que ha afectado a todos los campos de la vida de la Iglesia y a las relaciones de ésta con la sociedad, la política, la cultura y la ciencia, en una nueva edición de las viejas polémicas y condenas del pasado. Voy a centrarme en dos de los fenómenos involutivos más importantes del actual pontificado: el alejamiento de los pobres y excluidos y el antiecumenismo militante.

Una muestra del alejamiento del mundo de los pobres y marginados ha sido la condena de la teología de la liberación (TL). Cuando creíamos que se había establecido una moratoria en las condenas y se había abierto el camino del diálogo y del respeto al pluralismo, Benedicto XVI ha vuelto a golpear en el corazón mismo de la TL con la condena de dos de los mejores libros de cristología del siglo XX del teólogo hispano-salvadoreño Ion Sobrino, Jesucristo liberador y La fe en Jesucristo. Ensayos desde las víctimas, de estructura teológica intachable, rigor metodológico y fidelidad al Jesús histórico sin desvincularlo del Cristo de la fe.

La condena se producía unos meses antes de la celebración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, en Aparecida (Brasil), inaugurada por Benedicto XVI el 13 de mayo de 2007. ¡Era un aviso para navegantes! En esa misma dirección hay que situar las críticas eclesiásticas contra el libro de José Antonio Pagola Jesús. Aproximación histórica. Mientras se condenaban estas obras, se hacía apología del libro del cardenal Ratzinger-Benedicto XVI Jesús de Nazaret, teológicamente mediocre, bíblicamente inconsistente, con desconfianza hacia los métodos histórico-críticos y con una presentación espiritualista y a-histórica de Jesús de Nazaret. La censura de los supuestos heterodoxos y la apología del Papa rayan el sectarismo.

Benedicto XVI ha vuelto a poner en entredicho, con ataques destemplados y descalificaciones gruesas impropias de un teólogo profesional, la teología de la liberación, en diciembre de 2009 con motivo del 25º aniversario de la Instrucción sobre algunos aspectos de la teología de la liberación, en la alocución ante un grupo de obispos brasileños que hacía la visita ad limina. “Suplico -dijo- a cuantos en algún modo se sientan atraídos, envueltos o involucrados por ciertos principios engañosos de la teología de la liberación, que se confronten nuevamente con la referida Instrucción”.

La Instrucción advertía sobre “los riesgos de desviación, ruinosos para la fe y la vida cristiana, que implican ciertas formas de TL que recurren, de modo insuficientemente crítico, a conceptos tomados de diversas corrientes del pensamiento marxista”. La teología de la liberación ha provocado, a su juicio, consecuencias “más o menos visibles”, como “rebelión, división, disenso, ofensa y anarquía”, ha creado entre las comunidades diocesanas “gran sufrimiento o grave pérdida de fuerzas vivas”. Peor aún, sus “graves consecuencias ideológicas -agregó- “conducen inevitablemente a traicionar la causa de los pobres”.

Con Benedicto XVI el diálogo ecuménico e interreligioso ha saltado por los aires. Si el Vaticano II dio el paso gigantesco del anatema al diálogo, Benedicto XVI ha hecho el camino inverso: del diálogo al anatema. Si algún avance se había producido durante el pontificado de Juan Pablo II, por ejemplo, con los encuentros de Asís, el papa actual ha demostrado una irresponsable falta de respeto hacia las religiones y ha dinamitado los pocos puentes de comunicación tendidos entre ellas. Peor aún, Benedicto XVI ha tenido desencuentros con prácticamente todas las iglesias cristianas y con algunas de las religiones históricas más significativas. Veamos algunos ejemplos.

Ha ofendido a los judíos en reiteradas ocasiones. Activó el paralizado proceso de beatificación de Pío XII, que guardó un silencio ominoso -¿y cómplice?- ante el Holocausto judío con la consiguiente protesta de las comunidades y de los dirigentes hebreos y de no pocos cristianos. Incorporó a la Iglesia católica al excomulgado obispo lefebvriano Richard William, quien en unas declaraciones a la televisión sueca había adoptado una actitud negacionista sobre el Holocausto, con la consiguiente protesta de la compatriota del Papa Angela Merkel, que exigió a este que aclarara su postura en relación en el obispo lefebvriano, a quien la justicia alemana acaba de imponer una multa de 10.000 euros.

Benedicto XVI ha introducido en la liturgia cristiana una oración en la que se pide por la iluminación de los judíos. Y la gota que ha colmado el vaso ha sido la comparación del predicador de la Casa Pontificia, el franciscano Raniero Cantalamessa, el Viernes Santo, en presencia del Papa, entre los sufrimientos de este por las críticas recibidas ante la mala gestión de los casos de pederastia y el Holocausto.

A los musulmanes no los ha tratado mejor. En el discurso pronunciado el 12 de septiembre de 2006 en la Universidad de Ratisbona dijo, citando el diálogo de un sabio persa con Manuel II Paleólogo, que Mahoma había traído “solamente cosas malas e inhumanas, como su directiva de difundir por medio de la espada la fe que predicaba”. Afirmó, además, que el Dios del islam no se atiene a la racionalidad, a diferencia del Dios cristiano, cuya actuación en la historia responde a la razón.

El trato a los creyentes de las iglesias no católicas no ha sido mejor. En la Instrucción Dominus Iesus (año 2000), siendo prefecto de la CDF, Ratzinger volvió al excluyente principio “fuera de Cristo y de la Iglesia no hay salvación”. Ya como Papa, en un documento de julio de 2007 negó a las comunidades cristianas de la Reforma la consideración de Iglesia y calificó a las Iglesias Ortodoxas como Iglesia imperfecta por no reconocer el primado del papa. Aprovechando las tensiones dentro de la Iglesia Anglicana, Benedicto XVI se ha atrevido a pescar en los caladeros de la dicha Iglesia y ha abierto las puertas del catolicismo a obispos, sacerdotes y fieles tradicionalistas disconformes con el matrimonio homosexual y la ordenación, ha admitido a sacerdotes anglicanos casados, quienes siguen ejerciendo el ministerio sin renunciar al matrimonio.

Del anatema de Benedicto XVI no se han librado ni siquiera las comunidades indígenas de Abya-Yala (Amerindia), al calificar de retroceso histórico la vuelta a las religiones precolombinas. Desde una concepción cultural y religiosa eurocéntrica, ha justificado la conquista del continente americano al afirmar que el anuncio de Jesucristo no supuso en ningún momento alienación alguna de las culturas precolombinas, ni la imposición de una cultura extraña, y que los pueblos de América Latina y el Caribe estaban anhelando silenciosamente a Cristo como salvador.

¿Resultado del pontificado de Benedicto XVI? Un Concilio Vaticano II secuestrado, una teología amordazada, una Iglesia amurallada que se protege de adversarios imaginarios, una “viña devastada”, como dijera el propio Benedicto XVI, pero no por los “jabalíes” laicistas inexistentes, sino por no pocos creyentes católicos y dirigentes eclesiásticos que han dilapidado el legado ético liberador de Jesús de Nazaret y lo han sustituido por la teología neoliberal del mercado. ¿Soluciones? Serán tema de otro artículo.

Juan José Tamayo es director de la Cátedra Ignacio Ellacuría, de la Universidad Carlos III, y secretario general de la Asociación de Teólogos y Teólogas Juan XXIII.

Es sin dudas un teólogo libre. Uno de los pensadores más lucidos de la teología actual. Y a muy buena honra, laico.

Fuente: Diario El País.