Nuevo Libro: Cinco Curas – Confesiones silenciadas. De: Nicolás Alessio, Adrián Vitali, Elvio Alberione, Horacio Fábregas y Lucio Olmos. Presentación a cargo de Aldo Guizzardi y Pbro. Guillermo Mariani

RAÍZ DE DOS INVITA A LA PRESENTACIÓN DE:

Cinco Curas – Confesiones silenciadas

De: Nicolás Alessio, Adrián Vitali, Elvio Alberione, Horacio Fábregas y Lucio Olmos.

Presentación a cargo de Aldo Guizzardi y Pbro. Guillermo Mariani

Martes 26 de julio a las 19:30 Hs.

Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

-Vélez Sársfield esq. Duarte Quirós-

Cinco curas cuentan lo que nadie jamás contó sobre la Iglesia.

El presbítero Adrián Vitali conoció una mujer en su parroquia. La mujer quedó embarazada. El arzobispo le “ofertó” mandarlo a otro destino y que la Iglesia se hiciera cargo de la manutención de la criatura si renunciaba a su paternidad.

Horacio Fábregas revela cómo una monja corrompía seminaristas diciendo que era la Virgen la que besaba en su nombre. Y habla de su desilusión porque casi nadie en la Iglesia respetaba el celibato.

Nicolás Alessio cuenta los entretelones de su expulsión de la parroquia por apoyar el matrimonio igualitario y recuerda cuando un obispo le pidió que no usara la palabra “justicia” en sus sermones.

Lucio Olmos descubre el sistema de “financiamiento” de los curas párrocos y relata el momento en que el obispo le pidió que no trabajara y viviera de los sacramentos. Además cuenta con lujo de detalle su colaboración con la guerrilla y la persecución militar.

Elvio Alberione desmenuza la complicidad de la Iglesia con el golpe del ’55 y analiza, hecho por hecho, por qué la Iglesia usa el mensaje de Cristo como herramienta de poder.

Todos recuerdan su paso por el seminario, las represiones, expresiones y perversiones sexuales que parecen inevitables y revelan cómo el clero se esfuerza en permitir que todo ocurra siempre y cuando no se conozca.

Cinco curas, confesiones silenciadas. Un libro imperdible.

www.raizdedos.com.ar 

Congreso Claves Bíblicas para una Iglesia en el mundo del Siglo XXI. Por Victor Acha

Se celebrará del 28 al 31 de julio un CONGRESO INTERNACIONAL TEOLÓGICO – CATEQUÉTICO, cuyas sesiones tendrán lugar en la Residencia de San Antonio de Arredondo en la Pcia. de Córdoba. El Congreso responde a la temática “BIBLIA Y CATEQUESIS HOY”. Se han organizado sus contenidos a partir de tres ejes: Bíblico, Histórico, Eclesiológico, que serán presentados por destacados teólogos y biblistas. concluyendo con la aplicación catequética de las reflexiones. El Congreso se convoca bajo el título:

“CLAVES BÍBLICAS PARA UNA IGLESIA EN EL MUNDO DEL SIGLO XXI”

El acto Académico para la Apertura del Congreso, tendrá lugar el jueves 28 de Julio a las 18 hs. en la Ciudad de Córdoba. Terminado. Las sesiones se desarrollarán desde el día 29 (8,30 hs.) hasta el día 31 (17 hs.)

Están invitados catequistas de gran trayectoria en la catequesis en nuestros países de Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Paraguay y Uruguay; también están invitados formadores de catequistas, obispos, sacerdotes y diáconos.

En la apertura tendremos la disertación del Pbro. Lic. Francisco Van den Bosch, conocido catequeta argentino ex Director de la Junta Nacional de Catequesis y socio fundador de SCALA

Para el trabajo en Comisiones, en las que se buscará trabajar sobre los compromisos de la catequesis con problemáticas relevantes en este siglo XXI, contaremos con una presentación del Pbro. Víctor Saulo Acha, ex Rector del ISCA y actual Vicepresidente de SCALA.

Ponencias:

1. Del “origen del cristianismo” a los “cristianos originarios” – Datos eclesiológicos en el Nuevo Testamento.  Exponente: Prof. Juan Manuel Gonzalez.  Esquema y bibliografía aquí

2. La Iglesia y el modelo eclesiológico institucional – Modelo vigente desde el siglo IV al siglo XX.  Exponente: Dr. Luis Gallo. Esquema y bibliografía aquí

3. El futuro de la Iglesia.  Diágnóstico y prospectivas.  Exponente: Dr. Carlos Federico Schickendantz.  Esquema y bibliografía aquí

Más información en la página del Congreso:

Disipando dudas. Por Guillermo “Quito” Mariani

Es indispensable tomar en serio esta actividad que afecta a las relaciones interpersonales y también sociales. Porque la duda nubla de manera muy intensa a veces, la verdad. Porque su persistencia la va transformando poco a poco en afirmación y, como resultado final la puede convertir en falsedad, calumnia o difamación-

Por eso me tomo la responsabilidad de disipar dudas acerca de lo que vivimos y hacemos los que, por decisión superior inconsulta, resolvimos abandonar el espacio físico de la parroquia Nuestra Señora del Valle (posesión del Arzobispado) llevándonos el espíritu y el estilo que durante cuarenta y cinco año habíamos cultivado comunitariamente con la designación generalizada de “la comunidad de la Cripta”.

No se trata de un cisma, ni de una iglesia paralela, ni de una iglesia nueva. Seguimos siendo iglesia, de manera distinta.  Animados por el Concilio Vaticano II, cuyas novedades tomamos en cuenta desde el primer momento, para actualizar y profundizar nuestra presencia cristiana en el mundo real. Fuimos para eso estimulados por el testimonio de los teólog@s, escrituristas, obispos, sacerdotes y laic@s que asumieron este compromiso. Testimonios como los escritos de Joseph Ratzinger (!), Hans Küng, Edward Schillebeeckx, Karl Rahner, Congar…por citar sólo a los que acompañaron y luego comentaron con desbordante erudición y sinceridad los documentos conciliares. Medellín, Puebla y nuestros teólogos de la liberación, como Segundo, Boff, Gutiérrez, Comblin.. y obispos al estilo de Helder Camara, Casaldáliga,  Romero,  Angelelli, Piña, Novak, de  Nevares. Con intenso amor a la Iglesia seguidora de Jesús de Nazaret toleraron el reproche, las censuras, la marginación, la exigencia de retractaciones, y permanecieron unidos a la Iglesia con derecho y convicción propias. Claro que esa Iglesia del Concilio, Juan XXIIII y Pablo VI, no era ni es, la de Juan Pablo II o Benedicto XVI. Y por eso, el disenso profundo y respetuoso  con la orientación de estos últimos pontífices. Queda claro entonces por nuestra historia, que disentir en  la Iglesia no es disentir de la Iglesia. La obediencia perfecta es el instrumento del poder, como la obediencia debida al estilo militar. Una iglesia sin disenso, además de estancarse históricamente y encaminarse al fanatismo, una podría ser “católica” es decir  pluralista o universal.

La  publicidad liviana de algunos medios nos ha calificado como cismáticos, con pretensiones de crear una iglesia paralela, de estar pretendiendo hace una  nueva iglesia. Iglesia paralela crearon los lefevbristas con sus obipos, clero y fieles opuestos, por propias declaraciones, al Concilio Vaticano II, que fueron ahora reintegrados por Benedicto XVI.- Nada de todo eso.

Somos simplemente una comunidad eclesial coincidente con la más auténtica tradición recuperada por el Vaticano II, y con disenso que atañe a ciertas decisiones que calificamos como incorrectas. Porque en los temas atinentes a los avances científicos, a la diversidad de costumbres, a los progresos éticos de la humanidad, a la fraternidad igualitaria en el pueblo y entre los pueblos, al derecho de búsqueda de felicidad por parte de cada  uno y cada comunidad, a la transparencia en el manejo de las finanzas…etc, la Iglesia no puede considerarse la autoridad  máxima con afirmaciones dogmáticas desactualizadas,  ininteligibles o apartadas de las necesidades reales de la gente.

Así  este grupo en búsqueda de espacio y organización, coincidente en principios fundamentales pero con diferentes criterios en muchos asuntos,  quiere constituir una especie de refugio para quienes no encuentran otros lugares concretos en donde crecer en su fe con libertad y experiencia comunitaria.

En la actualidad la asamblea o la cena de Señor (llamada comúnmente Misa) de cada Domingo, es celebrada por nosotros, presidida por un sacerdote que nosotros elegimos, (como elegían a sus presbíteros los primeros cristianos) en un salón del Club Atalaya (situado detrás del colegio La Salle) adaptado para esta circunstancia. Los invitamos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Los Santos Padres de la Iglesia Latinoamericana. Por José Comblin

Hasta hoy las Iglesias de Europa y del Medio Oriente han sido marcadas por el modelo de cristianismo creado y expresado por un grupo relativamente pequeño de obispos, que vivieron en los siglos IV y V sobre todo, y han recibido en la tradición el nombre de «Santos Padres». Fueron personalidades excepcionales que tuvieron que dar respuestas a los desafíos de la sociedad grecorromana y de la civilización helenística. Las respuestas que dieron constituyen un conjunto todavía válido para esas iglesias.

En América Latina, la Iglesia Católica ha sido durante siglos esa simple expansión de la Iglesia occidental o latina. Es verdad que el cristianismo tomó formas diferentes en los pueblos latinoamericanos. Sin embargo lo propio del catolicismo latinoamericano nunca ha sido reconocido, mucho menos aceptado. Siempre ha sido rechazado como herejía, paganismo, sincretismo, superstición, dependencia eclesial era la continuación de la dependencia económica, política y cultural de la metrópolis europeas o norteamericana. A fines del Siglo XIX el Concilio Plenario Latinoamericano, lejos de reconocer la identidad de una cultura diferentes, definió un programa de “Latinización” completa. El ideal propuesto era la asimilación total a las iglesias latinas.

Ahora bien, en este Siglo XX, América Latina empezó a tomar conciencia de su especificidad, de una identidad propia y de un destino específico. Esto ocurrió sobre todo en la segunda mitad del siglo.

En las Iglesias también nació la conciencia de una vocación cristiana específica, de una misión y una responsabilidad propia. Vaticano II estimuló tal conciencia, pero no la creó. Un acontecimiento puede representar simbólicamente la nueva conciencia del catolicismo latinoamericano: Medellín (1968).

Medellín fue obra de algunos obispos excepcionales, de visión profunda y de audacia en la acción. No todos los participantes de la conferencia de Medellín fueron los creadores de sus espíritu. Fue más bien una pequeña minoría la que dio las orientaciones. Esta minoría puso las bases de una respuesta original del cristianismo a una situación humana específica, distinta de lo que se había vivido en las cristiandades anteriores: son los verdaderos obispos de Medellín.

Los obispos de Medellín forman el núcleo del grupo al que podemos dar el nombre de Santos Padres de América Latina.

¿Por qué los «Santos Padres»?
Estos obispos merecen el nombre de “Padres” porque son los verdaderos padres de la Iglesia latinoamericana en su expresión plenamente madura y elaborada. En esta segunda mitad del Siglo XX la Iglesia Latinoamericana se encontró en medio de una sociedad consciente de sí misma y decidida a asumir su destino en forma más autónoma y auténtica, liberándose del estado colonial de su pasado. Terminó la prehistoria latinoamericana. Ahora comienza la historia con sus proyectos conscientemente asumidos y todos los episodios de la realización de tales proyectos.

En los siglos IV y V los cristianos tuvieron que asumir la sociedad romana con su cultura helenística y el imperio romano. Un grupo de obispos de clase excepcional enunciaron la respuesta y alimentaron las reflexiones cristianas durante los 1500 años siguientes, orientando las opciones prácticas siempre renovadas. En Medellín, un grupo de obispos latinoamericanos tomó la misma actitud e inició un camino nuevo semejante al anterior, pero también específico y propio.

Estos obispos percibieron la novedad del desafío de la sociedad latinoamericana y lanzaron los temas fundamentales de la respuesta. Medellín podrá dar a la Iglesia latinoamericana su iluminación para 1500 años.

Durante 5 siglos las iglesias latinoamericanos trataron de seguir los pasos de sus Iglesias madres de Portugal y España. Después, durante 150 años imitaron a las Iglesias de Roma, Italia, Francia, Alemania, ahora en Medellín llegó la hora de dar una respuesta original y autóctona a una sociedad que ya tiene sus contornos definitivos.

¿Quiénes son? ¿Cómo hacer una lista completa?
Hay algunos nombres que se imponen de todas maneras: en primer lugar los dos que fundaron el CELAM, su espíritu, le dieron su alma y lo llevaron hasta Medellín. Desde 1960 los dos amigos toman más conciencia de lo específico de América Latina. En los pasillos del Concilio tuvieron un papel decisivo. Manuel Larraín no pudo participar de Medellín, que había preparado con tan fuerte intuición. Pero su muerte está ligado al acontecimiento. Su muerte prematura está ligado al acontecimiento. Su muerte prematura que le quitó la gloria de haber lanzado Medellín.

¿Quiénes son los nombres que se imponen en la lista?. Citaremos sólo a los difuntos para no crear problemas: a los mártires en primer lugar: Gerardo Valencia, Eduardo Angelelli, y naturalmente, aunque no haya estado en Medellín, sino porque representa tan perfectamente su espíritu, Oscar Romero, Después hay que citar evidentemente a Leónidas Proaño, y Ramón Bogarín. Los otros que aún viven ya están jubilados a punto de jubilarse; sus nombres están en todas las memorias, pero no los citaremos para no suscitar críticas o frustraciones.

Hay que destacar que estas figuras de punta encontraron apoyo, tanto en Medellín como en Puebla, en la vida de las Iglesias, en la persona de algunos cardenales, que si bien no eran los líderes, tuvieron un papel destacado en la legitimación de la línea de Medellín. Fueron los cardenales de Quito, Lima, Santiago y Salvador de Bahía.

Después de Medellín viene una segunda generación. Ya hemos citado a Monseñor Oscar Romero. Esta generación fue, ya no de iniciadores sino de continuadores. ¿Habrá una tercera generación? Probablemente no. Tales fenómenos suceden sólo algunas veces en la historia. En las iglesias europeas sólo sucedió una sola vez, en los Siglos IV y V. Después, ya no hubo nunca más una generación episcopal creadora. Es posible también que nunca más aparezca en la historia latinoamericana del porvenir una generación episcopal semejante a la de Medellín y la que la prolongó inmediatamente.

Estos obispos no sólo formaron un grupo unido y extraordinariamente homogéneo en lo esencial, a pesar de personalidades tan diversas por sus orígenes y su historia personal, sino que tuvieron un santidad de vida excepcional. Fueron santos por la humildad en la lucha, por el coraje, la audacia, la dedicación total a la palabra de Dios y a su ministerio no sólo episcopal, sino profético. Fueron testigos de cara a los poderosos de sus naciones. Algunos llegaron al martirio. Los demás fueron duramente perseguidos. En su audacia profética, diversas veces entraron en conflicto con los representantes de una Santa Sede demasiado apegada a esquemas tradicionales.

Fueron personalidades dotadas de una percepción aguda de los signos de los tiempos, y de una capacidad de expresión poco corriente. Supieron expresar con fuerzas sus intuiciones y sus orientaciones, dejando documentos escritos que los habilitan para recibir el título de “Santos Padres”. Sus obras escritas transmiten su testimonio a los siglos futuros. Séanos permitido emitir un deseo: que las obras literarias de estos Santos Padres sean recogidas y publicadas. En general, fueron escritos circunstanciales que podrían desaparecer y sería un prejuicio lamentable para las generaciones futuras que allá encontrarán ejemplos y modelos.

Fueron obispos puramente intelectuales. Fueron pastores, conductores del pueblo en primer lugar y sus obras están inscritas en el contexto histórico de sus iglesias. Fueron personalidades conflictivas, así como Anastasio, Juan Crisóstomo, Ambrosio, Agustín y tantos otros del pasado. No trataron de evitar las luchas, sino que se pusieron al frente de ellas: luchas por la reforma agraria, por la autonomía de las naciones latinoamericanas contra la oligarquías dominantes, por una transformación radical de la sociedad. Fueron tratados de comunistas, extremistas, subversivos, violentos, anarquistas, incluso por colegas del episcopado. Fueron denunciados. Varios fueron muertos. Fueron de tal modo denunciados ante la Santa Sede que fueron los destinatarios privilegiados de las visitas apostólicas.

Lo propio de la generación de los Santos Padres
El testimonio de los Santos Padres de los siglos IV y V fue condicionado por el desafío de la filosofía griega y del imperio romano. El testimonio de los Santos Padres de América Latina está formulado a partir de la situación del continente. De allí las siguientes particularidades.

a) En América Latina la sociedad pública y visible niega y encubre la realidad de las mayorías dominadas: niega a los indígenas, a los negros, a los campesinos pobres del campo, a los marginados de las ciudades. Un 20% de la población tiene derechos de ciudadanía. El 80% sobrevive, nadie sabe cómo, viviendo en condiciones subhumanas, menospreciados, negados en su dignidad humana. El testimonio de los profetas consiste en proclamar la existencia de los indígenas, de los negros, de los pobres. Consiste en publicar los hechos cuando los matan, les roban, les quitan sus tierras, cuando los humillan. La sociedad oficial niega tales crímenes, no quiere reconocer la realidad de sus pueblos. Los obispos fueron perseguidos porque dijeron públicamente lo que todos querían ignorar. Por eso la reforma agraria suscitan tanto odio, tanta persecución. Los opresores no quieren que se diga lo que son. En América Latina la conquista todavía no ha sido superada. Todavía hay conquistadores y conquistados.

b) De la percepción de la realidad deriva la opción por los pobres. Esta opción fue el resultado de un largo proceso durante y después de un largo proceso durante y después del Concilio. Constituye algo nuevo en la historia del cristianismo. Ni en la Iglesia Latina ni en las Iglesias Orientales se habían llegado nunca a una determinación tan precisa, una opción tan clara. Después de Medellín, las otras iglesias del mundo se sintieron provocadas y se reexaminaron a la luz de esa opción por los pobres tiene una relevancia y un significado muy típico y exclusivo de América Latina. Rompe con una larga historia de silencio y de complicidad por los menos implícita.

c) La opción por los pobres incluye una referencia al Reino de Dios como transformación de la sociedad. Es una opción por la liberación de la sociedad. Es una opción por la liberación de los pueblos oprimidos. Tanto la cristiandad latina como las cristiandades orientales que proceden de los Santos Padres de los Siglos IV y V siempre vivieron en una ambigüedad respecto al Reino de Dios. La filosofía y la mentalidad griega infundieron un espíritu de idealismo que impidió una posición clara sobre los problemas materiales. El idealismo griego llevar a insistir unilateralmente en la conversión interior individual al punto de silenciar las implicaciones sociales del Reino de Dios y sus aspectos políticos.

La opción de los pobres lleva a una opción por la liberación, y destaca el alcance político y social del Reino anunciado por Cristo. Tal opción obliga a una nueva lectura de la Biblia, liberándola de los límites de la filosofía individualista de los griegos. Hay antecedentes de esa lectura bíblica tanto en el Occidente como en el Oriente, pero un lectura más social de la Biblia allí siempre fue muy minoritaria y sin consecuencias en la marcha del conjunto de la Iglesia. Aquí, después de Medellín, el movimiento bíblico tomó una orientación muy clara y decidida. Movida por esa lectura, la Iglesia no teme enfrentar problemas reales y concretos como las injusticias sociales y la marginación política de los pueblos.

d) Entrando en una opción de liberación de los pobres que incluye una transformación de la sociedad terrestre, los obispos latinoamericanos legitiman un diálogo con los movimientos de liberación nacional. El diálogo con el mundo preconizado en Vaticano II toma la forma de diálogo con esos movimientos. Este diálogo de modo alguno significa que esos obispos se hicieron marxistas, guerrilleros, rebeldes. Sin embargo reconocen que tales movimientos de liberación nacional apuntan hacia problemas que necesitan una solución y no sólo una condenación.

e) En América Latina hubo innumerables movimientos de rebelión de esclavos negros o indígenas. Hubo innumerables luchas de campesinos defendiendo sus tierras contra la invasión de los grandes terratenientes. Durante siglos, la Iglesia cerró los ojos para no tener que decir algo al respecto. Pensó que tales problemas no eran de su incumbencia. Confió en las declaraciones de las oligarquías. Creyó realmente que las oligarquías dominantes defendían la civilización contra los bárbaros, negros, indios, campesinos iletrados. Los obispos de Medellín quitaron la máscara. Su actitud implicaba reconocer que el silencio anterior era culpable. Rompieron la barrera de la ignorancia voluntaria. Inauguraron una época radicalmente nueva, aunque puedan invocar el ejemplo de algunos misioneros heroicos y santos del tiempo de la conquista. Al cambiar la historia, los obispos de Medellín tuvieron que cambiar la interpretación histórica del pasado. Obligaron a los católicos a mirar su pasado con otros ojos.

f) La opción por los pobres no lleva sólo a un cambio en la palabra y la actuación social. No tendría fuerza sino pudiera partir de una conversación no sólo de la personalidad, sino de la institución eclesiástica. De su pasado colonial la Iglesia guardó la fama de ser rica. Con tal persuasión en el pueblo. ¿cómo tomar en serio una opción por los pobres?. Los obispos predican también una conversión de la misma Iglesia a la pobreza. Quieren una Iglesia pobre y quieren que haya desde ahora señales visibles de tal conversión. Quieren un cambio en el modo de vivir de los clérigos, incluso de los mismos obispos. Ellos mismos dieron ejemplos concretos de un nuevo estilo de ser episcopal. Dejaron todo lo que sugería una condición de “príncipes”: “palacio episcopal”, “tronos”, “títulos”, “ropas lujosas”, multitud de empleados, actitudes corporales de príncipes, anillos y joyas de príncipes. No lograron crear la convicción de que la Iglesia es pobre, pero se hicieron más asequible y más sencillos. Trataron de disminuir la distancia abismal que había en el clero y el pueblo.

El valor de los tiempos
La historia no es pura repetición, ni evolución uniforme. La historia tiene momentos fuertes que son de cambios, y momentos o épocas que son de continuidad. Hay tiempos de fundación y tiempos de decadencia. A veces hay momentos de destrucción y otros de construcción. Hay asambleas que no deciden nada o que no encuentran eco. Hay otras que cambian el sentido de la historia. Medellín tiene todos los rasgos de una asamblea fundadora. Los obispos que le dieron inspiración eran todos los hombres que habían creado una pastoral renovadora, de acercamiento a los pobres y de liberación total incluyendo una liberación social.

Estos obispos constituyen en sí mismos un “kairós”, un momento privilegiado en la historia de la Iglesia. Aparentemente no tienen sucesores a veces el sucesor hace exactamente lo contrario de ellos, como en Recife. Sin embargo sus sucesores son toda la Iglesia latinoamericana durante siglos. Sus sucesores serán miles y miles, y poco importa que el sucesor en la ciudad que dirigían sea de espíritu opuesto o no. Su vida tiene repercusiones que van mucho más allá.

Hay momentos en la historia que tienen valor universal y permanente. Medellín fue la conjunción de unos 10 obispos proféticos. Se encontraron y definieron en conjunto lo que sería la marcha de la Iglesia todo indica que esa definición vale para los siglos que vienen. Nunca más habrá un grupo o una asamblea de obispos con condiciones de hablar tan alto y tan claro. No importa. Hablaron para siempre y su palabra quedará. Puede suceder que aparezca una mayoría de obispos que quisiera suprimir lo que fue dicho en Medellín. Imposible. Lo que está escrito, está escrito.

Hay tiempos irreversibles. Medellín es uno de ellos. Según el derecho canónico de la Iglesia latina, la asamblea de Medellín casi no tiene valor jurídico. Poco importa el valor jurídico de otra iglesia local. La Iglesia local es una entre varias. Lo que dice el derecho de la Iglesia latina, no vale profundamente para la Iglesia hispanoamericana. El día en que la Iglesia latinoamericana formará una entidad nueva, una Iglesia local nueva, más americana que latina, porque los negros no son latinos, ni los indios, ni tampoco la inmensa mayoría de mestizos.

Los obispos y los demás cristianos
Los obispos de Medellín no estaban solos. Por un lado eran personalidades muy fuertes. Por otro lado nadie más que ellos buscaban asesoría, recomendaciones, sugerencias. Nadie daba más valor a la colaboración de peritos de toda categoría. Además, les gustaba el contacto directo con el pueblo cristiano y sus opciones expresaban lo que ese pueblo quería decir.

En forma general los obispos de Medellín no podían contar con el apoyo de la mayoría de su clero. Eran demasiado personales. El clero estaba acostumbrado a un tipo de obispos puros administradores, y el nombramiento episcopal era la recompensa de una buena administración parroquial o dentro de los organismos de la diócesis. Los administradores se sintieron frustrados. Sin embargo al lado de los obispos hubo siempre un grupo de sacerdotes diocesanos o religiosos para ampliar su voz.

Los obispos de Medellín dieron valor a la ayuda de peritos seglares: sociólogos, antropólogos, especialistas de las ciencias políticas o sociales. Fuertes personalidades, no tuvieron miedo de rodearse de otras fuertes personalidades. Rompieron la tradición del aislamiento episcopal en los asuntos puramente eclesiásticos. Quisieron aprender, consultar, estar informados de la evolución de la sociedad.

Por supuesto los obispos de Medellín fueron factores de división. Dividieron la sociedad y a los mismos católicos. No les sorprendía el hecho: encontraban una legitimación de la división en los mismos evangelios. El conflicto es el precio de cualquier progreso, porque acompaña todo tipo de cambio. Siempre hay un fuerte partido que no quiere ningún cambio. Cuando el cambio incluye una contestación de privilegios y una ascensión de los marginados, la resistencia es más fuerte todavía. A los ojos conservadores, ellos eran idealistas, utopistas, irrealistas. Se decía que iban a organizar el desorden. La acusación siempre hecha a don Héllder Cámara: que dejaba su Diócesis en un estado de desorganización total, se dirigió también a sus colegas. En realidad sus diócesis no eran más desorganizadas que las demás, pero la acusación procedía de los que no querían ningún cambio.

Conclusión
Hay una herencia de valor inestimable. Muchas obras de los Santos Padres de los siglos IV y V se perdieron. Después de nosotros que no desaparezcan las obras de nuestros Santos Padres. Depende de nosotros que esa herencia sea trasmitida, que sea proclamada, que permanezca con fuerza y animación de nuestras iglesias. En ellos la historia se hace presente y el pasado se hace futuro.

 

Jesús de Nazaret y la Religión Católica. Por Jesús Gil García

Una cosa es el movimiento fundado por Jesús durante su vida en Palestina, y otra la religión proclamada por el emperador Teodosio I, en el s. IV, como religión oficial del Imperio, y defendida hoy por la institución eclesiástica católica. Jesús no fundó una religión, sino que comenzó un movimiento laico, al margen de la religión judía.

Todo empezó con Constantino en el s.IV quien mediante el edicto de Milán (313) promulgó la tolerancia del cristianismo, movimiento que había sido duramente perseguido. Pero fue su hijo Teodosio I el Grande quien hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano (edicto de Tesalónica, 380). Desde ese momento la religión cristiana tomó como modelo la estructura imperial.

El Papa comenzó a ser un verdadero Emperador de la nueva religión con el boato, lujo y poder imperiales. Los obispos fueron auténticos reyes en su territorio. Los primeros concilios (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia) en los siglos IV y V, convocados por el Emperador, diseñaron las líneas básicas de la religión cristiana, distanciándose del mensaje de Jesús de Nazaret.

Esta nueva religión adquirió una estructura piramidal bajo las órdenes del obispo de Roma, quien a imagen del Emperador tenía su palacio, sus territorios y su ejército, y su corte formada por los cardenales.

Los obispos regían sus diócesis como señores feudales, encargados de lo sagrado (templos, ritos y objetos), ayudados por los sacerdotes. El Papa, los obispos y los sacerdotes son los que rigen esta nueva religión, en la que la mujer está totalmente ausente en los órganos de dirección y poder.

La religión se fortaleció con una legislación, contenida hoy en el Código de Derecho Canónico. A semejanza del Imperio la nueva religión se convierte en una institución poderosa y rica, bien estructurada a través de sus leyes, preocupada especialmente en extender su dominio en el mundo, conquistando nuevas tierras y aumentando el número de sus adeptos y seguidores. Esta es, a grandes rasgos, la religión que hoy defiende la estructura clerical de la jerarquía de la Iglesia católica.

 

Muy distinto fue el movimiento iniciado por Jesús de Nazaret. Jesús no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo alguno relacionado con la religión. No fue un maestro de la Ley, sino un laico.

Huyó de todo poder, y se preocupó especialmente de las personas marginadas. No fundó ninguna religión. Más bien se enfrentó a la religión judía y a sus instituciones (sinagoga, templo de Jerusalén). Se rodeó de personas, mujeres y hombres, dispuestos a continuar su camino anunciando el mensaje del Reino de Dios. Proclamó las bienaventuranzas, como proyecto del Reino de Dios. Denunció las opresiones e injusticias, haciendo realidad la salvación del Dios Padre y Madre, a través de sus curaciones.

Las mujeres tuvieron un lugar preeminente en la vida de Jesús. Por todo esto fue condenado a muerte. Hoy este movimiento quiere hacerse presente y continuarse en las comunidades cristianas de base, existentes en la Iglesia, distantes en muchos aspectos de la estructura clerical y enfrentadas en ocasiones a los intereses y objetivos de la institución eclesiástica.

 

Estas dos realidades están hoy presentes en el interior de la Iglesia: la estructura vertical, patriarcal, de la institución clerical, que ha usurpado con exclusividad el nombre de Iglesia; y la organización horizontal de las comunidades populares, hombres y mujeres con idéntica dignidad e importancia, más cercanas al sentido originario de Iglesia. La primera, fiel continuadora de la religión católica declarada oficial del Estado desde el s. IV. , alejada del movimiento laico iniciado por Jesús de Nazaret. La segunda, seguidora del grupo formado por Jesús de Nazaret, y distante de las preocupaciones de la institución clerical.

 

La religión católica ha ido avanzando a través de los siglos fortalecida por la jerarquía de la Iglesia hasta nuestros días. Sigue básicamente los mismos parámetros que al comienzo de su andadura: estructura piramidal en cuyo vértice el obispo de Roma ostenta los tres poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, organizada en torno al Código de Derecho Canónico. Está dirigida únicamente por hombres.

Tiene un gran poder como Estado Vaticano, disponiendo de infinidad de templos en todo el mundo en los que se realizan celebraciones de gran vistosidad y boato. Su preocupación principal es ser cuidadora y guardiana del depósito de la fe confeccionado a través de los Concilios celebrados en su historia. Ha elaborado una teología basada en los dogmas. Se considera dispensadora de la gracia divina de la que es mediadora a través de los sacramentos.

Por el contrario, el movimiento de Jesús de Nazaret ha sobrevivido en pequeños grupos. No tienen poder alguno, ni lo buscan, sino el servicio, a ejemplo de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,25-28).

Viven en pequeñas comunidades igualitarias en dignidad, mujeres y hombres, y horizontales en su funcionamiento. Intentan ser consecuentes con el mensaje de Jesús de Nazaret: anunciar el Reino de Dios a los pobres y marginados de la sociedad (Mt 10, 7-8).

Tienen como guía las bienaventuranzas de Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5, 1-10). Comparten la vida y los bienes haciendo realidad la eucaristía a ejemplo de los primeros cristianos (Hch 4, 32 – 35).

Llevan a la práctica el único mandamiento de Jesús, el amor al Padre-Madre en el amor a los hermanos más desfavorecidos (Mt 22, 37-40).

 

En el interior de la Iglesia actual  Diferenciar ambas realidades es necesario y esclarecedor para toda aquella persona que en la actualidad busca ser coherente con el mensaje de Jesús de Nazaret en el momento actual.


Pastores?… Ovejas?… Por Miguel Berrotarán

La imagen de «ovejas y pastores» ha de ser manejada con cuidado, porque puede justificar la dualidad de clases en la Iglesia. Esta dualidad no es un temor utópico, sino que ha sido una realidad pesada y dominante. El Concilio Vaticano I declaró: «La Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales, en la que todos los fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales, no sólo porque entre los fieles unos son clérigos y otros laicos, sino, de una manera especial, porque en la Iglesia reside el poder que viene de Dios, por el que a unos es dado santificar, enseñar y gobernar, y a otros no» (Constitución sobre la Iglesia, 1870). Pío XI, por su parte, decía: «La Iglesia es, por la fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías, hasta tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores» (Vehementer Nos, 1906). La verdad es que estas categorías de «pastores y rebaño», a lo largo de la historia de la Iglesia han funcionado casi siempre -al menos en el segundo milenio- de una forma que hoy nos resulta sencillamente inaceptable. Hay que tener mucho cuidado de que nuestra forma de utilizarlas no vehicule una justificación inconsciente de las clases en la Iglesia.

El Concilio Vaticano II supuso un cambio radical en este sentido, con aquella su insistencia en que más importante que las diferencias de ministerio o servicio en la Iglesia es la común dignidad de los miembros del Pueblo de Dios (el lugar más simbólico a este respecto es el capítulo segundo de la Lumen Gentium del Vaticano II).

Como es sabido, en las últimas décadas se ha dado un retroceso claro hacia una centralización y falta de democracia. La queja de que Roma no valora la «colegialidad episcopal» es un clamor universal. La práctica de los Sínodos episcopales que se puso en marcha tras el concilio, fue rebajada a reuniones meramente consultivas. Las Conferencias Episcopales Nacionales, verdadero símbolo de la renovación conciliar, fueron declaradas por el cardenal Ratzinger como carentes de base teológica. Los «consejos pastorales» y los «consejos presbiterales» establecidos por la práctica posconciliar como instrumentos de participación y democratización, casi han sido abandonados, por falta de ambiente. La feligresía de una parroquia, o de una diócesis, puede tener unánimemente una opinión, pero si el párroco o el obispo piensa lo contrario, no hay nada que discutir en la actual estructura canónica clerical y autoritaria. «La voz del Pueblo, es la voz de Dios»… en todas partes menos en la Iglesia, pues en ésta, para el pueblo la única voz segura de Dios es la de la Jerarquía. Así la Iglesia se ha convertido -como gusta de decir Hans Küng- en «la última monarquía absoluta de Occidente». A quien no está de acuerdo se le responde que «la Iglesia no es una democracia», y es cierto, porque es mucho más que eso: es una comunidad, en la que todos los métodos participativos democráticos deberían quedarse cortos ante el ejercicio efectivo de la «comunión y participación». En semejante contexto eclesial, ¿se puede hablar ingenuamente de «el buen pastor y del rebaño a él confiado» con toda inocencia e ingenuidad? El Concilio Vaticano II lo dijo con máxima autoridad: «Debemos tener conciencia de las deficiencias de la Iglesia y combatirlas con la máxima energía» (Gaudium et Spes 43).

En la Iglesia de Aquel que dijo que quien quisiera ser el primero fuese el último y el servidor de todos, en algún sentido, todos somos pastores de todos, todos somos responsables y todos podemos aportar. No se niega el papel de la coordinación y del gobierno. Lo que se niega es su sacralización, la teología que justifica ideológicamente el poder autoritario que no se somete al discernimiento comunitario ni a la crítica democrática. ¿Qué la Iglesia no es una democracia? Debe ser mucho más que una democracia. Y, desde luego: no ha de ser un rebaño.

 

Miguel Berrotorán es sacerdote perteneciente el Grupo Sacerdotal Angelelli.

 

Santo Súbito? Por Rafael Velasco, SJ.

Juan Pablo II ha sido, sin duda, el papa más mediático de todos. Y ha sido, tal vez, el más querido mundialmente. Una personalidad que, por sus gestos y palabras, despertó una gran simpatía no sólo hacia adentro, sino también puertas afuera de la Iglesia institucional.

Es en particular hacia afuera de los límites de la Iglesia donde su recuerdo ha quedado más nítido. Tal vez porque hizo lo que ningún otro antes en siglos: pidió perdón por los pecados de la Iglesia; se acercó a las otras religiones de múltiples maneras; tuvo gestos memorables con judíos (a quienes llamaba nuestros hermanos mayores) y con musulmanes. Ha sido un hombre de encuentro para los creyentes de las diversas confesiones religiosas.

Ha sido el papa que movía multitudes y despertaba, en particular en los jóvenes, un sentimiento de cercanía y afecto nunca vistos antes. Tal vez será por estas cosas y varias más que su despedida fue multitudinaria y aún es llorado por muchos. Ha sido un hombre de Dios.

Puertas adentro. También hay otra faceta de Juan Pablo II: la del papa puertas adentro de la Iglesia. Hacia adentro, intentó revitalizar la Iglesia y lanzarla hacia adelante con renovado fervor. Su énfasis en que se ingresara al tercer milenio con espíritu penitencial y su convocatoria a una “nueva evangelización”, nueva en su ardor y en sus métodos, fue también un distintivo de su pontificado.

Esto fue acompañado, por otra parte, con una mirada bastante tradicional –y hasta rígida– sobre algunos temas doctrinales particularmente sensibles para el hombre posmoderno: los métodos artificiales de control de natalidad, la posibilidad de acceder a la comunión sacramental por parte de los divorciados que se volvieron a casar, el celibato opcional de los sacerdotes, la mayor colegialidad en las decisiones, la posibilidad de que las mujeres accedan al ministerio ordenado.

En cuanto a nuestra realidad, sus reticencias respecto de la Teología de la Liberación han sido particularmente descorazonadoras para amplios sectores del catolicismo latinoamericano.

La Iglesia es una gran familia y, como en toda familia, algunos son más escuchados que otros. Esto fue claro con Juan Pablo II. Movimientos de carácter más tradicional en lo doctrinal vieron crecer su influencia, mientras que otros más volcados hacia el trabajo de transformación de las estructuras injustas (del mundo y de la misma Iglesia) fueron preteridos.

Durante su pontificado, muchos teólogos sufrieron la sospecha o el silenciamiento. Y han sido en particular los movimientos eclesiales más conservadores los que se vieron beneficiados, mientras que los sectores que ensayaron otro tipo de comprensión respecto del mundo y la cultura actual no fueron tan bien tratados.

“Santo subito”. Ya en los días de su largo velatorio comenzó a surgir la consigna: “¡Santo subito!” (¡Santo pronto!), como una expresión del cariño de su pueblo.

Esa consigna, seguida desde las más altas instancias eclesiales, significó la apertura pronta del proceso de su beatificación.

La Iglesia establece que recién después de cinco años de su muerte se puede comenzar el proceso de beatificación de una persona. En este caso, se rompió esa regla. Los procesos, como se ve, han sido bastante súbitos.

La santidad. Un santo, para la Iglesia, es alguien que ha amado mucho y lo hizo de manera heroica. Es alguien que anunció la buena noticia de Jesús y a su vez en su anuncio denunció aquello que oprime a los seres humanos, aquello que no los deja vivir humanamente con dignidad, como hermanos.

Un santo es alguien que se ha dejado transformar por Dios y ha cumplido así con fidelidad su misión.

La santidad –más aun en el caso de un papa– no es algo referido sólo a lo íntimo y personal. La santidad tiene que ver, sin dudas, con cómo la persona ha ejercido la misión que se le encomendó. En este caso, la misión no menor de ser el sucesor de Pedro en la Iglesia Católica.

Ahora bien, en el ejercicio de esa misión –en este caso particular–, más allá de los innegables logros, hubo puntos que aún hoy resultan oscuros, tal vez justamente por la excesiva cercanía. El escándalo del Banco Ambrosiano es uno de ellos.

Fue un conflicto que Juan Pablo II afrontó al principio de su pontificado, aunque en verdad venía de más atrás. Hizo –tal vez– lo mejor que pudo; pero el otorgarle refugio durante años a un personaje siniestro como monseñor Paul Marcinkus –uno de los grandes responsables del fraudulento vaciamiento– no deja de ser algo al menos sorprendente.

Otro caso: Benedicto XVI está lidiando duramente con numerosos casos de abusos de menores por parte de sacerdotes de la Iglesia Católica. Los hechos ocurrieron durante los últimos 50 años. No eran nuevos. No surgieron como un hongo en los últimos cinco años. Benedicto los ha afrontado intentando cambiar una costumbre de encubrimiento y disimulo perversa y de larga data en la Iglesia. Ha aplicado una política de tolerancia cero y se ha hecho cargo.

Pero –como digo– ya se sabía de estos crímenes en ciertos altos círculos eclesiales y la inacción de la jerarquía generó mucho dolor.

Durante el pontificado de Juan Pablo II, surgió con mucha fuerza la congregación conocida como los Legionarios de Cristo. Una congregación religiosa que, más allá de lo que se pueda pensar de ellos y la honorabilidad y santidad de sus intenciones, fue fundada por Marcial Maciel, un sacerdote acusado de abuso de menores y que además llevaba –luego se comprobó– una doble vida matrimonial. Todo amparado en un sistema de ocultamiento perversamente montado en su círculo más íntimo.

Cuesta pensar que esto no se supiera en el Vaticano. ¿Por qué, si no, Joseph Ratzinger, apenas asumió, sancionó a Maciel por su pésima vida cristiana?

No tan súbito. No estoy aquí pronunciándome sobre la santidad de Juan Pablo II. Intento señalar algunos claroscuros que nos devuelve su largo pontificado y las contradicciones y limitaciones propias de su condición humana.

Las contradicciones no anulan la virtud; un santo no es una persona sobrehumana. Los católicos creemos que la persona es hecha santa (por Dios) con las propias contradicciones a cuestas y aun a pesar de ellas. Ningún santo queda eximido de su condición humana. Creer eso no es al menos cristiano.

En realidad, estoy intentando presentar honestamente mis dudas respecto de la conveniencia de haber acelerado los tiempos de su beatificación cuando hay temas tan serios para esclarecer. Más aun cuando algunos de esos temas son todavía una honda herida abierta. Tal vez –por respeto a tantas víctimas– hubiera sido más conveniente tomarse tiempos más prolongados. La Iglesia sabe de esto. Tenemos dos mil años de historia. Llama la atención la premura. Este apuro puede ser un signo confuso. Puede ser leído como un intento de autofelicitación eclesial en un momento de crisis, y no creo que sea positivo. Ni para la Iglesia ni para hacerle verdadera justicia a la santidad de vida de Juan Pablo II.

Los católicos atravesamos tiempos penitenciales. Tiempos de autocrítica y purificación. No son tiempos de autocelebración. Canonizar a nuestro anterior jefe suena a algo así.

Vivimos tiempos en los que más bien debemos mirar hacia adentro y hacer serias autocríticas para cambiar, dado que tenemos asignaturas pendientes importantes respecto a nuestra capacidad de leer los signos de los tiempos y comprender las angustias y sufrimientos de millones de personas que caminan a tientas buscando razones para seguir esperando.

Fuente: La Voz del Interior

¿Blanqueo de delitos? La elevación de Karol Wojtyla a los altares. Por Juan José Tamayo Acosta

La rapidez de la beatificación de Juan Pablo II quizá quiere tapar el papel de Ratzinger en ese papado

Juan Pablo II ya es beato. Sin duda tendrá muchos devotos que le pedirán favores y que irán creciendo cuando se vaya corriendo la voz de los milagros, que servirán de prueba para la futura canonización. Tras ver el domingo la espectacular ceremonia de la plaza de San Pedro, dos son las preguntas que me rondan por la mente en torno a la beatificación, una de las más discutidas de la historia junto con la de Pío IX y la beatificación y canonización de Escrivá de Balaguer. ¿Está realmente justificada? ¿A qué puede deberse tanta celeridad?

No creo que haya justificación ético-evangélica para elevar a los altares a Juan Pablo II. Su pontificado, uno de los más largos de la historia, tuvo actuaciones loables, ciertamente, pero también comportamientos muy lejos de la ejemplaridad. Los segundos destacaron sobre las primeras y, en cierta manera, nublaron aquellas. Encuentro a Juan Pablo II cierto parecido con el dios romano Jano, que tenía dos caras, una que miraba hacia adelante y otra hacia atrás, pero, en el caso del Papa polaco, sin lograr la síntesis y el equilibrio entre ambas. La mirada hacia adelante fue una excepción; la mirada al pasado fue una invariante. Veámoslo en el siguiente decálogo.

1. Juan Pablo II fue un Papa moderno en las formas e hizo cosas impensables en sus predecesores: actor en los diferentes escenarios, montañero, viajero incansable. Pero, más allá de las formas, se mostró muy crítico con la modernidad, que consideraba enemiga del cristianismo. Dio respuestas del pasado a preguntas del presente.

2. Fue un Papa muy social como demuestran algunas de sus encíclicas, en las que coloca el trabajo por encima del capital, condena el capitalismo y denuncia sus mecanismos estructurales de opresión. Pero lo que predicaba en las encíclicas lo negaba al condenar a quienes ponían en práctica sus enseñanzas, como los teólogos y las teólogas de la liberación, las comunidades de base, cristianos por el socialismo.

3. Los discursos del papa Wojtyla están llenos de citas del concilio Vaticano II que defienden la igualdad de todos los cristianos y la participación de los seglares en la vida de la Iglesia y en la evangelización. Sin embargo, su modelo de Iglesia fue piramidal y negó cualquier tipo de participación de los laicos en la marcha de la comunidad cristiana.

4. Promovió encuentros de oración y de diálogo con los líderes de las diferentes religiones y movimientos espirituales. Pero generó la división en la Iglesia católica y el desencuentro entre las diferentes tendencias, que en su pontificado se hicieron más acusadas e irreconciliables.

5. Se mostró cercano a los jóvenes, que le aclamaron y respondieron masivamente a sus convocatorias, como la Jornada Mundial de la Juventud. Pero sus mensajes y propuestas apenas sintonizaban con ellos; más bien, estaban muy alejadas de sus inquietudes y problemas. 6. Tuvo un discurso de excelencia sobre las mujeres, al encumbrar su papel de madres, elogiar sus cualidades femeninas, pero era un discurso patriarcal y androcéntrico que las excluía del acceso al mundo de lo sagrado, del ministerio sacerdotal y de puestos de responsabilidad, les negaba los derechos sexuales y reproductivos y las convertía en mayoría silenciada y silenciosa en la Iglesia y en la sociedad.

7. En sus intervenciones públicas, discursos, encíclicas, homilías- defendió la democracia, los derechos humanos y el pluralismo político en la sociedad, que nunca puso en práctica en el seno de la comunidad cristiana, donde impuso el pensamiento único en cuestiones morales, doctrinales y disciplinares, y gobernó autoritariamente.

8. Llenó todo tipo de espacios públicos y fomentó un cristianismo-espectáculo. Pero sacrificó la esencia de la religión, que es la subjetividad y profundidad de la fe. ¿Qué queda de aquellos baños de multitudes, más allá de las imágenes?

9. Se echó en brazos de los movimientos eclesiales neoconservadores, que le acompañaban en sus viajes y sus manifestaciones públicas, y aplaudían sus consignas, al tiempo que se distanció de las más importantes congregaciones religiosas en las que se apoyaron sus predecesores.

10. Demostró un rigorismo moral en materia de sexualidad, al tiempo que fue permisivo con los miles de casos de pederastia que llegaban a la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Ratzinger.

En esta última contradicción quizá se encuentre la respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué tanta celeridad en la beatificación? Puede tratarse de un blanqueo de delitos. Con su silencio durante tres décadas, Juan Pablo II y Benedicto XVI se hicieron cómplices y encubridores de miles de casos de pederastia. Con la subida de Juan Pablo II a los altares, ambos lavan su culpabilidad y ven perdonado su delito de silencio. Es solo hipótesis.

 

Juan José Tamayo Acosta, es teólogo y filósofo.

Fuente: El Periódico.com

Para entender quién fue Juan Pablo II. Un pontificado con contradicciones fatales. Por Hans Küng

El 17 de octubre de 1979 publiqué un balance del primer año en el cargo del papa Juan Pablo II. Fue este artículo, que apareció en varias publicaciones del mundo, lo que dos meses después dio lugar a que se me retirara la autorización eclesiástica para enseñar como teólogo católico.

Veinticinco años de pontificado han confirmado mi crítica. Para mí, este Papa no es el más grande, pero sí el más contradictorio del siglo XX. Un Papa con muchas y muy grandes dotes y con muchas decisiones equivocadas. Reduciéndolo a un único denominador: su política exterior exige a todo el mundo conversión, reforma, diálogo. En crasa contradicción con ella está su política interior, que apunta a la restauración del status quo ante Concilium y a la negación del diálogo intraeclesiástico. Este carácter contradictorio se manifiesta en diez complejos ámbitos de problemas:

1. El mismo hombre que defiende de puertas afuera los derechos humanos los niega de puertas adentro a obispos, teólogos y mujeres, sobre todo: el Vaticano no puede suscribir la Declaración de Derechos Humanos del Consejo de Europa; sería necesario cambiar antes demasiados preceptos del derecho canónico medieval-absolutista. La separación de poderes es desconocida en la Iglesia católica. En caso de disputa, la misma autoridad actúa como legisladora, fiscal y juez.
Consecuencias: un episcopado servil y una situación jurídica insostenible. Quien litigue con una instancia eclesiástica superior no tiene prácticamente ninguna oportunidad de que se le haga justicia.

2. Un gran admirador de María que predica excelsos ideales femeninos, pero que reba-ja a las mujeres y les niega la ordenación sacerdotal: siendo atractivo para muchas mujeres católicas tradicionales, este Papa repele a las mujeres modernas, a las que quiere excluir “infaliblemente” de las órdenes mayores para toda la eternidad y a las que en el caso de la anticoncepción incluye en la “cultura de la muerte”.
Consecuencias: escisión entre el conformismo exterior y la autonomía interna de la conciencia, que en casos como en el del conflicto de los consejeros de mujeres embarazadas también aleja a las mujeres de los obispos afines a Roma, lo que provoca el creciente éxodo de quienes aún seguían fieles a la Iglesia.

3. Un predicador en contra de la pobreza masiva y la miseria del mundo que, sin embargo, con su posición sobre la regulación de la natalidad y la explosión demográfica, es corresponsable de esa miseria: el Papa, que tanto en sus numerosos viajes como en la conferencia sobre población de la ONU en El Cairo tomó postura en contra de la píldora y del preservativo, podría tener mayor responsabilidad que cualquier estadista en el crecimiento demográfico descontrolado de numerosos países y la extensión del sida en África.
Consecuencias: incluso en países tradicionalmente católicos como Irlanda, España y Polonia, existe un creciente rechazo a la moral sexual y al rigorismo católico romano en el tema del aborto.

4. Un propagandista de la imagen del sacerdocio masculino y célibe que es corresponsable de la catastrófica escasez de curas, el colapso del sacerdocio en muchos países y el escándalo de la pedofilia en el clero, que ya es imposible encubrir: el que a los sacerdotes les siga estando prohibido el matrimonio no es más que un ejemplo de cómo este Papa también posterga la doctrina de la Biblia y la gran tradición católica del pri-mer milenio (que desconocen las leyes del celibato eclesiástico) en favor del derecho canónico del siglo XI.
Consecuencias: los sacerdotes son cada vez más escasos, su reemplazo inexistente, pronto casi la mitad de las parroquias carecerán de párrocos ordenados y celebrantes regulares de la eucaristía, hechos que no pueden ocultar la creciente importación de sacerdotes de Polonia, India y África ni la inevitable fusión de parroquias en “unidades eclesiales”.

5. El impulsor de un número inflacionista de beatificaciones lucrativas que al mismo tiempo, con poder dictatorial, insta a su Inquisición a actuar contra teólogos, sacerdotes, religiosos y obispos desafectos: son perseguidos inquisitorialmente sobre todo aquellos creyentes que destacan por su pensamiento crítico y su enérgica voluntad reformista. Del mismo modo que Pío XII persiguió a los teólogos más importantes de su época (Chenu, Congar, De Lubac, Rahner, Teilhard de Chardin), Juan Pablo II (y su Gran Inquisidor Ratzinger) ha perseguido a Schillebeeckx, Balasuriiya, Boff, Bulányi, Curran, así como al obispo Gaillot (de Evreux) y al arzobispo Huntington (de Seattle).
Consecuencias: una Iglesia de vigilantes en la que se extienden los denunciantes, el temor y la falta de libertad. Los obispos se perciben a sí mismos como gobernadores romanos y no como servidores del pueblo cristiano, y los teólogos escriben en conformidad o callan.

6. Un panegirista del ecumenismo que, sin embargo, hipoteca las relaciones con las iglesias ortodoxas y reformistas e impide el reconocimiento de sus sacerdotes y la comunidad eucarística de evangélicos y católicos: el Papa podría, tal como ha sido recomendado repetidas veces por las comisiones ecuménicas de estudio y practican mu-chos párrocos, reconocer a los eclesiásticos y las celebraciones de la comunión de las iglesias no católicas y permitir la hospitalidad eucarística. También podría atemperar la exagerada ambición medieval de poder frente a las iglesias orientales y reformadas. Pero quiere mantener el sistema de poder romano.
Consecuencias: el entendimiento ecuménico quedó bloqueado tras el Concilio Vaticano II. Ya en los siglos XI y XVI el papado demostró ser el mayor obstáculo para la unidad de las iglesias cristianas en libertad y pluralidad.

7. Un participante en el Concilio Vaticano II que desprecia la colegialidad del Papa con los obispos, decidida en ese concilio, y que vuelve a celebrar en cada ocasión que se presenta el absolutismo triunfalista del papado: en sustitución de las palabras progra-máticas conciliares (aggiornamiento, diálogo, colegialidad, apertura ecuménica), se vuelve ahora, en las palabras y en los hechos, a la “restauración”, “doctrina”, “obediencia”, “rerromanización”.
Consecuencias: No deben llamar a engaño las masas de las manifestaciones papales: son millones los que bajo este pontificado han “huido de la Iglesia” o se han retirado al exilio interior. La animosidad de gran parte de la opinión pública y de los medios de comunicación frente a la arrogancia jerárquica se ha intensi-ficado de forma amenazadora.

8. Un representante del diálogo con las religiones del mundo, a las que simultáneamen-te descalifica como formas deficitarias de fe: al Papa le gusta reunir en torno a sí a dignatarios de otras religiones. Pero no se percibe mucha atención teológica a sus demandas. Antes bien, incluso bajo el signo del diálogo sigue concibiéndose como un “misionario” de viejo corte.
Consecuencias: la desconfianza hacia el imperialismo ro-mano está ahora tan difundida como antes. Y esto no sólo entre las iglesias cristianas, sino también en el judaísmo y el islam, por no hablar de India y China.

9. Un poderoso abogado de la moral privada y pública y comprometido paladín de la paz que, al mismo tiempo, por su rigorismo ajeno a la realidad, pierde credibilidad como autoridad moral: las posiciones rigoristas en materias de fe y de moral han socavado la eficacia de los justificados esfuerzos morales del Papa.
Consecuencias: aunque para algunos católicos o secularistas tradicionalistas sea un superstar, este Papa ha propiciado la pérdida de autoridad de su pontificado por culpa de su autoritarismo. A pesar de que en sus viajes, escenificados con eficacia mediática, se presenta como un comunicador carismático (aunque al mismo tiempo es incapaz de diálogo y obsesivamen-te normativo de puertas adentro), carece de la credibilidad de un Juan XXIII

10. El Papa, que en el año 2000 se decidió con dificultad a reconocer públicamente sus culpas, apenas ha extraído las consecuencias prácticas: sólo pidió perdón para las fal-tas de los “hijos e hijas de la Iglesia”, no para las del “Santo Padre” y las de la “propia Iglesia”.
Consecuencias: la reticente confesión no tuvo consecuencias: nada de enmienda, tan sólo palabras, nada de hechos. En vez de orientarse por la brújula del evangelio, que ante los errores actuales apunta en dirección de la libertad, la compasión y el amor a los hombres, Roma sigue rigiéndose por el derecho medieval, que, en lugar de un mensaje de alegría, ofrece un anacrónico mensaje de amenaza con decretos, catecismos y sanciones.

No puede pasarse por alto el papel del Papa polaco en el colapso del imperio soviético. Pero éste no se derrumbó a causa del Papa, sino de las contradicciones socioeconómicas del propio sistema soviético. La profunda tragedia personal de este Papa es ésta: su modelo de Iglesia polaco-católica (medieval-contrarreformista-antimoderna) no pudo trasladarse al “resto” del mundo católico. Más bien fue la propia Polonia la que resultó arrollada por la evolución moderna.

Para la Iglesia católica, este pontificado, a pesar de sus aspectos positivos, se revela a fin de cuentas como un desastre. Un Papa declinante que no abdica de su poder, aunque podría hacerlo, es para muchos el símbolo de una Iglesia que tras su rutilante fa-chada está anquilosada y decrépita. Si el próximo Papa quisiera seguir la política de este pontificado, no haría sino potenciar aún más la monstruosa acumulación de problemas y haría casi insuperable la crisis estructural de la Iglesia católica. No, un nuevo papa tiene que decidirse a cambiar el rumbo e infundir a la Iglesia valor para la renova-ción, siguiendo el espíritu de Juan XXIII y, en consecuencia, los impulsos reformistas del Concilio Vaticano II.

 

Hans Küng es teólogo. © Hans Küng, 2003. Traducción de Jesús Alborés.

Hans Küng fue uno de los teólogos consultores más importantes del concilio Vaticano II

Fuente Servicios Koinonia

 

¿Quién necesita a Juan Pablo II santo?. Un intento más de disciplinamiento. Por Nicolas Alessio

“…la fuerza y la tenacidad con que defendió y proclamó el vínculo indisoluble de la Iglesia con Cristo y la integridad de la doctrina católica” [1]

 

Aquí esta el problema. Juan Pablo II no distingue entre Iglesia y Cristo. Eso quiere decir “vínculo indisoluble”. Y este “vínculo” lo defendió con “fuerza” y “tenacidad”. Por eso no extraña que, junto a esta identificación, se incluya “la integridad de la doctrina católica”. Nada que discutir, nada que reflexionar, nada que observar, nada que opinar, nada que criticar, nada que refutar, nada que pensar… solo acatar, custodiar y defender la doctrina católica. Por eso las advertencias, las persecuciones, las prohibiciones, las censuras y las condenas a todos y todas aquellos que se animen tan solo a “pensar distinto” de esta “integridad de la doctrina”. Esta posición supone una manera de entender a la Iglesia, un modelo de Iglesia.

La “canonización” de Juan Pablo II solo apunta a fortalecer ese modelo eclesial, es un intento fuerte para continuar disciplinando y ordenando hacia adentro. Se trata de fortalecer el modelo romano, centralizado, dogmático, cerrado. Y, como por doquier aparecen fisuras en este modelo, porque “el Espíritu sopla donde y como quiere” y no está secuestrado por el vaticano, se necesita un signo fuerte, una figura que de por si legitime esta concepción eclesial.

Juan Pablo II no es precisamente un “santo” del Vaticano II. Mucho menos un “santo” de los empobrecidos. En Latinoamérica lo sabemos demasiado bien. Juan Pablo II, en sintonía con, en aquel entonces cardenal Joseph Ratzinger, se empeñaron en desmerecer, advertir, corregir, censurar y estigmatizar a la “teología de la liberación”. Movimiento que, luego del Concilio Vaticano II, fue el “segundo gran acontecimiento histórico del siglo XX, abrió el diálogo con el mundo de lo social y lo político, en el encuentro con los pobres y en la praxis histórica de transformación social. Esta teología desató también una explosión de vitalidad y de mística, cuya manifestación mayor fue la multitud de comunidades de base esparcidas por la geografía universal y una pléyade de mártires literalmente jesuánicos, según el modelo de Jesús”[2]. Juan Pablo II será un santo del orden y la disciplina restauradora.

Benedicto XVI quiere darse el gusto presentar a todo el mundo y a todos los pueblos del mundo una manera de vivir, de pensar y de sentir que debe ser imitado. En definitiva eso es un “santo oficial” y eso pretende ser Juan Pablo II canonizado. Y este “modelo” no está ajeno a los avatares históricos. El “modelo” tiene connotaciones no solo “espirituales”, si no también ideológicas, políticas, sociales. Juan Pablo II “santo” es una manea de bendecir, de consagrar una concepción “imperial”, una concepción clausurada, de la Iglesia y también de la sociedad. Así decía María Vigil: “El máximo error de la Iglesia católica en ese mismo siglo ha sido el miedo a la dinámica de vida y de recuperación histórica que el Vaticano II y la Teología de la liberación despertaron, miedo que cristalizó en la elección de Juan Pablo II y su programa de freno y de retroceso. Como suele decir González Faus, su pontificado ha sido en muchos aspectos el pontificado del miedo, una actitud que aún mantiene cautivo al catolicismo, sin permitirle entrar verdaderamente en el «nuevo milenio»[3].

Aquí, el miedo, es un soporte de la identidad monolítica romana y de toda ideología conservadora, restauradora, dominante. Ese miedo es aún mayor bajo el pontificado de Benedicto XVI. Y no es el miedo que surge de manera prudente frente a una amenaza. Es el miedo de la soberbia de los que detentan el poder imperial. Este poder religioso es funcional al poder soberbio de los EEUU, por eso nadie se sorprendió cuando Jorge Bush y Benedicto XVI, al culminar su visita, dieran un comunicado en conjunto señalando que: “…hablaron de diversos temas de interés común para la Santa Sede y los Estados Unidos de América, entre ellos cuestiones morales y religiosas en las que ambas partes están comprometidas”[4]. Ambas partes comprometidas. Por eso tampoco nos sorprendimos ante las tibias declaraciones cuando comenzó la invasión a Libia, solo luego de un par de semanas, Benedicto pidió el cese de la agresión militar.

Sin embargo esta batalla por la hegemonía espiritual está a perdida. Para las sociedades actuales un santo mas un santo menos en el calendario es absolutamente insignificante. Para las grandes mayorías empobrecidas también. Solo resabios de la pompa vaticana. Tendrá sus ecos en las iglesias locales durante un tiempo corto, fortalecido por una puesta en escena mediática y no mucho más. Esta canonización será un esfuerzo inútil por parte del poder vaticano. Estamos en un tiempo donde ya hemos comenzado a creer de otra manera. A creer desligados de las tutelas institucionales y mucho más desligados cuando esas tutelas se expresan de manera autoritaria, autócrata. Vivimos una nueva espiritualidad. “Tras siglos viviendo la experiencia de un cristianismo como «la única religión verdadera”, hoy en día, la biodiversidad -también la religiosa- es percibida como un valor sagrado que no permite tales exclusivismos. Esta nueva conciencia está afectando ya a nuestra forma de vivir y de comprender nuestra espiritualidad y nuestro cristianismo”[5].

Cientos de miles de seguidores de Jesús y otros tantos de diversas religiones y credos, seguirán buscando y viviendo esa nueva espiritualidad. Una espiritualidad que expresa, celebra y se compromete con la libertad, la pluralidad, la diversidad y un hondo y profundo humanismo al servicio de los olvidados de la historia.

 

Nicolas Alessio, teólogo, en las vísperas del día del trabajador.

 

 

[1] Sesión de Apertura de la Investigación Diocesana sobre la vida, las virtudes y la reputación de santidad del Siervo de Dios Juan Pablo II (Karol Wojty?a) Sumo Pontífice, reflexiones conclusivas del Cardenal Vicario Camillo Ruini Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 28 junio 2005

[2] A los 40 años del Vaticano II, Adiós al Vaticano II “No puesta al día, sino mutación” José María Vigil

[3] Idem

[4] Washington (Estados Unidos), 17 Abr. 08 AICA

[5] Cfr. RESUMEN DE LA PONENCIA ‘OTRA ESPIRITUALIDAD ES POSIBLE en Foro Social Mundial Nairobi, 15 Enero 2007