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Mons. Enrique Angelelli

Homilía con motivo del 25 aniversario de su martirio. Por Quito Mariani

El texto que transcribimos a continuación corresponde a la homilía de la misa del 3 de Agosto del 2001. Esta celebración contó con la participación de numerosas comunidades de todo el país y fue concelebrada por más de 60 sacerdotes.

Soy figurita repetida en la celebración cordobesa de los aniversarios de Angelelli. Desde aquella  primera celebración en el año 1981, en la humilde capilla de la Parroquia de San José, frente a la Plaza de los burros, que estaba rodeada de camiones del Ejército, pasando por la de Santo Domingo en los 10 años de la muerte del “Pelao”. en la que nos tiraron al final bombitas de olor; y por una feliz coincidencia, la de la Catedral tomada por las Organizaciones de base,  que viví  realmente con emoción y con orgullo cuando desde la puerta grande de la Catedral, la imagen de Angelelli en ese cartel grande  que se lleva en las marchas, empezó a avanzar por el pasillo del centro. Esa Catedral de la que él había sido desalojado literalmente. Además de una historia de desplazamiento de la Diócesis, nunca habíamos podido conseguir que una celebración de su martirio se hiciera allí. Y todo ¿por qué? Porque él había cometido el pecado tremendo de ser mártir. De gritar con su sangre cuál era el camino que la Iglesia debía seguir, fuera de las Catedrales. 

Y hoy, finalmente, en coincidencia con mis bodas de oro sacerdotales( porque a esto se debe que haya aceptado ser figurita repetida), estos veinticinco suyos, las bodas de plata,  de la plenitud del sacerdocio de Enrique Angelelli. Porque yo creo que la plenitud de su sacerdocio, no le vino con la imposición de las manos que le hicieron los Obispos, sino con esas manos que, como traducción del odio de todos los que estaban en contra del pueblo y de los pobres, le rompieron la cabeza y derramaron su sangre sobre la tierra de los Llanos. Yo creo que con esa imposición de manos quedó establecida la plenitud del sacerdocio de Monseñor Angelelli, y por eso, me siento muy chiquito pero también no me he animado a decir que no, para terminar esta serie de presencias a veces corajudas, a veces llena de miedo, a veces con improvisación  y a veces con preparación, que he tenido en los distintos aniversarios del querido amigo.

Y bueno, como se trata de esta coincidencia de los 50 años míos con los 25 de él, yo  que debo ser uno de los pocos, si no el único sobreviviente de los compañeros de seminario de Angelelli,  que lo conocí  desde muy joven, quiero hacer un relato familiar.

Recuerdo, por ej., que en segundo de teología, había dos seminaristas que tenían bastante escasez de pelo. Entonces una viejita de las sierras, de las que nos lavaban la ropa, les dio una receta: “miren chicos, rápense y lávense todos los días con agua de ombú”  y así les va a crecer el pelo, porque ustedes son muy jóvenes. El Pelado y el turco Durgam que era el otro, santiagueño, cumplieron con la receta y desde entonces, nunca más se vio pelo en sus cabezas. Desde allí, empezamos a llamarle “Pelao”-  Muchos piensan que este fue un sobrenombre de su madurez. No, lo fue de su juventud .Desde los 21.

Otra coincidencia que nos acerca mucho: Cuando él estaba en cuarto año de teología y era Prefecto de la división de los teólogos, yo estaba en primero, y a fin de ese año, Monseñor Lafitte que era el Arzobispo de Córdoba, con el Rector del Seminario, me eligieron para ir a completar mis estudios en Roma especializándome en derecho canónico. Angelelli fue el encargado de hacerme la oferta, la invitación. Yo en ese momento, como tantas veces en mi vida, estaba en una de esas tremendas dudas de si iba a ser cura o no. Además el Derecho Canónico no me interesaba, así que decliné la elección y la invitación. En mi lugar fue Angelelli a Roma.

Nos juntamos allí en otro recodo del camino.

En Roma, Angelelli se entusiasmó tremendamente con la figura de Pío XII que daba prestigio a la Iglesia, que había abierto la Iglesia en una cantidad de puertas que no llegaron ni de cerca lo que fue después, pero que comenzaba una especia de renovación por la ad misión de las ciencias, por los contactos con toda la gente y el reconocimiento de las inquietudes sociales. Después se descubrieron muchas otras cosas que no eran tan lindas pero Angelelli se entusiasmó con esa figura y nos transmitió a nosotros en el seminario ,un fervor eclesial bárbaro.

Yo me acuerdo que si me hablaban de Iglesia, estallaba en el corazón como si estuviera de frente a una mujer de la que estuviera enamorado. En realidad, nos llenaron de euforia con  ese prestigio indiscutible de la Iglesia. Creo que esas son raíces que se meten muy hondo y que algo del amor a la Iglesia posterior, se debió a esa especie de exaltación producida por el prestigio del “Pastor angélicus” como se lo llamó a Pío XII.

(Entonces yo era prefecto de una división menor  y por eso recibía directamente sus cartas para entusiasmar a los que tenía bajo mi responsabilidad) 

Volvió y fue párroco de Cristo Obrero. Venía con el entusiasmo de la J.O.C., la Juventud Obrera Católica, y con la novedad de la campaña “por un mundo mejor”  del Padre Lombardi. En Cristo Obrero, yo lo acompañé en dos oportunidades, cuando él invitaba a la gente del otro lado de la Cañada, (ahora el otro lado de la cañada hay edificios monumentales, pero en ese tiempo, apenas tenía algunas casas humildes e invitaba a la gente del otro lado de esa cañada que era nada más que un riacho sucio que pasaba por el medio y cortaba la ciudad, y comía con ellos. En dos oportunidades estuve en ese almuerzo muy simple con ocho o diez personas pero que indicaba su atención por esa realidad que estaba al otro lado del torrente, al margen de la ciudad.

Mas adelante, fue nombrado Obispo Auxiliar porque, Monseñor Castellano a quien Enrique había sucedido como asesor jocista diocesano, lo eligió como colaborador directo.

Con Monseñor Castellano, los curas teníamos, en un gran porcentaje, la sensación de vivir en una Estancia con patrón o bajo disciplina militar. Vivíamos atemorizados, clandestinizando nuestros procederes más ingenuos, como por ejemplo participar de cualquier clase de espectáculos públicos sin permiso oficial o sacarnos la sotana para distintas actividades. Todo esto estaba penado por suspensión “ipso facto” es decir, la imposibilidad de ejercer el ministerio hasta el levantamiento de la pena.

Angelelli, Obispo Auxiliar y experto en derecho canónico, aceptó asesorarnos y se embarcó con nosotros en una carta a la Nunciatura que, finalmente, después de muchas alternativas, terminó logrando que se cambiara el Obispo, que se fuera Monseñor Castellano. Y nombraron, para colmar nuestras esperanzas, a Primatesta.

Angelelli estuvo con nosotros en esas jornadas, reconociendo nuestros reclamos, poniéndose cerca nuestro, sin ninguna ostentación así como sin ningún temor.

Cuando en el Seminario, él hizo la experiencia de mandar a los seminaristas a que estudiaran o a que terminaran su estadía en el seminario, en las parroquias, también fue absolutamente innovador.

Y finalmente, cuando, después de habernos anunciado  que tenía mucho miedo y que creía que todo se encaminaba a que el próximo fuera él, unos días antes de que sucediera su asesinato, un compañero del 3er. Mundo, el Buba Nasser, decía con visión profética, que el asesinato se daría muy fácil si se fraguaba un accidente automovilístico.

Después, ni el mismo P. Nasser recordaba esto. Lo cual nos hacía pensar que el Espíritu había hablado por él, porque parecía realmente inimaginable que el Gobierno se atreviera con él, Obispo (con todo el Episcopado detrás) y tan conocido y prestigiado.

A la semana, nos dijeron que ese accidente se había producido y por eso, inmediatamente, con la conciencia interior de que había sido un asesinato, nos fuimos a La Rioja con Marcelo Sarrail y allí, en el funeral, me tocó hablar en nombre de los sacerdotes amigos de fuera de la diócesis. Yo dije claramente, que creía, después de las pruebas que tenía y que había escuchado a los Sacerdotes riojanos, que había sido eliminado por las Fuerzas Armadas.

Desde entonces, me asocié en otra cosa a Angelelli: él decía que tenía mucho miedo y por eso engordaba; yo también, con mucho miedo viví saltando de un lado a otro durante un año, viendo Falcon estacionados cerca de casa y recibiendo amenazas anónimas.  Quedé así asociado a esa odisea valiente por los pobres que le tocó vivir a Enrique.

He hablado de coincidencias, nada más que coincidencias de tiempos y vida. Coincidencias que pueden no significar otro  mérito que haber estado cerca del Pelado.

Pero a través de toda su vida compartida de cerca, yo creo que hay banderas muy importantes que mantuvimos flameando. La bandera de la amistad que lo unió conmigo de manera estrecha, la bandera del amor por la Iglesia, la bandera de un amor a la Iglesia crítico, un amor a la Iglesia comunidad, la bandera de la comprensión a los más humildes, la bandera de la denuncia frente a las opresiones, la bandera de esa macro caridad que es estar constantemente forzándose por romper las estructuras de injusticia para que la tierra sea para todos, el pan sea para todos y el agua sea para todos.

Todas esas banderas las agitó él y yo he intentado que esas banderas también estuvieran presentes en mi vida, con la humildad del que va muy por detrás de un gran maestro.

Porque el martirio convierte a la vida de cada uno en la mayor enseñanza que se puede transmitir a las generaciones futuras, yo tomo estas banderas para entregárselas a Uds. Nuestra generación ya pasa, nuestra historia ya está casi concluida. Buscar en el clero  no es fácil, los sacerdotes jóvenes con una formación de seminario que ha vuelto a insistir en la disciplina, en la autoridad, en la obediencia, algunos piensan muy de avanzada, pero muchos tienen miedo y es difícil que admitan todas estas banderas. Por primera vez el Episcopado Nacional ha sacado una declaración, bastante atendible, declarando a Angelelli modelo de pastor, hablando de que “encontró la muerte”  en el camino de Chamical a La Rioja. Pero todavía muchos no se animan a decir que murió defendiendo al pueblo, que es un verdadero mártir. Que es la mayor honra que tiene nuestro Episcopado Nacional el contarlo así, entre los más valientes defensores de los pobres, entre los que vivieron en serio el Concilio y Medellín.

Por eso, ante esta multitud que son Uds., ante ese temblor de los carteles puestos en sus manos, con fotografías de seres queridos, ante los reclamos de situaciones injustas que se viven en tantos sectores, yo creo que estamos encontrando el lugar de esas banderas. Así encontramos brazos que las van a seguir llevando. Uds. muchachos y chicas jóvenes, Uds. hombres y mujeres adultos, Uds. los que están en la lucha y que mantienen la esperanza a pesar de que no son escuchados. Uds. son los que tienen que llevar estas banderas. No se cansen, tengan por seguro que cuando los tironeen de abajo para hacer que las tiren al suelo, siempre va a haber una fuerza de arriba que las va a sostener levantadas. Y caminando así, vamos a hacer juntos algo parecido a lo que quiso Jesús de Nazaret  “el Reino de los Cielos”,

Las banderas del pasado, las banderas de Angelelli, las banderas de todos los que cayeron y de todos los que aún están de pié luchando por la justicia a favor de los pobres son de Uds. TÓMENLAS Y ADELANTE.


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Última modificación: 30 de July de 2010