La Cripta Virtual: Un espacio para hablar Sin Tapujos

"Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo".
Jürgen Moltmann

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Carta del Sr. Arzobispo a la comunidad arquidiocesana

ARZOBISPADO DE CÓRDOBA
Av. Irigoyen 98 - TE 4221015
5000 Córdoba - Argentina

Carta del Sr. Arzobispo a la comunidad arquidiocesana

Córdoba, 11 de julio de 2004

Queridos hermanos y hermanas:

Es responsabilidad del obispo estar atento permanentemente a todo lo relativo al anuncio del evangelio en la porción de la Iglesia que se le ha confiado a su conducción pastoral. Debe procurar, por tanto, que se den las condiciones adecuadas para la tarea evangelizadora, así como también debe tratar, con prudencia y caridad, de aclarar o corregir lo que pudiera dificultarla o hacerla menos eficaz.

Teniendo presente cuanto acabo de señalar, quisiera recordarles que hace unos días nuestra comunidad arquidiocesana se vio sorprendida por sucesivas declaraciones personales -en medios radiales y televisivos- del P. José Guillermo Mariani con ocasión de la publicación de su libro "Sin tapujos: la vida de un cura" en el que narra su vida, su ministerio, sus experiencias. Entre éstas, algunas que decían referencia a sus relaciones sentimentales y a intimidades con personas de uno y otro sexo.

Ante este hecho, la sensación que ha prevalecido en mi como obispo y que he podido constatar también en los testimonios de sacerdotes, consagrados y laicos que me lo manifestaron es la de un profundo dolor por el desconcierto y confusión que esas declaraciones han causado. No se trata de querer disimular u ocultar nada, se trata simplemente de que hay ciertos temas, ciertas experiencias que conviene considerar con autenticidad pero al mismo tiempo con delicadeza, por respeto a las personas, a su intimidad y a sus convicciones. Quisiera, a propósito de ello, proponerles algunas reflexiones más allá de todo espíritu de polémica.

En primer lugar quisiera señalar que la Iglesia, querida por el Señor Jesús, es una realidad que debe ser considerada siempre desde la fe; si no lo hacemos de esta perspectiva nos quedaremos seguramente con una mirada parcial e incluso deformada. Esta Iglesia tiene la promesa del don irrevocable del Espíritu Santo que la asiste permanentemente para que guarde fidelidad a su Señor. Ello no obstante, los hombres que hemos sido acogidos traemos a su seno nuestra fragilidad, nuestras sombras y por ello está siempre necesitada de purificación. Nuestro sincero y humilde propósito de conversión al Señor y a su Palabra, antes que la crítica amarga, contribuirá ciertamente a hacerla cada vez más transparente.

También es preciso recordar que el sacerdocio ministerial es un don que Dios Padre concede a quienes llama al seguimiento de su Hijo. La misión del sacerdote es ser prolongación viva del Señor Jesús y de su ministerio salvador entre los hombres. Para ello recibe una comunicación abundante del Espíritu Santo que lo impulsa y anima constantemente. Cada sacerdote debe cuidar ese don renovando permanentemente la libertad y la generosidad con que lo abrazó.

El celibato que los sacerdotes asumen con entera libertad es también un don que procede de Dios y que lo capacita para vivir con particular intensidad su caridad pastoral en favor del pueblo de Dios. Es necesaria una actitud de fe para reconocerlo y es indispensable una disposición de docilidad a la gracia divina para vivirlo con plena fidelidad. Las ciencias humanas, cuando abordan su consideración con verdadera apertura, reconocen que el celibato es una auténtica posibilidad que puede ser vivida con plenitud por quien se siente llamado a ello. Es cierto que en distintos momentos de la vida de la Iglesia han surgido interrogantes respecto de esta disciplina, pero el modo de plantear y de abordar eventuales objeciones debe ser completamente distinto del que se eligió entre nosotros últimamente.

El Seminario encara la tarea de la formación sacerdotal con plena conciencia de las exigencias y de las dificultades del momento actual. El Seminario de este tiempo no es lo mismo que el de hace sesenta años; además -justo es señalarlo- no todos los alumnos de aquel Seminario lo vivieron como una realidad agobiante. De todas maneras, la experiencia ha ido señalando las necesarias adecuaciones y en ese camino se ha trabajado y se trabaja con gran seriedad para proponer el ideal de la vida sacerdotal y para destacar y promover la entera libertad con que dicho ideal y sus exigencias debe ser abrazado. Es innegable que, no obstante todos los recaudos, a veces pueden surgir situaciones dolorosas. La Iglesia como madre misericordiosa siempre ha considerado estas situaciones para brindarles un remedio adecuado.

Luego de estas sencillas consideraciones, quiero aprovechar esta oportunidad para expresar una vez más mi reconocimiento y mi agradecimiento a los sacerdotes de nuestra arquidiócesis por su esfuerzo por vivir su respuesta a los dones de Dios con generosidad y fidelidad. Invito encarecidamente a los consagrados y laicos a acompañarlos y alentarlos en ese esfuerzo.

En nuestra arquidiócesis estamos recorriendo un camino que pretende caracterizarse por la participación respetuosa y cordial de todos. En ese espíritu continuaremos trabajando procurando guardar una estrecha comunión con las iglesias hermanas de Argentina y con el camino que el Santo Padre el Papa señala para toda la Iglesia. Los invito a participar de corazón en este propósito para llevar adelante la desafiante y esperanzadora tarea de anunciar el evangelio en Córdoba.

A la Virgen Santísima, Nuestra Señora del Rosario del Milagro, le encomendamos nuestra arquidiócesis, a todos sus miembros, y le pedimos que nos ayude a sostener con generosidad nuestro esfuerzo evangelizador.

Que el Señor los bendiga con su paz y su alegría.

 

+ Carlos José Ñáñez
Arzobispo de Córdoba


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Última modificación: 30 de July de 2010