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Crecer sin aplastar (Quito Mariani)

“Es una persona sin ambiciones” suele escucharse afirmar acerca de una persona que, anclada en la pasividad o la pereza, no busca progresar.

En nuestro mundo consumista, esta acusación es, muchas veces, injusta. Porque implica que la persona acusada, simplemente, no ha usado de los perversos métodos que se han convertido en reglas del juego habitual para crecer pisoteando principios y personas.

Eso que Alberto Cortéz comenta en la canción “Callejero”, referida a un perro: “su filosofía de la libertad, fue ganar la suya sin atar a otros y sobre los otros no pisar jamás”, no tiene mucha aplicación en el trata habitual en nuestra sociedad.

Por eso hay que reconocer que mucha gente honesta, fiel a la verdad, respetuosa de los derechos de los demás, incapaz de traicionar a un amigo o de ser desleal con la palabra empeñada, queda, con frecuencia, postergada.

Desde el entorno brota entonces, de modo disimulado (porque muy pocos se atreven a despreciar abiertamente ciertos valores de la convivencia humana)  la acusación “es una persona sin ambiciones”.

El aforismo latino “Audaces fortuna iuvat” que se traduce: “la fortuna favorece a los audaces”, contiene una incitación al esfuerzo y a la lucha, que no implica este componente de usar cualquier medio para lograr el objetivo. La ambición implica , de por sí, un deseo inmoderado de bienes que se consideran superiores, en calidad o abundancia a los que se poseen.

El objetivo de crecer es absolutamente legítimo. Pero hay un falso crecimiento que se basa en el empequeñecimiento de los demás.

Y esto sucede en el orden de relaciones interpersonales y sociales. El abuso de quienes crecen desmedidamente a costa de los demás se confunde muchas veces con el éxito. En realidad es un fracaso que conlleva el fracaso de los mismos que creyeron triunfar. Es una lección de la Historia.

 

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Última modificación: 30 de July de 2010