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Por la Señal de la Santa Cruz. Cristianismo y Emancipación de las Mujeres.
Por Mercedes Navarro Puerto
POR LA SEÑAL...
Cuando éramos niñas hacíamos sobre nuestro rostro la señal de la cruz, que
identificábamos como la señal del cristiano (en masculino) De jóvenes muchas de
nosotras sospechábamos que era una señal incompleta (la mitad del misterio
pascual) De mayores hemos aprendido que es una señal con trampa. A la cruz le
faltaba la resurrección, la felicidad, la vida... ahora y aquí. El
descubrimiento en nuestra propia carne ha marcado un antes y un después. Ninguna
mujer emancipada quiere hoy para sí y para otras una cruz sin resurrección, pues
nada más cristiano que ella. Lo hemos descubierto tarde, sin embargo, cuando
muchas mujeres se han marchado, cuando persiste el éxodo femenino no ya de las
iglesias sino del mismo cristianismo. Tiene su lógica. No debería resultar tan
extraño que cuando hemos entendido algo tan básico de la tradición cristiana
como el descubrimiento de esa otra mitad -la resurrección, el placer, la
felicidad, la vida- de la que teníamos tanta nostalgia, muchas mujeres nos
sintamos más fuera que dentro. Y puestas a sospechar sospechamos que no se trata
de un problema de las mujeres sino del mismo cristianismo. El cristianismo,
desgraciadamente, no ha sabido (ni parece saber) gritar el gozo de la
resurrección en el que, dice, fundamenta toda su fe.
Es innegable que las mujeres hemos conseguido logros importantes durante el s.
XX. Me refiero a las mujeres occidentales de países desarrollados o en vías de
desarrollo. Y aunque la globalización hace llegar a todo el mundo los prototipos
de la emancipación femenina, lo cierto es que la mayoría de las mujeres del
planeta no tiene experiencia directa de lo que puede significar ser o estar
emancipadas... Pero ¿qué ocurre aquí, entre las mujeres del estado español?...
Sobre la base de las relaciones entre el grado de emancipación femenina y
feminista y la forma y sentido de la propia identidad cristiana podemos elaborar
una pequeña tipología que agrupa a las mujeres en cuatro bloques:
las acomodadas tradicionales, mujeres escasamente críticas que no desean
complicarse la vida, que afirman no tener problemas (teóricos, se entiende),
aunque en la práctica (sobre todo en cuestiones de moral) arrastran muchos
conflictos de los que, a veces, responsabilizan a un determinado cristianismo
las que han sufrido una evolución al ritmo de la cultura y la sociedad, pero no
tienen recursos para modificar sus posturas y su pertenencia. Estas mujeres se
sienten incómodas, pero no saben qué hacer, cómo ni dónde. Entre ellas las hay
que buscan y comienzan a luchar en los ámbitos cristianos por lo que consideran
sus derechos. Otras ni eso siquiera.
las pragmáticas aprovechadas, que toman lo que les conviene de los logros del
feminismo, se aprovechan de ello pero no mueven un dedo para colaborar en los
cambios necesarios, especialmente si éstos son estructurales o afectan al
aparato institucional de las iglesias. Entre ellas contamos a las mujeres de
algunos movimientos eclesiales laicales de tipo conservador.
las que se proclaman conscientes del problema de las mujeres, entre quienes
distinguimos dos subgrupos: el primero, compuesto por mujeres predominantemente
reivindicativas, que sin embargo no producen cambio de segundo orden (cambio
verdadero o estructural) Los resultados de sus luchas no mueven ni cuestionan un
solo elemento del sistema: lo refuerzan. El sistema, aunque de vez en cuando se
siente molesto con ellas, las recicla y domestica. Gracias a este grupo en
algunas instituciones eclesiásticas han comenzado a hablar de feminismo, aunque
siempre con "pequeñas" matizaciones: nuevo feminismo, los feminismos, etc. En
este grupo se encuentra una mayoría de religiosas. El segundo subgrupo está
constituido por las mujeres a las que considero feministas. Unas se encuentran
con un pie dentro y otro fuera de la(s) institución(es), otras van haciendo y
creando por su cuenta (grupo, liturgia, pensamiento...) y otras se han retirado
desencantadas y quemadas. Es un grupo más bien pequeño que se coloca de partida
en la incomodidad voluntaria de las fronteras, cruzando continuamente, por
evangélica militancia, las rayas trazadas.
No se puede eludir la señal de las últimas. La señal de la cruz en el sentido
más genuino y pagano (instrumento de castigo, descalificación y muerte) y la
señal de la santa cruz en su condición de víctimas, necesitadas de rescate y
liberación. La señal de la resurrección también existe. Está en los grupos de
mujeres que todavía se consideran cristianas, voluntariamente instaladas en las
diferentes fronteras, y en aquellas que se han visto exiliadas de sus propias
iglesias y comunidades. Ellas conectan los orígenes con el futuro.
EN EL NOMBRE DEL PADRE...
Todo es relativo al punto de vista en donde nos colocamos. Desde el mío no veo a
las mujeres occidentales emancipadas aunque, como decía, reconozco logros
importantes. Esta constatación, sin embargo, no contradice que las mujeres
occidentales hemos conquistado con mucho esfuerzo una emancipación que, de
alguna manera, se constituye en referente, estímulo y elemento crítico ante
nuestros intentos y conquistas. Pues bien, entre las características del modelo
emancipado de mujer, por las razones ya aludidas, cuesta trabajo incluir rasgos
cristianos. Por lo menos muchos de ellos. Esto podría llevarnos a pensar que el
cristianismo tiene cada vez menos que ver con los ideales por los que luchamos
muchas de nosotras. Pero esto tampoco sería justo. Debemos hacer las precisiones
propias de lo que A. Tornos llama negociaciones de la identidad cristiana que
desea inculturarse en nuestro estado, esas explicaciones necesarias para evitar
malentendidos en una sociedad en donde lo cristiano se confunde con lo eclesial
y lo eclesial con lo eclesiástico. Porque no, no son lo mismo. Lo eclesiástico
está más cerca de lo clerical e institucional. En este nivel las fronteras entre
dentro y fuera, por ejemplo, están perfectamente delimitadas. Lo eclesial se
refiere al Pueblo de Dios, una iglesia plural, multiforme, en donde las
fronteras de dentro y fuera son bastante más flexibles, menos controladas y
controlables. Y lo cristiano se coloca en el nivel más amplio e inclusivo, con
fronteras todavía menos precisas, que incluyen lo ecuménico, lo cultural y lo
interreligioso.
Las mujeres que luchamos todavía por nuestra propia emancipación feminista nos
hemos negado a seguir bajo el nombre del padre (que, en realidad, son los
padres), para poder seguir a Jesús, reflejo de un D*s a quien podemos nombrar de
otros muchos modos, aunque él lo llamara Padre.
COMO ERA EN UN PRINCIPIO
Todas las iglesias cristianas recelan en mayor o menor medida de los movimientos
de emancipación de las mujeres, especialmente del feminismo, algo que no deja de
ser curioso y paradójico tanto en los niveles históricos y colectivos, como en
los individuales. Basta recordar, por ejemplo, que el feminismo histórico surgió
como heredero natural de las congregaciones religiosas femeninas europeas,
desarrolladas desde la Edad Media. Bastaría tener en cuenta, también, que muchas
de las mujeres notables de nuestra reciente historia, tienen profundas raíces
judeocristianas. Pero, especialmente, bastaría escuchar los argumentos de muchas
de las mujeres que dejan las iglesias, las instituciones religiosas,
especialmente las congregaciones o institutos seculares católicas, para percibir
una triste paradoja. Cuando alcanzan la emancipación en individualidad, dignidad,
libertad, autonomía; conciencia de justicia y solidaridad, compromiso, espíritu
de riesgo e iniciativa; creatividad, desarrollo personal y conciencia política...
que el cristianismo reconoce como valores proclamados por Jesús y propios del
Reinado o Proyecto de Dios... precisamente en ese instante, las mujeres son
expulsadas a sus márgenes, percibidas como peligrosas, incómodas, heréticas y
objeto de culpabilización, recelo, aislamiento, denigración e incluso excomunión.
Así era en uno de los principios, cuando las mujeres eran sacerdotes y
diaconisas y tuvieron que dejar de serlo; cuando las mujeres eran reconocidas en
igualdad y fueron discriminadas. Pero no era así desde el principio, pues esto
de los principios y los orígenes sigue estando muy manipulado. No es extraño que
una de las tareas de la teología cristiana feminista siga siendo la recuperación
de la memoria para que ciertas cosas puedan volver a ser como en eran en el
principio, en algunas de las corrientes de los orígenes cristianos.
¿POR LOS SIGLOS DE LOS SIGLOS?...
Si entendemos el cristianismo como una pluralidad de comunidades seguidoras del
Jesús de los evangelios y enganchadas a la cadena tradicional de sus orígenes
multiformes, tal vez podamos seguir hablando de mujeres cristianas. Si
identificamos cristianismo con las iglesias ese futuro se oscurece, pues las
mujeres, cada vez en mayor número, no estamos dispuestas a permanecer en ellas
por los siglos de los siglos bajo los dictados de quienes dirigen sus
instituciones. Seguiremos por mucho tiempo en una situación de éxodo y exilio (ambas
cosas) y continuaremos construyendo nuestra eklessía de mujeres.
De esto último, que abre un tipo concreto de futuro, parecen existir signos,
como muestran algunos estudios realizados en Europa en disciplinas como
psicología, sociología y antropología de la religión, en perspectiva feminista.
El primer estudio se realizó a comienzos de los años 80 y se replicó en 1990. En
el estudio de los 80 participaron 25 países y más de 40 en los 90. De sus
resultados se deducen varias cosas: a) las mujeres son, todavía, más religiosas
que los hombres; b) en contra de lo que podría esperarse en una Europa
secularizada, se ha incrementado la religiosidad de las mujeres, mientras que se
ha reducido la religiosidad de los hombres. Así, por ejemplo, en 1981 el 79% de
las danesas investigadas se declaraba creyente y en 1991 el porcentaje subía a
82%, mientras que el correspondiente porcentaje de hombres creyentes en 1981 era
del 69% en 1990 había bajado al 64%.
Estas cifras no han de interpretarse como mera vuelta a las formas de
religiosidad tradicionales o propias de un cristianismo de hace siquiera 10 o 15
años. Ciertamente, hay grupos que han regresado involutivamente, pero a pesar de
lo llamativo de su visibilidad no dejan de estar en franca minoría con respecto
a los demás, que se ven menos porque se encuentran más fragmentados. Los datos
de los/as jóvenes españoles/as muestran una desafección de las instituciones
cristianas (eclesiásticas) que se sigue incrementando y en la que la diferencia
de género apenas resulta significativa.
Muchos de los análisis realizados sobre las relaciones entre emancipación, en
general y de las mujeres en particular, y el cristianismo, achacan la
indiferencia y desapego a la todavía creciente secularización occidental. Casi
siempre se habla en términos peyorativos, rara vez en términos positivos ni
siquiera cuando se considera la secularización como un desafío. Los procesos
derivados de la Ilustración son la prueba de fuego para el cristianismo,
especialmente en nuestro mundo globalizado que expande sus ramas ilustradas,
para bien y para mal, hasta los confines del planeta. Es, repetimos, un problema
de cultura, pero también de justicia y de igualdad. El feminismo no es un rasgo
de la cultura occidental, como escuché hace poco en una conferencia a la
filósofa Celia Amorós, sino el resultado de más de cien años de lucha. Pero ya
no podemos prescindir de sus logros, por eso no puede haber futuro para un
cristianismo que no asuma la emancipación de las mujeres. Ésta ya no necesita al
cristianismo para nada. La mayoría de las veces le estorba. Está claro que las
iglesias no quieren ni necesitan a las mujeres emancipadas. ¿También las
repudiará el cristianismo? Puede que en ese caso muchas mujeres le hayamos
cambiado el nombre...
Fuente: Escuela de Estudios Bíblicos
Parresia perteneciente a la Arquidiócesis de Córdoba.
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