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¿Está Dios en Haití? Por Juan Antonio EstradaDesde la perspectiva científica el terremoto tiene una doble explicación. Por
un lado, una zona sísmica, siempre amenazada por terremotos y maremotos, que se
suceden con frecuencia. Por otra, que se ha practicado una deforestación masiva
del país, que contrasta con la superficie de la República Dominicana, la otra
parte de la isla. La conclusión es evidente: con otra política y gobierno, otra distribución de
la riqueza y otro tipo de construcciones se hubiera amortiguado mucho la
violencia de la naturaleza en el país más pobre de América. Antes que
preguntarse por Dios, ¿por qué permite esto?, hay que preguntar al hombre ¿cómo
consentimos que tantos seres humanos vivan en la miseria, indefensos ante la
naturaleza? La tragedia de Haití sigue al tsunami de Indonesia y vendrán muchos
más, porque tres cuartas partes de la humanidad viven en la pobreza, sin medios
para controlar la naturaleza. Tenemos los recursos técnicos y materiales para
reducir al mínimo estos desastres, pero la distribución internacional de la
riqueza los invalida. En cambio, encontraremos a Dios, si lo buscamos identificándose con las víctimas y llamando a los hombres de buena voluntad a la solidaridad y la justicia; si esperamos que Dios nos inquiete, nos provoque y nos llame a colaborar de mil maneras para mitigar el dolor en Haití; si creemos que Dios no es neutral y que el contraste entre el gran mundo pobre y la minoría de países ricos clama al cielo. Hay que ayudar a Dios para que se haga presente en Haití, porque necesita de los hombres para que llegue ahí el progreso y la justicia. Los muertos y refugiados de la catástrofe tienen hambre de justicia, la de las bienaventuranzas, y Dios necesita testigos suyos para hacerse presente. Nadie puede hablar en nombre de las víctimas sin experimentar sus sufrimientos ni padecer su forma de vida, sólo hacernos presentes a ellos. El protagonismo corresponde al ser humano: Dios es autor de la historia, en cuanto inspira, motiva y envía para la solidaridad y la justicia. El Dios cristiano no es la divinidad griega que siente celos del hombre y castiga a Prometeo, sino el que se enorgullece de la capacidad para generar vida con la ciencia y el progreso, sólo exigiendo que los recursos naturales se pongan al servicio de todos. Hay que actuar como “si Dios no existiera” y todo dependiera de nosotros, universalizar la solidaridad y cambiar las estructuras internacionales que condenan a pueblos enteros a la miseria. Desde ahí podemos esperarlo todo de Dios y pedirle que fortalezca, inspire y motive a los que luchan por un mundo más justo y solidario. Dentro de pocos meses Haití será un mero recuerdo, excepto para los que siguen allí, y los habremos olvidado, como a Indonesia o las hambrunas del África subsahariana. La gran tragedia del siglo XXI es la de una humanidad que tiene recursos para acabar con el hambre y mitigar las catástrofes naturales, pero prefiere emplearlos en armamento, para defenderse de los pobres; en policías, para evitar que lleguen a nuestras islas de riqueza y en los despilfarros consumistas de una minoría de países. Del mal de Haití somos todos responsables y la solidaridad no puede quedarse en el acontecimiento puntual, aunque sea necesaria, sino que exige otra forma de vida. Fuente: Redes Cristianas |
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