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Duros para aprender. Por Rafael Velasco, SJ
La agresión a la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, pone nuevamente en el tapete el tema de la violencia como metodología de reclamo. Un grupo de enardecidos docentes y militantes de Santa Cruz, que reclaman lo que creen justo, van más allá de sus legítimas demandas y se abalanzan sobre la ministra, hermana del Presidente, y la agraden con huevazos, tirones de pelo y puntapiés. Los políticos, oficialistas y de la oposición, salen a rasgarse las vestiduras, como si fuera el primer caso. Pero lamentablemente no lo es. Ya hemos perdido la memoria, pero hay bastante: la toma de una comisaría a manos de los muchachos de Luis D´Elía, piquetero de profesión, pero además luego funcionario del Gobierno nacional, actual vocero del gobierno de Irán; las pintadas a edificios públicos, o casas particulares de "enemigos políticos"; los escraches a funcionarios o jueces considerados por el gusto de la turba como corruptos, antidemocráticos, etcétera. La lista es lamentablemente larga. Algunos alegan que se trata de protestas sociales, protagonizadas por luchadores. Supongamos que es así. De todos modos, ¿cuál es el límite entre la protesta social y la violencia? ¿Cuál es el límite entre un reclamo sectorial y los derechos del resto de los ciudadanos? Los argentinos somos violentos pero cobardes. Por eso no volvemos a empuñar las armas unos contra otros (gracias a Dios), pero nos agredimos constantemente. Baste mirar cómo se maneja en las calles, la facilidad con la que se desata un conflicto a partir de una maniobra desafortunada, la cantidad de muertos en accidentes de tránsito, las agresiones y trompadas a las salida de los lugares de diversión, las mafias que controlan las tribunas en las canchas, la "sensación de inseguridad" que nos habita, los cortes de ruta por cualquier causa, y la incontable cantidad de argentinos agredidos con la exclusión social y la marginalidad por una sociedad autista que repite torpemente el juego del "gran hermano" pero a lo trágico: excluyéndolos de la educación, la vivienda y la justicia. Da la impresión de que los argentinos tendemos a repetir nuestros errores, porque no aprendemos de ellos. Por eso seguimos manteniendo intactas las antinomias del pasado: federales-unitarios, Rosas-Sarmiento, peronistas-radicales, pro represión- anti represión… Treinta mil desaparecidos parecen no habernos enseñado nada. Hay gente que sigue pidiendo que vuelvan los militares para poner orden, con lo que se colige que el "orden" se impone por la fuerza, con la violencia, donde "los malos" y violentos son los otros a los que hay que reprimir. Muy lamentable. No aprendemos, no somos capaces de superar nuestras propias
contradicciones. Por otra parte, el Gobierno nacional prueba de su propia medicina. No ha hecho nada cuando los escraches eran organizados por la propia tropa; es más los miró con complacencia (escraches a Shell, a la casa de algunos jueces, etcétera) pero ahora la metodología se le ha vuelto en contra, entonces se dice que la violencia es injustificada. Parece que ahora hasta la represión policial está bien. ¡Cómo cambian las cosas según quién sea el afectado! La injusticia es una de las causas de la violencia, como también lo es la arbitrariedad. Un gobierno arbitrario que mide con distinta vara a "amigos" y adversarios, genera condiciones de violencia. De todos modos esto no justifica nada (la violencia y la agresión no es
justificable), porque además de justicia, y presencia del Estado en donde tiene
que estar, lo que falta es un cambio por parte de los actores sociales, de
nosotros los ciudadanos. Mientras socialmente exacerbemos nuestros derechos y minimicemos nuestros deberes y responsabilidades, mientras hagamos la vista a otro lado ante la violencia, o justifiquemos las agresiones a los adversarios y no llamemos las cosas por su nombre, la violencia seguirá enseñoreándose de nuestra vida social y teñirá de sangre -cada vez más- la portada de los diarios y -lo que es peor- enlutará aún más la vida de los argentinos.
Rafael Velasco: Es un lúcido y comprometido sacerdote jesuita cordobés, actual Rector de la Universidad Católica de Córdoba Fuente: La Voz del Interior |
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